– Y se les ocurrió lo de la casa.
– Sí. Principalmente debió ser cosa de Enzo. La juez y Raúl no podían ayudar más que en los aspectos mecánicos. Andrea era más lista y tenía más agallas, pero estaba anulada. Todo había sucedido muy rápido y de un modo inexplicable. Sólo un inconsciente como Enzo podía adaptarse con la velocidad que hacía falta. Los demás obedecieron sus instrucciones y por eso debieron callar después. A fin de cuentas, Raúl no era dueño de sí y no había herido a Eva deliberadamente. No habría salido indemne, pero hasta que Enzo tomó su audaz iniciativa, allí no había habido mucho más que una terrible imprudencia. Quién sabe, el tiro del cuello era malo, pero quizá si la hubieran llevado inmediatamente a un hospital el asunto se habría quedado para Eva en el susto, y a cambio habría sacado una cicatriz de la que hubiera podido presumir.
– Así que consideras que el italiano fue el único asesino.
– Y los demás colaboraron para borrar las huellas. Tampoco demasiado bien. Hicieron desaparecer los casquillos de los dos cartuchos disparados, y otros dos de los no disparados, probablemente los que Enzo había vuelto a meter en el tambor. Pero un turista encontró otro de los cartuchos no utilizados en la arena y peinando esta mañana la playa ha aparecido el sexto. ¿Más fallos? Mientras Enzo impresionaba en el revólver las huellas de la desvanecida Regina Bolzano, alguien habría debido ocuparse de ir a su coche a coger las llaves de la casa. Cuando llegaron al chalet descubrieron que esa diligencia había sido omitida. Imagino que hubo una buena bronca entre aquellos amañadores aficionados, que debió resultar tanto más interesante si se tiene en cuenta el estado de excitación en que lo hicieron todo. Realmente debió sonreírles la fortuna para que ningún vecino advirtiera sus movimientos. Lo que sí borraron a la perfección fueron los rastros de sangre en la arena, y es de notar porque luego en la casa no fueron tan meticulosos y nos permitieron averiguar que Eva no había muerto en el salón. También fue de una gran finura, o cosa de auténtica suerte, calcular que el cadáver sería hallado antes de que la basura, con el revólver dentro, fuera recogida. Porque sacaron la bolsa al cubo. Es verdad que dejarla dentro de la casa habría sido poco verosímil, pero no termino de descifrar las cábalas que hicieran al respecto. Acaso sea sólo una muestra de retorcimiento o que cambiaron de idea y no haya que preocuparse demasiado. En cuanto al traslado del cuerpo, lo hicieron entre Enzo y Raúl, a quien la tragedia y el puñetazo del italiano debieron de sacudir de su embriaguez. Entre los dos pudieron pasar sin mucho sufrimiento a Eva por la ventana y colgarla del travesaño. La cuerda la llevaba Raúl en su coche, así que no descarto que la idea partiera de él. Pero en definitiva fue refrendada por el que mandaba, o sea, Enzo. Cuando se hable más despacio con los dos acaso sepamos qué pretendían exactamente con eso, que fue su gran error. No lo habían pensado desde el principio, sino que lo decidieron cuando ya estaban dentro de la casa, y debieron echar un rato en urdirlo. Desde que murió hasta que la colgaron, transcurrieron las tres horas que permitieron al forense certificar que Eva no había fallecido suspendida de la cuerda. Por lo que dice la juez, trataban de aparentar alguna ceremonia sádica, lo que tal vez la policía encajara sin mucha discusión con el carácter y las andanzas de Eva. Sencillamente, no pensaron que antes que amontonar posibles alternativas habrían debido elegir una única versión coherente que animara su escenificación. Inculpar a Regina y a un sádico forzudo a la vez sólo podía inducir a quien lo investigara a juntar las dos cosas y acaso no acertar a combinarlas. Ellos no podían contar con que existiera Lucas y con que nosotros nos apresuráramos a utilizarle para darle sentido a aquel revoltijo. Es cierto que Andrea y Enzo le conocían, pero no tenían idea de su conexión con Regina y mucho menos del plan del padre de Eva. Cuando los llamaron a declarar cargaron las tintas contra Lucas por lo que pudiera servir para alejar de ellos las sospechas y también ganar el tiempo que necesitaban para escapar.
– ¿Y cómo es que se quedaron tanto tiempo después del crimen?
