Robert Silverberg - He aquí el camino

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - He aquí el camino» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1977, ISBN: 1977, Издательство: Caralt, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

He aquí el camino: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «He aquí el camino»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

He aquí el camino — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «He aquí el camino», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Bien? ¿Por qué no venís?

—No quiero hacerlo —dijo Hoja con voz cansada—. Es absurdo. Es una bruja, una parte suya es Invisible... a estas horas conocerá ya tus planes. Probablemente los supo antes que tú. ¿Cómo vamos a cogerla?

—Deja que me ocupe yo de eso.

—Aun si lo hiciéramos... No. No. No quiero tomar parte en eso. Es imposible. Aun si pudiéramos hacernos con ella. Nos mantendríamos con una espada puesta en su garganta, el jefe haría una seña y cientos de flechas caerían sobre nosotros antes de que pudiéramos mover un músculo. Es una locura.

—Te pido que vengas conmigo.

—Ya te he respondido.

—Entonces iré sin ti.

—Como quieras —dijo Hoja con calma—. Pero no volverás a verme.

—¿Eh?

—Voy a coger lo que me pertenece y dejaré que los Hermanos del Árbol cojan lo que les guste; con un poco de buena marcha podré alcanzar a los Buscadores de Nieve. En una semana aproximadamente habré llegado al Río Medio. Sombra, ¿quieres venir conmigo o pre­fieres quedarte y morir con Corona?

La Estrella Danzarina contempló fijamente el suelo em­barrado.

—No lo sé —dijo—. Déjame pensarlo.

—¿Taco?

—Me voy contigo.

Hoja se volvió a Corona.

—Por favor. Sé razonable. Por última vez: dales el carromato y larguémonos todos juntos.

—Me estás ofendiendo.

—Entonces nos despedimos aquí mismo —dijo Hoja—. Te deseo buena suerte. Taco, vamos por lo nuestro. ¿Som­bra? ¿Te vienes con nosotros?

—Tenemos un compromiso con Corona —dijo ella.

—Sí, ayudarle a conducir el carromato. Pero no mo­rir por él. Lo admita o no, Corona ha perdido ya su carromato. Si el vehículo deja de ser suyo, el contrato que­da anulado. Espero que vengas con nosotros.

Entró en el vehículo y fue hasta la cabina del centro, en uno de cuyos armarios guardaba las pocas posesio­nes que había podido llevar consigo. Un par de botas re­lucientes de cuero, dos antiguas monedas de cobre, tres medallones de marfil, una camisa de seda rojo oscuro, un cinturón ancho y ricamente labrado... no mucho, no demasiado, el salvamento de una vida. Lo empaquetó con celeridad. Cogió un pedazo de carne seca y algo de pan; le duraría un par de días y cuando se le acabara apren­dería de Taco y de los Buscadores de Nieve a buscarse el sustento en medio de la penuria.

—¿Listo?

—Listo como siempre —dijo Taco. Su paquete era muy pequeño: una muda, un hacha, un cuchillo, algo de pescado ahumado y nada más.

—Andando, pues.

Mientras se dirigían hacia la compuerta de salida, en­tró Sombra en el carromato. Parecía grave y circunspec­ta; tenía las aletas de la nariz brillantes, los ojos con­tristados. Sin decir una palabra pasó junto a los dos hom­bres y comenzó a hacer su equipaje. Hoja la esperó. Al cabo de unos minutos reapareció y le hizo una señal con la cabeza.

—Pobre Corona —susurró la muchacha—. No hay forma...

—Ya lo oíste —dijo Hoja.

Salieron del carromato. Corona no se había movido. Estaba como si hubiera echado raíces, a medio camino entre el vagón y la muralla. Hoja le lanzó una mirada in­quisidora, como preguntándole si había cambiado de idea, pero Corona no la advirtió. Encogiéndose de hombros, Hoja pasó por su lado, hacia la maleza, en cuyo borde se encontraban pastando las yeguas de la noche. Con afecto levantaba ya las manos para acariciar el cuello de la más cercana cuando Corona volvió a la vida súbita­mente y gritó:

—¡Son mis animales! ¡No les pongas las manos en­cima!

—Sólo les iba a decir adiós.

—¿Crees que voy a permitir que os llevéis alguno? ¿Crees que me he vuelto loco?

Hoja lo miró con tristeza.

—Vamos a hacer el viaje a pie. Sólo iba a decirles adiós. Las yeguas eran amigas mías. Pero no puedes en­tenderlo.

—Aléjate de los animales, ¡ aléjate!

—Como quieras.

