Robert Silverberg - He aquí el camino
Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - He aquí el camino» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1977, ISBN: 1977, Издательство: Caralt, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:He aquí el camino
- Автор:
- Издательство:Caralt
- Жанр:
- Год:1977
- Город:Barcelona
- ISBN:84-217-5129-8
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
He aquí el camino: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «He aquí el camino»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
He aquí el camino — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «He aquí el camino», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—¿Bien? ¿Por qué no venís?
—No quiero hacerlo —dijo Hoja con voz cansada—. Es absurdo. Es una bruja, una parte suya es Invisible... a estas horas conocerá ya tus planes. Probablemente los supo antes que tú. ¿Cómo vamos a cogerla?
—Deja que me ocupe yo de eso.
—Aun si lo hiciéramos... No. No. No quiero tomar parte en eso. Es imposible. Aun si pudiéramos hacernos con ella. Nos mantendríamos con una espada puesta en su garganta, el jefe haría una seña y cientos de flechas caerían sobre nosotros antes de que pudiéramos mover un músculo. Es una locura.
—Te pido que vengas conmigo.
—Ya te he respondido.
—Entonces iré sin ti.
—Como quieras —dijo Hoja con calma—. Pero no volverás a verme.
—¿Eh?
—Voy a coger lo que me pertenece y dejaré que los Hermanos del Árbol cojan lo que les guste; con un poco de buena marcha podré alcanzar a los Buscadores de Nieve. En una semana aproximadamente habré llegado al Río Medio. Sombra, ¿quieres venir conmigo o prefieres quedarte y morir con Corona?
La Estrella Danzarina contempló fijamente el suelo embarrado.
—No lo sé —dijo—. Déjame pensarlo.
—¿Taco?
—Me voy contigo.
Hoja se volvió a Corona.
—Por favor. Sé razonable. Por última vez: dales el carromato y larguémonos todos juntos.
—Me estás ofendiendo.
—Entonces nos despedimos aquí mismo —dijo Hoja—. Te deseo buena suerte. Taco, vamos por lo nuestro. ¿Sombra? ¿Te vienes con nosotros?
—Tenemos un compromiso con Corona —dijo ella.
—Sí, ayudarle a conducir el carromato. Pero no morir por él. Lo admita o no, Corona ha perdido ya su carromato. Si el vehículo deja de ser suyo, el contrato queda anulado. Espero que vengas con nosotros.
Entró en el vehículo y fue hasta la cabina del centro, en uno de cuyos armarios guardaba las pocas posesiones que había podido llevar consigo. Un par de botas relucientes de cuero, dos antiguas monedas de cobre, tres medallones de marfil, una camisa de seda rojo oscuro, un cinturón ancho y ricamente labrado... no mucho, no demasiado, el salvamento de una vida. Lo empaquetó con celeridad. Cogió un pedazo de carne seca y algo de pan; le duraría un par de días y cuando se le acabara aprendería de Taco y de los Buscadores de Nieve a buscarse el sustento en medio de la penuria.
—¿Listo?
—Listo como siempre —dijo Taco. Su paquete era muy pequeño: una muda, un hacha, un cuchillo, algo de pescado ahumado y nada más.
—Andando, pues.
Mientras se dirigían hacia la compuerta de salida, entró Sombra en el carromato. Parecía grave y circunspecta; tenía las aletas de la nariz brillantes, los ojos contristados. Sin decir una palabra pasó junto a los dos hombres y comenzó a hacer su equipaje. Hoja la esperó. Al cabo de unos minutos reapareció y le hizo una señal con la cabeza.
—Pobre Corona —susurró la muchacha—. No hay forma...
—Ya lo oíste —dijo Hoja.
Salieron del carromato. Corona no se había movido. Estaba como si hubiera echado raíces, a medio camino entre el vagón y la muralla. Hoja le lanzó una mirada inquisidora, como preguntándole si había cambiado de idea, pero Corona no la advirtió. Encogiéndose de hombros, Hoja pasó por su lado, hacia la maleza, en cuyo borde se encontraban pastando las yeguas de la noche. Con afecto levantaba ya las manos para acariciar el cuello de la más cercana cuando Corona volvió a la vida súbitamente y gritó:
—¡Son mis animales! ¡No les pongas las manos encima!
—Sólo les iba a decir adiós.
—¿Crees que voy a permitir que os llevéis alguno? ¿Crees que me he vuelto loco?
Hoja lo miró con tristeza.
—Vamos a hacer el viaje a pie. Sólo iba a decirles adiós. Las yeguas eran amigas mías. Pero no puedes entenderlo.
