José Somoza - La Caverna De Las Ideas

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Una novela enigma. Un desafío de ficción, diversión y espejismo, donde nada es lo que parece y donde hasta el simple hecho de seguir leyendo puede resultar arriesgado.
La caverna de las ideas es una obra griega clásica que narra una intrigante historia: diversos asesinatos ocurridos en la época de Platón. Cuerpos mutilados de efebos son descubiertos en las calles de Atenas, crímenes inexplicables que no parecen seguir ningún orden lógico. Heracles Póntor, el Descifrador de Enigmas, se encargará de resolverlos con ayuda de uno de los filósofos de la célebre Academia platónica, Diágoras de Medonte.
Pero el propio texto de La caverna de las ideas, que el lector tiene ahora en sus manos, también esconde secretos: sus traductores desaparecen o mueren, y el actual se enfrenta a un enigma milenario que desborda su capacidad de juicio y en el que se imbricará tanto la novela como la percepción de cada lector.

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[67]Aquí me detengo yo. El resto del larguísimo párrafo es una agobiante descripción de cada uno de los pasos de Heracles acercándose a Yasintra: sin embargo, paradójicamente, el Descifrador nunca llega a alcanzarla -lo que recuerda al «Aquiles nunca alcanzará a la tortuga» de Zenón de Elea (de ahí la expresión «eleático segmento»)-. Todo esto sugiere, junto a la frecuencia con que se repiten términos como «lento», «pesado» o «torpe» y las metáforas sobre labranza, el Trabajo de los Bueyes de Geriones, el lento ganado que Hércules debe robarle al monstruo del mismo nombre. El «torcido paso» que se menciona a veces es homérico, pues los bueyes, para el autor de la Ilíada , son animales de «torcido paso»… Y hablando de pesadez y lentitud, debo anotar aquí que por fin he podido hacer mis necesidades completas, lo cual me ha puesto de buen humor. Quizás el cese de mi estreñimiento sea señal de buen augurio, de rapidez y de obtención de metas. (N. del T.)

[68]La densa explicación que Heracles Póntor ofrece del misterio constituye otro refuerzo de la eidesis, pues el Descifrador, de ordinario tan parco, se extiende aquí en largas y bizarras digresiones que avanzan con la lentitud de los bueyes geriónicos. He decidido elaborar una versión resumida. Anotaré, cuando me parezca oportuno, algunos comentarios originales. (N. del T.)

[69]«Podemos imaginar sus risas nocturnas», dice Heracles, «los sutiles contoneos frente al lento cincel de Menecmo, las espaciosas travesuras del amor, los núbiles cuerpos enrojecidos por las antorchas…». (N. del T.)

[70]«Y, tras el hechizante sorbo de vino del placer, el agrio poso de las discusiones», dice Heracles. (N. del T.)

[71]«¡Observa la astucia de Menecmo!», advierte Heracles. «No en vano es un artista: sabe que el aspecto, la apariencia, es un cordial de poderoso efecto. Cuando vimos a Eunío apestando a vino y vestido de mujer, nuestro primer pensamiento fue: "Un joven que se emborracha y se disfraza así es capaz de cualquier cosa". ¡He aquí la trampa: los hábitos de nuestro juicio moral niegan por completo las evidencias de nuestro juicio racional!» (N. del T.)

[72]«¿Y el lirio?», objeta Diágoras entonces. Heracles se molesta con la interrupción, y afirma: «Un detalle poético, tan sólo. Menecmo es un artista». Pero lo que Heracles no sabe es que el lirio no es un detalle «poético» sino eidético, y, por tanto, inaccesible a su razonamiento como personaje. El lirio es una pista para el lector, no para Heracles. Prosigo ahora con el diálogo normal. (N. del T.)

[73]Un refuerzo de la eidesis, como en capítulos precedentes, para acentuar la imagen de los Bueyes de Geriones. (N. del T.)

[74]Claro está que la «vaca del huerto» -como la «bestia» del capítulo cuarto o las «serpientes» del segundo- es una presencia exclusivamente eidética, y por ende invisible para los protagonistas. Pero el autor la utiliza como argumento para apoyar las dudas de Diágoras: en efecto, para el lector, la afirmación es verdad. Me tiembla el pulso. Quizá sea de cansancio. (N. del T.)

[75]Una vez cumplida su función eidética, la imagen de la vaca desaparece incluso para el lector, y el huerto queda «vacío». Esto no es magia: es, simplemente, literatura. (N. del T.)

[76]Es mi postura preferida. Acabo de abandonarla, precisamente, para reanudar la traducción. Creo que el paralelismo es adecuado, porque en este capítulo todo parece suceder de forma doble: a unos al mismo tiempo que a otros. Se trata, sin duda, de un refuerzo sutil de la eidesis: los bueyes avanzan juntos, uncidos por la misma yunta. (N. del T.)

