C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—No te preocupes de los stsho —Pyanfar estaba examinando las imágenes de sus monitores. Vio que otra nave quedaba suelta, más o menos donde debía encontrarse la Hinukku. De pronto la imagen se llenó de estática al protegerse la Hinukku con todas sus pantallas disponibles para hacer algo que Pyanfar ignoraba—. Por los dioses, así se pudran —sus manos se lanzaron salvajemente hacia los controles y logró reorientar la Orgullo con la suavidad suficiente como para no romperle los huesos a cualquiera que aún no se hubiera protegido para las maniobras… y, al mismo tiempo, dando así una buena advertencia de que sería mejor que lo hicieran—. Si nos disparan se llevarán por delante la mitad de la estación. ¡Dioses! —accionó el mando de comunicación general—. Agarraos. Vamos a ir deprisa.

Esta vez todo pareció enloquecer. Un cuaderno de notas cruzó el puente como un rayo y aterrizó en algún lugar más adelante, a centímetros de los controles. Hilfy lanzó un bufido y por el intercomunicador llegó un abundante surtido de maldiciones. La Orgullo no había sido construida para tales maniobras y menos aun para las que vinieron a continuación, un golpe seco que frenó de repente todo el impulso direccional que llevaban y, haciendo bajar bruscamente el morro de la nave, les colocó casi al instante en el nadir de la estación (el cuaderno voló rápidamente hacia su punto original), seguido por un acelerón que trajo consigo otro vuelo de páginas aleteantes.

—Bastardos sin madre —dijo Pyanfar, manipulando los controles que conectaban la tórrela al monitor de tal modo que ésta giraría automáticamente apuntando a cualquier objeto de cierto tamaño que entrara en su campo visual—. Ahora, que asomen las narices por aquí… —Le dolían las articulaciones. En el cuadro de mandos sonaban multitud de alarmas y un sinfín de luces parpadeaba, indicando que bastantes mercancías se habían soltado de sus amarras. Se pasó la lengua por tos dientes y arrugó la nariz, preguntándose qué cuadrante del monitor debía vigilar. Luego puso a la Orgullo en una lenta rotación axial, corriendo el riesgo de esperar que los kif no aparecieran bajo la estación en un lugar tan obvio como ése, inmediatamente contiguo a su última posición conocida—. Vigila el monitor —le dijo a Hilfy, concentrándose mientras tanto por unos segundos en el tablero de operaciones para asegurarse de que todo iba bien—, Haral, sube aquí.

—¡Tía! —dijo Hilfy. Pyanfar giró velozmente y vio en la pantalla un poco de polvo luminoso: la estática cubría la parte superior de la imagen. El control automático de disparo que había dispuesto era capaz, teóricamente, de reaccionar ante señales aún más ligeras pero nada había ocurrido. El ascensor al otro lado del pasillo se detuvo con un golpe y luego empezó a zumbar. Haral no había acusado recibo de su orden, pero ya venía.

—Dispararemos contra cualquier cosa que parezca sólida —dijo Pyanfar—. Sigue vigilando esa nube de estática, sobrina. Y ten cuidado, podría ser simplemente una estratagema. No me fío de nada.

—Sí —dijo Hilfy con voz tranquila, para añadir un instante después—: ¡Mira!

—Más estática —dijo Pyanfar, identificando las líneas luminosas, con el corazón aún helado por el grito de Hilfy—. Sé precisa en cuanto al cuadrante, basta con el número.

Pies corriendo en el pasillo. Haral entró en la sala de mandos. Hilfy cedió su lugar ante los monitores y Haral se instaló en el tercer asiento, ajustándose las correas de sujeción.

—No había planeado moverme tanto —dijo Pyanfar, sin apartar nunca los ojos de la pantalla—, ¿Alguna herida?

—No —dijo Haral—, todo bien.

—Por aquí se lo están pensando —dijo Pyanfar.

—¡Tía! ¡4/2!

La torreta estaba girando y el detector enfocaba la pantalla número cuatro. Una oleada de energía por encima de la estación: más estática y luego materia sólida.

