Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Cántico a San Leibowitz: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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Levantó de nuevo la vista hacia las polvorientas estrellas de la mañana. Bien, allí no encontrarían paraísos. Sin embargo, allí había hombres ahora, hombres que miraban a soles extraños en cielos extraños, respiraban un aire extraño y trabajaban una tierra extraña. En mundos de helada tundra ecuatorial, mundos de humeante jungla ártica, un poco parecida a la Tierra, tal vez; lo suficientemente parecida a la Tierra para que, de algún modo, el hombre pudiese seguir trabajando con el sudor de su frente. Pero aquellos colonizadores celestiales del Homo loquax nonnumquam sapiem eran sólo un puñado de colonias de humanos que hasta el momento había obtenido poca ayuda de la Tierra y ahora ya no tendría por qué esperarla, allí en sus nuevos no — paraísos, todavía menos parecidos al paraíso a como la Tierra lo había sido. Tal vez afortunadamente para ellos. Cuanto más se acercaba el hombre a perfeccionar un paraíso, más impaciente parecía por destrozarlo y acabar igualmente con él mismo. Crearon un jardín de placer y progresivamente fueron en él más miserables, cuanto más aumentaba su riqueza, poder y belleza; porque entonces, quizás, era más fácil para ellos ver que en el jardín faltaba algo, algún árbol o arbusto que ya no crecería. Cuando el mundo estaba en la oscuridad y desdicha, podría creer en la perfección y desearla. Pero cuando el mundo brilló por la razón y la riqueza empezó a notar la estrechez del ojo de la aguja y esto, enconado por un mundo que ya no deseaba creer o desear. Bueno, lo destruirían de nuevo, ese jardín de la Tierra, civilizado, y que sabía iba a ser destrozado una vez más par una miserable oscuridad que el hombre nuevamente esperase en ¡Pero la Memorabilia iría en la nave! ¿Era una maldición? ¡Discede seductor informis! Aquel conocimiento no era una maldición a no ser que fuese pervertido por el hombre, como el fuego lo había sido aquella noche…

«¿Por qué debo irme, Señor? — se preguntó —. ¿Tengo que hacerlo? ¿Qué es lo que trato de decidir? Ir o negarme a ir. Pero esto ya está decidido, hace mucho se hicieron llamadas para ello. Egrediamur tellure, entonces, porque fui ordenado por un voto que yo empeñé. Así es que debo ir. ¿Pero apoyar las manos en mí y llamarme sacerdote? ¿Llegar incluso a llamarme abbas y hacer que vigile las almas de mis hermanos? ¿Debe insistir en ello el reverendo padre? Pero él no insiste, sólo quiere saber si Dios insiste en ello. Aunque tiene demasiada prisa. ¿Está en realidad tan seguro de mí? Para hacer esto tiene que estar más seguro de mí de lo que lo estoy yo mismo.

»¡Habla, destino, habla! El destino parece estar siempre unas décadas más lejos; pero de pronto no está una década más lejos sino que es ahora. Pero tal vez el destino sea siempre ahora, aquí, en este mismo instante, quizá.

»¿No es suficiente que él esté seguro de mí? Pero no, no del todo. Sea como fuere, debo estar seguro yo mismo. En media hora, menos de medía, ya. Audi me, Domine — por favor, Señor —. Es sólo uno de tus gusanos de esta generación que te pide algo, una señal, un signo, un Portento, un amén No tengo tiempo para decidirme.»

Se sobresaltó nervioso. ¿Había algo arrastrándose?

Le pareció oír como un suave susurro entre las hojas secas, bajo los rosales que había a su espalda. Aquello se detuvo, susurró y se arrastró de nuevo. ¿Una señal del cielo podía arrastrarse? Un omen o un portento podían hacerlo. El salmista negotium perambulans in tenebris podía. Una serpiente podía hacerlo.

Tal vez se trataba de un grillo. Sólo susurraba. Pero el hermano Hegan había matado una serpiente en el patio, una vez… ¡Ahora se arrastraba de nuevo! Un suave deslizarse entre las hojas. ¿Sería un signo adecuado que se arrastrase fuera de las hojas y le mordiese la nuca?

