Michael Connelly - Luz Perdida

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Desencantado con el cuerpo de policía de Los Ángeles, Harry Bosch decide abandonarlo tras casi treinta años como miembro del mismo. Sin embargó, desea seguir ejerciendo y retomar aquellos casos que no pudo resolver durante sus años como agente. Uno de ellos es el asesinato de Angella Benton, una joven que trabajaba en unos estudios cinematográficos. Su muerte se produjo días antes del robo de dos millones de dólares que iban a utilizarse durante el rodaje de una película, y Bosch cree que ambos hechos podrían estar relacionados.Si en el ámbito profesional Bosch prefiere ahora actuar por su cuenta, en el terreno personal también es un solitario. El recuerdo de Eleanor, su ex mujer, sigue vivo en su memoria; tanto, que Bosch decidirá visitarla en Las vegas.

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– Eh, Law, ¿cómo va eso?

Era una pregunta que detestaba hacerle, pero sentía que se la debía.

– Ya lo ves, Harry.

– Sí.

Su voz era un susurro áspero, como el de un entrenador de instituto que se ha pasado cuarenta años gritando desde la línea de banda.

– Escucha -dije-. Siento volver tan pronto, pero había algunas cosas.

– ¿Has hablado con el productor?

– Sí, empecé con él ayer. Me concedió veinte minutos.

Se oía en la habitación un silbido bajo que ya había percibido en mi anterior visita, esa misma semana. Creo que era el respirador, que enviaba aire a través de la red de tubos que pasaban bajo la camisa de Cross, salían a través del escote y le subían por ambos lados del rostro antes de entrar en sus fosas nasales.

– ¿Y…?

– Me dio algunos nombres. Todas las personas de Eidolon Productions que supuestamente sabían lo del dinero. Todavía no he tenido tiempo de investigarlos.

– ¿Alguna vez le preguntaste qué significaba Eidolon?

– No, nunca pensé en preguntárselo. ¿Qué es, un apellido?

– No, significa fantasma. Ésa es una de las cosas que recordé. Me ha saltado en la cabeza cuando he estado pensando en el caso. Se lo pregunté una vez. Me dijo que era de un poema sobre un fantasma que estaba sentado en un trono en la oscuridad. Supongo que se imagina que es él.

– Raro.

– Sí. Oye, Harry, ¿puedes apagar el monitor? Así no hemos de molestar a Danny.

Me había pedido lo mismo en mi anterior visita. Rodeé su silla y vi un pequeño dispositivo de plástico con una lucecita verde que brillaba en una cómoda próxima.

Era un monitor de audio de los que usan los padres para escuchar a los bebés mientras éstos duermen. A Cross le servía para llamar a su mujer cuando necesitaba cambiar de canal o precisaba alguna otra cosa. Lo apagué para poder hablar en privado y volví a situarme delante de la silla.

– Bueno -dijo Cross-, ¿ahora por qué no cierras la puerta?

Hice lo que me pidió. Sabía adónde íbamos a ir a parar.

– ¿Me has traído esta vez lo que te pedí? -dijo Cross.

– Eh, sí.

– Bien. Empecemos con eso. Mira si ha dejado mi botella en el cuarto de baño que tienes detrás.

El estante de encima del lavabo estaba lleno de todo tipo de fármacos y material médico. En una jabonera había una botella de plástico sin tapa. Parecía el bidón de una bici, pero era ligeramente distinto. El cuello era más ancho y estaba levemente curvado, probablemente para facilitar el ángulo de bebida. O eso pensé. Rápidamente saqué la petaca de mi chaqueta y vertí un par de medidas de Bushmill en la botella. Cuando salí del cuarto de baño, los ojos de Cross se abrieron de horror.

– No, ¡ésa no! ¡Esa es la del pis! Es la que va debajo de la silla.

– ¡Mierda! Lo siento.

Volví al cuarto de baño y estaba tirando el whisky en el lavabo justo cuando Cross gritó:

– No, no lo hagas.

Volví a mirarlo.

– Me lo habría tomado.

– No te preocupes, tengo más.

Después de enjuagar el recipiente de plástico y dejarlo otra vez encima de la jabonera volví a la habitación.

– Law, ahí no hay ninguna botella para beber. ¿Qué quieres que haga?

– Maldita sea, seguramente se la ha llevado ella. Sabe lo que pretendo. ¿Tienes la petaca?

– Sí, aquí mismo. -Di unos golpéenos en la cazadora a la altura del bolsillo.

– Déjame probarlo.

Saqué la petaca, la abrí y se la acerqué. Le dejé tragar. Él tosió sonoramente y parte del líquido se le derramó por la mejilla y el cuello.

