Joseph Conrad - Nostromo
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - Nostromo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Nostromo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Nostromo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nostromo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nostromo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nostromo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La cuestión era si consentiría en emprender el viaje con una misión tan peligrosa y desesperada. Monygham era bastante observador para haber notado desde el principio de la entrevista algo especial en los modales del hombre. Sin duda era el despecho que le causaba la pérdida de la plata. "Será necesario ganarme toda su confianza", se decía con cierta penetración del fondo del carácter peculiar de Nostromo. El silencio de éste se hallaba dominado de tétrica irresolución, ira y recelo. A pesar de ello, fue el primero en romperlo.
– Lo de menos es la travesía a nado -dijo. -Lo anterior, lo anterior… y lo que viene después de eso…
Y no acabó de expresar su pensamiento, parándose en seco, como si ante él hubiera surgido un obstáculo infranqueable. Entretanto el doctor seguía meditando sus planes con sutileza maquiavélica. Poniendo en su acento toda la simpatía de que era capaz, comentó:
– Es una desgracia, capataz; pero a nadie le pasa por las mientes recriminarle a usted. Una gran desgracia. Desde luego afirmo que el tesoro no debió salir de la montaña. Decoud fue el que…, pero ya es muerto: no hay por qué hablar de él.
– No -asintió Nostromo, al callar el doctor-, no hay necesidad de hablar de los muertos. Pero yo no lo estoy todavía.
– Así es. Y por cierto que sólo un hombre de la intrepidez de usted hubiera podido salvarse.
Al hablar así, el doctor Monygham era sincero. Tenía elevado concepto del valor audaz de aquel hombre, a pesar de estimarle en poco por haber perdido la confianza en la humanidad en general a causa de la terrible caída moral que él mismo había dado. Habiendo tenido que arrastrar con sus solas fuerzas, durante el período en que anduvo errante por el interior del país no pocos peligros físicos, conocía bien el elemento más temible común a todos ellos: el sentimiento irresistible y paralizador de la debilidad humana, que abate al hombre en lucha con las fuerzas de la naturaleza, aislados lejos de la vista de sus semejantes. Por eso estaba admirablemente preparado para apreciar el arrojo que, según le pintaba su imaginación, había necesitado el capataz cuando, tras horas de tensión y angustia, se había arrojado de pronto a un abismo de agua y tinieblas, sin tierra ni cielo, luchando en el trance no sólo con ánimo firme, sino con ostensible éxito. Por supuesto, el hombre era un nadador incomparable -eso nadie lo ignoraba-; pero el doctor comprendía que la hazaña demostraba una fortaleza de espíritu todavía mayor. Esto le agradaba, permitiéndole augurar un éxito feliz para la ardua empresa que pensaba confiar al capataz, tan admirablemente restituido a sus antiguas funciones. Y en un tono de vaga adulación apuntó la observación:
– La oscuridad debió ser espantosa.
– La noche más negra del golfo -asintió brevemente el capataz, ablandado por el asomo de interés que el doctor manifestaba por conocer sus aventuras.
Dejó caer algunas frases describiendo lo ocurrido con afectada y arisca indiferencia. En aquel momento se sintió comunicativo. Aguardó nuevas demostraciones de aquella curiosidad, que, bien o mal recibidas por él, le restituyeran su antiguo ascendiente y fama, única pérdida grave en aquel encargo abominable del traslado de la plata. Pero el doctor, absorto en su peculiar proyecto, se había aferrado a proseguir en el mismo tema. Sin percatarse de lo que decía, dejó escapar una exclamación de pena.
– ¡Lástima que no haya usted pedido auxilio o encendido una luz…!
