J. Robb - Una muerte inmortal

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Una muerte inmortal: краткое содержание, описание и аннотация

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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Roarke hubo de admitir que había sido un gesto simpático y hacía lo posible por estar a la altura de las expectativas de Feeney como soltero en su postrera no?che de libertad.

– Tenga, muchacho, otro whisky para usted. -Tras haber tomado varias copas de irlandés, Feeney había adoptado cómodamente el acento de un país que jamás ni siquiera sus tatarabuelos habían pisado nunca-. Vivan los rebeldes.

Roarke enarcó una ceja. Él sí había nacido en Dublín y pasado casi toda su juventud vagando por sus callejue?las. Sin embargo no tenía el apego sentimental de Feeney hacia aquella tierra y sus sublevaciones.

– Slainte -brindó en gaélico para complacer a su amigo.

– Así me gusta. Bueno, Roarke, deje que le diga, las señoras que hay aquí son sólo para mirar. Nada de toqueteos.

– Me contendré.

Feeney sonrió y le dio a Roarke un manotazo en la espalda que casi le hizo trastabillar.

– Está como un tren, ¿eh? Nuestra Dallas…

– Bueno… -Roarke miró ceñudo su vaso de whisky-. Sí.

– Esa Dallas nos hace estar a todos siempre alerta. Sabe más que Merlín, la muy jodida. Es de las que no para cuando se le mete una cosa entre ceja y ceja. Le diré una cosa, este último caso la ha dejado hecha polvo.

– Todavía está en ello -murmuró Roarke, y sonrió fríamente cuando una rubia desnuda le acarició el pe?cho-. Prueba suene con ése -le dijo, señalando a un hom?bre de mirada vidriosa y traje gris de rayas finas-. Es el dueño de Stoner Dynamics.

Al ver que ella no entendía, Roarke se desembarazó de las manos que empezaban bajar alegremente hacia su entrepierna.

– Está forrado -dijo.

La chica se alejó bamboleándose, mientras Feeney la miraba con más deseo que esperanza.

– Soy casado y feliz, Roarke.

– Eso me han dicho.

– Es degradante confesar que estoy un poco tentado de darme un revolcón en un cuarto a oscuras con una cosa guapa como ésa.

– Usted merece algo mejor, Feeney.

– Eso es verdad. -Suspiró largamente y luego reto?mó el anterior tema de conversación-. Dallas se va unas semanas. Creo que dejará el caso y se meterá en el si?guiente.

– A ella no le gusta perder, y tiene esa sensación. -Roarke trató de restarle importancia. Maldita la gracia que le hacía pasar la víspera de su boda hablando de ho?micidios. Maldiciendo por lo bajo, llevó a Feeney hasta un rincón tranquilo-. ¿Qué sabe usted de ese camello al que mataron en el East End?

– Cucaracha. No hay mucho que decir. Traficante, bastante hábil, bastante estúpido. Es curioso que tantos traficantes sean las dos cosas a la vez. No salía de su te?rritorio. Le gustaba el dinero fácil y rápido.

– ¿También era un soplón? ¿Como Boomer?

– Lo había sido. Su preparador se retiró el año pa?sado.

– ¿Y qué pasa cuando un preparador se retira?

– Que se encarga otro del soplón o se le deja suelto. No encontraron a nadie que quisiera encargarse de Cu?caracha.

Roarke iba a encogerse de hombros, pero algo le se?guía intrigando.

– El policía que se retiró, ¿trabajaba con alguien?

– ¿Qué se ha creído? ¿Que tengo memoria de orde?nador?

– Sí.

El halago hizo que Feeney se pavoneara.

– Bueno, a decir verdad, recuerdo que estaba asocia?do con un viejo amigo mío, Danny Riley. Eso fue en, a ver, en el cuarenta y uno. Creo que patrulló con Mari Dirscolli hasta el cuarenta y ocho, más o menos.

– No importa -murmuró Roarke.

– Después hizo equipo con Casto un par de años.

Roarke avivó sus cinco sentidos.

– ¿Casto? ¿Patrullaba con Casto mientras era prepa?rador de Cucaracha?

– Así es, pero sólo uno de los dos trabaja como pre?parador. Por supuesto -rezongó Feeney mientras arru?gaba la frente-. El procedimiento normal es tomar pose?sión de los contactos de tu pareja. No hay constancia de que Casto lo hiciera. Él tenía sus propios soplones.

