Jose Abasolo - Nadie Es Inocente

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Un sacerdote, que en su juventud estuvo relacionado con la organización terrorista ETA, desaparece en compañía de una hermosa mujer tras apoderarse de una importante suma de dinero de su congregación. Para evitar el escándalo se encargará del caso otro religioso que antes de ordenarse había sido policía. El pasado de ambos, reflejo del pasado y presente de una Euskadi que se debate entre la violencia y las ansias de paz, condiciona de tal manera la investigación, que finalmente se convierte en un juego muy peligroso, donde lo importante no es la recuperación del dinero, sino el ajuste de cuentas entre los dos contrincantes. Un ajuste de cuentas que parece personal, pero que en realidad contiene la clave de la violencia que ha sufrido el propio País Vasco.
La trama se complica aún más cuando una mujer es asesinada y otra desaparece inexplicablemente. A partir de ese momento, se inicia una investigación paralela en la que se entremezclan policías de todos los pelajes con proxenetas sin escrúpulos y miembros de la Brigada Antiterrorista. Todo conduce a un desenlace soprendente que valida la frase: «Las cosas nunca son lo que parecen».

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El Club Neskatilak estaba situado, como le había explicado el comisario Ansúrez, en plena mitad de la calle de las Cortes, donde tenía su sitial el puterío más arrastrado de Bilbao. A Vázquez no le sonaba el nombre de cuando ejercía en Bilbao pero era tal como se lo imaginaba, como cien mil más que había visitado a lo largo de su carrera. De hecho, cuando estuvo junto a él se dio cuenta de que era un antiguo bar al que habían cambiado algo la decoración y habían traducido el nombre, antes el Club Girls, en inglés, ahora el Club Neskatilak, en vascuence, era el signo de los tiempos, pero lo que se cocía en su interior no necesitaba de más idiomas que el dinero y el sexo.

Cuando se introdujo en su interior pudo observar cómo todas las miradas se concentraban en su persona. Una mulata que ya había dejado muy atrás los mejores años de su vida hacía como que limpiaba unos vasos detrás de la barra. Vázquez se sentó en un taburete enfrente suyo y pidió una cerveza.

– Serán quinientas pesetas, aquí sólo se sirve género de calidad.

– Limítate a poner la cerveza y no des conversación -contestó Vázquez, sin poder evitar que surgiera el policía que llevaba dentro.

Un macarra con pinta de macarra, para que no hubiera dudas sobre cuál era su función en aquel antro, se acercó con aspecto hosco, preguntando a la camarera si tenía problemas.

– Ningún problema -se adelantó Vázquez a contestar-, salvo los que quieras buscarte tú. Aparte de una cerveza cara e imbebible, ¿ofreces algo más o tengo que ir a otro cuchitril a buscar compañía? No me gusta perder el tiempo.

– Depende de lo que ande buscando el señor -dijo más conciliador el macarra, enseñando un diente de oro al sonreír-, aunque aquí no le va a faltar compañía, siempre que pueda pagarla.

– Por eso no te preocupes -dijo enseñando disimuladamente un fajo de billetes-, no he nacido ayer, como puedes comprobar por mi aspecto. Dime qué tienes y si me interesa llegaremos a un trato.

– Lo que quiera, tanto en tíos como tías, negras o blancas, jóvenes o más jóvenes aún.

– Pero bueno, ¿tengo aspecto de bujarrón o degenerado para que me ofrezcas tíos o niñas? Escucha, morena, alta y con dos tetas como melones en sazón. ¿Tienes algo así o me busco la vida por otra parte? Me habían hablado muy bien de este local pero empiezo a pensar que el que lo hizo me estaba gastando una broma.

– Me parece que usted es un tipo extraño, diferente a los que suelen venir por aquí, ¿quién le ha hablado de este local?

– El comisario Ansúrez, ¿algún problema? No soy un poli, sólo un tío que quiere follar y al que no le gusta perder el tiempo.

– Tendría que haber empezado por ahí, el señor Ansúrez y sus amigos siempre son bien recibidos, y no hace falta que vaya enseñando esos billetes, alguien podría darle un disgusto y aquí no los va a necesitar. Nos gusta agasajar a los amigos. Creo que tengo lo que necesita, acompáñeme por favor.

Vázquez y el macarra cruzaron una puerta en la que podía leerse la palabra «privado» y se introdujeron en un cuartucho pequeño en cuyo interior había una escalera de caracol. Sin decir nada, el chulo subió por las escaleras y lo mismo hizo el padre Vázquez. Cuando llegaron al piso superior se internaron por un pasillo y se detuvieron en la tercera puerta que había a la izquierda.

