[103]Llevo demasiado tiempo encerrado. Por un momento me ha parecido que estas dos frases podían traducirse de forma menos grosera; quizá: «La luna era un seno rozado por el dedo de una nube. La luna era una cavidad donde quería encerrarse la nube de afilados contornos», o algo así. En cualquier caso, algo mucho más poético que la versión por la que he optado. Pero es que… ¡Oh, Helena, cuánto te recuerdo y te necesito! Siempre he creído que los deseos físicos eran meros servidores de la noble actividad mental… y ahora… ¡Cuánto daría por un buen revolcón! (Lo digo así, sin ambages, porque, seamos sinceros: ¿ quién va a leer todo esto ?) ¡Oh, traducir, traducir: un necio Trabajo de Hércules ordenado por un Euristeo absurdo! ¡Sea, pues! ¿No soy, en este reducto oscuro, dueño de lo que escribo? ¡Pues ésta es mi traducción, por chocante que resulte! (N. del T.)
[104]¿Qué es esto? ¡Es obvio que se trata de una repentina floración eidética de la palabra «vigilar»! Pero… ¿qué significa? ¿Acaso alguien «vigila» a Heracles? (N. del T.)
[105]¡Cuchillos! ¡La eidesis, de repente, crece como hiedra venenosa! ¿Cuál es la imagen? «Vigilancia»… «Cuchillo»… ¡Oh, Heracles, Heracles, cuidado: estás en peligro ! (N. del T.)
[106]¡Y ahora, «espalda»! ¡Es una advertencia! Quizá: « Vigila tu espalda , porque… hay un cuchillo ». ¡Oh, Heracles, Heracles! ¿Cómo puedo avisarte? ¿Cómo? ¡No te acerques a ella! (N. del T.)
[107]La repetición, en este párrafo, de las tres palabras eidéticas refuerza la imagen! ¡Vigila tu espalda, Heracles: ella tiene un cuchillo! (N. del T.)
[108]¡No le des la espalda! (N. del T.)
[109]¡¡NO, MALDITO SEAS!! (N. del T.)
[110]¡No ha pasado el peligro: las tres palabras persisten como signos eidéticos de aviso! (N. del T.)
[111]Los ojos se me cierran ante estas palabras hipnóticas. (N. del T.)
[112]Soy yo. No es la descripción del cuerpo de Heracles sino del mío. ¡Yo soy quien yace con Yasintra! (N. del T.)
[113]Es terrible verme ahí, descrito en mi propia sexualidad. Quizá todo lector se imagina a sí mismo en una escena así: él cree ser él, y ella, ella. Aunque intento evitarlo, estoy excitado: leo y escribo al mismo tiempo que percibo la llegada de un placer extraño, avasallador… (N. del T.)
[114]¡Las tres palabras eidéticas de advertencia: «Espalda», «cuchillo», «vigilar»! ¡Es una TRAMPA! ¡Tengo que…, quiero decir, Heracles tiene que…! (N. del T.)
[115]¡Mis propias palabras! ¡Las que acabo de escribir en una nota previa! (Las he subrayado en el texto y en la nota para que el lector lo compruebe.) Por supuesto, yo las escribí antes de traducir esta frase. ¿No es casi una fusión? ¿No es un acto de amor? ¿Qué otra cosa es hacer el amor sino unir fantasía y realidad? ¡Oh, maravilloso placer textual: acariciar el texto, gozar el texto, frotar mi pluma sobre el texto! No me importa que mi hallazgo sea casual: ya no hay duda, yo soy él ; yo estoy ahí, con ella … (N. del T.)
[116]Heracles no ha podido reaccionar. Yo tampoco. Él ha seguido. Yo he seguido. Así, hasta el final. Ambos hemos optado por continuar. (N. del T.)
[117]¿Por qué surgen de nuevo las tres palabras eidéticas (las he subrayado) cuando el peligro, para Heracles, parece haber cesado? ¿Qué ocurre? (N. del T.)
[118]¡Ya comprendo! ¡¡Heracles, cuidado: a tu ESPALDA!! (N. del T.)
[119]¡¡VUÉLVETE!! (N. del T.)
