– Pero hablando de Montalo…
– Sí, sí. Él fue mucho más lejos en su obsesión por la eidesis. Opinaba que los textos eidéticos podían constituir una prueba irrefutable de la Teoría de las Ideas de Platón. Supongo que la conoces…
– Naturalmente -repliqué-. Todo el mundo la conoce. Platón afirmaba que las ideas existen con independencia de nuestros pensamientos. Decía que eran entes reales, incluso mucho más reales que los seres y los objetos.
No pareció hallarse muy complacido con mi resumen de la obra platónica, pero su pequeña y regordeta cabeza se movió en un gesto de asentimiento.
– Sí… -titubeó-. Montalo creía que, si un texto eidético cualquiera evoca en todos los lectores la misma idea oculta, esto es, si todos somos capaces de hallar la misma clave final, eso probaría que las ideas poseen existencia propia. Su razonamiento, por pueril que nos parezca, no iba descaminado: si todo el mundo es capaz de encontrar una mesa en esta habitación, la misma mesa, eso quiere decir que dicha mesa existe. Además, y aquí está el punto que más interesaba a Montalo, de producirse tal consenso entre los lectores, eso también demostraría que el mundo es racional, y por lo tanto bueno, hermoso y justo.
– Esto último no lo he cogido -dije.
– Es una consecuencia derivada de lo anterior: si todos encontramos la misma idea en una obra eidética, las Ideas existen, y si las Ideas existen, el mundo es racional, tal como Platón y la mayoría de los antiguos griegos lo concebían; y un mundo racional, hecho a medida de nuestros pensamientos e ideales, ¿qué es sino un mundo bueno, hermoso y justo?
– Por lo tanto -murmuré, asombrado-, para Montalo, un texto eidético era poco menos que… la clave de la existencia.
– Algo así -Arístides lanzó un breve suspiro y se contempló las pulcras uñitas de sus dedos-. Excuso decirte que nunca encontró la prueba que buscaba. Quizás esta frustración fue la principal responsable de su enfermedad…
– ¿Enfermedad?
Levantó una ceja con curiosa destreza.
– Montalo se volvió loco. Sus últimos años de vida los pasó encerrado en su casa. Todos sabíamos que estaba enfermo y que no aceptaba visitas, así que lo dejamos declinar en paz. Y un día, su cuerpo apareció devorado por las alimañas… en el bosque de los alrededores… Seguramente había estado vagando sin rumbo fijo, durante uno de sus accesos de locura, y al final se desmayó y… -su voz fue extinguiéndose poco a poco, como si con aquel tono quisiera representar (¿eidéticamente?) el triste final de su amigo. Por último, concluyó con una sola frase, en el límite de la audición humana-: Qué muerte más horrible…
– ¿Sus brazos se hallaban ilesos? -pregunté, estúpidamente. (N. del T.)
[48]«Sucio, plagado de correcciones y manchas, frases ilegibles o corruptas», afirma Móntalo acerca del papiro del sexto capítulo. (N. del T.)
[49]«Las frases parecen perseguir adrede la vulgaridad. La prosa ha perdido el lirismo de los capítulos previos: ha aparecido la sátira, la vacua burla de la comedia, la mordacidad, la repugnancia. El estilo es como un residuo del original, un desperdicio arrojado a este capítulo», afirma Móntalo, y participo por completo de su opinión. Añadiría que las imágenes de «suciedad» y «escombros» parecen presagiar que el Trabajo oculto es el de los Establos de Augías, donde el héroe debe limpiar de excrementos las cuadras del rey de la Elide. Es, más o menos, lo que ha tenido que hacer Móntalo: «He limpiado el texto de frases corruptas y pulido algunas expresiones; el resultado no resplandece, pero, al menos, resulta más higiénico». (N. del T.)
[50]Laguna textual a partir de aquí. Según Móntalo: «Se han borrado treinta líneas completas debido a una enorme mancha color marrón oscuro, elíptica, inesperada. ¡Qué lástima! ¡El discurso de Trisipo perdido para la posteridad!…».
