Lorenzo Silva - El alquimista impaciente

Здесь есть возможность читать онлайн «Lorenzo Silva - El alquimista impaciente» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El alquimista impaciente: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El alquimista impaciente»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un cadáver desnudo, sin rastros de violencia, aparece atado a una cama en un motel de carretera. ¿Se trata o no de un crimen? El sargento Bevilacqua, atípico investigador criminal de la Guardia Civil, y su ayudante, la guardia Chamorro, reciben la orden de resolver enigma. La investigación que sigue no es una mera pesquisa policial. El sargento y su ayudante deberán llegar al lado oscuro e inconfesable de la víctima, a su sorprendente vida secreta, así como a las personas que la rodeaban, en su familia, en la central nuclear donde trabajaba.

El alquimista impaciente — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El alquimista impaciente», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Y bien. ¿Han encontrado ya a esa mujer? -preguntó al fin, en tono neutro, como si quisiera afectar indiferencia.

– No -confesé, con humildad-. Y creo que nos costará bastante hacerlo, salvo que usted pueda darnos alguna pista.

Blanca Díez dejó escapar una risa fatigada. -No sé cómo podría. Todavía no consigo hacerme a la idea. Creí que ustedes vendrían y me explicarían algo. Que me contarían, por ejemplo, si es verdad todo lo que dicen los periódicos.

Era un trago, pero me pertenecía. Sin arredrarme, lo afronté:

– Todo, no. Siempre inventan algo. Lo que nosotros podemos decirle, y es prácticamente cuanto sabemos, es que su marido apareció desnudo y maniatado, en la habitación del motel. También puedo informarle de que los análisis han revelado una alta concentración de alcohol y drogas en su organismo. Y por lo que se refiere a otros detalles, al parecer llegó a la habitación acompañado de una mujer muy atractiva con acento extranjero, Por cierto utensilio hallado en el cadáver, da la impresión de que hubieran practicado con él, en fin, ciertos juegos no demasiado corrientes.

– Un eufemismo lamentable, sargento -desaprobó mis esfuerzos la viuda-. Aunque en el fondo se lo agradezco.

Me dolió percibir aquella condescendencia en las facciones de Juana de Arco, pero la vida a veces tiene esa perversa habilidad para herirnos. De modo que me saqué la daga de las costillas y decidí empezar a atacar:

– Señora Díez, ¿acostumbraba su marido a pasar la noche fuera de casa?

Blanca Díez se tomó un segundo, antes de responder. -Lo había hecho alguna vez. Pero no acostumbraba. -¿Por qué lo había hecho antes? ¿Había algún problema entre ustedes?

– Había muchos -dijo, con una sonrisa-. Dos hijos, esta casa, la otra, su trabajo, el mío, y las cicatrices de doce años de convivencia. Montones de problemas, como en cualquier matrimonio. Si me pregunta si yo le quería, no tenga duda. Si quiere saber si él me quería, puede ir al cementerio y llamar a la tumba. Yo sólo puedo decirle que no me parecía que no.

No titubeaba en ninguna frase, en ninguna palabra. Era como si se estuviera sometiendo a una prueba. Y como si la estuviera superando. De todo su discurso seleccioné un punto que podía ayudarme a ficharla.

– ¿Puedo preguntarle en qué trabaja usted, señora Díez?

– Puede. Soy traductora.

Me extrañó. No pude evitar decirlo en voz alta:

– ¿Y no la perjudica para su trabajo vivir aquí?

– En absoluto. Tengo ordenador y teléfono. Me envían los textos y yo los devuelvo traducidos por Internet. Es lo más cómodo para mí y también para quienes me encargan los trabajos. Tienen prisa, casi siempre.

– ¿De qué lengua traduce? -me dejé llevar por la curiosidad.

– Del inglés y del alemán, sobre todo. Del italiano y del francés, rara vez. Inventan menos, o lo venden peor.

Aunque me lo contaba todo, amablemente, advertí en su mirada que si seguía interrogándola sobre sus cosas acabaría encontrándome con alguna pulla que lamentaría escuchar. Así que volví al hilo:

– Quisiera hacerle una pregunta delicada, señora Díez. ¿Sabe si su marido tomaba alcohol o drogas habitualmente?

– Que yo sepa, vino en las comidas. Y más bien poco.

– ¿Nada más?

– Nada. Si acaso puede añadirle unas pastillas que le habían recetado.

– ¿Qué clase de pastillas?

