Cole hundió el cañón su M-16 en el pecho del oficial, que soltó a Abbott
– Está muerto ranger. Arrójalo afuera! ¡Vas a conseguir que maten a todos!
– ¡Se viene conmigo!
– ¡Pesamos demasiado! ¡No podemos elevamos!
La turbina aceleró. Un humo aceitoso pasaba por delante de la puerta.
– ¡Que lo arrojes fuera!
Cole apoyó el índice en el gatillo. Rodríguez, Fields y Johnson habían quedado atrás, pero Abbott volvía al campamento con él. Había que cuidar a la familia.
– Se viene conmigo -repitió.
Los soldados sabían que Cole estaba dispuesto a disparar. La rabia y el miedo quemaban por dentro al joven ranger como si llevara un motor de vapor. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera ya matar a quien fuera para completar su misión. Los soldados lo comprendían. Empezaron a soltar latas de munición y mochilas, cualquier cosa de la que pudieran deshacerse para aligerar peso.
La turbina chirrió. El rotar rasgó el aire húmedo y cargado y el helicóptero se elevó por los cielos. Cole colocó el arma sobre el pecho de Abbott y protegió a éste, como si de un hermano se tratara, hasta que llegaron a casa.
Cuatro horas después las nubes negras se alejaron de las montañas. Un equipo de contraataque formado por rangers de la misma compañía asaltó la zona para recuperar los cadáveres de sus compañeros. Elvis Cole estaba entre ellos.
Recobraron los restos mortales del sargento Luis Rodríguez y de Ted Fields. Los de Cromwell Johnson habían desaparecido. El enemigo debía de habérselos llevado.
Por sus actos en aquella jornada, Elvis Cole recibió una medalla al valor, la estrella de plata, la tercera en importancia del ejército de Estados Unidos.
Fue su primera condecoración.
Con el tiempo conseguiría otras.
Los rangers no dejan atrás a sus compañeros.
Tiempo desde la desaparición: 41 horas, 00 minutos
Después de hablar con los Abbott, llamé a las demás familias para informarles de que la policía se pondría en contacto con ellas y explicarles el motivo. Entre eso y hablar con el sargento mayor Stivic, me pasé casi tres horas al teléfono.
Starkey llamó al timbre de mi casa a las ocho y cuarenta y cinco. Al abrir la puerta vi a John Chen esperando tras ella, en la furgoneta.
– He estado hablando con los familiares -anuncié-. Ninguno ha tenido nada que ver con esto ni conoce a nadie que pudiera haberlo hecho. ¿Has conseguido algo con los otros nombres que te pasé?
Starkey me miró entornando los ojos, que tenía bastante hinchados.
– ¿Estás borracho? -preguntó con voz ronca.
– No me he metido en la cama en toda la noche. He estado hablando con las familias. He escuchado la dichosa cinta una docena de veces. ¿Has conseguido algo o no?
– Ya te lo dije anoche, Cole. Hemos comprobado los nombres y no hemos obtenido nada. ¿No te acuerdas?
Me enfadé conmigo mismo por haberlo olvidado. Me lo había contado en la comisaría de Hollywood. Cogí las llaves y salí de casa. Starkey se quedó en el umbral.
– Venga, voy a enseñaros lo que hemos encontrado -dije-. A lo mejor John puede identificar las huellas.
– Tienes que dejar el café. Pareces un yonqui a punto de pegar un pedo tremendo.
– Tú tampoco tienes muy buena pinta, la verdad.
– Vete a la mierda, Cole. Si vengo con esta cara quizá se deba que a las seis de la mañana Gittamon y yo hemos tenido que aguantar un rapapolvo por parte del jefe, que se ha puesto hecho una furia. Quería saber por qué dejamos que nos mandes todas las pruebas a tomar por culo.
– ¿Se ha quejado Richard?
– Los gilipollas con pasta se quejan siempre. El programa del día es el siguiente: primero vas a llevarnos a ver eso que has encontrado, y después te vas a quitar de en medio. Da igual que seas la única persona que hay por aquí, aparte de mí, que sabe investigar. Tienes que dejar el caso.
