– ¿Cuál era su estado de ánimo la noche en que murió?
– Estaba cabreada y colocada. -Con un rápido cam?bio de humor, Jerry echó la cabeza atrás y rió con ga?nas-. Yo no sé qué se habría metido, pero está claro que sus pupilas la delataban. Tenía puesta la directa.
– Señorita Fitzgerald -empezó Feeney en tono pau?sado y como de disculpa-, ¿diría usted que Pandora ha?bía ingerido una sustancia ilegal?
Ella dudó, luego movió sus hombros de alabastro.
– Nada que sea legal le hace sentir a una tan bien. O tan mal. Y ella se sentía bien y mal. Fuera lo que fuese, lo estaba combinando con litros de champán.
– ¿Les ofrecieron a usted y a los demás invitados sus?tancias ilegales? -preguntó Eve.
– Ella no me invitó a compartir nada. Pero sabía que yo no consumo drogas. Mi cuerpo es un templo. -Sonrió al ver que Eve miraba su vaso-. Proteínas, te?niente. Pura proteína. ¿Y esto? -Blandió su delgado ci?garrillo-. Vegetariano, con algo de sedante perfecta?mente legal, para mis nervios. He visto caer a mucha gente poderosa por culpa de un viaje corto y rápido. A mí me van los trayectos largos. Me permito tres ci?garrillos de hierbas al día y alguna copa de vino de vez en cuando. Nada de estimulantes químicos ni píldoras de la felicidad. Por el contrario… -Apartó su vaso-. Pandora ingería cualquier cosa. Era capaz de tragar de todo.
– ¿Sabe usted el nombre de su proveedor?
– Nunca se lo pregunté. No me interesaba en absolu?to. Pero yo diría que esto era algo nuevo. Jamás la había visto tan lanzada, y aunque me duele decirlo, se la veía mejor, más joven. El tono de piel, la textura. Tenía, cómo decirlo, un brillo especial. Si no supiera de qué va, habría dicho que se había sometido a un tratamiento completo, pero las dos vamos a Paradise. Sé que ese día no estuvo en el salón, porque yo sí estuve. Además, se lo pregunté, y ella me sonrió y dijo que había descubierto un nuevo secreto de belleza y que pensaba sacar mucho dinero con ello.
– Muy interesante -comentó Feeney cuando montó de nuevo en el coche de Eve-. Hemos hablado con dos de las tres personas que trataron a la víctima en sus últi?mas horas. Ninguna podía tragarla.
– Pudieron hacerlo juntos -musitó Eve-. Fitzgerald conocía a Leonardo, quería trabajar con él. Nada más fácil que buscarse una coartada mutua.
Él se palpó el bolsillo en donde había guardado los discos de seguridad del edificio.
– Examinaremos esto a ver qué descubrimos. Sigo pensando que nos falta un móvil. El que se cargó a Pandora no sólo quería matarla, quería borrarla*. Nos enfrentamos a un tipo especial de furia. Y no parece que ninguno de esos dos fuera a tomarse tantas moles?tias.
– En un momento dado, cualquiera podría hacerlo. Quiero pasarme por ZigZag y ver si empezamos a concre?tar los movimientos de Mavis. Y necesitamos contactar con ese productor, fijar una entrevista. ¿Por qué no pone a tra?bajar a uno de sus zánganos en las compañías de taxis? No veo a nuestra heroína tomando el metro o un autobús hasta el apartamento de Leonardo.
– Descuide. -Feeney sacó su comunicador-. Si utili?zó algún tipo de servicio privado de transporte, lo averi?guaremos en un par de horas.
– Perfecto. Y veamos si hizo el trayecto sola o si iba acompañada.
El ZigZag tenía poca clientela a mediodía. Vivía de la noche. El público diurno consistía en turistas o en pro?fesionales urbanos a quienes no importaba mucho si la decoración era cursi y el servicio huraño. El club parecía un parque de atracciones que resplandecía de noche pero mostraba su edad y sus defectos a la dura luz del día. Con todo, conservaba esa mística latente que atraía a multitud de noctámbulos.
El ronroneo musical de fondo alcanzaría un volu?men ensordecedor tras la puesta de sol. La estructura de dos niveles estaba dominada por cinco barras y dos pis?tas de baile giratorias que empezaban a moverse a las nueve de la noche. Ahora estaban quietas, y los suelos mostraban los arañazos de los pies danzarines.
