Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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»Pasaréis años en el espacio, por lo tanto la nave será vuestro monasterio. Cuando la sede patriarcal se haya establecido en la colonia Centauro, crearéis un convento de religiosas de la Visitación de San Leibowitz de Tycho. Pero la nave permanecerá en vuestras manos al igual que la Memorabilia. Si la civilización, o un vestigio de ella, puede mantenerse en Centauro, enviaréis misiones a los demás mundos colonizados y quizás, eventualmente, a las colonias de sus colonias. Donde quiera que el hombre vaya, vosotros y vuestros sucesores le acompañaréis. Y con vosotros, los restos y recuerdos de más de cuatro mil años. Algunos de los que estáis aquí o de los que os sucederán serán mendigos y vagabundos que enseñarán las crónicas de la Tierra y los cánticos del Crucificado a los pueblos y culturas que puedan crecer fuera de los grupos de colonizadores. Porque algunos pueden olvidan Pueden apartarse de la fe. Enseñadles y recibid en la orden a los que se sientan llamados. Cededles la continuidad. Sed para el hombre el recuerdo de la Tierra y el origen. Recordad esta Tierra, no la olvidéis nunca, pero… no volváis nunca a ella — la voz de Zerchi se hizo débil y ronca —. Si alguna vez lo hacéis, tal vez os encontréis con el arcángel en el extremo este de la Tierra, guardando su entrada con una espada de fuego. Lo presiento. A partir de ahora, el espacio es vuestro hogar. Es un desierto más solitario que el nuestro. Dios os bendiga y rogad por nosotros.

Avanzó lentamente por el pasillo, deteniéndose ante cada asiento para bendecir y abrazar a su ocupante, antes de abandonar el avión.

La nave rodó hasta tomar pista y se elevó rugiendo. La observó hasta que se perdió de vista en el cielo del atardecer. Después, regresó a la abadía y al resto de su rebaño.

En el avión habló como si el destino del hermano Joshua y su grupo fuese tan claro como las oraciones de la misa del día siguiente; pero todos, por supuesto, sabían, que sólo presentaba un plan, describió una esperanza y no una seguridad. Porque el grupo del hermano Joshua sólo había dado el pequeño primer paso de un largo viaje dudoso, un nuevo éxodo de Egipto bajo los auspicios de Dios que, con seguridad, estaba ya muy cansado de la estirpe del hombre.

Los que quedaban tenían la parte más fácil: esperar el final y rezar para que no llegase.

27

«La zona afectada por el Fallout local permanece relativamente estacionaria — dijo el locutor —, y el peligro de una mayor contaminación atmosférica casi ha desaparecido…»

— Bien, por lo menos no ha sucedido nada peor — recalcó el huésped del abad —. Hasta ahora, aquí nos hemos visto libres de ello. Si la conferencia no se divide, parece que estamos a salvo.

— ¿Lo estaremos? — dijo Zerchi con un gruñido —, pero escuche un momento.

«La última lista estimada de muertos — continuaba el locutor —, en este noveno día después de la destrucción de la capital, da dos millones ochocientos mil muertos. Más de la mitad de las víctimas pertenecen a la población de la ciudad, el resto es sólo un cálculo basado en el porcentaje de población en el borde y áreas del Fallout, que se sabe han recibido dosis críticas de radiación. Los expertos predicen que la cantidad aumentará a medida que se produzcan más casos de radiación.

