Robert Silverberg - La fiesta de Baco
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- Название:La fiesta de Baco
- Автор:
- Издательство:Caralt
- Жанр:
- Год:1977
- Город:Barcelona
- ISBN:84-217-5129-8
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
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—Creo que comprendo lo que quiere decir, señor. Dios lo bendiga, capitán Oxenshuer. Que tenga un buen viaje.
—Seguro. Gracias. ¿Le he servido para algo?
Casi nadie lo miró —sólo algunos niños— mientras Matt lo conducía por el largo pasillo hacia la mesa que había en la plataforma, en el fondo del salón. La gente parecía extremadamente reservada, como si estuviera en posesión de algún maravilloso secreto del que Oxenshuer se hallara excluido para siempre, y como si pasarse las fuentes de comida le pareciera mucho más interesante que el forastero. Un olor a huevos revueltos dominaba el gran salón. Ese olor grasiento y pesado parecía crecer y expandirse hasta expulsar todo el aire. Oxenshuer descubrió que le faltaba la respiración y se apoderaron de él las náuseas. Sintió pánico. Nunca había imaginado que el olor de unos huevos revueltos pudiera inspirarle terror.
—Por aquí —dijo Matt—. Cálmate, hombre. ¿Te sientes bien?
Por último, llegaron a la mesa elevada. En ella se sentaban sólo hombres de aspecto digno y sereno, probablemente los ancianos de la comunidad. La cabecera de la mesa la ocupaba uno que tenía el aspecto inconfundible de un sumo sacerdote. Tenía bastante más de setenta años —u ochenta o noventa—, y su rostro curtido, de rasgos acusados, estaba lleno de surcos y arrugas. Sus ojos eran inteligentes e intensos y transmitían, al mismo tiempo, una fiera perseverancia y una cálida y generosa humanidad. De cuerpo pequeño, ágil, con un peso de cuarenta y cinco kilos como máximo, se sentaba muy erguido. Era un hombrecillo que imponía mucho. Un adorno metálico en el cuello de su túnica era, quizás, el distintivo de su rango. Inclinándose sobre el anciano, Matt dijo en tono exageradamente claro y fuerte:
—Éste es John. Me gustaría ser su hermano cuando llegue la Fiesta, si puedo. John, éste es nuestro Orador.
Oxenshuer había conocido a papas y presidentes y secretarios generales y, protegido por su propia celebridad, nunca se sintió torpe y cohibido. Pero allí no era una celebridad; no era nadie: un forastero, un desconocido, y se sintió perdido ante el Orador. Mudo, aguardó auxilio. El anciano dijo con una voz tan melodiosa y sonora como el sonido de un violonchelo:
—¿Te unirás a nuestra comida, John? Bienvenido a nuestra ciudad.
Dos de los ancianos le hicieron un sitio en el banco. Oxenshuer se sentó a la izquierda del Orador; Matt, a su lado. Dos chicas de unos catorce años trajeron un cubierto: un plato de plástico, un cuchillo, un tenedor, una cuchara, un vaso. Matt le sirvió huevos revueltos, tostadas y salchichas. A su alrededor continuaba el clamor de la comida. El plato del Orador estaba vacío. Oxenshuer luchó contra las náuseas y se obligó a atacar los huevos.
—Tomamos todas las comidas juntos —dijo el Orador—. Ésta es una comunidad muy unida, a diferencia de todas las comunidades que conozco en la Tierra.
Una de las chicas que servían dijo amablemente:
—Con permiso, hermano —y estirándose sobre el hombro de Oxenshuer llenó su vaso de vino tinto.
¿Vino con el desayuno? Aquí se adora a Dionisos, recordó Oxenshuer.
El Orador dijo:
—Te alojaremos. Te alimentaremos. Te amaremos. Te conduciremos a Dios. Por eso llegaste aquí, ¿verdad? Para estar más cerca de Él, ¿no? Para entrar en el océano de Cristo.
—¿Qué quieres ser de mayor, Johnny?
—Astronauta, señora. Quiero ser el primer hombre que vuele a Marte.
No. Nunca había dicho semejante cosa.