– No soy experta en eso. Desde hacía algunos meses tenía problemas de insomnio, palpitaciones, incluso le dio alguna convulsión. Fue al médico y le dijo que eran crisis de angustia, o algo parecido. Por estrés, o porque sí. A veces, por lo visto, la causa es puramente química. Le mandaron una medicina para controlarlo. Y la verdad es que había mejorado bastante.

– No tendrá por ahí algún frasco de esa medicina.

– Creo que sí.

Volvió al cabo de un minuto con el medicamento. Miré la composición: bromazepam. Saqué el prospecto y anoté mentalmente los efectos derivados de una dosis excesiva, y de su combinación con otras sustancias. Por lo demás, eran unas pastillitas diminutas, que casi parecían de juguete.

– Haga un esfuerzo, por favor. ¿No se le ocurre a usted ninguna razón por la que su marido podía sufrir esas crisis? -escarbé.

– Ninguna o cien, al final es lo mismo. Podía ser su trabajo, la obra de la casa, la mudanza, o quizá que ya había pasado de cuarenta años y veía que le faltaba menos para morirse. La angustia es libre, sargento.

Decía la verdad o no, eso no podía discernirlo. Pero lo que a aquellas alturas quedaba claro era que con más preguntas directas por ese camino no iba a conseguir nada de ella. Era demasiado fuerte, suponiendo que mintiera, para caer ante mis pobres recursos inquisitivos.

– Tienen ustedes una bonita casa -observé.

– No está mal -admitió, apagada-. A él le hacía mucha ilusión. Ya ve.

– No quisiera ser indiscreto, pero a juzgar por esto y algunas otras cosas, no parece que la economía debiera preocupar a su marido.

– Ganaba un buen sueldo. Y a mí no me pagan poco, por si había pensado que sí -dijo, inmodesta-. Estoy especializada en algunas materias en las que cuesta encontrar traductores que no entreguen chapuzas inmundas.

Otro pinchazo en hueso. Tampoco por aquí había muchas perspectivas. Aunque fuera algo ventajista por mi parte, decidí volver a lo afectivo: -Me resulta muy embarazoso preguntarle esto, señora Díez, pero puede ser importante para la investigación. Que usted supiera, ¿su marido salió alguna vez con otras mujeres durante su matrimonio?

– Que yo supiera, no -repuso, lacónicamente.

– ¿Y a qué achaca que hace tres días decidiera hacerlo?

Aquí, Blanca Díez pareció por primera vez no tenerlas todas consigo. Se retorció lentamente las manos, antes de responder:

– No está preguntando a quien debe, sargento. Tal vez deba preguntárselo a usted mismo, como hombre. ¿Por qué una persona como Trinidad, cariñoso, responsable, sensato como pocos, pierde de pronto la cabeza y se va con una zorra a hacer todo tipo de disparates, que terminan por costarle la vida? Dígame usted, ¿qué voy a poder contarles a sus hijos, cuando me pregunten, ahora o dentro de unos años? ¿Que para el hombre que fue su padre, de repente, nada valió más que una rubia con las tetas duras?

Si había querido devolverme el golpe, lo había conseguido. De improviso me sentía allí, entre ella y Chamorro, como el acusado ante el más severo de los tribunales. Mi abominable delito: hacer pipí de pie.

Por fortuna, disponía de una ayudante con reflejos.

– Escúcheme, señora Díez -se interpuso, con suavidad-. Para nosotros, se trata principalmente de saber si a su marido le quitaron la vida o falleció por causas accidentales. Si no hay nada que nos haga pensar lo contrario, habrá que inclinarse por lo segundo. Y si llegamos a esa conclusión, no vamos a perder mucho tiempo tratando de dar con esa mujer.

– Me importa bien poco si dan con ella o no, agente -se revolvió la viuda.

Aquello había tocado fondo. Vi que no serviría de nada prolongarlo.

– Está bien, señora Díez -dije-. Tomo nota de su teoría. Si no he entendido mal, lo que cree es que su marido sufrió una especie de arrebato erótico.

– Yo no tengo ninguna teoría, sargento -respondió, recobrando la frialdad-. Espero a conocer los resultados de su investigación.

Blanca Díez nos acompañó hasta la verja. Los dos rottweilers seguían atados, aunque luchaban furiosos por romper sus cadenas. Causaba cierto nerviosismo mirarlos. Como bien señaló alguien, ninguna cadena es más fuerte que su eslabón más débil. La lluvia había amainado y la viuda de Trinidad Soler caminaba junto a nosotros con los brazos cruzados sobre el pecho. Cuando llegamos afuera, me dirigí a ella con precaución:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El alquimista impaciente»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El alquimista impaciente» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El alquimista impaciente»

Обсуждение, отзывы о книге «El alquimista impaciente» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x