Jose Abasolo - Nadie Es Inocente

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Un sacerdote, que en su juventud estuvo relacionado con la organización terrorista ETA, desaparece en compañía de una hermosa mujer tras apoderarse de una importante suma de dinero de su congregación. Para evitar el escándalo se encargará del caso otro religioso que antes de ordenarse había sido policía. El pasado de ambos, reflejo del pasado y presente de una Euskadi que se debate entre la violencia y las ansias de paz, condiciona de tal manera la investigación, que finalmente se convierte en un juego muy peligroso, donde lo importante no es la recuperación del dinero, sino el ajuste de cuentas entre los dos contrincantes. Un ajuste de cuentas que parece personal, pero que en realidad contiene la clave de la violencia que ha sufrido el propio País Vasco.
La trama se complica aún más cuando una mujer es asesinada y otra desaparece inexplicablemente. A partir de ese momento, se inicia una investigación paralela en la que se entremezclan policías de todos los pelajes con proxenetas sin escrúpulos y miembros de la Brigada Antiterrorista. Todo conduce a un desenlace soprendente que valida la frase: «Las cosas nunca son lo que parecen».

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– ¿Estás completamente seguro?

– Completamente seguro no, querido amigo, pero sí razonablemente seguro. Ha transcurrido muy poco tiempo como para poder tener todos los datos en la mano, pero sí te puedo decir que el Oso está desconcertado, y si el Oso está desconcertado, es que no ha sido él quien ha dado la orden de matar a esos dos agentes. Y tú sabes que nada se mueve en nuestra organización sin que él esté al corriente y dé su permiso.

– Creo que tienes razón. Si te enteras de algo, comunícamelo cuanto antes por los canales habituales. Es mejor que te vayas. Yo saldré dentro de media hora.

No fueron treinta, sino sesenta los minutos que estuve sentado en la cafetería, mirando embobado el cubalibre que tenía sobre la mesa. Debiera estar acostumbrado a hechos como ése, y en cierto modo lo estaba, pero me había pillado en una época difícil, en la que todo mi ser estaba en crisis y de repente, para dar la puntilla, surgía el asunto éste del asesinato de dos de mis colaboradores, dos chiquillos en realidad, que todavía no se habían creado una reputación en este mundo, que es lo mismo que decir que no tenían enemigos. No me apetecía volver a reunirme con el general, así que subí al coche y empecé a pasear sin destino, con el único afán de calmarme. En mi mente bullían ideas de dimisión, aunque nunca antes de haber resuelto el caso.

Durante cerca de otra media hora estuve conduciendo sin rumbo fijo, escuchando música a través de la emisora del automóvil. A la hora en punto, volvieron a dar las noticias. En un primer momento pensé en apagar la radio, pero el morbo o la profesionalidad pudo más y la mantuve encendida.

El locutor iba desgranando los mismos tópicos de siempre, repitiendo las noticias de la mañana, hasta que llegó a la única noticia que me interesaba.

– Ha llegado hace escasos minutos a nuestra redacción un despacho de la agencia Europa Press por el que se nos comunica que un grupo desconocido hasta ahora, denominado Organización del Pueblo Revolucionario Armado-OPRA ha reivindicado la muerte de los jóvenes José Emilio Cámara Arranz y Carlos Espinosa Heras, asesinados esta madrugada. Según el comunicado de la citada organización, ambos jóvenes eran miembros de los servicios de inteligencia del Estado español y su muerte es un aviso para quienes se oponen al triunfo de la Revolución Proletaria. La policía ha desmentido rotundamente que los citados jóvenes fueran agentes de ningún organismo policial o militar. El ministro de Gobernación ha declarado por su parte, ante este atentado…

Apagué la radio. Lo que dijera el ministro acerca de los valores de la España eterna, los inmutables principios del Movimiento Nacional -que ya se vieron lo inmutables que eran- y todas esas cosas me la sudaban. Lo que me interesaba era saber si la reivindicación podía o no ser cierta. Y para eso tenía un medio. Al fin y al cabo mi traslado había sido temporal y conservaba aún mis contactos y amistades en la Brigada Político Social. Desgraciadamente tuve que toparme con que la persona indicada para hablar era el único compañero con el que nunca me había llevado bien y que a raíz de mi éxito en la desarticulación de la dirección en el interior de la organización subversiva y el posterior ascenso debido a ello había aumentado su ojeriza hacia mí, el comisario Diego Usatorre.

Cuando llegué al bar en donde nos habíamos citado él ya estaba sentado en una mesa, impecablemente vestido y con un vaso de whisky en la mano, un Chivas de doce años, haciendo gala de un nivel de vida incompatible con el sueldo que oficialmente ganaba, aunque admito que no era yo el más indicado para criticar ese extremo.