[77]Ahora sé que el individuo que me ha encerrado aquí está completamente loco. Me disponía a traducir este párrafo cuando alcé la vista y lo vi frente a mí, igual que Heracles a Yasintra. Había entrado en mi celda sin hacer ruido. Su aspecto era ridículo: se envolvía con un largo manto negro y llevaba una máscara y una desbaratada peluca. La máscara imitaba el rostro de una mujer, pero su tono de voz y sus manos eran de hombre viejo. Sus palabras y sus movimientos (ahora, al continuar la traducción, lo he sabido) fueron idénticos a los de Yasintra en este diálogo (habló en mi idioma, pero la traducción fue exacta). Por ello, anotaré tan sólo mis propias respuestas después de las de Heracles. (N. del T.)

[78]-¿Quién eres? -pregunté. (N. del T.)

[79]Creo que aquí no dije nada. (N. del T.)

[80]-¿A oscuras? ¡Yo no quiero estar a oscuras! -exclamé- ¡Tú eres quien me ha encerrado aquí! (N del T.)

[81]-¿Un… masaje? ¿¿Estás loco?? (N. del T.)

[82]-¡Apártate! -chillé, y me levanté de un salto. (N. del T.)

[83]-¡¡No me toques!! -creo que dije en este punto, no estoy seguro. (N. del T.)

[84]-Estás… estás completamente loco… -me horroricé. (N. del T.)

[85]-¿Un favor?… ¿Qué favor?… ¿Traducir la obra?… (N. del T.)

[86]-¡Déjame salir de aquí, y seré feliz! (N. del T.)

[87]Sí!! ¡Tengo hambre! ¡Y sed!… (N. del T.)

[88]-jEspera, por favor, no te vayas!… -me angustié de repente. (N. del T.)

[89]-¡¡NO TE VAYAS!!… (N. del T.)

[90]-¡¡No!! -grité y comencé a llorar.

Ahora que he recuperado la calma me pregunto: ¿qué ha pretendido conseguir mi secuestrador con esta pantomima absurda? ¿Demostrarme que conoce perfectamente la obra? ¿Darme a entender que sabe en todo momento por dónde va mi traducción?… ¡De lo que sí estoy seguro -¡oh dioses de los griegos, protegedme!- es de que he caído en manos de un viejo loco ! (N. del T.)

[91]Y el público se lo comió. La descripción del juicio de Menecmo adopta el revestimiento eidético de un festín donde el escultor es el plato principal. No sé aún a qué Trabajo se alude, pero lo sospecho. Lo cierto es que la eidesis me ha hecho la boca agua. (N. del T.)

[92]Las frecuentes metáforas culinarias, así como las relacionadas con «caballos», describen eidéticamente el Trabajo de las Yeguas de Diomedes, que, como es sabido, comían carne humana y terminaron devorando a su propio amo. No sé hasta qué punto la «delegación de esposas de los prítanos» que «quieren carne» son identificadas con las yeguas. Si es así, se trataría de una burla irrespetuosa. (N. del T.)

[93]¿ La Verdad? ¿Y cuál es la Verdad? ¡Oh, Heracles Póntor, Descifrador de Enigmas, dímela! Me estoy quedando ciego de descifrar tus pensamientos, intentando encontrar alguna verdad, por pequeña que sea, y nada encuentro salvo imágenes eidéticas, caballos que devoran carne humana, bueyes de torcido paso, una pobre muchacha con un lirio que desapareció páginas atrás y un traductor que viene y se va, incomprensible y enigmático como el loco que me ha encerrado aquí. Tú, al menos, Heracles, has descubierto algo, pero yo… ¿Qué he descubierto yo? ¿Por qué murió Móntalo? ¿Por qué me han raptado? ¿Qué secreto oculta esta obra? ¡No he averiguado nada! Lo único que hago, además de traducir, es llorar, añorar mi libertad, pensar en la comida… y defecar. Desde luego, defecar ya defeco bien. Esto me mantiene optimista. (N. del T.)

[94]La eidesis se refuerza con esta imagen absurda: ¡una yegua comiendo carne podrida, y en el jardín de la Academia! Me ha dado tal ataque de risa que he terminado asustándome, y el miedo me ha hecho reír otra vez. He arrojado los papeles al suelo, me he cogido el vientre con ambas manos y he empezado a soltar carcajadas cada vez más fuertes, mientras mi espejo mental me devolvía la imagen de un hombre maduro con cabello negro y entradas en las sienes que se partía de risa en la soledad de una habitación cerrada a cal y canto y casi completamente a oscuras. Aquella imagen no me ha hecho reír sino llorar: pero existe un curioso extremo final en el que ambas emociones se funden. ¡Una yegua carnívora en la Academia de Platón! ¿No es gracioso? ¡Y, por supuesto, ni Platón ni Diágoras la ven! Hay cierta perversidad sacrílega en esta eidesis… Montalo dice: «La presencia de un animal así nos desconcierta. Las fuentes históricas de la Academia no mencionan la existencia de yeguas carnívoras en los jardines. ¿Un error, como los muchos que comete Heródoto?». ¡Heródoto!… ¡Por favor!… Pero debo dejar de reírme: dicen que la locura comienza con carcajadas. (N. del T.)

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