– Ya sabe que éramos amantes. Y sabe que yo inten?taba cortar con ella debido a…
– Pero en el momento de su muerte -le interrumpió Eve- ya no intimaban.
– Cierto, hacía semanas que no estábamos juntos. Pandora había estado fuera del planeta. Las cosas se ha?bían enfriado antes incluso de que ella se fuera. Y enton?ces conocí a Mavis y todo cambió para mí. Dallas, ¿dón?de está Mavis?
– No estoy autorizada para informar del paradero de la señorita Freestone.
– Pues dígame que se encuentra bien. -Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Dígame al menos que está bien,
– Está en lugar seguro -fue todo lo que dijo ella. Lo que podía decir-. Leonardo, ¿es cierto que Pandora amenazaba con arruinar su carrera profesional? ¿Que le exigió que continuaran su relación y que, si usted se ne?gaba, ella se retiraría de la presentación de sus diseños de moda? Un desfile en el que usted había invertido gran?des cantidades de tiempo y de dinero.
– Usted estaba allí, se lo oyó decir. Yo no le importa?ba un comino, pero ella no podía tolerar que la dejara plantada. Si no dejaba de ver a Mavis, si no volvía a ser su perro faldero, ella se ocuparía de que el show fuese un fracaso, si es que llegaba a celebrarse.
– Usted no quería dejar de ver a la señorita Freestone.
– Quiero a Mavis -dijo él con dignidad-. Es lo más importante de mi vida.
– Y aun así, si no accedía a las exigencias de Pandora, iba a quedar lleno de deudas y con una mancha en su reputación profesional de graves consecuencias. ¿Co?rrecto?
– Sí. Lo he invertido todo en ese show. Pedí prestado mucho dinero. Es más, puse todo mi corazón en ello. Mi alma entera.
– Ella hubiera podido estropearlo todo.
– Desde luego. -Apretó los labios-. Y le habría gus?tado hacerlo.
– ¿Le pidió usted que fuera a su apartamento anoche?
– No. Yo no deseaba verla nunca más.
– ¿A qué hora llegó ella al apartamento?
– No lo sé.
– ¿Cómo entró? ¿Le dio usted acceso?
– No lo creo. Bien, no lo sé. Supongo que tenía mi llave de código. No se me ocurrió pedirle que me la de?volviera o cambiar la numeración.
– ¿Discutió usted con ella?
Los ojos de Leonardo perdieron toda expresión.
– No lo sé. No me acuerdo. Pero supongo que sí.
– Hace poco, Pandora fue a su apartamento sin haber sido invitada, le amenazó y agredió físicamente a su ac?tual compañera.
– En efecto. -Eso sí lo recordaba. Era un alivio poder recordar al menos eso.
– ¿Cuál era el estado de ánimo de Pandora cuando fue esta vez a su apartamento?
– Imagino que estaba colérica. Debí decirle que no iba a renunciar a Mavis. Eso la habría puesto furiosa. Dallas… -Centró otra vez los ojos, y la desesperación se reflejó en ellos-. En serio, no me acuerdo de nada. Cuando desperté esta mañana, estaba en casa de Mavis. Creo que utilicé mi llave para entrar. Había estado be?biendo, caminando y bebiendo. Raramente bebo por?que soy proclive a tener agujeros negros en mi memoria. Cuando desperté, vi toda la sangre.
Alargó el brazo. La herida había sido mal vendada.
– Tenía sangre en las manos y en la ropa. Sangre seca. Supongo que peleé con ella. Supongo que la maté.
– ¿Dónde está la ropa que llevaba usted anoche?
– La dejé en casa de Mavis. Me duché y me cambié de ropa. No quería que ella viniera a casa y me encon?trara con este aspecto. Mientras esperaba y trataba de ver qué podía hacer, puse las noticias y me enteré de todo.
– Dice que no recuerda haber visto a Pandora ano?che. Que no recuerda haber tenido un altercado con ella. Que no recuerda haberla matado.
– Pero así debió ocurrir -insistió-. Ella murió en mi apartamento.
– ¿A qué hora salió de casa anoche?
– No estoy seguro. Había bebido mucho. Estaba molesto y muy enfadado.
– ¿Vio a alguien, habló con alguien?