El macarra abrió la puerta y entró en la habitación. Allí pudieron ver a la mujer que acababa de describir, al azar, el padre Vázquez. Una morenaza alta, de larga melena que le llegaba casi hasta el culo, ojos verdes grandes como diamantes y unas tetas que harían la delicia de un fanático de lo abundante. En ese momento se estaba entreteniendo chupándole la polla a un joven que por la pinta estaba celebrando su llegada a la mayoría de edad sin apenas haber tenido tiempo de que le desapareciera el acné juvenil. Aunque la morena ni se inmutó por la situación, la sorpresa del joven hizo que su aparato reproductor se redujera en bastantes centímetros.

– Lo siento, chaval, pero tienes que despejar, esta chica está ocupada.

– Pero, pero… -intentó hablar el joven sin ser capaz de pronunciar nada más que eso.

– Vamos, ahueca el ala si no quieres tener problemas -repitió agresivo el macarra.

– ¿Y mi dinero? Tendrá que devolverme lo que he pagado.

– No seas gilipollas, chaval. ¿Acaso no has pasado un buen rato?, no me digas que no das por bien empleado tu dinero. Venga, largo de aquí y que no te vea más. Los niñatos como tú no traéis más que complicaciones.

Cuando por fin se marchó el joven el macarra habló con la morena, que había observado impertérrita la escena.

– El señor es amigo del comisario Ansúrez, así que trátale bien. Invita la casa.

– Descuida, queda en buenas manos. ¿Por dónde quieres empezar? -le dijo al padre Vázquez cuando el macarra salió de la estancia-, excepto aquello que me produzca dolor puedo hacerlo todo, todo. ¿Te la preparo con un trabajito bucal o eres de los que van directamente al grano? O si lo prefieres, cualquier otra cosa que te guste. Dímelo y ya verás como Mónica no te defrauda.

– Lo primero de todo vístete -dijo Vázquez.

– Por supuesto -respondió la morena colocándose unos sujetadores y una braga de color carne y ciñendo su cuerpo en el interior de un camisón transparente-. ¿Eres de los que prefieres hacerlo vestido o es que te gusta ser tú quien desnude a las niñas?

– Vístete del todo -le espetó Vázquez-, como si fueras a prepararte para ir a misa. Y rápido, que no tengo tiempo que perder.

– Hace quince años que no voy a misa y además aquí no tengo más ropa que la que llevo puesta. Lo siento, cariño, pero tendrás que conformarte con lo que hay, que no está nada mal, por cierto -añadió acercándose a Vázquez y acariciándole la cara con las palmas de sus manos.

– Bueno, pues entonces quédate así pero estáte quieta -respondió Vázquez separándose de ella-. No he venido a follar sino a hablar.

– Vaya, hombre, así que has venido en plan madero, no a pasar un buen rato. Acabáramos. ¿Qué es lo que quieres?

– ¿Conoces a esta chica? -preguntó Vázquez sacando la fotografía de la mujer que había cobrado el talón y enseñándosela-. Por lo que me han dicho ha estado trabajando aquí así que piensa bien lo que me vas a contestar. No me gusta que me mientan.

– Tranquilo, hombre, tranquilo, no hace falta ponerse así, ya te habrás dado cuenta de que aquí nos gusta colaborar. Sí, la conozco, es Verónica, trabajó aquí durante un tiempo.

– Verónica, ¿qué más?

– Y yo qué sé, ¿acaso te crees que aquí vamos con la copia del carnet en la boca? Seguramente no se llama Verónica, así que como para saber sus apellidos.

– De acuerdo, de todos modos cuéntame todo lo que sepas sobre ella.

– No es mucho, estuvo aquí durante una corta temporada y se marchó.

– Así, ¿sin más? ¿Me tomas por idiota? ¿Desde cuándo tenéis por aquí libertad de movimientos?

– Te estoy diciendo la verdad. No sé cómo lo consiguió pero siempre andaba a su aire y cuando quiso dejarnos nos dejó, sin que nadie intentara retenerla. Era una mujer muy curiosa, se la veía con cierta cultura. Leía, leía mucho, pero no como las demás, revistas del corazón y tebeos eróticos, sino libros pesados, con muchas páginas. Una vez le pedí prestado uno pero no pude acabarlo. Ni siquiera pasé de la quinta página. Entre nosotras la llamábamos «La Estudiante». Aquí, excepto en el caso de las que se dedican a ello obligadas por la droga, normalmente no hay muchas tías con estudios, ¿sabes? No porque sean de otra pasta sino porque ese tipo de pibas se lo monta por lo legal, casándose con fulanos de pasta.

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