– Admitiré sus recomendaciones, Dallas. Los otros informes del laboratorio no tardarán en llegar. Espere?mos que los resultados lo aclaren todo. Hágase cargo de que podrían inculpar todavía más a Mavis Freestone.
– Sí, señor. Me hago cargo.
– Usted y Mavis son amigas desde hace tiempo. No sería una mancha para su historial renunciar a ser el pri?mer investigador. En realidad sería mucho mejor para usted, teniente, y desde luego más lógico.
– No, señor. No voy a renunciar al caso. Si me aparta de él, pediré un permiso y seguiré investigando a título personal. Si es preciso, renunciaré al cargo.
Whitney se frotó la frente con ambas manos.
– No se lo aceptaría. Siéntese, teniente. Maldita sea, Dallas -explotó al ver que ella seguía de pie- ¡Siéntese! Es una orden, coño.
– Sí, mi comandante.
Whitney suspiró, reprimiendo su contrariedad.
– No hace mucho le hice daño con un ataque perso?nal que no fue ni apropiado ni merecido. Por culpa de eso estropeé la relación que había entre nosotros. En?riendo que no se sienta a gusto bajo mis órdenes.
– Es usted el mejor jefe que he tenido nunca. Para mí no es ningún problema tenerle como superior.
– Pero ya no somos amigos, ni de lejos. Sin embargo, debido a mi conducta durante su investigación de un caso que era para mí muy personal, usted debería saber que entiendo muy bien lo que le está pasando ahora mis?mo. Sé lo que significa tener un conflicto de lealtades, Dallas. Aunque le resulte imposible hablar de sus senti?mientos en este caso, le sugiero que lo haga con alguien en quien pueda confiar. Mi error en aquella investiga?ción fue no compartir la carga. No cometa usted el mis?mo ahora.
– Mavis no ha matado a nadie. Ninguna prueba po?dría convencerme de lo contrario. Yo haré mi trabajo, comandante. Y sabré encontrar al verdadero asesino.
– No me cabe duda de que lo hará, teniente, ni de que eso la hará sufrir. Tiene usted mi apoyo, tanto si lo quie?re como si no.
– Gracias, señor. Tengo que pedirle otra cosa en rela?ción con otro caso.
– ¿Cuál?
– El asunto Johannsen.
Whitney suspiró.
– Es usted como un sabueso, Dallas. Nunca suelta la presa.
Ella no se lo discutió.
– Tiene mi informe sobre lo que encontramos en la pensión de Boomer, comandante. La sustancia ilegal no ha podido ser totalmente identificada. He hecho investi?gaciones por mi cuenta sobre la fórmula. -Sacó un disco de su bolso-. Es una nueva mezcla, muy potente, y sus efectos son muy a largo plazo comparados con lo que se encuentra actualmente en la calle. De cuatro a seis horas con una dosis media. Demasiada cantidad de una sola vez sería, en un ochenta por ciento, fatal.
Whitney examinó el disco.
– ¿Investigación personal, Dallas?
– Tengo un enlace y lo he utilizado. El laboratorio si?gue en ello, pero ya han identificado varios ingredientes y sus proporciones. Mi opinión es que la sustancia sería enormemente rentable, ya que basta una pequeña canti?dad para conseguir resultados. Crea mucha adicción y produce sensaciones de fuerza, ilusiones de poder y una especie de euforia; no de tranquilidad, sino una sensa?ción de control sobre uno mismo y los demás. He calculado los resultados de una adicción a largo plazo. El uso diario durante un período delinco años significaría un bloqueo total y repentino del sistema nervioso. Y la muerte.
– Mierda. ¿Es un veneno?
– A la larga, sí. Los fabricantes lo saben sin duda, lo que les convierte en culpables no sólo de distribuir ile?gales sino de asesinato.
Eve dejó que reflexionara sobre ello, sabía los dolo?res de cabeza que eso podía producir si los medios infor?mativos llegaban a tener conocimiento de los datos.
– Boomer podía no saber todo esto, pero sí sabía lo suficiente para que lo mataran por ello. Quiero llegar hasta el final y puesto que hay otros asuntos que me preocupan, solicito que la agente Peabody me sea asigna?da como ayudante hasta que el caso quede resuelto.
– Peabody no tiene mucha experiencia en homicidios ni en ilegales, teniente.