– Intentaron irse. La explicación de por qué no lo hicieron es tan simple como contundente. En agosto, tratar de coger plaza en un vuelo a o desde Mallorca, sin tener la reservada un mes antes, es prácticamente imposible. Obligados a quedarse, procuraron hacer una vida lo más normal posible y mezclarse con otra gente. Así los conocimos Chamorro y yo.
Perelló meneó la cabeza.
– Lo grande es que, encima de no irse, hablaran de la difunta.
– Eso puede tener su motivo, si no su justificación. Primero, ni Chamorro ni yo sacamos el tema de forma que pudiera hacerles recelar. Segundo, está la psicología de los dos, sobre todo la de Enzo. Será digno de leer lo que escriba el psiquiatra cuando lo examine. Andrea fue más precavida y sólo cantó después de que lo hubiera hecho él. En cualquier caso, Eva no sólo dejaba una huella intensa en quienes la trataban. Era a medias una aventura y a medias una calamidad. Si se fija, lo que más le gusta a cualquiera exhibir ante otros son las aventuras, ciertas o fantásticas, y las calamidades. El afán de impresionar en una conversación es uno de los peores enemigos que tiene el ser humano y una de las causas más frecuentes de sus reveses. Ninguno de los que estuvieron mezclados con Eva, independientemente del carácter de cada uno y de lo mucho, poco o nada que le conviniera, dejó de contarlo cuando se le dio pie. Para la gente de la playa las extravagancias de Eva eran el acontecimiento del verano. Para muchos de los demás, el de su vida. Quizá si hubiera medido el efecto que lo que ella hacía sin darle trascendencia provocaba en los demás, habría estado en mejor posición para impedir lo que terminó pasándole.
El brigada tomó un sorbo de su copa. Lo hacía aproximadamente a intervalos de quince minutos y saboreaba el coñac, también nacional, por supuesto, como si fuera uno francés de quince años.
– Da la impresión de que la culpas -dijo.
– El de la culpa es un problema espinoso. Supongo que no hay nada que nos suceda que no hayamos merecido un poco. Piense en Eva. Podría haber prescindido de Raúl. Juraría que ni siquiera se divirtió con él. Ahora estaría viva y a lo mejor con alguien que sí la divirtiera. Pero por otra parte no hay nada que uno pueda evitar completamente. Eva no hizo nada para ganarse el odio de Enzo, o no lo hizo conscientemente. Y Enzo fue al final el ejecutor de su destino.
– Después de oírlo todo, Vila -juzgó Perelló-, entiendo menos que antes que te tortures. Era un acertijo endemoniado. Sólo hay un par de casualidades, pero sin ellas no había cristiano que pudiera descifrarlo. La pista de Lucas y la suiza era la que habría seguido cualquiera. Sobre todo después de cómo reaccionaron cuando los cogimos.
– ¿Y cómo iban a reaccionar? Les acusaban exactamente de lo que habían planeado, hacía días que habían roto cualquier contacto y no podían saber qué había confesado ni, sobre todo, qué había hecho el otro. Quizá Lucas perdió indebidamente los estribos cuando vio a Candela sentada en la misma mesa que Andrea en Abracadabra. Pero tampoco es inexplicable. Cuando se enteraron de la muerte de Eva, comprendieron, o mejor dicho, lo comprendió Lucas, que debían extremar el cuidado en esconder las relaciones que habían mantenido con la víctima. Candela cumplió menos, pero él sólo tuvo dos descuidos, que yo sepa: ser demasiado locuaz con Xesc y consentir en acompañar a Chamorro al puerto deportivo y a Abracadabra. Lo primero tampoco me consta que fuera un desliz demasiado grave. No estoy seguro de que la confidencia no se la hiciera antes de que Eva muriera, y aunque en ese caso, y a la vista de sus negocios con Regina, también le habría valido más morderse la lengua, no era lo mismo que con un cadáver encima de la mesa. Fue la rabia por el segundo fallo, avivada por el hecho de ver allí a Candela, lo que le desarboló. Andrea era testigo de su trato con Eva. Qué pudiera hacer o suponer la italiana, lo ignoraba, pero eso ya era demasiado. Creo que si no hubiera sido por esa circunstancia nunca me habría golpeado, ni aun después de provocarle. Es más, creo que no me habría dado ni siquiera la ocasión de que le provocara.
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