El sonido de las oraciones le llegó de nuevo procedente de la iglesia: Reminiscentur et convertentur ad Dominum universi fines terrae. Et adorabunt in conspectu universae familiae gentium. Quoniam Domini est regnum; et ipse dominabitur…

Extrañas palabras para aquella noche: Todos los extremos de la Tierra deberían recordar y volverse hacía el Señor…

El susurro se detuvo súbitamente. ¿Estaba tras él? «Verdaderamente, Señor, una señal es realmente necesaria. En realidad yo…» Algo rozó su muñeca y él se apartó de un salto de los rosales. Se apoderó de una piedra y la lanzó contra los arbustos. El ruido fue más fuerte de lo que había supuesto. Avergonzado, se rascó la barba. Esperó. No salió nada de entre los arbustos. Nada se deslizó. Lanzó una nueva piedra, que también sonó con fuerza en la oscuridad. Siguió esperando, pero nada se movió. «Pide una señal y cuando llegue, lánzale una piedra… de essentia hominum.»

La lengua sonrosada de la aurora empezó a lamer las estrellas. Pronto tendría que ir a contestar al abad. ¿Contestar qué?

El hermano loshua apartó los mosquitos de su barba y fue hacia la iglesia, pues alguien había salido a la puerta y había mirado hacia el exterior. ¿Le buscaban a él?

«Unus panis, et unum corpus multi sumus, llegó el murmullo de la nave, omnes qui de uno… Un pan y un cuerpo, aunque muchos, somos nosotros, y hemos compartido un pan y un cáliz…»

Se detuvo en la entrada para mirar hacia los rosales. «Era una trampa, ¿verdad? La enviaste sabiendo que tiraría piedras, ¿no es así?»

Penetró en el interior y se arrodilló junto a los demás, uniendo su voz a la de sus compañeros para la petición. Durante un rato dejó de pensar, en compañía de los viajeros del espacio allí reunidos. «Annuntiatibur Domino generatio ventura… Y le será mostrada al Señor una generación a venir y los cielos mostrarán su justicia. Para un pueblo que nacerá, el cual el Señor ha creado…»

Cuando tuvo de nuevo noción de las cosas, vio que el abad le llamaba con un gesto. El hermano Joshua fue a arrodillarse a su lado.

— Hoc officium, Fili… tibine imponem us oneri? — susurró.

— Si me quieren — contestó suavemente el monje —, honores accipiam.

El abad sonrió.

— Me ha oído mal, he dicho carga, no honor. Crucis autem omus si audisti ut honorem, nihilo errasti auribus.

— Accipiam — repitió el monje.

— ¿Está seguro?

— Si me escogieron, lo estaré.

— Es suficiente.

Así quedó decidido. Mientras el sol se alzaba, un pastor era escogido para conducir el rebaño.

Después, la misa conventual fue dedicada a peregrinos y viajeros.

No había sido fácil fletar un avión para Nueva Roma y aún más difícil fue obtener el permiso de vuelo, una vez conseguido el avión. Durante la emergencia, todos los vuelos civiles pasaron a la jurisdicción de los militares, y se necesitaba un permiso especial. La ZDI local lo había negado. Si el abad Zerchi no hubiese sabido que cierto mariscal del aire y cierto cardenal arzobispo eran amigos, la ostensible peregrinación a Nueva Roma por parte de veintisiete contrabandistas de libros con su zurrón habría podido muy bien esfumarse, debido a la falta de permiso para emplear un transporte rápido. A media tarde, sin embargo, el permiso fue otorgado. El abad Zerchi subió al avión, poco antes del despegue, para despedirse.

— Sois la continuación de la orden — les dijo —, con vosotros va la Memorabilia. También con vosotros va la sucesión apostólica y quizá la Silla de Pedro.

»No, no — añadió en respuesta a los murmullos de sorpresa de los monjes —. No su santidad. No os había dicho esto antes, pero si en la Tierra ocurre lo peor, el Colegio de Cardenales o lo que quede de él, se reunirá. Puede que entonces la colonia Centauro sea declarada un patriarcado separado, con jurisdicción patriarcal absoluta que recaerá sobre el cardenal que os acompañará. Si el azote cae sobre nosotros, el patrimonio de Pedro pasará a él. Porque aunque la vida en la Tierra sea destruida, Dios no lo quiera, mientras el hombre viva en otro sitio, el oficio de Pedro no puede ser destruido. Hay muchos que piensan que si la maldición cae sobre la Tierra, el papado recaerá sobre él por el principio de Epikeia si aquí no hubiese supervivientes. Pero, hermanos, esto no os atañe directamente, aunque estaréis sujetos a vuestro patriarca bajo votos especiales como los que atan a los jesuitas al Papa.

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