Sombra, como de costumbre, tenía razón. Pobre Co­rona. Hoja se echó el hato al hombro y caminó hacia la puerta, Sombra a su lado, Taco un poco rezagado. Cuan­do él y Sombra alcanzaron el portón, volvió la vista y vio a Corona inmóvil todavía, vio a Taco que se detenía, de­jaba en el suelo su envoltorio y se arrodillaba.

—¿Te ocurre algo? —dijo Hoja.

—Se me ha desatado la bota —dijo Taco—. Seguid vosotros. Enseguida os alcanzo.

—Te esperamos.

Hoja y Sombra permanecían bajo el dintel de la puer­ta mientras Taco se ataba los cordones. Al cabo de unos segundos se incorporó, recogió su envoltorio y dijo:

—Tiene que durarme hasta la noche, ya veré luego si...

—¡Mira! —gritó Hoja.

Corona había salido de su quietud y, lanzando un gri­to de furia, corría velozmente hacia Taco. No tuvo éste oportunidad de dar uno de sus saltos: Corona lo atrapó, lo alzó por sobre su cabeza como un niño y, aullando de rabia, arrojó al hombrecillo al barranco. Agitando brazos y piernas, Taco surcó los aires trazando un elevado arco por encima del borde; pareció bailar en mitad de su tra­yecto y desapareció. Hubo al rato un crujido amortigua­do y enseguida el silencio. Silencio.

—Aprisa —dijo Sombra—. ¡Corona viene hacia aquí!

Corona había dado la vuelta y se lanzaba como una máquina de muerte hacia Hoja y Sombra. Sus salvajes ojos rojizos relampagueaban con ferocidad. Hoja no se movió; Sombra lo sacudió con premura y acabó por em­pujarlo y conseguir que se moviera. Entre los dos em­pujaron la pesada puerta y la cerraron en el instante mismo en que Corona se arrojaba contra ella. Hoja corrió los resistentes cerrojos. Corona gritó y golpeó la puerta, pero no pudo forzarla.

Sombra temblaba y sudaba. Hoja la atrajo hacia sí y la sostuvo un instante. Luego dijo:

—Será mejor que nos vayamos. Los Buscadores de Nieve nos llevan buena delantera.

—Taco...

—Lo sé. Lo sé. Vamos, anda.

Media docena de Hermanos del Árbol les aguardaban junto a las casas de madera. Sonreían, farfullaban y se­ñalaban los envoltorios.

—De acuerdo —dijo Hoja—. Adelante. Coged lo que queráis. Tomadlo todo si os parece.

Dedos afanosos deshicieron los hatos de ambos. Del de Sombra cogieron una cinta de brocado y una piedra llana, lisa y verde. Del de Hoja uno de los medallones de marfil, las dos monedas de cobre y una de sus botas. Tributo. Día tras día, los despojos del pasado se le iban escapando de las manos. Sacó la otra bota del saco y la alargó a los Hermanos del Árbol, pero éstos se limitaron a reír y a negar con la cabeza.

—Con una no hago nada —dijo. Pero no la cogieron. Arrojó la bota a los matorrales de la cuneta.

La carretera se curvaba hacia el norte y formaba una suave cuesta, siguiendo el flanco de las colinas bosqueñas en que los Hermanos del Árbol tenían sus casas. Ho­ja y Sombra caminaban mecánicamente sin hablar mu­cho. Las huellas de los Buscadores de Nieve podían ver­se en el suelo, pero estaban todavía muy lejos. Caía ya la tarde y el día se había vuelto luminoso, inesperada­mente cálido. Al cabo de una hora dijo Sombra:

—Tengo que descansar.

Le castañeteaban los dientes. Se tendió en la cuneta y se pasó los brazos alrededor del pecho. Por lo general, las Estrellas Danzarinas, gracias a su gruesa piel, no lle­vaban ropa salvo en los más crudos inviernos; pero la piel no parecía beneficiar mucho a Sombra en aquel mo­mento.

—¿Estás enferma?

—Ya se me pasará. Es la impresión. Taco...

—Sí.

—Y Corona. Me siento muy triste por Corona.

—Un loco —dijo Hoja—. Un asesino.

—No lo juzgues tan a la ligera. Es un hombre senten­ciado a muerte, y él no lo ignora; sufre por ello; cuando el miedo y el dolor se le hicieron demasiado insoporta­bles, descargó en Taco. No sabía lo que hacía. Necesita­ba desahogarse con algo, aliviar su tortura, eso es todo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «He aquí el camino»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «He aquí el camino» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Robert Silverberg - La maison à mi-chemin
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Rządy terroru
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Poznając smoka
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Z Cezarem w krainie cieni
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Old Man
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Nature of the Place
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Reality Trip
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Come Into My Brain
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Choke Chain
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Flucht aus der Zukunft
Robert Silverberg
Отзывы о книге «He aquí el camino»

Обсуждение, отзывы о книге «He aquí el camino» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x