Móntalo vuelve a animarme. Intento recordar.
He aquí la primera estrofa del poema de mi padre, tal como yo la recuerdo:
Alza su múltiple cabeza la Hidra,
Ruge el horrendo león, y hacen resonar
Sus cascos de bronce las yeguas antropófagas.
– ¡Es el comienzo de un poema de mi padre! -afirmo, en el colmo del asombro. Montalo parece muy triste por un instante. Asiente con la cabeza y murmura:
– Conozco el resto.
A veces, las ideas y teorías de los hombres
Hazañas de Hércules me parecen,
En combate perenne contra las criaturas
Que se oponen a la nobleza de su razón.
Pero, como un traductor encerrado por un loco
Y obligado a descifrar un texto absurdo,
Así imagino en ocasiones a mi pobre alma
Incapaz de hallar el sentido de las cosas.
Y tú, Verdad final, Idea platónica
– Tan semejante en belleza y fragilidad
A un lirio en las manos de una muchacha-,
¡Cómo gritas pidiendo ayuda al comprender
Que el peligro de tu inexistencia te sepulta!
¡Oh Hércules, vanas son todas tus proezas,
Pues conozco hombres que aman a los monstruos,
Y se entregan con deleite al sacrificio,
Haciendo de las dentelladas su religión!
Brama el toro entre la sangre,
El Can ladra y vomita fuego,
Aun las doradas manzanas del jardín
Vigiladas están por la afanosa serpiente.
He copiado el poema entero. Lo releo. Lo recuerdo.
– ¡Es un poema de mi padre!
Montalo baja los ojos. ¿Qué irá a decir? Dice:
– Es un poema de Filotexto de Quersoneso. ¿Recuerdas a Filotexto?
– ¿El escritor que aparece en el capítulo séptimo cenando con los mentores en la Academia?
– Eso es. Filotexto usó su propio poema para inspirarse en las imágenes eidéticas que contiene La caverna : los Trabajos de Hércules, la muchacha del lirio, el traductor…
– Pero entonces…
Montalo asiente. Su expresión es inescrutable.
– Sí: La caverna de las ideas fue escrita por Filotexto de Quersoneso -dice-. No me preguntes cómo lo sé, porque el hecho es que lo sé. Pero sigue traduciendo, por favor. Falta un poco para llegar al final. (N. del T.)
[138]«Serpiente» y «árbol». La sangre que mana de la cabeza de Crántor forma una doble y bella imagen eidética sobre el monstruo que custodia las Manzanas Doradas y los árboles de las que éstas penden… ¡La posibilidad de que mi padre plagiara un poema de Filotexto sigue preocupándome!… Montalo me ordena: «Traduce». (N. del T.)
[139]El macabro hallazgo de los cuerpos de los sectarios reproduce, en eidesis, el árbol de las «Manzanas de las Hespérides», colgadas y «bañadas en oro», como imagen final. (N. del T.)
[140]-¡El texto está incompleto!
– ¿Por qué lo dices? -pregunta Montalo.
– Porque termina con esta frase: «Entonces, el Traductor dijo»…
– No -replica Móntalo. Me mira de forma extraña-. El texto no está incompleto.
– ¿Quieres decir que hay más páginas ocultas en otra parte?
– Sí.
– ¿Dónde?
– Aquí -responde, encogiéndose de hombros.
Mi desconcierto parece divertirle. Entonces pregunta bruscamente:
– ¿Ya has hallado la clave de la obra?
Pienso durante un instante y murmuro, titubeando:
– ¿Quizás es el poema?…
– ¿Y qué significa el poema?
Tras una pausa, respondo:
– Que la verdad no puede ser razonada… O que es difícil encontrar la verdad…
Montalo parece decepcionado.
– Ya sabemos que es difícil encontrar la Verdad -comenta-. Esta conclusión no puede ser la Verdad… porque, en tal caso, la Verdad no sería nada . Y tiene que haber algo , ¿no? Dime: ¿cuál es la idea final, la clave del texto?
