Jeffery Deaver - El bailarin de la muerte

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A pesar de que un accidente le haya dejado paralítico, Lincoln Rhyme, el protagonista de El coleccionista de huesos, sigue siendo uno de los mejores criminalistas del mundo. Se le considera el único que podría frenar a un asesino muy particular, apodado El Bailarín. Es un matón a sueldo que cambia su aspecto con una rapidez asombrosa. Sólo dos de sus víctimas han podido dar una pista: lleva en un brazo un tatuaje de la Muerte bailando con una mujer delante de un féretro. Su arma más peligrosa es el conocimiento de la naturaleza humana, que maneja sin piedad. Rhyme y su ayudante, Amelia Sachs, se involucran en una partida estratégica contra «el bailarín de la muerte»
El cerebro de Rhyme y las piernas de Amelia se convierten en los únicos instrumentos para perseguir al asesino por todo Nueva York. Sólo tienen cuarenta y ocho horas antes de que El bailarín vuelva a matar.

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Pero Cooper sacudió la cabeza:

– Nada cerca del foco de la detonación excepto los componentes de la bomba.

– De manera que no estaba en una maleta o bolsa de vuelo -musitó Rhyme-. Interesante. ¿Cómo diablos la llevó a bordo? ¿Dónde la colocó? Lon, léeme el informe de Chicago.

– «Es difícil determinar la localización exacta de la explosión» -leyó Sellitto-, «a causa del fuego y la gran destrucción del aeroplano. El foco explosivo parece localizarse por debajo y detrás de la cabina.»

– Por debajo y detrás. Me pregunto si hay allí un área de carga. Quizá… -Rhyme quedó en silencio. Su cabeza se movió a uno y otro lado. Miró las bolsas de pruebas-. ¡Espera, espera! -gritó-. Mel, déjame ver esos trozos de metal. La tercera bolsa de la izquierda. El aluminio. Ponló bajo un microscopio.

Cooper había conectado un cable de su microscopio de luz polarizada al ordenador de Rhyme. Lo que Cooper veía, también lo podía ver Rhyme. El técnico comenzó a montar muestras de los minúsculos trozos de restos en el portaobjetos y a mirarlos en el microscopio.

Un momento más tarde, Rhyme ordenó:

– Baja el cursor. Da un doble click.

La imagen de la pantalla de su ordenador se hizo más grande.

– ¡Allí, mira! El revestimiento de la nave está doblado hacia adentro.

– ¿Hacia adentro? -peguntó Sachs-. ¿Quieres decir que la bomba estaba fuera ?

– Lo pienso, sí. ¿Qué dices, Mel?

– Tienes razón. Esas cabezas pulidas de los remaches están todas dobladas hacia dentro. Estaba fuera, decididamente.

– ¿Un cohete, quizá? -preguntó Dellray-. ¿SAM [27]?

Mientras consultaba el informe, Sellitto dijo:

– No había imágenes de radar que pudieran concordar con misiles.

Rhyme sacudió la cabeza:

– No, todo apunta a que fue una bomba.

– ¿Pero en el exterior? -preguntó Sellitto-. Nunca oí nada semejante.

– Eso explicaría lo que estoy viendo -comentó Cooper. El técnico, que se había puesto gafas de aumento y armado de una varilla cerámica, examinaba piezas de metal con la misma rapidez que un vaquero cuenta cabezas de ganado-. Fragmentos de material ferroso. Imanes. No se pegan al revestimiento de aluminio, pero había acero por debajo. Y encontré trozos de resina epoxy. Pegó la bomba en el exterior con magnetos que la sostuvieran hasta que se endureciera el pegamento.

– Y mira las ondas de choque en la resina -señaló Rhyme-. El pegamento no estaba completamente endurecido, de manera que lo fijó poco antes del despegue.

– ¿Podemos saber la marca de la resina epoxi?

– No. Es de composición genérica. Se vende en todas partes.

– ¿Hay alguna esperanza de obtener huellas? Dime la verdad, Mel.

La respuesta de Cooper fue una risa débil y escéptica. Pero, sin embargo, realizó las maniobras y escaneó los fragmentos con el haz de la PoliLight. No encontró ninguna prueba excepto el residuo de la explosión.

– Nada de nada.

– Quiero olerlo -anunció Rhyme.

– ¿Olerlo? -preguntó Sachs.

– Sabemos que es un explosivo muy potente. Quiero saber exactamente de qué clase.

Muchos criminales usan explosivos débiles, sustancias que arden con facilidad pero no explotan a menos que se las coloque, por ejemplo, en un tubo o una caja. La más común es la pólvora. Los explosivos potentes, como el plástico o el TNT, detonan en su estado natural y no es necesario guardarlos dentro de un recipiente. Son caras y difíciles de conseguir. El tipo y el origen de un explosivo pueden decir mucho sobre la identidad del criminal.

