C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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3

La Orgullo volvió de nuevo a la existencia con la pegajosa lentitud de una pesadilla, apareciendo y esfumándose varias veces entre un caos de instrumentos confundidos por el salto, que acabaron revelando una posición aún fuera del alcance de Urtur, tan lejos que apenas si era posible percibir un indicio de masa estelar.

Habían estado a punto de fallar, pese a que habían forzado al máximo la nave. Pyanfar intentó erguirse en su asiento acolchado, luchando para mover sin equivocarse los dedos de su mano y obligarles a que cerraran los monitores. Bloqueó las luces, la débil transmisión que les identificaba dando su posición y todas las emisiones de la nave, sin olvidar nada pese a la confusión mental que seguía siempre a la aparición en el espacio normal. Luego empezó los pasos para ir disminuyendo su velocidad, que era demasiado alta pese a la onírica lentitud con que les parecía moverse. Centró su mente en el trabajo, intentando que sus pensamientos no se perdieran imaginando el horror que habían dejado detrás y lo escaso de su margen al huir de él.

Hilfy vomitó, lo que no constituía una reacción al salto demasiado anormal, pero tampoco ayudaba en nada al estómago de Pyanfar.

—Estamos bajando a velocidad de crucero en sistema —dijo Pyanfar por el comunicador—. Es posible que los kif se detuvieran un rato para examinar todo lo que arrojamos antes pero no tardarán en llegar. O quizá ya estén aquí, probablemente, con más kif para ayudarles. Lo contrario me sorprendería mucho. Hemos cerrado todas las transmisiones y la emisión de energía. No vamos a usar los motores principales. ¿Todas bien?

La respuesta llegó con un retraso considerable.

—Parece que sí —sonó la voz de Tirun desde la cubierta inferior, que había perdido casi todo lo que era su misión controlar cuando la carga fue arrojada al espacio—. Chur y Geran están empezando una comprobación por controles remotos pero creo que cuando soltamos la carga la separación fue bastante limpia. Todos los sistemas en funcionamiento y en buen estado.

La velocidad siguió bajando mientras Hilfy, avergonzada, limpiaba los restos de su vómito. Haral se mantuvo en su puesto y Pyanfar se entregó a una febril serie de cálculos centrados en la imagen que habían obtenido al llegar antes de cerrar los monitores, ayudada por los datos que seguían recibiendo de modo pasivo. Un delicado ajuste, luego ir disminuyendo el impulso relativo hasta el flujo en el que intentaban entrar a fin de ofrecer la menor superficie posible y que los riesgos de la entrada fueran soportados por las partes más robustas de la nave: se trataba de sincronizar la Orgullo con la rotación general del sistema de Urtur, compuesto de fragmentos de roca y gases extendidos sobre las órbitas de diez planetas, cincuenta y siete lunas principales y un número incalculable de planetoides y cuerpos menores; uno de los sistemas más difíciles para que una nave pudiera entrar con rapidez en su plano central.

La Orgullo estaba recogiendo señales de una instalación mahendo’sat situada más al interior… al menos, parecía que ése era su origen, dado que la transmisión se había vuelto ininteligible no sólo por la distancia, sino también por el tiempo transcurrido desde que fue emitida. Parte de ella podía deberse a naves que estuvieran recorriendo el sistema, tanto mercantes como los incontables navíos mineros de todos los tamaños que iban desde los enormes cargueros de mineral hasta los vehículos monoplaza de los prospectores. Llegado el momento la Orgullo debería anunciar su presencia y su identidad, pero ella no tenía intención de hacerlo. Había una buena oportunidad de que su llegada hubiera tenido lugar fuera del alcance de las mejores instalaciones del sistema y no veía el menor provecho en hacer que los mahendo’sat de Urtur se vieran metidos en una pelea privada con los kif. Quizás éstos hubieran llegado hacía días gracias a que disponían de una nave más potente y quizás el parloteo de las transmisiones se lo revelara, si eso había ocurrido. Siguió escuchando las transmisiones mientras terminaba la reducción de velocidad y luego ajustó todos los factores con la esperanza de que su posición fuera la que ella pensaba, mientras iba contando.