La oferta de comida consistía en emparedados y en?saladas, bautizados todos con nombres de rockeros muertos. El especial del día era de mantequilla de ca?cahuete y plátano con aderezo de cebolla y jalapeños. El combinado Elvis amp; Joplin.
Eve y Feeney se acodaron en la primera barra, pidie?ron café solo y estudiaron a la camarera. En contra de lo habitual, no era androide sino humana. De hecho, Eve no había visto ningún androide en el club.
– ¿Trabaja alguna vez en el turno de noche? -le pre?guntó Eve.
– No. Sólo de día. -La camarera dejó el café sobre la barra. Era del tipo alegre, cuadraba más con una presen?tadora de una cadena de alimentos de régimen que sir?viendo bebidas en un club nocturno.
– ¿Quién hay de diez a tres que se fije en la gente?
– Aquí nadie se fija en la gente, si puede evitarlo.
Eve sacó su placa y la dejó sobre la barra:
– ¿Cree que esto le refrescaría la memoria a alguien?
– No lo sé. -Se encogió de hombros, despreocupa?da-. Mire, éste es un local limpio. Tengo un crío en casa, razón por la cual trabajo de día y fui muy quisquillosa a la hora de buscarme un empleo. Hice muchas averigua?ciones antes de decidirme por este sitio. Dennis dirige un club tranquilo, y es por eso que los camareros tienen pulso y no chips. A veces la cosa se desmanda, pero él sabe cómo controlar la situación.
– ¿Quién es ese Dennis y dónde puedo encontrarle?
– Su despacho está arriba a la derecha subiendo las es?caleras, detrás de la primera barra. Él es el dueño de esto.
– Oiga, Dallas. ¿Y si aprovechamos para comer algo? -se quejó Feeney echando a andar detrás de ella-. El Mick Jagger parecía bastante prometedor.
– No sea pesado.
La barra del segundo nivel no estaba abierta, pero al?guien había avisado a Dennis. Un panel de espejo se des?corrió y apareció él, delgado y de rasgos parejos con pe?rilla pelirroja y el pelo negrísimo cortado a lo monje.
– Bienvenidos a ZigZag, agentes. -Su voz era queda como un susurro-. ¿Hay algún problema?
– Necesitamos su ayuda y su cooperación, señor…
– Dennis, a secas. Demasiados nombres es un engo?rro. -Les hizo pasar. El ambiente de parque de atraccio?nes terminaba en el umbral. La oficina era espartana, ae?rodinámica y silenciosa como una iglesia-. Mi santuario -dijo, consciente del contraste-. No se pueden disfrutar ni apreciar los placeres del ruido y la humanidad dan?zante a menos que uno experimente lo contrario. Siéntense, por favor.
Eve probó una silla de aspecto severo y respaldo recto mientras Feeney se acomodaba en otra.
– Estamos tratando de verificar los movimientos de una de sus clientes.
– ¿Motivo?
– Razones oficiales.
– Ya. -Dennis estaba detrás de una plancha de plásti?co brillante que le servía de escritorio-. ¿Día y hora?
– Anoche, entre las once y la una.
– Abrir pantalla. -Una sección de la pared dejó ver un monitor-. Reproducir escáner de seguridad, empezar a las once de la noche.
El monitor, y la habitación, explotaron de sonido, color y movimiento. Por un momento, Eve quedó des?lumbrada. Era una vista general del club en su momento álgido. Una vista bastante señorial, pensó Eve, como si el espectador planeara tranquilamente sobre las cabezas de la clientela.
Le iba a Dennis como anillo al dedo.
El dueño sonrió, evaluando la reacción de ella.
– Borrar audio. -Se hizo el silencio.
Ahora los movimientos parecían de otro mundo. La gente bailaba sobre las pistas giratorias con la cara ilumi?nada por los focos, que captaban expresiones intensas, alegres, feroces. En una esquina discutía una pareja, y a juzgar por el juego de sus cuerpos, estaba claro que la cosa iba en aumento. En otra esquina se producía un ri?tual de emparejamiento con miradas conmovedoras y toquetees íntimos.
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