Esta salida inesperada dejó atónito al capataz por el atroz frío desconocimiento de su carácter, que reflejaba. Era como si hubiera dicho: "¡Lástima que no haya dado usted pruebas de ser un cobarde, o que no se haya usted cortado el cuello al verse en situación tan adversa!" Como es natural, creyó que el doctor se refería a su persona, cuando en realidad el último pensaba en el tesoro; y esto con muchas reservas mentales. La sorpresa y la indignación dejaron mudo al capataz, y las violentas palpitaciones del corazón le martilleaban los oídos, así que apenas se enteró de que el doctor seguía diciendo:
– Porque estoy convencido de que Sotillo, en apoderándose de la plata hubiera virado en redondo y navegado con rumbo a cualquier puerto poco importante de fuera de la República. Económicamente hubiera sido una pérdida, pero no tan grande como la de haberse ido a pique. En todo caso lo mejor hubiera sido tener el tesoro a mano e invertir una parte de él en comprar a Sotillo. Con todo, dudo que don Carlos se hubiera resuelto a hacerlo. No sirve para vivir en Costaguana, y eso es evidente, capataz. El último había dominado la furia, que zumbaba como una tempestad en sus oídos, a tiempo para oír el nombre de don Carlos. Parecióle salir de aquel estado convertido en otro hombre -un hombre que hablaba midiendo las palabras y con voz suave y reposada.
– ¿Y habría quedado satisfecho don Carlos de que yo entregara el tesoro?
– Por mi parte no extrañaría que a todos les pareciera ahora lo mejor -replicó el doctor con aire tétrico. -A mí nunca me consultó. Decoud es el que impuso su parecer. Supongo que los autores del proyecto de trasladar la plata habrán abierto los ojos a la hora presente. Yo sólo diré que si por un milagro volviera la plata al puerto, se la daría a Sotillo. Y tal como están las cosas, nadie me negaría su aprobación.
– Si por un milagro volviera al puerto -repitió el capataz muy bajo, y prosiguió, alzando la voz: -Eso, señor, sería un milagro mayor que todos los que hacen los santos.
– Lo creo, capataz-asintió secamente el doctor.
Y siguió exponiendo sus ideas sobre la peligrosa influencia de Sotillo en la situación; mientras el capataz, que le escuchaba como en sueños, se sentía tan postergado como la forma indistinta e inmóvil del muerto, que veía en postura vertical debajo de la viga, con aspecto de escuchar también, desatendido, olvidado, a modo de un terrible ejemplo del abandono e indiferencia de los hombres.
– De modo que, si acudieron a mí, ¿fue por un capricho irreflexivo y tonto? -interrumpió de repente. -¿No había hecho ya bastante por ellos, para que me tuvieran alguna consideración? ¡ Por Dios ! ¿O es que los hombres finos no tienen por qué inquietarse mientras haya un hombre del pueblo dispuesto a arriesgar su cuerpo y su alma? ¿Qué? ¿La gente del pueblo no tenemos alma? ¿Somos como los perros?
– Pero estaba de por medio Decoud con su plan -recordó de nuevo el doctor.
– ¡Sí! Y el ricacho de San Francisco, que también tenía que ver con ese tesoro… ¿qué se yo? ¡No! He oído demasiado. Me parece que a los ricos les está permitido todo.
– Comprendo, capataz… -empezó el doctor.
– ¿Qué capataz? -interrumpió Nostromo, esforzando la voz, pero sereno. -El capataz se acabó; ha muerto. No hay capataz. ¡Oh, no! Ustedes no hallarán más capataz.
– ¡Vamos!, ¡vamos! ¡Eso es infantil! -reconoció el doctor; y el otro se calmó al punto.
– La verdad es que he sido como un chicuelo -musitó. Y sus ojos volvieron a tropezar con el cadáver de la víctima, suspendido en su terrible inmovilidad, que parecía la paciente quietud de la atención. Luego preguntó en voz baja, con aire distraído:
– ¿Por qué Sotillo ha dado tormento a este infeliz? ¿Lo sabe usted? No hay tortura como la del miedo que padecía. Comprendo que le matara, porque no se podía sufrir el espectáculo de su angustia. Pero ¿a qué atormentarle de ese modo? No podía declarar más.
– No; no podía decir más. Cualquier persona sensata lo hubiera comprendido así. Pero debe usted saber una cosa, capataz. Sotillo no quiso creer lo que dijo. Ni una palabra.
– ¿Qué es lo que no quiso creer? No comprendo.
– Yo sí, porque le he visto. Se niega a creer que se haya perdido el tesoro.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Nostromo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nostromo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Nostromo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.