La Orgullo avanzaba ahora a la deriva y su único movimiento era el de la rotación para mantener la gravedad. Siguió contando. De pronto se oyó un leve repiqueteo en el casco seguido por un chirrido más fuerte: polvo cósmico, después rocas. El blanco estaba delante y Pyanfar localizó un grupo de rocas que les superaba en velocidad, una masa fría que les rodeaba cual un enjambre protegiéndoles con su pantalla de la posible llegada de los kif. Disparó los cohetes direccionales y ajustó de nuevo el rumbo. El repiqueteo fue disminuyendo hasta convertirse en algún impacto ocasional con el polvo cósmico. Hilfy, en pie junto a la consola de comunicaciones, miraba a su alrededor como si esperara ver los impactos pese a que todos los sensores estaban apagados. Sus ojos se encontraron con los de Pyanfar y se desviaron rápidamente hacia Haral, que permanecía con aire ceñudo sentada en su puesto intentando aún calcular su posición: Hilfy, con un esfuerzo de voluntad, se mantenía serena y logró no encogerse cuando la siguiente roca golpeó el casco.

Pyanfar levantó su cuerpo dolorido del asiento y cruzó con paso no muy seguro el puente hasta apoyar la mano en el dorso del asiento de Haral.

—Conecta los sensores entre sí —le dijo—. Ponlos en el canal uno y cuida de que siempre haya alguien vigilando. Quiero una conexión con la sala de abajo: aún les queda un poco por hacer. Los kif acabarán asomando la nariz, no lo dudes, así que vamos a quedarnos muy quietas. Recibimos señales pero no emitimos ninguna y tampoco maniobramos. Lo único que haremos será seguir avanzando a la deriva.

—Bien —Haral empezó a realizar las conexiones eliminando algunas funciones del centro de comunicación, algo que le incumbía hacer a Hilfy. En su rostro de rasgos anchos y curtidos no había ni la menor señal de inquietud ante toda esta locura. Haral conocía el juego; ya habían tenido una o dos ocasiones para poner en práctica este silencio oscuro y prolongado, ya fuera esperando la llegada de los kif o de algo desconocido… pero nunca lo habían hecho en el campo estelar de Urtur, plagado de objetos a la deriva, donde era probable que hubiera más naves y se diera una colisión. Haral ya lo sabía, pero esas instrucciones la capitana las había dado pensando en Hilfy.

Pyanfar cogió su sensor portátil de la pared y tomó otro para Hilfy, que estaba apoyada en la consola con las fosas nasales convertidas en una rendija y las orejas echadas hacia atrás. Pyanfar te dio una palmada en el hombro y dejó caer el sensor en su mano.

—Venga, fuera de aquí. Ahora todo está bajo control automático y no hay nada que puedas hacer —pasó junto a Hilfy y se fue por el corredor con un espantoso dolor de cabeza, el estómago revuelto por las preocupaciones y el obsesivo deseo de tomar un baño.

Su camarote no estaba en tan mal estado como había temido, pese a que no había podido asegurar las cosas para el salto. Las sábanas del lecho no se habían soltado de sus ajustes y la única víctima del salto era un montón de mapas que yacían dispersos en el suelo. Rechinó los dientes intentando olvidar el doloroso latir de su cráneo y fue recogiendo los mapas, alisando los bordes arrugados. Luego dejó el montón en su escritorio y se quitó la ropa, llena de sangre, cepillándose el pelo para quitarse la sangre seca y eliminar el vello suelto. A cada salto se le caía algo de pelo… de puro miedo. Tenía los músculos tensos. Flexionó sus rígidos hombros y el brazo que se le había envarado a causa de la lucha contra la gravedad variable hasta hacer que le dolieran las costillas. Después recogió el sensor y se lo llevó al baño, escuchando la estática que brotaba de él y dejándolo en el mostrador antes de ir a la ducha.

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