—Capitana, le han dado a la estación —Haral, con voz incrédula—. Han disparado.

—La Viajera de Handur… —Pyanfar había trazado el origen en el toroide de la estación y la relación estaba clara—, Oh, dioses… —Conectó el repulsor y envió la nave rápidamente hacia el núcleo de sombra de la estación, inclinando el morro con un segundo impulso y luego cortando el motor principal, con lo que la hizo salir despedida del nadir de la estación, el morro hacia el infinito. Pyanfar quitó la tapa roja de un control y lo accionó. La Orgullo osciló, sacudida por una explosión.

—¿Qué fue eso? —dijo Hilfy—. ¿Nos han dado?

—Acabo de soltar la carga —Pyanfar tragó aire y sus fosas nasales se ensancharon. Sus garras aparecían y desaparecían, hundiéndose en los brazos del asiento. La gravedad les estaba haciendo pasar un mal rato: la Orgullo de Chanur iba lanzada a toda velocidad, con su relación masa/impulso bruscamente alterada, lista para huir—. Haral, danos un rumbo.

—En marcha —dijo Haral, mientras las cifras empezaban a brotar en la pantalla del ordenador a la izquierda de Pyanfar.

—Tendremos que encontrar un sitio tranquilo.

—Urtur está a un solo salto de distancia —dijo Haral—, yendo tan ligeras como ahora. Puede…

—Tendrá que estarlo. Más allá de Punto de Encuentro, en la otra dirección, se encontraba el espacio stsho, con muy pocos puntos de salto para ayudarles, siendo una zona en la que escaseaba ese tipo de masas mediante las cuales avanzaba la Orgullo y cualquiera otra nave de salto. Y el resto eran zonas kif o knnn, y regiones inexploradas en las que no habían sido localizadas todavía las coordenadas de salto. Saltar a ciegas en esos lugares podía significar el no regresar nunca a un lugar conocido.

Conectó otro tablero haciendo aparecer en él las gráficas del salto. Urtur… Estaba en la dirección por la que habían llegado. Con carga les habían hecho falta dos saltos. Era un sistema muy grande en el que los mahendo’sat mantenían ciertas manufacturas y explotaciones mineras, concediendo licencias a otras razas. Quizá pudieran cubrir esa distancia ahora en un solo salto. Los kif no les seguían… aún, pero eso no les era imprescindible. Podían imaginar sus destinos posibles mediante la masa que habían soltado y evaluando la lógica de la situación. Oh, hermano mío, pensó, preguntándose cómo podría enfrentarse algún día a Kohan. La desgracia le afectaría sin duda: la carga perdida, el haber salido huyendo de la estación mientras que una nave hani perecía indefensa en ella. Quizá Kohan Chanur no fuera capaz de soportarlo y eso podía inducir a otros machos jóvenes para desafiarle. Y si había los suficientes desafíos y la frecuencia era elevada…

No, ése no sería el final de Chanur. No pensaba volver a casa con esa clase de noticias. No hasta que los kif hubieran pagado su culpa y la Orgullo se hubiera cobrado la deuda.

—Quince para punto de salto —dijo Haral—. Capitana, no hay duda de que nos tienen bajo observación.

—No hay duda —dijo ella, y tras el rostro curtido de Haral distinguió el de Hilfy, sin una marca y con los primeros inicios de su barba, asustada pero intentando no demostrar lo. Pyanfar conectó el comunicador general—. Preparadas para el salto.

La alarma empezó a sonar, llenando la nave con un lento gemido. La Orgullo saltó hacia adelante impulsada por sus ondas generadoras, cobrando velocidad gracias a la separación entre dimensiones, sufriendo varios salvajes arranques en falso y entrando finalmente de golpe en el espacio intermedio. Pyanfar escondió las garras en un reflejo creado por décadas de costumbre y, aplicando esa gimnasia mental que consistía en mentirle a su oído interno, logró mantener el equilibrio. ¡Vamos!, le dijo a la nave, animándola, como si por pura fuerza de voluntad le fuera posible lograr que corriera una distancia mayor.

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