– ¡No lo sé! -grito.
Le veo sonreír, pero su sonrisa es amarga.
– Quizá la clave sea tu propio enfado, ¿no? -dice-, esta ira que ahora sientes contra mí… o el placer que experimentaste cuando imaginabas retozar con la hetaira… o el hambre que padecías cuando yo me retrasaba con la comida… o la lentitud de tus intestinos… Puede que sean ésas las únicas claves. ¿Para qué buscarlas en el texto? ¡Están en nuestros propios cuerpos!
– ¡Deja de jugar conmigo! -replico-. ¡Quiero saber qué relación existe entre esta obra y el poema de mi padre!
Montalo adopta una expresión seria y recita, como si leyera, en tono fatigado:
– Ya te dije que el poema es de Filotexto de Quersoneso, escritor tracio que vivió en Atenas durante sus años de madurez y frecuentó la Academia de Platón. Basándose en su propio poema, Filotexto compuso las imágenes eidéticas de La caverna de las ideas . Ambas obras se inspiraron en sucesos reales ocurridos en Atenas durante aquella época, particularmente el suicidio colectivo de los miembros de una secta muy similar a la que se describe aquí. Este último acontecimiento influyó mucho en Filotexto, que veía en tales ejemplos una prueba de que Platón se equivocaba: los hombres no escogemos lo más malo por ignorancia sino por impulso, por algo desconocido que yace en cada uno de nosotros y que no puede ser razonado ni explicado con palabras…
– ¡Pero la historia le ha dado la razón a Platón! -exclamo con energía-. Los hombres de nuestra época son idealistas y se dedican a pensar y a leer y descifrar textos… Muchos somos filósofos o traductores… Creemos firmemente en la existencia de Ideas que no percibimos con los sentidos… Los mejores de nosotros gobiernan las ciudades… Mujeres y hombres trabajan por igual en las mismas cosas y tienen los mismos derechos. El mundo se halla en paz. La violencia se ha extinguido por completo y…
La expresión de Montalo me pone nervioso. Interrumpo mi emocionada declaración y le pregunto:
– ¿Qué ocurre?
Lanzando un profundo suspiro, con los ojos enrojecidos y húmedos, replica:
– Ésa es una de las cosas que se propuso demostrar Filotexto con su obra, hijo: el mundo que estás describiendo… el mundo en que vivimos… nuestro mundo… no existe . Y, probablemente, no existirá jamás -y, en tono sombrío, añade-: El único mundo que existe es el de la obra que has traducido: la Atenas de posguerra, esa ciudad repleta de locuras, éxtasis y monstruos irracionales. Ése es el mundo real, no el nuestro. Por tal motivo te advertí que La caverna de las ideas afectaba a la existencia del universo…
Le observo. Parece estar hablando en serio, pero sonríe.
– ¡Ahora sí que creo que estás completamente loco! -le digo.
– No, hijo. Haz memoria.
Y de repente su sonrisa se vuelve bondadosa, como si ambos compartiéramos la misma desgracia. Dice:
– ¿Recuerdas, en el capítulo séptimo, la apuesta entre Filotexto y Platón?
– Sí. Platón afirmaba que no podría escribirse jamás un libro que contuviera los cinco elementos de sabiduría. Pero Filotexto no estaba tan convencido…
– Eso es. Pues bien: La caverna de las ideas es el resultado de la apuesta entre Filotexto y Platón. A Filotexto la empresa le parecía muy difícil: ¿cómo crear una obra que incluyera los cinco elementos platónicos de sabiduría?… Los dos primeros eran sencillos, si recuerdas: el nombre es el nombre de las cosas, simplemente, y la definición, las frases que decimos acerca de ellas. Ambos elementos figuran en un texto normal. Pero el tercero, las imágenes, ya representaba un problema: ¿cómo crear imágenes que no fueran simples definiciones, formas de seres y cosas más allá de las palabras escritas? Entonces, Filotexto inventó la eidesis…
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