Sue Grafton - C de cadáver
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Negó con la cabeza.
– Déjelo estar, Bobby no podía aguantarlo. No tardará en enterarse, de todos modos. ¿Ha vuelto Derek? -Había ansiedad en su voz, tensión en sus facciones.
– Creo que no. ¿Le apetece una copa?
– No, pero sírvase usted lo que quiera. La bebida está ahí.
– Más tarde, si acaso. -Me apetecía algo, pero no sabía exactamente qué. Una copa no. Temía que el alcohol me consumiera la delgada corteza del autodominio. Habría sido el colmo. Lo que le faltaba a Glen, cambiar los papeles y ponerse a consolarme. Me senté en el sillón de enfrente y una imagen me chisporroteó en la cabeza. Me acordé de Bobby en el momento de despedirse de su madre hacía apenas un par de noches. Se había vuelto de manera mecánica para presentar a su madre la mejilla buena. Había sido su penúltima noche entre los vivos, su penúltimo sueño, pero nadie se había dado cuenta, ni yo tampoco. Alcé los ojos y comprobé que me miraba como si supiera lo que estaba pensando. Aparté la mirada, aunque no con rapidez suficiente. Su rostro emitió una radiación que me inundó igual que la luz cuando se filtra por sorpresa por una puerta de batiente. La tristeza se coló por la ranura, me cogió desprevenida y rompí a llorar.
12
Que todo tenga un motivo no quiere decir que siempre haya una finalidad. Los días que siguieron fueron una pesadilla, tanto más cuanto mi papel sólo fue periférico en el espectáculo de que se rodeó la muerte de Bobby. Como me había presentado durante sus primeras reacciones de pesar, Glen Callahan pareció elegirme como si pudiera consolarla y distraerla del dolor que sentía.
El doctor Kleinert excarceló a Kitty para que asistiera al entierro y se intentó localizar en el extranjero al padre de Bobby, pero no contestó y a nadie pareció preocuparle. Cientos de personas desfilaron en el ínterin por la capilla ardiente: amigos de Bobby, antiguos compañeros de estudios, amigos de la familia, colaboradores y asociados profesionales de la familia, todas las autoridades de la ciudad, miembros de los distintos comités directivos en que figuraba Glen. El Quién es Quién de Santa Teresa. Después de la primera noche de tormenta, Glen estuvo al cien por ciento en su papel: serena, mundana, lista para cumplimentar todos los detalles del entierro. Todo como Dios manda. Todo con un gusto exquisito. Y yo allí, para lo que quisieran encargarme.
Había creído que Derek y Kitty se resentirían de mi continua presencia, pero por lo visto sirvió para tranquilizar a ambos. La resolución y voluntad de Glen tuvo que abrumarles, sin duda.
Glen ordenó que se cerrase el ataúd de Bobby, aunque en la funeraria lo vi un instante cuando terminaron de "prepararlo". En cierto modo tenía necesidad de verle para convencerme de que estaba muerto de verdad. Dios mío, qué inmovilidad la de la carne cuando la vida ha desaparecido. Glen estuvo a mi lado con la mirada fija en las facciones de Bobby, con una cara tan impávida y exánime como la de su hijo. Algo se le había ido con la muerte de éste. Se mostraba impasible, pero me clavó los dedos en el brazo cuando se cerró la tapa del féretro.
– Adiós, pequeño mío -murmuró-. Te quiero.
Me aparté sin poder contenerme.
Derek se le acercó por detrás y vi que hacía ademán de acariciarle. Glen no se volvió, pero de su cuerpo brotó una rabia tan ilimitada que el marido se mantuvo a cierta distancia, intimidado por la fuerza de aquel sentimiento. Kitty se quedó apoyada en la pared del fondo, atónita y como ausente y con la cara hinchada a causa del llanto derramado a solas. Me pasó por la cabeza que ni ella ni su padre permanecerían mucho tiempo en la vida de Glen. La muerte de Bobby había acelerado el derrumbe de la familia. Glen parecía impaciente por estar sola, intransigente ante los requisitos del trato normal. Eran sanguijuelas y ella se había quedado sin sangre. Apenas la conocía, pero me di cuenta de que su conducta había cambiado brusca y radicalmente de principios. Derek la observó inquieto, intuyendo tal vez que ya no jugaba ningún papel en el nuevo planteamiento, fuera éste cual fuese.