Aquella mañana, más tarde, se instaló en casa de Matt, en el perímetro de la ciudad, con vistas a una de las mesetas. La casa era apenas una cajita verde, de tablas por fuera y delgados tabiques de contra chapado por dentro: un saloncito, tres dormitorios, un baño. Ni cocina ni comedor. («Tomamos todas las comidas juntos.») Las paredes estaban desnudas: ni iconos, ni crucifijos, ni objetos personales en ninguna parte: había una escopeta, una docena de libros y revistas viejos, algunas túnicas y un par de botas en un armario; nada más. La esposa de Matt era una mujercita de treinta años largos, ojos dulces, sumisa y empequeñecida por su robusto marido. Se llamaba Jean. Había tres niños: un chico de doce y dos chicas de nueve y siete. El varón había tenido una habitación propia; sin quejarse, se mudó con sus hermanas, que compartieron una cama, cediéndole la otra, y Oxenshuer ocupó el cuarto del niño. Matt les dijo el nombre de su huésped, pero no parecieron reconocerlo. Era obvio que nunca lo habían escuchado. ¿Se habrían enterado de que, últimamente, una nave espacial terrestre había viajado a Marte? Probablemente, no. Eso le pareció interesante. Durante años, Oxenshuer había tenido que soportar niños paralizados de asombro al encontrarse en presencia de un astronauta genuino. Aquí podía desprenderse del peso de la fama.
Se dio cuenta de que no sabía el apellido de su anfitrión. Le pareció que ya era tarde para preguntárselo directamente a Matt. Cuando una de las niñitas entró en su cuarto, le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Toby —respondió, enseñando una boca donde faltaban dientes.
—¿Toby qué?
—Toby. Sólo Toby.
¿No habría apellidos en la comunidad? Muy bien. ¿Para qué preocuparse por apellidos en un sitio donde todos conocen a todos? Viajad ligeros, hermanos, viajad ligeros; liberaos del exceso de equipaje.
Matt entró y dijo:
—Esta noche, en el consejo, solicitaré oficialmente ser tu hermano. Es sólo una formalidad. Nunca han rechazado una solicitud.
—¿Qué significa, en realidad?
—Es difícil de explicar; todavía no conoces bien nuestras costumbres. Quiere decir... Bueno, que yo seré tu portavoz, tu guía en nuestros rituales.
—¿Una especie de patrocinador?
—Bueno, no. Will y Nick serán tus patrocinadores. Ése es otro nivel de hermandad, inferior, no tan cercano. Yo seré una especie de padrino tuyo, supongo; no puedo explicártelo mejor. A menos que no quieras. No te he consultado. ¿Quieres que sea tu hermano, John?
Era una pregunta imposible. Oxenshuer no podía valorar nada de aquello. Sintiéndose deshonesto, dijo:
—Será un gran honor, Matt.
Matt preguntó:
—¿Tienes verdaderos hermanos? ¿Hermanos de sangre?
—No. Una hermana en Ohio —Oxenshuer pensó un momento—. Hubo un hombre que era como un hermano para mí. Nos conocíamos desde pequeños. Estábamos muy unidos; sí, era un hermano.
—¿Qué le pasó?
—Murió. En un accidente. Muy lejos de aquí.
—Lo siento muchísimo —dijo Matt—. Yo tengo cinco hermanos. Tres fuera de aquí; hace años que no sé nada de ellos. Y dos en la ciudad; ya los conocerás. Te aceptarán como pariente. Todos lo harán. ¿Qué te pareció el Orador?
—Un anciano maravilloso. Me gustaría volver a hablar con él.
—Hablarás mucho con él. Es mi padre, ¿sabes? —Oxenshuer trató de imaginar a aquel hombretón surgiendo de la semilla del menudo Orador, y no lo consiguió. Supuso que Matt estaba hablando de nuevo metafóricamente.
—¿Quieres decir como ese chico que es sobrino tuyo?
—Es mi verdadero padre —dijo Matt—. Soy carne de su carne.
Fue hasta la ventana. Estaba abierta unos diez centímetros.
—¿Demasiado frío para ti, John?
—Está estupendo.
—A veces hace frío, en estas noche de invierno.
Matt guardaba silencio, tratando de medir a Oxenshuer. Luego dijo:
—Oye, ¿has luchado alguna vez?
—Un poco. En la universidad.
—Qué suerte.
—¿Por qué lo preguntas?
—Es una de las cosas que hacen los hermanos aquí; forma parte del ritual. Luchamos un poco. Especialmente el día de la Fiesta. Es importante para el culto. No querría lastimarte cuando lo hagamos. Tú y yo, John, lucharemos un poco estos días a fin de entrenarnos para la Fiesta. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo?
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