– Ya sé que es imposible, pero me da la impresión de que acabas de echarme un piropo.
– Que no se te suba a la cabeza. Resulta que Richard tenía razón con lo de que eres testigo de los hechos. Sin embargo, echarte del caso así, cuando estás jodido, a mí me parece una mala jugada, y no me gusta.
Me arrepentí de haberle contestado de aquella manera.
– Supongo que no has reconocido de repente la voz del contestador -prosiguió- ni te has acordado de algo que pueda ser de utilidad.
Tenía ganas de contarle qué me parecía lo que había dicho el hombre de la cinta, pero me imaginé que le daría la impresión de que pretendía justificarme.
– No. Jamás había oído su voz. Se la he puesto a los familiares por teléfono, y tampoco la han reconocido.
Starkey ladeó la cabeza como si se sorprendiera.
– Buena idea, Cole, ponerles la grabación ha estado muy bien. Espero que ninguno de ellos te haya mentido.
– ¿Por qué me mandaste ayer a Hurwitz con la cinta en vez de llevármela tú misma?
Starkey se dirigió hacia su coche.
– Ve con el tuyo -dijo en lugar de contestar a mi pregunta-. Lo necesitarás para volver.
Cerré la puerta de casa y después les guié hasta el otro lado del cañón, hasta el arcén donde habíamos aparcado Pike y yo el día anterior. Tardamos unos doce minutos. Starkey se puso unas zapatillas mientras Chen descargaba su maletín de pruebas. En la visita anterior el arcén había estado vacío, pero aquella mañana había una hilera de camionetas y coches de la obra cercana por toda la curva. Starkey y Chen me siguieron. Saltamos el montículo y bajamos por la maleza. Pasamos junto a los dos pinos y después seguimos la hendidura hacia el solitario roble. A medida que nos aproximábamos a las pisadas fui sintiéndome nervioso y asustado. Estar allí era como acercarse a Ben, siempre que las huellas concordaran. En caso contrario, no tendríamos nada.
Alcanzamos la primera pisada, una suela marcada claramente en el polvo entre láminas de esquisto.
– Ésta se ve bastante bien. Luego tenemos otras más abajo -anuncié.
Chen se puso a cuatro patas para examinarla más de cerca. Me coloqué muy cerca de él.
– No lo agobies, Cole -dijo Starkey-. Apártate.
Chen levantó la vista y sonrió complacido.
– Es del mismo calzado, Starkey. Se nota incluso sin el molde. Son unas Rockport del cuarenta y cuatro con la misma suela con piedrecitas y las mismas marcas de desgaste.
El corazón se me aceleró y el fantasma oscuro volvió a alejarse de mí. Starkey me dio un puñetazo en el hombro.
– Cabronazo.
A cariñosa no había quien la ganara.
Chen marcó ocho pisadas más y por fin llegamos al árbol. Algunas malas hierbas habían brotado con el rocío de la madrugada, pero la zona hundida de detrás del árbol seguía despejada.
– Ahí es, en ese lado del roble, en el suelo. ¿Veis la hierba aplastada?
Starkey me tocó el brazo.
– Espera aquí -ordeno. Se acerco mas y se puso en cuclillas para mirar hacia mi casa desde debajo de las ramas del roble. Después echó una ojeada a la ladera que había a su alrededor-.Muy bien, Cole. Has dado en la diana. No se como as encontrado este sitio, pero has acertado. John, quiero un mapa exhaustivo de la zona.
– Voy a necesitar ayuda. Tenemos muchas más pruebas que ayer.
Starkey se agachó en el borde de la zona de hierba aplastada y después se inclinó para observar algo que había visto en el suelo.
– John, pásame las pinzas -pidió.
Chen le alargó una bolsa de plástico con cremallera y unas pinzas que extrajo de su maletín de pruebas. Starkey recogió con las segundas una bolita marrón que examinó a conciencia y a continuación metió en la bolsa. Miró hacia arriba, en dirección al árbol, y después otra vez al suelo.
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