Carlos Zafón - El Principle de la Niebla
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Bastaron apenas unos segundos para que Max comprendiera que aquella película no procedía del almacén de ningún viejo cine. No se trataba de una copia de algún filme famoso, ni siquiera de un rollo perdido de algún serial mudo. Las imágenes borrosas y arañadas por el tiempo delataban la evidente condición de aficionado de quien las habla tomado. No era más que una película casera, probablemente rodada años atrás por el antiguo dueño de la casa, el Doctor Fleischmann. Max supuso que lo mismo podría decirse del resto de los rollos que su padre había encontrado en el garaje junto al vetusto proyector. Las ilusiones del cineclub particular de Maximilian Carver se habían venido abajo en menos de un minuto.
La película mostraba torpemente un paseo por lo que parecía un bosque. La cinta había sido rodada mientras el operador caminaba lentamente entre los árboles y la imagen avanzaba a trompicones, con bruscos cambios de luz y enfoque que apenas permitían reconocer el lugar en el que se desarrollaba tan extraño paseo.
- ¿Pero qué es esto? -exclamó Irina, visiblemente decepcionada, mirando a su padre que contemplaba perplejo la extraña y, a la vista del primer minuto de proyección, insufriblemente aburrida película.
- No sé -murmuró Maximilian Carver, hundido -.No esperaba esto…
Max también había empezado a perder interés en la película cuando algo llamó su atención en la caótica cascada de imágenes.
- ¿Y si pruebas con otro rollo, cariño? -sugirió Andrea Carver, tratando de salvar del naufragio la ilusión de su marido por el supuesto archivo cinematográfico del garaje.
- Espera -cortó Max, reconociendo una silueta familiar en la película.
Ahora la cámara había salido del bosque y avanzaba hacia lo que parecía un recinto cerrado por altos muros de piedra con un alto portón de lanzas. Max conocía aquel lugar; había estado allí el día anterior. Fascinado, Max contempló cómo la cámara tropezaba ligeramente para luego adentrarse en el interior del jardín de estatuas.
- Parece un cementerio -murmuró Andrea Carver -. ¿Qué es eso?
La cámara recorrió unos metros por el interior del jardín de estatuas. En la película, el lugar no ofrecía el aspecto de abandono en que él lo había descubierto. No había atisbo de las hierbas salvajes y la superficie del suelo de piedra estaba limpia y pulida, como si un cuidadoso guardián se ocupase de mantener aquel recinto inmaculado día y noche.
La cámara se detuvo en cada una de las estatuas dispuestas en los puntos cardinales de la gran estrella que podía distinguirse claramente al pie de las figuras. Max reconoció los rostros de piedra blanca y sus ropajes de feriantes de circo ambulante. Había algo inquietante en la tensión y la postura que adoptaban los cuerpos de aquellas figuras fantasmales y en la mueca teatral de sus rostros enmascarados tras una inmovilidad que tan sólo parecía aparente.
La película fue mostrando a los componentes de la banda circense sin corte alguno. La familia contempló aquella visión espectral en silencio, sin más ruido que el quejumbroso traqueteo del proyector. Finalmente, la cámara se dirigió hacia el centro de la estrella trazada sobre la superficie del jardín de estatuas. La imagen reveló la silueta a contraluz del payaso sonriente, sobre el que convergían todas las demás estatuas. Max observó detenidamente las facciones de aquel rostro y sintió de nuevo aquel escalofrío que le había recorrido el cuerpo cuando lo había tenido frente a frente. Había algo en la imagen que no concordaba con lo que Max recordaba de su visita al jardín de estatuas, pero la deficiente calidad de la película le impidió obtener una visión clara del conjunto de la estatua que le permitiese advertir qué era. La familia Carver permaneció en silencio mientras los últimos metros de película corrían bajo el haz del proyector. Maximilian Carver paró el aparato y encendió la luz.
- Jacob Fleischmann -murmuró Max -.Estas son las películas caseras de Jacob Fleischmann.
