No quise preguntarle. No quise saberlo. Me amarré a su tibio cuerpo con fuerza. Entonces percibí su risa: suave, creciente, naciendo en su vientre como la alegre presencia de otra vida.
– Oh… oh… oh… -dijo sin dejar de reír.
Después, mucho después, leí lo que ella había leído, y comprendí por qué se reía.
He decidido continuar con la traducción. Reanudo el texto a partir de la frase: «Pero aún no había visto el rostro de la figura». (N. del T.)
[54]Laguna textual a partir de aquí. Móntalo afirma que las cinco líneas siguientes son ilegibles. (N. del T.)
[55]
[56]Durante estas últimas horas he recuperado el control de mis nervios. Ello se debe, sobre todo, a que he distribuido racionalmente mis períodos de descanso entre los párrafos: estiro las piernas y doy breves paseos alrededor de mi celda. Gracias a este ejercicio he logrado concretar mejor el reducido mundo en que me hallo: un rectángulo de cuatro pasos por tres con un camastro en una esquina y una mesa con su silla junto a la pared opuesta; sobre la mesa, mis papeles de trabajo y el texto de La caverna de Montalo. También dispongo -¡oh lujo derrochador!- de un pequeño agujero excavado en el suelo para hacer mis necesidades. Una maciza puerta de madera con flejes de hierro me niega la libertad. Tanto la cama como la puerta -no digamos el agujero- son vulgares. La mesa y la silla, sin embargo, parecen muebles caros. Poseo, además, abundante material de escritura. Todo esto representa un buen cebo para mantenerme ocupado. La única luz que mi carcelero me permite es la de esta lámpara miserable y caprichosa que ahora contemplo, colocada sobre la mesa. Así pues, por mucho que intente resistirme siempre termino sentándome y continuando con la traducción, entre otras cosas para no volverme loco. Sé que eso es exactamente lo que quiere Quiensea. «¡Traduce!», me ordenó a través la puerta hace… ¿cuánto tiempo?… pero… Ah, oigo un ruido. Seguro que es la comida. Por fin. (N. del T.)
[57]Yo también percibo sombras en mi «celda-caverna»: las palabras helénicas me bailan en los ojos -¿cuánto tiempo hace que no veo la luz del sol, que es la del Bien, de la que todo procede? ¿Dos días? ¿Tres?-. Pero más allá de esta frenética danza de grafismos intuyo los «retorcidos colmillos» y el pelaje «erizado» y «áspero» de la Idea de Jabalí, relacionada con el tercer Trabajo de Hércules, la captura del Jabalí de Erimanto. Y si en ninguna parte se menciona la palabra «jabalí» pero aun así yo veo uno -incluso creo escucharlo: sus roncos bufidos, la polvareda de sus pataleos, el irritante arañazo de las ramas bajo sus pezuñas-, entonces es que la Idea de Jabalí existe , es tan real como yo. ¿Se hallaba Montalo interesado en esta obra porque consideraba que probaba definitivamente la teoría platónica de las Ideas? ¿Y Quiensea? ¿Por qué se ha dedicado primero a jugar conmigo, añadiendo texto falso al original, y después me ha secuestrado? Deseo gritar, pero creo que la Idea de Grito es la que más me desahogaría. (N. del T.)
[58]Sí. Mucha, Crántor. Te estoy traduciendo mientras degusto las inmundicias que Quiensea ha tenido a bien dejarme hoy en la escudilla. ¿Te apetece probar un poco? (N. del T.)
[59]Las palabras eidéticas del capítulo, sí, ya lo había advertido. Gracias de todas formas, Crántor. (N. del T.)
[60]Sí, también. Lo adivinas todo, Crántor. Desde que estoy encerrado aquí, uno de los principales problemas que tengo es el estreñimiento. (N. del T.)
[61]Debo haberme vuelto loco. ¡He estado dialogando con un personaje! De repente me pareció que se dirigía a mí, y le contesté con mis notas. Quizá todo sea achacable al tiempo que llevo encerrado en esta celda, sin hablar con nadie. Pero también es cierto que Crántor permanece siempre en la línea divisoria entre lo ficticio y lo real… Mejor dicho: en la línea divisoria entre lo literario y lo no literario. A Crántor no le preocupa ser creíble: se complace, incluso, en revelar el artificio verbal que lo rodea, como cuando hizo hincapié en las palabras eidéticas. (N. del T.)
