Ahora estaban oyendo a la estación de Urtur fanfarrona das, advertencias a los kif sobre severas penalidades y multas. La transmisión era ya antigua y databa de los primeros momentos del asunto; formaba parte de una señal que sólo ahora les estaba llegando. Amenazas de los kif, más abundantes. La nave mahendo’sat… acosada, dirigiéndose hacia la estación. Los kif concentrando su atención en otras cuestiones y luego en los recién llegados. Pronto empezarían a imaginar que los cargueros recién entrados en el sistema habían saltado después que la Orgullo, y que ésta debía de haber logrado engañarles para entrar en los territorios stsho o que debía de estar aquí, haciendo precisamente lo que estaba haciendo; y muy probablemente un kif nervioso tomaría las medidas lógicas ahora que ya habían puesto en peligro su reputación. Empezarían a cazar sombras apenas hubieran llegado a tal conclusión, una vez hubieran interrogado a unos cuantos mahe asustados. Se desplegarían en abanico examinando el sistema y deteniendo a las naves mineras para someterlas a un estrecho interrogatorio, probablemente cometiendo al mismo tiempo alguna que otra leve piratería para no desaprovechar la ocasión. La estación no podía hacer nada: quizás una de mayor tamaño habría podido pero no Urtur, que se dedicaba básicamente a la manufactura y apenas si estaba defendida. Ninguna nave mahendo’sat se dejaría detener voluntariamente, pero no tenían esperanza de vencer en una carrera a la potente nave kif… no, al menos, si no decidían correr riesgos que ningún capitán mahendo’sat corriente estaría dispuesto a correr.
Y no había tampoco esperanzas de que una de esas naves procedentes de Punto de Encuentro resultara ser hani para librarles así del peso de la culpa. La Viajera de Handur había desaparecido para siempre y, muy probablemente, ni tan siquiera la proximidad a Punto de Encuentro hubiera sido garantía contra ese tipo de ataque. Los kif eran muy concienzudos: no les importaba derramar sangre ni tan siquiera entre ellos y nunca dejaban supervivientes.
Nadie sabía cómo los kif habían logrado no exterminarse unos a otros durante el tiempo que les llevó abandonar su mundo natal y llegar al espacio. Según sospechaban los hani eso había sido logrado mediante el odio y la desconfianza mutua. Habían peleado entre ellos para llegar al espacio y se habían cazado unos a otros hasta encontrar presas más fáciles.
Pero entre esas presas no estaría la Orgullo, se juró Pyanfar Chanur.
Ese tipo que les mandaba… estaba totalmente segura de que era Akukkakk, de la Hinukku, que se había apresurado a establecerse firmemente en Urtur, esperando su llegada. Cuando ese kif supiera que habían logrado pasar empezaría a comprobar todas sus grabaciones, husmeando en ellas, esperando encontrar algún indicio que antes se le hubiera escapado y que indicara la llegada de la Orgullo. Apenas si habían dejado el fantasma de una onda para que pudiera detectarlo pero quizá hubiera algo, un minúsculo destello que se les hubiera pasado por alto.
El seguir derivando como hasta ahora tenía sus riesgos. Mientras que unas cuantas naves kif recorrieran el sistema a velocidad relativamente alta podían lanzarse sobre ellas mientras que aún intentaban acelerar partiendo de lo que virtualmente era una velocidad nula.
Sus oportunidades de abandonar todo disimulo y echar a correr dependían de la posición que ocuparan las naves kif y de si les iba a ser posible disponer del tiempo crítico que tardarían en establecer sus referencias y colocarse en posición de salto. Estando a ciegas como hasta ahora, el único modo de averiguar dónde se encontraban esas naves era intentar algo y el único modo de saber cuántas eran consistía en escuchar atentamente las transmisiones kif y tratar de distinguir en ellas el número de naves que había.
Pero lo más probable era que ese tal Akukkakk no fuera tan descuidado. Estaba segura que no emitían señal de identificación, ya que la estación habría protestado por ello, así como tampoco ninguna señal de posición. Las únicas señales de este tipo que estaban recibiendo eran de mineros y residentes legales del sistema, suponiendo que ninguna de ellas fuera falsa.