Sachs acercó una bolsa a la silla de Rhyme y la abrió. Él inhaló.

– RDX -dijo Rhyme, reconociéndolo de inmediato.

– Concuerda con los daños producidos -dijo Cooper-. ¿Piensas en un C tres o en un C cuatro? -preguntó. RDX era el componente principal de estos dos explosivos plásticos de uso militar exclusivo, era ilegal que un civil los poseyera.

– No es un C tres -dijo Rhyme, oliendo de nuevo el explosivo como si fuera un Burdeos añejo-. No tiene un aroma dulce… No estoy seguro. Y es extraño… Huelo algo más… Pásalo por el cromatógrafo, Mel.

El técnico pasó la muestra por el cromatógrafo de gas/espectrómetro de masas. Este aparato aislaba los elementos de un compuesto y los identificaba. Podía analizar muestras tan pequeñas como de una millonésima de gramo y, una vez que identificaba su composición, podía pasar la información por una base de datos para determinar, en muchos casos, la marca comercial.

Cooper examinó los resultados:

– Tienes razón, Lincoln. Es RDX. También aceite. Y lo que es más extraño: almidón…

– ¡Almidón! -gritó Rhyme-. Eso es lo que olí. Es almidón guar .

Cooper se rió cuando esas mismas palabras aparecieron en la pantalla del ordenador:

– ¿Cómo lo supiste?

– Porque se trata de dinamita militar.

– Pero no hay nitroglicerina -protestó Cooper. Ése era el ingrediente activo de la dinamita.

– No, no, no es verdadera dinamita -dijo Rhyme. -Es una mezcla de RDX, TNT, aceite de motor y fécula guar . No se ve muy a menudo.

– ¿Militar, eh? -dijo Sellitto-. Apunta a Hansen.

– Así es.

El técnico montó más muestras en la platina de su microscopio de luz polarizada.

Las imágenes aparecieron simultáneamente en la pantalla del ordenador de Rhyme: trozos de fibra, cables, recortes, astillas, polvo.

Le recordó una imagen similar de años atrás, si bien en circunstancias muy diferentes. Estaba mirando a través de un pesado caleidoscopio de bronce que había comprado como regalo de cumpleaños para una amiga, Claire Trilling, hermosa y elegante. Rhyme había encontrado el caleidoscopio en una tienda de SoHo. Los dos habían pasado la noche compartiendo una botella de merlot y tratando de adivinar qué clase de cristales exóticos o de gemas formaban las imágenes sorprendentes que veían por el ocular. Finalmente Claire, que sentía por la ciencia casi tanta curiosidad como Rhyme, había desenroscado el extremo del tubo y vaciado el contenido sobre la mesa. Rieron. Los objetos no eran más que trozos de metal, serrín, un clip roto, tiras rasgadas de las Páginas Amarillas, chinchetas…

Rhyme dejó a un lado estos recuerdos y se concentró en los objetos que veía en la pantalla: un fragmento de papel manila encerado, en el que se había envuelto la dinamita militar. Fibras, rayón y algodón, del cable detonador que el Bailarín había atado alrededor de la dinamita, que se desmenuzaba con demasiada facilidad como para trenzarse alrededor del cable. Un fragmento de aluminio y un pequeño alambre de color, del casquete detonador eléctrico. Más alambre y un trozo de carbón del tamaño de una goma de borrar perteneciente a la batería.

– El temporizador -gritó Rhyme-. Quiero ver el temporizador.

Cooper levantó de la mesa una pequeña bolsa de plástico.

Dentro estaba el quieto y frío corazón de la bomba.

Rhyme se sorprendió porque conservaba muy bien su forma. Ah, tu primer desliz, pensó, hablando silenciosamente con el Bailarín. La mayoría de los criminales colocaba los explosivos alrededor del sistema detonador para destruir pistas. Pero en aquel caso el Bailarín había puesto accidentalmente el temporizador detrás del grueso borde de acero de la carcasa metálica que contenía la bomba. El borde había protegido al temporizador de la explosión.

Estiró el cuello todo lo que pudo para ver la curvada esfera del reloj.

Cooper escudriñó el aparato:

– Tengo el número de modelo y el fabricante.

– Pásalo todo por ERC.

El Catálogo de Referencia de Explosivos (ERC) del FBI era la base de datos más extensa del mundo sobre artefactos explosivos. Incluía información sobre todas las bombas registradas en los Estados Unidos, así como las pruebas físicas reales de muchas de ellas. Ciertos elementos de la colección eran antigüedades, pues databan de los años 1920.

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