[62]Me he dado cuenta de que aún no he narrado cómo he llegado a parar a esta celda. Si es verdad que estas notas me han de servir para no enloquecer, quizá sea bueno contar todo lo que recuerdo sobre lo sucedido como si me dirigiera a un futuro e improbable lector. Permíteme, lector, esta nueva interrupción. Sé que te interesa mucho más continuar con la obra que escuchar mis desgracias, pero recuerda que, por muy marginal que me veas aquí abajo, me debes un poco de atención en agradecimiento a mi fructífera labor, sin la cual no podrías disfrutar de la mencionada obra que tanto te agrada. Así pues, léeme con paciencia.
Se recordará que la noche en que terminé de traducir el capítulo anterior me propuse atrapar a mi desconocido visitante, el misterioso falsificador del texto en el que trabajo. Con este propósito, apagué las luces de la casa y fingí acostarme, pero lo que en realidad hice fue permanecer al acecho en el salón, oculto tras una puerta, aguardando su «visita». Cuando me hallaba casi seguro de que esa noche ya no vendría, escuché un ruido. Me asomé por la puerta entornada, y sólo tuve oportunidad de distinguir una sombra abalanzándose sobre mí. Desperté con un gran dolor de cabeza, y me vi encerrado entre estas cuatro paredes. En cuanto a la celda, ya la he descrito, y remito al lector interesado a una nota previa. Sobre la mesa se encontraban el texto de Montalo y mi propia traducción, que finaliza en el capítulo sexto. Sobre esta última, una nota escrita en una hoja aparte con fina caligrafía: «NO TE INTERESA SABER QUIÉN SOY. LLÁMAME "QUIENSEA". PERO SI DE VERDAD TE INTERESA SALIR DE AQUÍ, CONTINÚA TRADUCIENDO. CUANDO TERMINES, QUEDARÁS EN LIBERTAD». Hasta ahora, éste es el único contacto que he tenido con mi anónimo secuestrador. Bueno, éste y su voz asexuada, que escucho de vez en cuando a través de la puerta de la celda, ordenándome: «¡Traduce!». Y eso es lo que hago. (N. del T.)
[63]He resistido la imperiosa tentación de destruir este falso capítulo octavo que mi secuestrador, sin duda, ha deslizado en la obra. En lo único que ha acertado este hijo de perra es en el llanto: últimamente lloro con mucha frecuencia. Es una de mis formas de medir el tiempo. Pero si Quiensea cree que con estas hojas intercaladas va a volverme loco, está muy equivocado. Ahora sé para qué las utiliza: son mensajes, instrucciones, órdenes, amenazas… Ni siquiera le importa ya disimular su origen espurio. La sensación de leerme en primera persona ha sido nauseabunda. Para librarme de ella, he intentado pensar en las cosas que yo habría dicho realmente. No creo que hubiese «gemido», como afirma el texto. Sospecho que habría hecho muchas más preguntas que esta patética creación suya con la que intenta imitarme. Ahora bien, en lo del llanto ha acertado plenamente. Comienzo la traducción de lo que imagino que es el verdadero capítulo octavo. (N. del T.)
[64]¡Voy muy lento! ¡Muy lento! ¡Muy LENTO! Tengo que traducir más rápido si quiero salir de aquí. (N. del T.)
[65]¡Es la eidesis, idiota, la eidesis, la EIDESIS! La eidesis lo modifica todo, se introduce en todo, influye en todo: ahora es la idea de «lentitud», que oculta, a su vez, otra idea… (N. del T.)
[66]Lo siento, pero no lo soporto. La eidesis se ha infiltrado también en las descripciones, y el encuentro de Heracles con Yasintra está narrado con exasperante lentitud. Abusando de mi privilegio de traductor, intentaré condensarlo para ir más rápido, limitándome a narrar lo esencial. (N. del T.)
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