[35]Los pájaros, como las mariposas, también son eidéticos en este capítulo, y, por tanto, se transforman ahora en rayos de sol. Advierta el lector que el suceso no es milagroso ni mágico, sino tan literario como el cambio de métrica en un poema. (N. del T.)
[36]La metamorfosis de pájaro en luz se opera aquí a la inversa. Para los lectores que se enfrentan por vez primera a un texto eidético estas frases pueden dar lugar a cierta confusión, pero, repito, no se trata de ningún prodigio sino de mera filología. (N. del T.)
[37]La presencia de este pájaro no es, como el lector ya debe suponer, fortuita en modo alguno: por el contrario, refuerza -junto con las mariposas y los pájaros eidéticos del jardín- la imagen oculta de las Aves de Estinfalia. A ello contribuye la ostensible repetición de las palabras «picudo», «curvo» y «afilado», que resumen hábilmente el pico de estos animales. (N. del T.)
[38]¡Nuevo juego del astuto autor con sus lectores! Los personajes, ignorando la verdad -esto es, que son simples personajes de un texto que oculta una clave secreta-, se burlan de la presencia eidética del pájaro. (N. del T.)
[39]Acabo de sentir un pequeño vértigo y he tenido que dejar de trabajar. No ha sido nada: simplemente una estúpida coincidencia. Se da el caso de que mi padre, ya fallecido, era escritor. No puedo describir la sensación que he experimentado mientras traducía las palabras de este personaje, Crántor, que fueron redactadas hace miles de años en un viejo papiro por un autor desconocido. «¡Habla de mí!», pensé durante un enloquecedor instante. Al llegar a la frase «Te miraban» -un nuevo salto a segunda persona, como el del capítulo previo-, me aparté del papel como si fuera a quemarme y tuve que dejar de traducir. Después he vuelto a leer lo que había escrito, lo he leído varias veces, hasta que, por fin, he notado que mi absurdo temor amainaba. Ahora puedo continuar. (N. del T.)
[40]¿¿Como a Montalo?? (N. del T.)
[41]Heracles no percibe que Crántor le ha arrancado los ojos al pájaro. Hay que colegir, por tanto, que esta brutal tortura se ha desarrollado sólo en el plano eidético, como los ataques de la «bestia» del capítulo previo o las serpientes enroscadas del final del capítulo segundo. Ahora bien: es la primera vez que un personaje de la obra realiza un acto de estas características, o sea, un acto puramente literario. Lo cual no deja de intrigarme, pues es norma que los actos literarios los ejecute sólo el autor, ya que los personajes deben intentar, en todo momento, que sus acciones imiten lo más posible a la realidad. Pero parece que al anónimo creador de Crántor le trae sin cuidado que su personaje no resulte creíble. (N. del T.)
[42]¿A qué ha venido este ensañamiento eidético con el pájaro, cuya presencia -no lo olvidemos- también es eidética? ¿Qué pretende comunicar el autor? Es una «advertencia», dice Crántor, pero ¿de quién a quién? Si Crántor forma parte del argumento, de acuerdo; pero si es tan sólo un portavoz del autor, la advertencia adopta un pavoroso aire de maldición: «Ten cuidado, traductor o lector, no desveles el secreto que contienen estas páginas… porque puede sucederte algo desagradable». ¿Quizá Montalo llegó a descubrirlo y…? ¡Qué absurdo! Esta obra fue escrita hace milenios. ¿Qué clase de amenaza perduraría tanto tiempo? Tengo la cabeza llena de pájaros (eidéticos). La respuesta debe de ser más sencilla: Crántor es otro personaje más, lo que ocurre es que está mal hecho . Crántor es un error del autor. Quizá ni siquiera tenga nada que ver con el tema principal. (N. del T.)
[43]Sí, suplicio. ¿Nos encontramos ante un mensaje del autor dirigido a sus posibles traductores? ¿Cabe pensar que el secreto de La caverna de las ideas es de tal naturaleza que su anónimo creador ha querido curarse en salud, intentando desanimar a todo el que pretenda descifrarlo? (N. del T.)