—Aléjate de los animales, ¡ aléjate!
—Como quieras.
Sombra, como de costumbre, tenía razón. Pobre Corona. Hoja se echó el hato al hombro y caminó hacia la puerta, Sombra a su lado, Taco un poco rezagado. Cuando él y Sombra alcanzaron el portón, volvió la vista y vio a Corona inmóvil todavía, vio a Taco que se detenía, dejaba en el suelo su envoltorio y se arrodillaba.
—¿Te ocurre algo? —dijo Hoja.
—Se me ha desatado la bota —dijo Taco—. Seguid vosotros. Enseguida os alcanzo.
—Te esperamos.
Hoja y Sombra permanecían bajo el dintel de la puerta mientras Taco se ataba los cordones. Al cabo de unos segundos se incorporó, recogió su envoltorio y dijo:
—Tiene que durarme hasta la noche, ya veré luego si...
—¡Mira! —gritó Hoja.
Corona había salido de su quietud y, lanzando un grito de furia, corría velozmente hacia Taco. No tuvo éste oportunidad de dar uno de sus saltos: Corona lo atrapó, lo alzó por sobre su cabeza como un niño y, aullando de rabia, arrojó al hombrecillo al barranco. Agitando brazos y piernas, Taco surcó los aires trazando un elevado arco por encima del borde; pareció bailar en mitad de su trayecto y desapareció. Hubo al rato un crujido amortiguado y enseguida el silencio. Silencio.
—Aprisa —dijo Sombra—. ¡Corona viene hacia aquí!
Corona había dado la vuelta y se lanzaba como una máquina de muerte hacia Hoja y Sombra. Sus salvajes ojos rojizos relampagueaban con ferocidad. Hoja no se movió; Sombra lo sacudió con premura y acabó por empujarlo y conseguir que se moviera. Entre los dos empujaron la pesada puerta y la cerraron en el instante mismo en que Corona se arrojaba contra ella. Hoja corrió los resistentes cerrojos. Corona gritó y golpeó la puerta, pero no pudo forzarla.
Sombra temblaba y sudaba. Hoja la atrajo hacia sí y la sostuvo un instante. Luego dijo:
—Será mejor que nos vayamos. Los Buscadores de Nieve nos llevan buena delantera.
—Taco...
—Lo sé. Lo sé. Vamos, anda.
Media docena de Hermanos del Árbol les aguardaban junto a las casas de madera. Sonreían, farfullaban y señalaban los envoltorios.
—De acuerdo —dijo Hoja—. Adelante. Coged lo que queráis. Tomadlo todo si os parece.
Dedos afanosos deshicieron los hatos de ambos. Del de Sombra cogieron una cinta de brocado y una piedra llana, lisa y verde. Del de Hoja uno de los medallones de marfil, las dos monedas de cobre y una de sus botas. Tributo. Día tras día, los despojos del pasado se le iban escapando de las manos. Sacó la otra bota del saco y la alargó a los Hermanos del Árbol, pero éstos se limitaron a reír y a negar con la cabeza.
—Con una no hago nada —dijo. Pero no la cogieron. Arrojó la bota a los matorrales de la cuneta.
La carretera se curvaba hacia el norte y formaba una suave cuesta, siguiendo el flanco de las colinas bosqueñas en que los Hermanos del Árbol tenían sus casas. Hoja y Sombra caminaban mecánicamente sin hablar mucho. Las huellas de los Buscadores de Nieve podían verse en el suelo, pero estaban todavía muy lejos. Caía ya la tarde y el día se había vuelto luminoso, inesperadamente cálido. Al cabo de una hora dijo Sombra:
—Tengo que descansar.
Le castañeteaban los dientes. Se tendió en la cuneta y se pasó los brazos alrededor del pecho. Por lo general, las Estrellas Danzarinas, gracias a su gruesa piel, no llevaban ropa salvo en los más crudos inviernos; pero la piel no parecía beneficiar mucho a Sombra en aquel momento.
—¿Estás enferma?
—Ya se me pasará. Es la impresión. Taco...
—Sí.
—Y Corona. Me siento muy triste por Corona.
—Un loco —dijo Hoja—. Un asesino.
—No lo juzgues tan a la ligera. Es un hombre sentenciado a muerte, y él no lo ignora; sufre por ello; cuando el miedo y el dolor se le hicieron demasiado insoportables, descargó en Taco. No sabía lo que hacía. Necesitaba desahogarse con algo, aliviar su tortura, eso es todo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «He aquí el camino»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «He aquí el camino» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «He aquí el camino» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.