Ella respiraba entrecortadamente. Tenía una espan?tosa jaqueca.
– Esta noche he de trabajar, quiero repasar algunos nombres y lugares.
No, pensó él con serenidad. No lo harás.
– Descansa un poco. Come algo. -Antes de que ella pudiera protestar, él ya estaba camino del AutoChef-. Hasta tu admirable organismo necesita combustible. Además, he de contarte una historia.
– No puedo perder tiempo.
– Nadie dice que lo vayas a perder.
Quince minutos, se dijo ella mientras el aroma de algo sabroso llegaba hasta su nariz.
– La comida rápida y la historia corta, ¿de acuerdo? -Se frotó los ojos sin saber si era vergüenza o alivio lo que sentía tras haber destapado el frasco de las lágri?mas-. Perdona que haya lloriqueado.
– Siempre me tendrás a punto para oírte lloriquear.
– Se le acercó con una tortilla humeante y una taza. Se sentó y le miró los ojos hinchados, exhaustos-. Te ado?ro, Eve.
Ella se sonrojó. Parecía que Roarke era el único que podía hacerla ruborizar.
– Tratas de distraerme. -Cogió el plato y el tenedor-. Con esto siempre lo consigues, y ya no me acuerdo de lo que iba a decir. -Probó los huevos-. Algo así como que eres lo mejor que me ha sucedido en la vida.
– Con eso basta.
Eve levantó la taza, empezó a sorber y frunció el en?trecejo:
– Esto no es café.
– Es té, para variar. Relajante. Creo que estás sobre?cargada de cafeína.
– Puede. -Como los huevos estaban de fábula y ella no tenía fuerzas para discutir, tomó un sorbo de té-. No está mal. Bueno, ¿cuál era la historia?
– Te habrás preguntado por qué sigo teniendo a Summerset pese a que es… menos que solícito contigo.
– Querrás decir pese a que me odia con toda su alma -bufó ella-. Es cosa tuya.
– Nuestra -corrigió él.
– Como quieras, pero no quiero hablar de él ahora.
– Se trata más bien de mí y de un incidente que se podría pensar está relacionado con lo que sientes ahora. -La dejó beber otra vez, calculando que tenía tiempo para contarle la historia-. Cuando yo era muy joven y aún vivía en Dublín, me lié con un hombre y su hija. La muchacha era, qué sé yo, un ángel. Tenía la sonrisa más dulce del firmamento. Practicaban estafas y timos, lo hacían muy bien. Cosas de poca monta, en general, para ir tirando más o menos bien. En esa época, yo es?taba haciendo algo parecido pero me gustaba la varie?dad, y disfrutaba haciendo de ratero u organizando chanchullos. Mi padre vivía aún cuando conocí a Summerset (que entonces no usaba ese nombre) y a su hija Marlene.
– Conque era un estafador -dijo ella entre mordis?cos-. Ya decía yo que le veía algo sospechoso.
– Era bastante brillante. Aprendí muchas cosas de él, y quisiera pensar que él de mí. En cualquier caso, des?pués de recibir yo una paliza delirante por parte de mi querido padre, Summerset me encontró casualmente sin sentido en un callejón. Me acogió y cuidó de mí. No ha?bía dinero para un doctor, y yo no tenía tarjeta médica. Lo que sí tenía era varias costillas rotas, una conmoción cerebral y un hombro fracturado.
– Lo siento. -La imagen despertó otras imágenes, se?cándole la boca-. La vida es un asco.
– Lo fue. Summerset era un hombre de talentos va?rios; sabía algo de medicina. A menudo utilizaba esa ta?padera en su trabajo. No diré tanto como que me salvó la vida. Yo era joven y fuerte y estaba habituado a las pa?lizas, pero él hizo que no sufriera más de la cuenta.
– Le debes algo. -Ella dejó el plato vacío a un lado-. Lo comprendo. Está bien.
– No es eso. Yo le debía un favor y se lo devolví. Él también me debe favores. Después que mi padre acabara como acabó, nos hicimos socios. No diré que él me cria?ra, pues yo cuidaba de mí mismo, pero me dio lo que po?dría considerarse una familia. Yo quería a Marlene.
– La hija. -Sacudió la cabeza para hacerse a la idea-. Lo había olvidado. Es difícil imaginar a ese tipejo como padre de nadie. ¿Dónde está ella?