– ¡Ah, Dios! -exclamó en un grito ahogado.

– ¿Qué?

– Joder…

– ¿Qué? Law, ¿estás bien? Iré a buscar a Danny. Hice un movimiento hacia la puerta, pero él me detuvo.

– No, no. Estoy bien. Estoy bien. Es que… hacía mucho que no bebía. Dame otro trago.

Volví a acercarle la petaca a la boca y le di una buena sacudida. Esta vez tragó el whisky sin problemas y cerró los ojos.

– Black Bush… Joder, qué bueno. Sonreí y asentí.

– A la mierda los médicos -dijo-. Tú tráeme Bushmill cuando quieras, Harry. Cuando quieras.

Era un hombre que no podía moverse, pero aun así vi que el whisky le suavizaba la mirada.

– Ella no me da nada -dijo-. Ordenes del doctor. La única vez que lo pruebo es cuando alguno de vosotros viene a visitarme. Y eso no pasa a menudo. ¿Quién va a querer ver semejante panorama?

»Tú sigue viniendo, Harry. No me importa el caso, resuélvelo o no lo resuelvas, pero tú sigue viniendo a verme. -Cross buscó la petaca con la mirada-. Y tráeme a tu amigo. Trae siempre a tu amigo.

Empezaba a entenderlo. Cross se había guardado cosas. Había venido a visitarle el día anterior a ir a ver a Taylor. Cross era el punto de partida lógico. Pero él se había reservado información para que volviera… con una petaca. Tal vez todo, incluida su llamada para volver a despertar mi interés en el caso, se había tratado de una sola cosa: la petaca.

Levanté el envase del tamaño de una cartera.

– No me lo dijiste todo para que te trajera esto, Law.

– No. Iba a pedir a Danny que te llamara porque olvidé algo.

– Sí, bueno, ya lo sé. Fui a hablar con Taylor y la siguiente noticia fue una visita de la sexta planta para decirme que lo dejara, que lo estaba trabajando gente que no se anda con bromas.

Los ojos de Cross se movían adelante y atrás en su cabeza inmóvil.

– No era eso -dijo.

– ¿Quién vino a verte antes que yo, Law?

– Nadie. Nadie ha venido a preguntar por el caso.

– ¿A quién llamaste antes de llamarme a mí?

– A nadie, Harry. Te lo prometo.

Debí de levantar la voz porque de repente se abrió la puerta de la habitación y apareció la mujer de Cross.

– ¿Pasa algo?

– No pasa nada, Danny -dijo su marido-. Déjanos solos.

Ella se quedó un momento de pie en el umbral y vi que sus ojos iban a la petaca que yo sostenía. Por un momento, pensé en echar un trago yo, para que pensara que era para mí. Pero en su expresión vi que sabía exactamente lo que estaba ocurriendo. Ella no se movió durante un instante interminable y después sus ojos buscaron los míos y me sostuvo la mirada antes de dar un paso atrás y cerrar la puerta. Yo volví a mirar a Cross.

– Si no lo sabía, ahora ya lo sabe.

– No me importa. ¿Qué hora es, Harry? No veo bien la pantalla.

Miré a la esquina de la televisión, donde la CNN siempre mostraba la hora.

– Son las once y dieciocho. ¿Quién vino a verte, Law? Quiero saber quién está trabajando el caso.

– Ya te lo he dicho, Harry, nadie vino a verme. Por lo que yo sé, el caso está más muerto que estas putas piernas mías.

– Entonces ¿qué es lo que no me dijiste la otra vez?

Su mirada fue a la petaca y no tuvo que pedirlo. Se la acerqué a sus labios agrietados y despellejados y él echó un buen trago. Cerró los ojos.

– Oh, Dios… -dijo-. Tengo…

Abrió los ojos y éstos saltaron hacia mí como una jauría de lobos sobre un ciervo.

– Ella me mantiene vivo -susurró con desesperación-. ¿Tú crees que es esto lo que quiero? ¿Estar sentado encima de mi propia mierda? Ella cobra una paga completa mientras yo estoy vivo; paga completa y asistencia médica. Si me muero se queda con la pensión de viudedad. Y yo no llevaba tanto tiempo en el cuerpo, Harry. Catorce años. Cobraría la mitad de lo que saca conmigo vivo.

Lo miré durante un buen rato, sin dejar de preguntarme si Danny Cross estaría escuchando detrás de la puerta.

– Y ¿qué quieres de mí, Law? ¿Que te desconecte? No puedo hacerlo. Puedo buscarte un abogado si quieres, pero no…

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