– ¿Donde llevaron el cadáver de Burke? -preguntó Rebus.
– Sí, después de la ejecución. Existía un túnel directo entre el patíbulo y el Old College por el que llegaban los cadáveres, de noche en muchos casos. Los llevaban los resurreccionistas -añadió mirando a Siobhan.
– Buen nombre para un grupo musical -dijo ella.
– Ladrones de cadáveres -replicó él mirándola airado por su frivolidad.
– Al cadáver de Burke le arrancaron la piel, ¿verdad? -preguntó Rebus.
– Ya veo que está enterado.
– Me lo dijeron hace poco. ¿Todavía existe ese túnel?
– Parte de él.
– Me gustaría tener ocasión de verlo.
– Pues hable con Devlin.
– ¿Cómo?
– Es el historiador oficioso de los primeros tiempos de la Facultad de Medicina y tiene escritas monografías sobre el tema que él mismo se ha publicado, pero que son muy interesantes.
– No lo sabía, aunque sí me consta que conoce muchos datos sobre Burke y Hare y opina que fue el doctor Kennet Lovell quien dejaba los ataúdes en Arthur's Seat.
– Ah, ¿esos de que habla últimamente la prensa? ¿Lovell? -añadió Curt pensativo-. Bueno, no diría yo que no. Por cierto, qué casualidad que haya mencionado a Lovell.
– ¿Por qué?
– Porque hace poco Claire me dijo que era antepasado suyo. -Oyeron un murmullo dentro del aula-. Ah, ya ha terminado el doctor Easton. Pongámonos a un lado porque salen de estampía.
– Salen con ganas, ¿eh? -dijo Siobhan.
– Para volver a tomar aire fresco.
Sólo algunos estudiantes se fijaron en el grupo, y los que conocían a Curt lo saludaron con una inclinación de cabeza, una sonrisa o alguna palabra. Cuando el aula estaba ya casi vacía, Curt se puso de puntillas.
– Claire, ¿puede venir un momento? -preguntó.
Era alta y delgada, con el cabello rubio corto, la nariz larga y recta y unos ojos almendrados casi orientales. Llevaba dos carpetas bajo el brazo y, en la mano, un móvil que consultaba sin detenerse, probablemente para comprobar si tenía mensajes. Se les acercó sonriente.
– Hola, doctor Curt -dijo con voz casi cantarina.
– Claire, estos policías quieren hablar con usted.
– Por lo de Flip, ¿verdad? -preguntó ella con cara larga, ya sin sombra de alegría; su voz había adquirido un tono sombrío.
Siobhan asintió despacio con la cabeza.
– Se trata de unas simples preguntas de seguimiento -dijo.
– He estado aferrándome a la idea de que tal vez no fuese ella; que podía tratarse de un error… ¿Se ha encargado usted de…? -añadió mirando al patólogo.
Curt negó con un gesto, pero fue más bien un rechazo a la pregunta que una respuesta negativa; Rebus y Siobhan sabían que Gates y él habían hecho la autopsia de Philippa Balfour.
Claire Benzie lo sabía también y no apartaba la vista del doctor Curt.
– ¿Tuvo usted alguna vez que…, ya sabe…, practicarla a algún conocido suyo? -preguntó.
Curt miró a Rebus, quien comprendió que pensaba en Conor Leary.
– No es obligatorio -respondió Curt a la estudiante-. Si se da el caso, uno puede alegar motivos familiares.
– Ah, ¿se nos permite ser sensibles?
– En ciertos casos, sí -contestó Curt, y el rostro de la joven volvió a animarse un poco.
– Bien, ¿qué es lo que desean? -preguntó Claire a Siobhan.
– Sabrá que estamos investigando la muerte de Flip como un homicidio…
– Lo oí en las noticias esta mañana.
– Bien, necesitamos que nos ayude a aclarar algunas cosas.
– Pueden pasar a mi despacho -dijo Curt.