Su padre asintió en silencio. Se había acabado la sesión de cine y Max sintió por unos segundos que la presencia de aquel invitado invisible que casi diez años atrás se había ahogado a pocos metros de allí, en la playa, impregnaba cada rincón de aquella casa, cada peldaño de la escalera, y le hacía sentir como un intruso.
Sin mediar más palabras, Maximilian Carver empezó a desmantelar el proyector y Andrea Carver cogió a Irina en sus brazos y se la llevó escaleras arriba para acostarla.
- ¿Puedo dormir contigo? -preguntó Irina, abrazándose a su madre.
- Deja esto -dijo Max a su padre -.Yo lo guardaré.
Maximilian sonrió a su hijo y le palmeó la espalda, asintiendo.
- Buenas noches, Max -el relojero se volvió hacia su hija -.Buenas noches, Alicia.
- Buenas noches, papá -contestó Alicia observando cómo su padre enfilaba las escaleras hacia el piso de arriba con un aire de cansancio y decepción.
Cuando los pasos del relojero se perdieron, Alicia miró a Max fijamente.
- Prométeme que no le dirás a nadie lo que voy a contarte.
Max asintió.
- Prometido. ¿De qué se trata?
- El payaso. El de la película -empezó Alicia -. Lo he visto antes. En un sueño.
- ¿Cuando? -preguntó Max, sintiendo que el pulso se le aceleraba.
- La noche antes de venir a esta casa -respondió su hermana.
Max se sentó frente a Alicia. Era difícil leer las emociones en aquel rostro, pero Max intuyó una sombra de temor en los ojos de la muchacha.
- Explícamelo -solicitó Max -. ¿Qué soñaste exactamente?
- Es raro, pero en el sueño era, no sé, como diferente -dijo Alicia.
- ¿Diferente? -preguntó Max -. ¿En qué forma?
- No era un payaso. No sé -respondió encogiéndose de hombros, como si tratase de restar importancia al hecho, aunque su voz temblorosa traicionaba sus pensamientos -. ¿Crees que significa algo?
- No -mintió Max -, probablemente no.
- Supongo que no -corroboró Alicia -. ¿Lo de mañana sigue en pie? Ir a bucear…
- Claro. ¿Te despierto?
Alicia sonrió a su hermano menor. Era la primera vez que Max la veía sonreír en meses, tal vez en años.
- Estaré despierta -contestó Alicia mientras se dirigía a su habitación -.Buenas noches.
- Buenas noches -contestó Max.
Max esperó a escuchar la puerta de la habitación de Alicia cerrarse y se sentó en la butaca del salón, junto al proyector. Desde allí podía escuchar a sus padres hablar a media voz en su habitación. El resto de la casa se sumió en el silencio nocturno, apenas enturbiado por el sonido del mar rompiendo en la playa. Max comprobó que alguien le miraba desde el pie de las escaleras. Los ojos amarillentos y brillantes del gato de Irina le observaban fijamente. Max devolvió la mirada al felino.
- Largo -le ordenó.
El gato le sostuvo la mirada durante unos segundos y luego se perdió en las sombras. Max se incorporó y empezó a recoger el proyector y la película. Pensó en llevar de nuevo el equipo al garaje pero la idea de salir afuera en plena noche le resultó poco seductora. Apagó las luces de la casa y subió hasta su cuarto. Atisbó a través de la ventana en dirección al jardín de estatuas, indistinguible en la negrura de la noche. Se tendió en la cama y apagó la lamparilla de la mesita de noche. Al contrario de lo que Max esperaba, la última imagen que desfiló por su mente aquella madrugada antes de sucumbir al sueño no fue el siniestro paseo cinematográfico por el jardín de estatuas, sino aquella sonrisa inesperada de su hermana Alicia minutos antes en el salón. Había sido un gesto aparentemente insignificante pero, por algún motivo que no acertaba a comprender, Max intuyó que se había abierto una puerta entre ellos y que, desde aquella noche, nunca volvería a ver a su hermana como a una desconocida.
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