– Compré otra botella. Creo que a un vendedor am?bulante.
– ¿Vio a la señorita Freestone anoche?
– No. De eso estoy seguro. Si la hubiera visto, si hu?biera podido hablar con ella, todo habría ido bien.
– ¿Y si le dijera que Mavis estuvo anoche en su apar?tamento?
– ¿Mavis vino a verme…? -Su rostro se iluminó-. Pero eso no puede ser. No podría haberlo olvidado.
– ¿Estaba Mavis presente cuando usted peleó con Pandora?, ¿cuando usted mató a Pandora?
– No, no.
– ¿Llegó después de morir Pandora, después de que usted la matara? Usted sintió pánico, ¿no es así? Estaba aterrorizado.
Su mirada sí reflejaba pánico ahora.
– Mavis no pudo estar allí.
– Pero estuvo. Ella me llamó desde el apartamento de usted cuando encontró el cadáver.
– ¿Mavis lo vio? -Bajo el bronceado, la piel de Leo?nardo palideció-. Oh, Dios, no.
– Alguien golpeó a Mavis, dejándola sin sentido. ¿Fue usted?
– ¿Que alguien la pegó? ¿Está herida? -Se levantó de la silla y se mesó los cabellos-. ¿Dónde está Mavis?
– ¿Fue usted?
Leonardo extendió los brazos.
– Antes me cortaría las manos. Por el amor de Dios, Dallas, dígame dónde está ella. Necesito saber que está bien.
– ¿Cómo mató a Pandora?
– Yo… el periodista dijo que la maté a golpes. -Se es?tremeció.
– ¿Cómo la golpeó? ¿Qué utilizó para hacerlo?
– No sé… ¿con las manos? -De nuevo las mostró. Eve no vio señales de golpes, rasguños ni abrasiones en los nudillos. Eran unas manos perfectas, como talladas en una madera noble.
– Pandora era fuerte. Debió de ofrecer resistencia.
– El corte que tengo en el brazo.
– Me gustaría que le examinaran ese corte, así como las prendas que dice dejó en casa de Mavis.
– ¿Va a arrestarme ahora?
– De momento no hay cargos en su contra. Sin em?bargo, quedará retenido hasta que los resultados de las pruebas estén completos.
Eve le hizo repasar todo de arriba abajo, forzándole a recordar horas, lugares, movimientos. Una y otra vez, se daba de cabeza contra el muro que obstruía la memo?ria de Leonardo. Nada satisfecha, dio por concluido el interrogatorio, lo dejó a buen recaudo y dispuso lo ne?cesario para las pruebas.
Su próxima parada era el comandante Whitney.
Haciendo caso omiso de la silla que le ofrecía, Eve se quedó en pie ante su mesa. Rápidamente le dio los resul?tados de sus entrevistas previas. Whitney entrelazó los dedos y la observó. Tenía buena vista, ojos de policía, y vio que estaba nerviosa.
– Tiene a un hombre que se ha confesado autor del asesinato. Alguien con un móvil y una oportunidad.
– Sí, un hombre que no recuerda haber visto a la víc?tima la noche en cuestión, y mucho menos haberle aplastado la cara hasta matarla.
– No sería la primera vez que un delincuente confiesa así para pasar por inocente.
– Desde luego, señor. Pero no creo que sea el hom?bre que buscamos. Puede que las pruebas contradigan mi teoría, pero su personalidad no encaja en el crimen. Tuve ocasión de presenciar otro altercado en que la víc?tima agredió a Mavis. -En vez de intentar parar la pelea o mostrar algún signo de violencia, se quedó a un lado y se retorció las manos.
– Según su declaración, la noche del crimen él estaba ebrio. La bebida puede producir, y de hecho produce, cambios en la personalidad.
– Sí, señor. -Era razonable. En el fondo, Eve quería colgarle el muerto a Leonardo, tomar su confesión en sentido literal y adiós muy buenas. Mavis lo pasaría fa?tal, pero quedaría a salvo. Libre de culpa-. Él no lo hizo -dijo sin más-. He recomendado arresto volunta?rio durante el máximo de tiempo posible a fin de inte?rrogarlo de nuevo y refrescarle la memoria. Pero no podemos acusarle sólo porque crea que cometió asesi?nato.
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