[44]Podrá parecer gracioso -y lo será, sin duda-, pero aquí, en mi casa, de noche, inclinado sobre los papeles, he dejado de traducir al llegar a estas palabras y he mirado hacia atrás, inquieto. Por supuesto, sólo hay oscuridad (suelo trabajar con una luz en el escritorio, y nada más). Debo atribuir mi conducta al misterioso hechizo de la literatura, que a estas horas de la noche llega a confundir las mentes, como diría Hornero. (N. del T.)
[45]«La mayor parte de este pasaje -que, sin duda, describía la fiesta de Menecmo y los adolescentes observada por Eumarco- se ha perdido. Las palabras fueron escritas con una tinta más soluble, y muchas de ellas se evaporaron con el paso del tiempo. Los espacios vacíos parecen ramas desnudas donde antes los pájaros de los vocablos se posaban», comenta Montalo sobre este corrupto fragmento. Y se pregunta a continuación: «¿Cómo reconstruirá cada lector su propia orgía con las palabras que quedan?». (N. del T.)
[46]«Ojos» y «Vigilancia» son dos palabras muy repetidas en esta última parte, y se corresponden con los versos que el autor pone en boca del Coro: «Te vigilan». La eidesis de este capítulo, pues, es doble: por una parte continúan los Trabajos de Hércules con la imagen de las Aves de Estinfalia; por otra, se habla de un «Traductor» y de «ojos que vigilan». ¿Qué puede significar? ¿El «Traductor» debe «vigilar» algo? ¿Alguien «vigila» al «Traductor»? Arístides, el erudito amigo de Montalo, me recibirá mañana en su casa. (N. del T.)
[47]Aquí concluye el capítulo quinto. He terminado de traducirlo después de mi conversación con el profesor Arístides. Arístides es un hombre bonachón y cordial, de amplios ademanes y sonrisa escueta. Como el personaje de Pónsica en este libro, más parece hablar con las manos que con el rostro, cuyas expresiones mantiene bajo una férrea disciplina. Quizá sean sus ojos… iba a decir «vigilantes»… (la eidesis se ha infiltrado también en mis pensamientos)… quizá sean sus ojos, digo, el único detalle móvil y humano en ese yermo de facciones regordetas y barbita negra y picuda al estilo oriental. Me recibió en el amplio salón de su casa. «Bienvenido», me dijo tras su breve sonrisa, y señaló una de las sillas que había frente a la mesa. Comencé por hablarle de la obra. Arístides no sabía de la existencia de ninguna Caverna de las ideas , de autor anónimo, escrita a finales de la guerra del Peloponeso. El tema también le llamó la atención. Pero zanjó ambas cuestiones con un ademán vago, dándome a entender que, si Montalo se había interesado por ella, eso significaba que la obra «valía la pena».
Cuando le mencioné la eidesis, adoptó una expresión más concentrada.
– Es curioso -dijo-, pero Montalo dedicó sus últimos años de vida a estudiar los textos eidéticos: tradujo una buena cantidad de ellos y elaboró la versión definitiva de varios originales. Yo diría, incluso, que llegó a obsesionarse con la eidesis. Y no es para menos: conozco compañeros que han empleado toda la vida en descubrir la clave final de una obra eidética. Te aseguro que pueden convertirse en el peor veneno que ofrece la literatura -se rascó una oreja-. No creas que exagero: yo mismo, al traducir algunas, no podía evitar soñar con las imágenes que iba desvelando. Y a veces te juegan malas pasadas. Recuerdo un tratado astronómico de Alceo de Quiridón donde se repetía, en todas sus variantes, la palabra «rojo» acompañada casi siempre por otras dos: «cabeza» y «mujer». Pues bien: comencé a soñar con una hermosa mujer pelirroja… Su rostro… incluso llegué a verlo… me atormentaba… -hizo una mueca-. Al fin supe, por otro texto que cayó en mis manos casualmente, que una antigua amante del autor había sido condenada a muerte en un juicio injusto: el pobre hombre había ocultado bajo eidesis la imagen de su decapitación. Podrás imaginarte qué terrible sorpresa me llevé… Aquel hermoso fantasma de pelo rojo… transformado de repente en una cabeza recién cortada manando sangre… -enarcó las cejas y me miró, como invitándome a compartir su desilusión-. Escribir es extraño, amigo mío: en mi opinión, la primera actividad más extraña y terrible que un hombre puede realizar -y añadió, regresando a su económica sonrisa-: Leer es la segunda.
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