– Murió. Tenía catorce años, y yo dieciséis. Había?mos estado juntos cerca de seis años. Uno de mis pro?yectos llegó a oídos de un pequeño y especialmente vio?lento sindicato. Creían que yo estaba metiéndome en su territorio, mientras que yo creía estar labrándome uno propio. Me amenazaron. Fui lo bastante altivo para ha?cer caso omiso. Un par de veces trataron de darme una lección, de hacer que los respetara, supongo. Pero a mí era difícil atraparme. Además, estaba empezando a tener cierto prestigio. Incluso ganaba dinero. Lo suficien?te como para comprar entre los dos un piso pequeño y decente. Y a todo eso, Marlene se enamoró de mí.
Hizo una pausa y se miró las manos, recordando, la?mentando.
– Yo le tenía mucho afecto, pero no amor. Marlene era guapa e increíblemente inocente, pese a la vida que llevábamos. Yo no pensaba en ella románticamente, sa?bes, sino como un hombre (porque ya era un hombre) podría pensar en una obra de arte: platónicamente. Nada de sexo. Ella pensaba de otro modo, y una noche entró en mi cuarto y con dulzura se me ofreció. Yo me quedé perplejo, furioso y aterrorizado. Porque era un hombre y, por tanto, me sentía tentado.
Volvió a mirar a Eve.
– Fui cruel con ella. Estaba destrozada porque yo la rechacé. Ella era una niña y yo la hice sufrir. Jamás he podido olvidar la forma en que me miró. Ella confiaba en mí y yo, por hacer lo correcto, la traicioné.
– Como yo he traicionado a Mavis.
– Como tú crees haberla traicionado. Pero hay más. Ella se fue de casa aquella noche. Summerset y yo no lo supimos hasta el día siguiente, cuando los hombres que me buscaban nos avisaron de que la tenían. Nos devol?vieron la ropa que llevaba aquel día, y estaba manchada de sangre. Por primera y última vez en mi vida vi a Sum?merset incapaz de actuar. Yo habría dado cualquier cosa que ellos me hubieran pedido, habría hecho cualquier cosa. Me habría cambiado por ella sin dudarlo. Igual que tú, si pudieras, cambiarías tu sitio con Mavis.
– Sí. Haría cualquier cosa.
– A veces las cosas suceden demasiado tarde. Me puse en contacto con ellos, les dije que negociaría, im?ploré que no le hicieran daño. Pero ellos ya se lo habían hecho. La habían violado y torturado, a aquella encanta?dora muchacha de catorce años que había disfrutado de la vida y que empezaba a sentirse una mujer. A las pocas horas de aquel primer contacto, su cuerpo fue dejado a la puerta de mi casa. La habían utilizado como medio para obtener algo, para ponerle los puntos sobre las íes a un rival, a un advenedizo. Y yo ya no podía hacer nada para cambiar las cosas.
– No fue culpa tuya. -Alargó el brazo para cogerle las manos-. Lo siento. De veras, pero no fue tu culpa.
– No; es verdad. Tardé años en convencerme de eso, en comprender y aceptar. Summerset nunca me culpó. Podría haberlo hecho. Ella era su vida y había sufrido y muerto por mí. Pero él jamás me culpó de nada.
Eve suspiró y cerró los ojos. Sabía lo que Roarke le estaba diciendo al repetir una historia que para él debía ser una pesadilla.
– No pudiste evitar lo que pasó. Sólo podías controlar lo que pasó después, igual que yo sólo puedo hacer todo lo posible para encontrar las respuestas. -Cansinamente, volvió a abrir los ojos-. ¿Qué pasó luego, Roarke?
– Perseguí a los hombres que lo habían hecho y los maté, uno a uno, del modo más lento y más doloroso que pude concebir. -Sonrió-. Cada cual tiene su propio método de encontrar soluciones justas, Eve.
– Erigirse uno mismo en juez no es justicia, Roarke.
– Para ti no. Pero tú encontrarás la solución justa para Mavis. Nadie lo duda.
– No puedo dejar que se someta a un tribunal. -La cabeza le pesaba-. He de encontrar… Necesito ir a… -Ni siquiera pudo llevarse el brazo hasta la cabeza-. Maldita sea, Roarke, me has dado un sedante.
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