Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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— Quiero que lo quiten de nuestro vecindario.

— Me temo que la respuesta es un categórico no.

— Hermano Pat, llame al taller y haga que el hermano Lufter venga aquí enseguida.

— No está aquí, dómine.

— Entonces que me envíen a un carpintero y a un pintor. Inmediatamente, que venga cualquiera.

Unos minutos más tarde entraron dos monjes.

— Quiero que hagan enseguida cinco letreros de poco peso — les dijo —, los quiero con empuñaduras largas. Tienen que ser lo suficientemente grandes para poder ser leídos a una manzana de distancia, pero lo suficientemente ligeros para que un hombre pueda cargarlos durante varias horas sin quedar derrengado. ¿Pueden hacerlo?

— Claro que sí, padre. ¿Qué quiere que digan?

El abad Zerchi lo escribió.

— Que sean grandes y brillantes — les dijo — para que llamen la atención. Esto es todo.

Cuando hubieron salido, llamó de nuevo al hermano Patrick.

— Hermano Pat, vaya y encuentre a cinco novicios buenos, jóvenes y sanos, preferentemente con complejo de mártires. Dígales que quizás obtengan lo que obtuvo san Esteban.

«Y quizá yo salga peor parado cuando Nueva Roma se entere», se dijo.

28

A pesar de haber cantado ya las completas, el abad permanecía en la iglesia, arrodillado en el tenebroso anochecer.

Domine, mundorum Omnium Factor, parsurus esto imprimis eis filiis aviantibus ad sideria caeli quorum victus dificilior…

Oró por el grupo del hermano Joshua, por los hombres que habían ido a abordar una nave interestelar para subir al cielo hacia una mayor incertidumbre que la que el hombre vivía en la Tierra. Necesitaban mucho de la oración. Nadie es más susceptible que el vagabundo a los males que afligen al espíritu para torturar la fe y atizar una creencia asediando a la mente con las dudas. En casa, en la Tierra, la conciencia tiene sus capataces y sus patronos exteriores, pero estando lejos, la conciencia estaba sola, rasgada entre señor y enemigo. Rezó para que fuesen incorruptibles y mantuviesen la verdad como la entendía la orden.

El doctor Cors lo encontró en la iglesia a medianoche y le pidió con un gesto que saliese un momento. El médico parecía macilento y totalmente enervado.

— ¡Acabo de romper mi promesa! — declaró, retador.

El abad permaneció un momento en silencio.

— ¿Se siente orgulloso de ello?

— No especialmente.

Fueron hacia la unidad móvil y se detuvieron en el baño de luz azulada que iluminaba la entrada. La bata del médico estaba empapada de sudor y se secó la frente con la manga. Zerchi lo miró con la piedad que puede sentirse por los descarriados.

— Nos iremos ahora mismo, claro está — dijo Cors —. Pensé que debía decírselo. — Se volvió para entrar en la unidad móvil.

— Espere un momento — dijo el abad —. Quiero que me diga el resto.

— ¿Lo haré? — dijo de nuevo retador —. ¿Por qué? ¿Para que vaya a amenazarlas con el fuego del infierno? Ya está enferma ella al igual que la niña, no le diré nada.

— Ya lo ha hecho, sé a quién se refiere. ¿La niña también?

Cors dudó.

— Enfermedad por radiación, quemaduras, la madre tiene una cadera rota. El padre murió. Los empastes de los dientes de la mujer son radiactivos. La niña casi brilla en la oscuridad. Empezó con vómitos poco después de la explosión. Náuseas, anemia, folículos en descomposición. Ceguera en un ojo. La pequeña llora constantemente debido a las quemaduras. Es difícil comprender cómo han podido sobrevivir a la onda de choque. No se puede hacer nada por ella, excepto el equipo Eucrem.

— Las he visto.

— Entonces sabe por qué he roto mi promesa… ¡Después tengo que seguir viviendo conmigo mismo! Y no quiero hacerlo con la carga de la tortura de esa mujer y su hija.