Lo enterraron el sábado. La misa de difuntos duró poco, por suerte. Glen se había encargado de elegir la música y de seleccionar pasajes de obras ajenas a la Biblia. Seguí su ejemplo y superé el trago de las exequias aislándome y prestando oídos sordos a lo que se decía. No quería hacer frente aquel día a la muerte de Bobby. No quería perder el dominio de mí misma en un lugar público como aquel. Y sin embargo hubo momentos en que noté que la cara me ardía y los ojos se me nublaban a causa de las lágrimas. Se trataba de algo irás que de su muerte. Se trataba de todas las muertes, de todo lo que yo había perdido, mis padres, mi tía.
El cortejo fúnebre tendría diez calles de largo y recorrió la ciudad a paso solemne. El tráfico tenía que detenerse en cada cruce y adiviné los comentarios por la cara que ponía la gente al pasar nosotros. "Vaya, un entierro." "¿Quién será?" "Menos mal que hace un día estupendo." "Mira, mira cuántos coches." "Joder, podían haber ido por otra calle."
Entramos en el cementerio, verde y cuidado como un jardín. Las hileras de lápidas se prolongaban en todas direcciones exhibiendo su variedad, como si se tratase del taller de un marmolista que expusiera el catálogo completo de sus ofertas. Por todas partes había árboles de hoja perenne, macizos de eucaliptos y sicómoros. Las parcelas estaban separadas entre sí por setos de poca altura y en el plano del camposanto probablemente habría nombres como Serenidad y Praderas Celestiales.
Bajamos de los vehículos e inundamos la hierba recién cortada. Parecía una excursión de alumnos de primera enseñanza: todo el mundo era amable y nadie sabía muy bien qué hacer. Había ocasionales conversaciones en voz baja, pero lo que dominaba era el silencio. El personal de la funeraria, trajeado de negro, nos acompañó a los asientos correspondientes como camareros en un banquete de boda.
Hacía calor, la luz vespertina era cegadora. La brisa mecía la copa de los árboles y jugueteaba con los faldones laterales del palio. Tomamos asiento mientras el sacerdote dirigía los ritos finales. Me sentía mejor al aire libre y me di cuenta de que si la ceremonia había perdido parte de su tuerza era porque le faltaba la música del órgano. En ocasiones como la presente, hasta el himno eclesiástico más insípido puede desgarrar el corazón. Yo prefería el silbido del viento.
El ataúd de Bobby era un bloque macizo de nogal y bronce pulimentados; parecía un baúl de ropa camera gigantesco, demasiado grande para el lugar que le habían asignado.
Por lo visto hacía juego con la cripta que se había comprado a propósito para alojarlo bajo tierra. Sobre la tumba se había instalado un complejo mecanismo que al final serviría para descender el féretro y meterlo en la fosa, aunque recelé que se había acoplado en el último momento.
El estilo de los entierros había evolucionado desde el fallecimiento de mis padres y para matar el tiempo especulé sobre los motivos del cambio. La revolución tecnológica, sin duda. Puede que la muerte fuese más metódica en aquella época y por tanto más fácil de poner en orden. Las fosas se cavaban con máquinas, que abrían un hoyo de aristas perfectas en el que se montaba la plataforma de suspensión donde luego se depositaba el ataúd. El bronquerío aquel de los deudos arrojándose de cabeza a la fosa había pasado a la historia. Con la plataforma de suspensión, había que tumbarse boca abajo y colarse por el resquicio como una ardilla, lo que despojaba al gesto de toda su teatralidad.
A un lado del grupo de parientes y amigos vi a Phil y Reva Bergen. El parecía deshecho, pero ella estaba impasible. Sus ojos fueron de la cara del sacerdote a la mía y se me quedó mirando con fijeza ausente. Me pareció ver a Kelly Borden detrás de ellos, pero no estaba segura. Me hice a un lado para ver si coincidían nuestras miradas, pero el rostro había desaparecido. El gentío comenzó a dispersarse y me sorprendió comprobar que ya había terminado todo. El sacerdote miró a Glen con solemnidad, pero la mujer no le hizo el menor caso y se dirigió a la limusina. Derek tuvo la delicadeza de rezagarse lo suficiente para intercambiar unos comentarios.
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