»La ley obliga a esta emisora a emitir el siguiente comunicado dos veces al día durante la emergencia: «Las previsiones de la Ley Pública 10-WR-3E no dan, bajo ningún concepto, poder a los ciudadanos privados para practicar la eutanasia a las víctimas de envenenamiento por radiación. Las víctimas que hayan sido expuestas o que crean haberlo estado en mayor margen que la dosis crítica, deben presentarse a la estación de ayuda de la Estrella Verde más cercana, donde un magistrado tiene poder para otorgar un mandamiento de Mori Vult a cualquiera que certifique adecuadamente ser un caso sin esperanza, si la víctima desea la eutanasia. Cualquier persona afectada por las radiaciones que se quite la vida en cualquier circunstancia que no sea la prevista por la ley será considerada suicida y comprometerá los derechos de sus herederos y dependientes para reclamar los seguros y otros beneficios legales debidos a la radiación. Lo que es más, cualquier ciudadano que ayude a tales suicidios puede ser acusado de criminal. El Acta de Desastre Radiactivo autoriza la eutanasia sólo después del debido proceso legal. Los casos serios de enfermedad por radiactividad deben presentarse inmediatamente a la Estación de Ayuda de la Estrella Verde»

Abruptamente, y con tal fuerza que arrancó el botón de su perno, Zerchi apagó el aparato de radio, se levantó dando un salto de su sillón y fue hacia la ventana para mirar el patio, donde una multitud de refugiados daba vueltas alrededor de unas mesas de madera rápidamente colocadas. La abadía, la vieja y la nueva, estaba llena de gente de todas las edades y procedencias, cuyos hogares se encontraban en las regiones afectadas. El abad hizo un reajuste temporal de las zonas de claustro de la abadía para dar a los refugiados acceso a todos los sitios, excepto a los dormitorios de los monjes. Retiraron el letrero de la puerta, pues había mujeres y niños que debían ser alimentados, vestidos y cobijados.

Vio a dos novicios sacando un caldero humeante de la cocina de emergencia. Lo colocaron sobre una de las mesas y empezaron a repartir la sopa.

El visitante se aclaró la garganta y se removió inquieto en su sillón. El abad se volvió.

— Dicen «después del debido proceso» — gruñó —. El debido proceso de suicidio en masa bajo el apoyo del Estado y con las bendiciones de la sociedad.

— Bien — dijo el huésped —, es evidentemente mejor que dejarles morir poco a poco, de modo tan horrible.

— ¿Lo es? ¿Mejor para quién? ¿Para los que limpian las calles? ¿Mejor para que sus cuerpos vivos vayan por sí mismos a una estación central cuando todavía pueden caminar? ¿Para evitar espectáculos públicos? ¿Para no verse rodeados de tanto horror? Unos millones de cuerpos tirados por ahí podrían dar lugar a una rebelión contra los responsables. Esto es lo que usted y el Gobierno consideran mejor, ¿verdad?

— No sé lo que piensa el Gobierno — dijo el visitante, con un ligero rastro de dureza en la voz —, lo que quise decir es más piadoso. No tengo intención de discutir de filosofía moral con usted. Si cree tener un alma a la que Dios enviará al infierno si escoge morir sin dolor en vez de horriblemente, adelante, créalo. Pero ya sabe que forma parte de una minoría. No estoy de acuerdo con usted, pero no tengo por qué discutirlo.

— Perdone — dijo el abad Zerchi —, no tenía intención de hablar con usted de teología moral. Hablaba únicamente del espectáculo de la eutanasia en masa en términos de motivación humana. La simple existencia del Acta del Desastre de Radiación y las leyes parecidas en otros países es la evidencia más palpable de que los Gobiernos estaban perfectamente al tanto de las consecuencias de otra guerra, pero en vez de tratar de hacer imposible el crimen, trataron de prevenir por adelantado las consecuencias del mismo. ¿Las implicaciones de este hecho no tienen ningún significado para usted, doctor?

— Claro que lo tienen, padre. En lo personal soy un pacifista, pero por el momento nos encontramos atascados en el mundo tal como es, y si no pudieron ponerse de acuerdo en el modo de convertir el acto de la guerra en algo imposible, es mejor hacer algunas previsiones para luchar con las consecuencias, que no prevenir nada.

— Sí y no. Sí, si se trata de anticiparse al crimen de otro. No, si se trata de la anticipación del crimen propio. Y especialmente no si las previsiones para suavizar las consecuencias son también criminales.

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