Siguieron pasillo adelante precedidos por el doctor y la estudiante, y Rebus observó que Claire Benzie, con las carpetas contra el pecho, hablaba con Curt de la clase a la que acababa de asistir. Siobhan lo miró arrugando la nariz, imaginándose lo que pensaba, pero él negó con la cabeza, aunque, de todos modos, sí que le chocaba que la joven hubiese acudido a clase la misma mañana en que se había sabido la muerte de su amiga y fuese capaz de hablar de estudios con dos policías a su espalda.
Era comprensible si lo hacía por distanciarse, para ahuyentar los pensamientos sobre la muerta y pensar sólo en la rutina cotidiana sin ceder a las lágrimas. Pero también podía ser un atroz egoísmo considerar el fallecimiento de Flip una intromisión menor en su universo. Rebus no acababa de dilucidar el verdadero motivo.
El doctor Curt y el profesor Gates compartían secretaria. Cruzaron el despacho de ésta y Curt abrió una de las dos puertas contiguas y los hizo pasar.
– Tengo un par de cosas que hacer -explicó-. Cuando acaben cierren la puerta.
– Gracias -dijo Rebus.
Pero Curt parecía de pronto algo remiso a dejar a su alumna a solas con los dos policías.
– No se preocupe, doctor Curt -dijo la joven, viendo su indecisión.
Curt asintió con la cabeza y los dejó.
Era un despacho reducido y sin ventilación; una librería acristalada, llena a rebosar de libros y documentos ocupaba toda una pared y, aunque Rebus sabía que en la mesa debía de haber un ordenador, los montones de papeles, archivadores, carpetas, revistas y sobres vacíos no permitían asegurarlo.
– Tira pocas cosas, ¿verdad? -dijo la joven-. Es chocante si se piensa lo que hace con los cadáveres.
El comentario hizo que Siobhan Clarke la mirara estupefacta.
– Dios mío, lo siento -añadió Claire llevándose una mano a la boca-. En este curso voy a ganar el diploma de mal gusto.
Rebus pensó en las autopsias en que había visto arrojar las vísceras de los muertos a un cubo y cortar órganos para pesarlos en una balanza.
Siobhan se recostó en el escritorio, mientras la joven tomaba asiento en una silla que parecía recuperada de algún comedor de los setenta. La opción de Rebus era quedarse de pie u ocupar el sillón de Curt, y optó por esto último.
– Bien -dijo Claire dejando las carpetas en el suelo-, ¿qué es lo que quieren saber?
– ¿Usted fue al colegio con Flip?
– Sí, unos años.
Habían repasado las notas de un primer interrogatorio breve de la joven realizado por dos agentes de Gayfield Square.
– ¿Después perdieron el contacto?
– Más o menos… Sólo intercambiábamos alguna carta o algún correo electrónico. Luego, ella se matriculó en historia del arte y yo ingresé en la Universidad de Edimburgo.
– Pero siguieron en contacto.
La joven asintió con la cabeza. Había doblado una pierna sentándose sobre ella y jugueteaba con la pulsera de la muñeca izquierda.
– Yo le enviaba un mensaje por Internet y nos veíamos.
– ¿Lo hacían con frecuencia?
– No mucho, porque estudiábamos materias distintas y teníamos distinto volumen de trabajo.
– ¿Y tenían distintas amistades? -preguntó Rebus.
– Sí, algunas.
– ¿Seguía usted en contacto con otras compañeras de colegio?
– Con una o dos.
– ¿Y Flip?
– Creo que no.
– ¿Sabe cómo conoció ella a David Costello? -preguntó Rebus sabiendo de antemano que había sido en una fiesta, pero simplemente por comprobar si Claire lo conocía mucho.
– Creo que ella me dijo que había sido en una fiesta…
– ¿Le gustaba como persona?
– ¿David? -replicó ella pensativa-. Era muy arrogante y seguro de sí mismo.
«Quién fue a hablar», estuvo a punto de contestar Rebus, pero optó por mirar a Siobhan, quien sacó de la chaqueta la nota doblada.
– Claire -dijo-, ¿a Flip le gustaban los juegos?
– ¿Los juegos?
– Juegos de rol…, por ordenador…, por Internet, quizá.
La joven reflexionó un instante. No era nada anormal, aunque Rebus sabía que a veces las pausas se aprovechan para inventarse algo.
Читать дальше