– Lo compensa con cerebro y esfuerzo. Quisiera que me ayudara a coordinar con el teniente Casto de Ilega?les, que también usaba a Boomer corno soplón.
– Me ocuparé de ello. En cuanto a lo de Pandora, uti?lice a Feeney. -Arqueó una ceja-. Veo que ya lo está ha?ciendo. Hagamos como que se lo acabo de ordenar y que sea oficial. Tendrá que tratar con los media.
– Voy acostumbrándome a eso. Nadine Furst ha vuel?to de vacaciones. Le iré dando los datos que mejor me pa?rezca. Ella y Canal 75 me deben algunos favores. -Eve se puso en pie-. He de hablar con algunas personas. Me pon?dré en contacto con Feeney y haré que venga conmigo.
– A ver si podemos aclarar las cosas antes de su luna de miel. -La cara de Eve era un verdadero estudio de contradicciones: engorro, placer y miedo; Whitney se echó a reír-. Sobrevivirá, Dallas. Eso se lo garantizo.
– Sí, claro, el tipo que ha diseñado mi traje de boda está encerrado -murmuró-. Gracias, comandante.
Al verla salir, Whitney pensó que aunque ella tal vez no fuera consciente de que había bajado la barrera que había entre los dos, él sí.
– A mi mujer le va a encantar. -Más que feliz de dejar que condujera Dallas, Feeney se retrepó en el asiento del acompañante. Había poco tráfico mientras iban hacia Park Avenue South. Feeney, nativo de Nueva York, ha?bía desconectado hacía rato de los bramidos y ecos de los globos turísticos y los autobuses aéreos que pulula?ban por el cielo.
– Me dijeron que iban a arreglarlo. Qué cabrones. ¿Oye eso, Feeney? ¿Oye ese maldito zumbido?
Educadamente, Feeney se concentró en el ruido que salía del panel de control.
– Parece un enjambre de abejas asesinas.
– Tres días -dijo ella, enfadada-, tres días en repara?ción y escuche el ruido. Peor que antes.
– Dallas. -Le puso una mano en el brazo-. Tal vez tenga que enfrentarse a la idea de que su vehículo no es más que una basura. Requise uno nuevo.
– Yo no quiero uno nuevo. -Con el canto de la mano, Eve golpeó el panel de control-. Quiero éste, pero sin efectos de sonido. -Hubo de pararse en un se?máforo. A juzgar por como sonaban los controles, no podría fiarse del automático-. ¿Dónde diablos queda el 582 de Central Park South? -Sus controles seguían zumbando, así que les propinó otro golpe-. Digo que dónde diablos queda el 582 de Central Park South.
– Pregúntelo con amabilidad -le sugirió Feeney-. Ordenador, ¿sería tan amable de mostrar el mapa y loca?lizar Central Park South 582?
Al ver que la pantalla se encendía y aparecía el mapa holográfico señalando la ruta, Eve se limitó a gruñir.
– Yo no hago tantos mimos.
– A lo mejor por eso sus controles siempre se le es?tropean. Como le decía -prosiguió antes de que ella pu?diera cortarle-, a mi mujer le va a encantar. Justin Young: hacía de semental en Night Falls.
– Una telenovela, ¿no? -Le fulminó con la mirada-. ¿Qué hace usted mirando telenovelas?
– Mire, yo pongo ese canal para relajarme un poco, como cualquier hijo de vecino. Además, mi mujer está colada por Young. Ahora se dedica al cine. Apenas pasa una semana que ella no programe alguna de sus pelícu?las. El tipo lo hace bien, además. Aparte, sale Jerry Fitzgerald -añadió Feeney con una sonrisa soñadora.
– Guárdese sus fantasías.
– Esa chica sí está bien hecha, se lo digo yo. No como esas modelos que parecen haberse quedado en los hue?sos. -Hizo un sonido como anticipándose al placer de un enorme helado-. ¿Sabe por qué me gusta trabajar con usted, Dallas?
– ¿Por mi encanto personal y mi incisiva inteligencia?
– Por supuesto. -Feeney puso los ojos en blanco-. Poder ir a casa y decirle a mi mujer a quién he interroga?do hoy. Un multimillonario, un senador, aristócratas italianos, estrellas de cine. En serio, eso me está dando mucho prestigio.
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