[120]¡Te he salvado la vida, viejo amigo, Heracles Póntor! ¡Es increíble, pero creo que te he salvado la vida! Lloro al pensar que pueda ser cierto. Mientras traducía, anoté mi propio grito, y tú lo escuchaste. Desde luego, cabe imaginar que leyera previamente el texto y después, al elaborar mi traducción, escribiera la palabra una línea antes de que apareciese, pero juro que no fue así; al menos, no de forma consciente… Y ahora, ¿qué has recordado? ¿Por qué yo no lo recuerdo? ¡Debería haberme dado cuenta, igual que tú, pero…!
Han ocurrido cosas importantes. Mi carcelero acaba de marcharse ahora mismo. Entró, como siempre, de forma brusca e imprevista, mientras escribía el párrafo anterior, con la misma máscara de hombre sonriente y el manto negro. Cruzó mi pequeña celda y regresó sobre sus pasos antes de preguntarme:
– ¿Cómo va?
– He terminado la traducción del capítulo décimo. Es la eidesis del Cinturón de Hipólita, las mujeres guerreras, las amazonas. Pero -añadí- también estoy yo.
– ¿De veras?
– Tú lo sabes mejor que nadie -dije.
Su máscara me contemplaba con una sonrisa perenne.
– Yo no he añadido ningún texto a la obra, ya te lo he dicho -replicó.
Respiré hondo y revisé mis notas.
– Cuando Heracles goza con la bailarina Yasintra, se describe su cuerpo como «delgado». Y Heracles es muy gordo: eso ya lo sabe el lector.
– ¿Y?
– Yo soy delgado.
Su carcajada sonó forzada a través del obstáculo de la máscara. Cuando dejó de reír, comentó:
– Leptós en griego es «delgado» pero también «sutil», ya sabes. Y todos los lectores, en este punto, comprenderían que se está hablando más bien de la sutil inteligencia de Heracles Póntor, que no de su complexión… Recuerdo la frase. Dice, literalmente: «El sutil Heracles tensó su cuerpo». Se le denomina «sutil Heracles» de la misma forma que Hornero califica a Ulises de «astuto»… -volvió a reír-. ¡Por supuesto, a ti te interesaba traducir leptós como «delgado», y ya me imagino por qué! Pero no eres el único, no te preocupes: cada cual lee lo que desea leer. Las palabras sólo son un conjunto de símbolos que siempre se acomodan a nuestro gusto.
Se burló igualmente del resto de las supuestas pruebas: Heracles también podía tener «profundas entradas» en las sienes, y la mención de la barba «negra» -como la mía- en lugar de «plateada», obedecería a un error del copista. La cicatriz en el pómulo izquierdo, recuerdo de un «golpe infantil» -tan similar a la que me produjo un compañero de escuela- era, sin duda, una «coincidencia», y lo mismo cabía decir del anillo en el dedo medio de la mano izquierda.
– Millares de personas tienen cicatrices y llevan anillos -dijo-, lo que ocurre es que admiras al protagonista y quieres parecerte a él a toda costa… particularmente en los momentos más interesantes. ¡Es la presunción de todos los lectores: creéis que el texto está escrito pensando en vosotros, y al leerlo os imagináis la escena a vuestra manera! -su voz sonó de repente muy similar a la mueca de su máscara-. ¿Acaso… acaso has disfrutado mientras leías esos párrafos, eh? ¡No me mires así, ocurre muchas veces!
Aprovechando mi incómodo silencio, se acercó y leyó la nota que estaba redactando antes de ser interrumpido.
– ¿Qué? ¿Le has «salvado la vida» al protagonista? -le oí decir, a mi espalda, en tono incrédulo-. ¡Oh, pero qué fuerza poseen los libros eidéticos!… Es curioso, una obra escrita hace tanto tiempo…, ¡y aún provoca estas reacciones!
Pero su nueva carcajada cesó bruscamente cuando repliqué:
– Quizá no haya sido escrita hace tanto tiempo .
¡Me gustó devolverle el golpe! Sus impenetrables ojos me contemplaron un instante a través de las aberturas de la máscara. Entonces espetó:
– ¿Qué quieres decir?
– Montalo afirma que el papiro en este capítulo huele a mujer, y que posee textura de «seno» y de «brazo de atleta». A su modo, esta ridícula nota es eidética: representa a la «mujer-hombre» o «mujer guerrera» del Cinturón de Hipólita. Rastreando hacia atrás, pueden encontrarse ejemplos parecidos en la descripción del papiro en cada capítulo…
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