Vuelvo a mi escritorio después de un incidente curioso: estaba redactando esta nota cuando percibí un extraño movimiento en el jardín de mi casa. Hace buen tiempo, y había dejado la ventana abierta: me agrada, aunque sea de noche, distinguir la hilera de manzanos pequeños que constituye el límite de mi modesta propiedad. Como quiera que el vecino más próximo se halla a un tiro de piedra a partir de esos árboles, no estoy acostumbrado a que la gente me moleste, y menos a altas horas de la madrugada. Pues bien: me hallaba enfrascado en las palabras de Montalo cuando advertí una sombra de reojo, una confusa figura desplazándose entre los manzanos, como si buscara el mejor ángulo para espiarme. Ni que decir tiene que me levanté y fui hacia la ventana; en aquel momento observé que alguien echaba a correr desde los árboles de la derecha; le grité en vano que se detuviera; no sé quién era, apenas vi una silueta. Regresé al trabajo con cierta aprensión, ya que, como vivo solo, constituyo un buen bocado para el apetito de los ladrones. Ahora la ventana está cerrada. En fin, probablemente no tiene importancia. Continúo la traducción a partir de la siguiente línea legible: «Yo creía conocer a mi hijo»… (N. del T.)
[51]Yo podría ayudarte, Heracles, pero ¿cómo decirte todo lo que sé? ¿Cómo vas a saber, por muy listo que seas, que esto no es una pista para ti sino para mí , para el lector de una obra eidética en la que tú mismo , como personaje, no eres más que otra pista ? ¡Tu presencia, ahora lo sé, también es eidética . Estás ahí porque el autor ha decidido colocarte, como el lirio que el misterioso asesino deposita en la mano de su víctima, para ofrecer al lector con más claridad la idea de los Trabajos de Hércules, que es uno de los hilos conductores del libro. Así pues, los Trabajos de Hércules, la «muchacha del lirio» (con la petición de «ayuda» y la advertencia de «peligro») y el «Traductor» -los tres mencionados en estos últimos párrafos- forman las principales imágenes eidéticas hasta el momento. ¿Qué pueden significar? (N. del T.)
[52]Interrumpo la traducción pero sigo escribiendo: de este modo, suceda lo que suceda, dejaré constancia de mi situación. En pocas palabras: alguien ha entrado en mi casa . Refiero ahora los acontecimientos previos (escribo muy deprisa, quizá desordenado). Es de noche, y me preparaba para comenzar la traducción de la última parte de este capítulo cuando escuché un ruido leve pero raro en la soledad de mi casa. No le di mucha importancia, y empecé a traducir: escribí dos frases y entonces oí varios ruidos a un ritmo regular, como pasos. Mi primer impulso me ordenaba explorar el zaguán y la cocina, pues los ruidos procedían de allí, pero luego pensé que debía anotar todo lo que estaba sucediendo, porque… ¡Otro ruido!
Acabo de regresar de mi exploración particular: no había nadie, ni he notado nada fuera de lo común. No creo que me hayan robado. La puerta principal no ha sido forzada. Es verdad que la puerta de la cocina, que da a un patio exterior, estaba abierta, pero quizá la dejé así yo mismo, no lo recuerdo. Lo cierto es que exploré todos los rincones. Distinguí las formas familiares de mis muebles en la oscuridad (pues no quise brindarle a mi visitante la oportunidad de saber dónde me encontraba, y no usé ninguna luz). Fui al zaguán y a la cocina, a la biblioteca y al dormitorio. Pregunté varias veces: -¿Hay alguien aquí?
Después, más tranquilo, encendí algunas luces y comprobé lo que acabo de referir: que todo parece haber sido una falsa alarma. Ahora, sentado en mi escritorio otra vez, mi corazón se tranquiliza paulatinamente. Pienso: un simple azar. Pero también pienso: anoche alguien me espiaba desde los árboles del jardín, y hoy… ¿Un ladrón? No lo creo, aunque todo es posible. Ahora bien, un ladrón se dedica sobre todo a robar , no a vigilar a sus víctimas. Quizá prepara un golpe maestro. Se encontrará con una sorpresa (me río al pensarlo): salvo algunos manuscritos antiguos, no poseo en mi casa nada de valor. En esto, según creo, me parezco a Montalo… En esto, y en muchas otras cosas…
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