Bien, bien, bien. Estaban metidas en una botella y esperar que los kif fracasaran en su intento de obligar a los mahendo’sat a que ayudaran en la cacería era demasiado optimista. Si los kif aumentaban la presión tanto la estación como los mineros acabarían dejándose intimidar. Aún peor, había naves hani con rumbo a Urtur y esas naves serían muy vulnerables a los kif, dado que no sospechaban la atrocidad que éstos habían cometido en Punto de Encuentro. Se meterían en las fauces de los kif sin ninguna idea de a qué se enfrentaban y los kif podían actuar contra ellas sin aviso previo para obligar a que la Orgullo revelara su posición. No sería una táctica hani pero llevaba demasiados años fuera de Anuurn entre especies extrañas y sabía muy bien cómo pensaba un kif, aunque sus procesos mentales le revolvieran el estómago e hicieran erizar el vello de su nuca.
Y entonces, ¿qué hago?, se preguntó en silencio. ¿Salgo mansamente a su encuentro para morir? ¿O dejo que sean otras quienes mueran? El derecho a vivir de su tripulación no era ni más fuerte ni más débil que el de cualquier otra tripulación hani que se metiera en la trampa. Sus vidas corrían peligro, y la de Hilfy y, a través de ella, todo Chanur.
Cuantío vuelva a casa, se prometió, haré que instalen esa otra batería de cañones, cueste lo que cueste.
Cuando vuelva a casa.
Frunció el ceño, quitando la grabación: ésta había llegado ya al punto en que Pyanfar había entrado en el puente. Las transmisiones actuales eran pocas y muy escuetas. Ten dría que hacer subir a alguien para que permaneciera constantemente vigilando el flujo de comunicaciones: Hilfy lo haría muy bien. Pero no eran una nave de combate y no podían prescindir de personal para la batalla. Eran seis, con sus tareas acostumbradas y un prisionero al que vigilar; tenían que trazar un rumbo y efectuar comprobaciones después del salto, aparte de muchos sistemas sobre los cuales había que estar bien segura. Existía también la posibilidad de que debieran ponerse en movimiento y defenderse en cualquier instante, lo cual significaba que tres miembros de la tripulación debían estar tanto mental como físicamente listas para la acción en cualquier instante, sin importar la hora. Los mecanismos automáticos que gobernaban la Orgullo en sus funciones cotidianas no servían ahora de mucho: los sistemas habían quedado sobrecargados tras un salto que la nave no había sido diseñada para efectuar, aparte del problema de seguridad representado por un pasajero de raza extraña que posiblemente estuviera chalado. ¡Dioses! Reforzó la alarma de su sensor, activada por un transmisor, y avisó al turno de guardia que se iba a encargar durante un rato de los monitores, para aliviarlas así un poco de tal responsabilidad.
—Se encuentra bien —le dijo Geran en cuanto al Extraño—, está descansando un poco.
Magnífico, pensó Pyanfar, Al menos, que alguien descanse.
Acabó yendo a la cocina. No tenía apetito pero sentía los miembros débiles a causa de la falta de alimento. Calentó una ración que tomó del frigorífico y se obligó a comerla pese a las ansiosas protestas de su estómago, arrojando luego los desechos en el esterilizador. Después regresó a su camarote para ver si podía reposar un poco.
Estaba demasiado nerviosa para dormir. Se dedicó a ir de un lado para otro sin objeto y, después de haber puesto los mapas en orden, tomó asiento para examinar una y otra vez las alternativas posibles en vista de los factores que ya conocía demasiado bien. Por último, decidió olvidarse de ello y acabó activando la consola que tenía junto al lecho para entrar en conexión con la terminal del Extraño, utilizando los códigos de acceso adecuados a través del computador principal. Estaba trabajando de nuevo: oyó la voz del Extraño y vio también los símbolos que iban surgiendo al funcionar las teclas del traductor. Las estaba utilizando metódicamente una detrás de otra y al conectar Pyanfar el comunicador oyó la voz de Chur, ayudándole: por los sonidos supuso que quizás estuviera usando también algo de mímica para hacerse entender. De vez en cuando había símbolos que la máquina no podía representar o quizá sólo fueran interferencias de Chur tratando de aclarar algún punto más oscuro. Pyanfar cortó la comunicación y la recepción del traductor y se quedó contemplando la pantalla apagada. Por el sensor que llevaba en el cinturón seguían llegándole las transmisiones de Urtur, con el volumen al mínimo e igualmente nada tranquilizadoras en cuanto a su contenido. La estación estaba aconsejándole a las naves mahendo’sat que no huyeran y se dejaran registrar si las abordaba algún kif y, caso de estar cerca de la estación, que acudieran a ella para encontrarse más seguras.
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