– ¡Cuánto tiempo sin verte, Emilín! -dijo el muy hipócrita nada más verme, con una ostentosa sonrisa en los labios. Acababan de matar a dos de mis hombres y este hijoputa me recibía con una falsa sonrisa. Me entraron ganas de romper su jeta de cerdo pero me contuve, aunque no pude ni quise evitar contestarle con brusquedad.

– ¡Déjate de chorradas!, ya sabes a lo que vengo.

– ¿Los asesinatos de esta madrugada? -contestó Usa- torre. Era un hijo de la gran puta, pero no era nada tonto. Y aunque personalmente no me gustara, en su campo era un gran profesional.

– Sí, eso mismo. Supongo que ya sabrás que los dos estaban bajo mis órdenes.

– Lo sabemos, aunque lógicamente ha sido desmentido. Bueno, al grano. ¿Qué es lo que deseas saber?

– En qué punto se encuentran las investigaciones.

– Eso será mejor que lo preguntes en el Grupo de Homicidios, que son los que se encargan de las muertes violentas.

– No te hagas el listo conmigo. Esta mañana un grupo desconocido ha reivindicado el asesinato de Cámara y Espinosa. Me parece que eso os afecta.

– Así es, pero todavía no sabemos nada. Acabamos de empezar. Ten en cuenta que puede ser una reivindicación falsa.

– Y tú, ¿piensas que es falsa?

– No, pienso que es auténtica.

– ¿Auténtica? ¿Y se puede saber en qué te basas para hacer esa afirmación?

– Básicamente en que la OPRA existe, no es una entelequia y, sin embargo, nadie conoce su existencia, no ha hecho ningún tipo de propaganda hasta el momento. Tú mismo acabas de reconocerlo. Hace tiempo que tenemos detectado a un grupo izquierdista susceptible de crear una sección armada, que opera básicamente en la Universidad Complutense, pero que hasta el momento no ha entrado en acción. Se trata del Partido Comunista de Liberación del Proletariado, uno de esos grupos iluminados que creen que el PCE es un traidor a la causa obrera; pues bien, el grupo armado que iban a crear llevaba el nombre de OPRA. Sería mucha casualidad que alguien se inventara un nombre para hacer una falsa reivindicación y coincidiera con el de un grupo ya existente pero totalmente desconocido.

– De acuerdo, pero podría darse el caso de que la misma OPRA, sin ser ellos, reivindicara el asesinato como estrategia publicitaria.

– Sí, podría ocurrir, pero no lo creo. Hemos estudiado el comunicado y aparecen datos que no conoce el público. Además, comparándolo con otros que están en nuestro poder, así como la línea de actuación del grupo, hemos llegado a la convicción de que está dentro de la lógica más razonable el suponer que es una acción de la auténtica OPRA, del grupo que tenemos detectado. Sí, creemos que la reivindicación es totalmente cierta y verosímil. ¿Sabes una cosa curiosa sobre este nuevo grupo? La mayor parte de los militantes que tenemos fichados proceden de ambientes católicos progresistas. ¡Ya ves adonde han ido a acabar! -concluyó con el gesto de incomprensión típico de quienes consideraban como la cosa más natural del mundo que el general Franco anduviera bajo palio.

Nos despedimos como lo que no éramos, como dos buenos amigos. Había merecido la pena reunirme con Usatorre, si bien no me había dado la tranquilidad que inconscientemente buscaba. Por una parte la breve charla mantenida me había dado esperanzas de que pronto detendrían a los asesinos de mis agentes, pero por otra se me habían originado nuevas dudas. ¿Cómo era posible que un grupo terrorista nuevo y sin significación alguna estuviera en posesión de los datos necesarios para saber quiénes eran y qué puesto ocupaban Espinosa y Cámara?

Volví a coger el coche y a conducir sin rumbo, en un vano intento por relajarme. Casi sin darme cuenta aparecí en un pueblecito de las afueras de Madrid que había descubierto en otra correría similar hacía ya unos cuantos meses. Conservaba una pequeña iglesia de estilo herreriano a la que me había acostumbrado a entrar ya que en ella se respiraba una beatífica sensación de paz y recogimiento, que era justo lo único que me calmaba tras lo sucedido con Marisa. Si lo que me habían enseñado de pequeño era cierto, pensaba, Dios está en todas partes pero allí, en aquella modesta iglesia, me daba la sensación de ser más asequible, de estar más a mano, y yo necesitaba una paz y un perdón que sólo Él podía proporcionarme.

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