— ¿Soportará mejor vivir como su asesino?

— No se puede razonar con usted.

— ¿Qué le dijo?

— Que si ama a su hija le evite la agonía. Que vaya a dormir el sueño de la misericordia lo más pronto posible. Esto es todo. Nos iremos inmediatamente. Ya hemos terminado con los casos de radiación y los peores de los demás. A los que faltan no les hará ningún daño caminar dos o tres kilómetros. Ya no hay más casos de dosis críticas.

Zerchi se alejó después, y, deteniéndose, dijo:

— Terminen — graznó —. Terminen y váyanse. Si le veo de nuevo, tengo miedo de lo que puedo hacer.

Cors dio un respingo.

— Me gusta tanto estar aquí como a usted le gusta soportarme. Nos iremos ahora, gracias.

Encontró a la mujer y a la niña tendidas en un camastro en el pasillo del superpoblado pabellón de los huéspedes. Se acurrucaban juntas bajo una manta y ambas lloraban. El edificio olía a muerte y antisépticos. Ella levantó la vista para observar su silueta que se recortaba a contraluz.

— ¿Padre? — Su voz parecía aterrorizada.

— Sí.

— Estamos listas. Mire lo que me han dado.

Él no pudo ver nada, pero oyó que sus dedos frotaban un pedazo de papel. La tarjeta roja. No tuvo la fuerza necesaria para hablarle. Se acercó al camastro, se rebuscó el bolsillo y encontró el rosario. Ella oyó el sonido de las cuentas y tendió la mano.

— ¿Sabe lo que es?

— Ciertamente, padre.

— Entonces, consérvelo y úselo.

— Gracias.

— Sopórtelo y rece.

— Ya sé lo que tengo que hacer.

— No se convierta en cómplice. Por el amor de Dios, criatura, no…

— El doctor ha dicho…

Se calló. Esperó que ella terminase, pero no dijo nada.

— No sea cómplice.

Siguió callada. Las bendijo y salió de allí lo más aprisa que pudo. La mujer había tocado las cuentas con manos conocedoras. No podía decirle nada que ella no supiese ya.

«La Conferencia de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada en Guam acaba de terminan Todavía no se ha hecho ninguna declaración conjunta de la política a seguir, los ministros regresan a sus capitales. La importancia de esta conferencia y la ansiedad con que el mundo espera su resultado hacen que este locutor considere que la conferencia no ha terminado todavía, sino que ha entrado en un compás de espera durante unos días para que los ministros puedan hablar con sus gobiernos. Un informe anterior que alegaba que la conferencia se desmoronaba en medio de amargas invectivas ha sido desmentido por los ministros. El primer ministro Rekol ha hecho una única declaración para la prensa: «Voy a hablar con el Consejo de Regencia. El clima ha sido muy agradable aquí; puede que regrese más adelante para pescar».

»El período de espera de diez días termina hoy, pero en general se espera que el acuerdo de cese el fuego seguirá siendo observado. La alternativa es la mutua aniquilación. Dos ciudades han desaparecido, pero hay que recordar que ninguna de las dos partes contestó con un ataque de saturación. Los gobernantes asiáticos aseguran que se atuvieron al derecho de represalia. Nuestro Gobierno insiste en que la explosión de Itu-Wan no la provocó un misil atlántico. Pero en general hay un silencio sobrenatural y malhumorado por parte de ambas capitales. Se ha enseñado poco la camisa ensangrentada y ha habido pocos gritos de venganza total, Prevalece una especie de furia callada, porque el asesinato ha tenido lugar, porque reina la locura, pero ninguno de ambos bandos quiere la guerra total. La Defensa permanece en estado de alerta de batalla. El cuartel general ha lanzado un aviso, casi una llamada, a efecto de que no emplearemos lo peor, si del mismo modo Asia se refrena. Pero el anuncio dice más adelante: «Si emplean el sucio fallout nosotros haremos lo mismo y con tal fuerza que ninguna criatura podrá vivir en Asia en los próximos mil años».

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