Roarke se dijo que eran prejuicios, que eran sus ce?los ridículos y reflejos.

– No todo consta en los archivos. ¿No le parece una coincidencia que dos soplones que trabajaban con Casto fueran asesinados, ambos relacionados con Immortality?

– No he dicho que Casto usara a Cucaracha como soplón. Y no es tanta coincidencia. Ya se sabe que en el mundo de las ilegales, todo está conectado de un modo u otro.

– ¿Qué más descubrieron que pudiera relacionar a Cucaracha con los otros asesinatos, aparte de Casto?

– Cielos, Roarke. -Feeney se pasó la mano por la cara-. Es peor que Dallas. Mire, hay muchos policías de Ilegales que acaban con problemas de toxicomanía. Cas?to está limpio del todo. Jamás ha dado positivo en ningu?na prueba. Tiene buena reputación, puede que lo ascien?dan a capitán, y no es ningún secreto que él lo busca. Sería tonto si ahora lo estropeara todo metiéndose en líos.

– Hay veces que un hombre no puede resistir la ten?tación, Feeney, y acaba cediendo. ¿Pretende decirme que sería la primera vez que un policía de Ilegales saca algún dinero bajo, mano?

– No. -Feeney suspiró de nuevo. Aquella conversa?ción le estaba poniendo sobrio. Y eso no le gustaba-. A Casto no se le puede imputar nada. Dallas estaba tra?bajando con él. Si fuera un mal policía se lo habría olido. Ella es así.

– Dallas ha estado descentrada -murmuró Roarke recordando las palabras de Eve-. Píenselo, Feeney, por más rápido que ella se movía siempre parecía ir un paso por detrás de los acontecimientos. Si alguien hubiera co?nocido sus movimientos le habría sido fácil anticiparse. Especialmente si era alguien con mentalidad de policía.

– Le cae mal porque es casi tan apuesto como usted -dijo Feeney de mal humor.

Roarke se lo pasó por alto.

– ¿Qué podría usted averiguar de él esta noche?

– ¿Esta noche? Joder, ¿quiere que le busque las cos?quillas a un colega, que investigue los expedientes per?sonales sólo porque dos de sus soplones resultaron muertos? ¿Y encima esta noche?

Roarke le apoyó una mano en el hombro.

– Podemos usar mi unidad.

– Harán buena pareja -masculló Feeney mientras Roarke le empujaba hacia la multitud-. Menudo par de estafadores.

Eve veía a Casto borroso y podía oler el tenue aroma a jabón y sudor que despedía su piel. Pero no lograba en?tender qué hacía él allí.

– ¿Qué ocurre, Casto? ¿Tenemos una llamada? -Miró alrededor buscando a Peabody y vio los chillones cortinajes rojos que se suponía añadían sensualidad a un cuarto destinado al sexo rápido y barato-. Espere un momento.

– Relájese, Dallas. -No quería darle otra dosis,-me?nos teniendo en cuenta lo que ya habría estado bebiendo en su fiesta de soltera-. La puerta está cerrada, o sea que no puede ir a ninguna parte. -Se puso a la espalda un co?jín con bordes de satén-. Habría sido mucho más fácil si lo hubiera dejado correr. Pero no. Usted erre que erre. No me cabe en la cabeza que haya estado machacando a Lilligas.

– ¿Quién… qué?

– La florista de Vegas II. Eso es ir demasiado lejos. Yo mismo he utilizado a esa zorra.

Eve notó una sensación desagradable en el estómago. Cuando notó el sabor de la bilis en la garganta, se inclinó hacia adelante, metió la cabeza entre las rodillas y procuró respirar hondo.

– Hay picos que pueden producir náuseas. La próxi?ma vez probaremos otra cosa.

– Me equivoqué con usted. -Eve trató de concentrar?se en no vomitar la pesada y grasienta comida que había ingerido en lugar de alcohol-. Maldita sea, cómo no me di cuenta.

– Usted no estaba buscando a otro policía. Bueno, ¿por qué iba a hacerlo? Y tenía otras cosas que la preo?cupaban. Ha quebrantado las normas, Eve. Usted sabe muy bien que el primer investigador jamás debe impli?carse personalmente. Estaba demasiado preocupada por su amiga. Es algo que admiro en usted, aun cuando sea una estupidez.

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