Dos periodistas decididos aguardaban frente al depósito, pero sin fotógrafos. La prensa escocesa respetaba aún un par de principios y se abstendrían de acosar con preguntas a la familia; estaban allí sólo con objeto de recoger detalles para un futuro reportaje. Terminada la identificación, Pryde avisó a Rebus con una llamada al móvil.
– Ya está confirmado -dijo Rebus, que se encontraba en el bar Oxford con Siobhan, Ellen Wylie y Donald Devlin.
Grant Hood dijo que no iba a beber nada porque necesitaba ponerse al día cuanto antes sobre los medios de comunicación y sus representantes para aprenderse caras y nombres. Habían aplazado la rueda de prensa hasta las nueve, pensando que a esa hora ya dispondrían de los resultados iniciales de la autopsia.
– Dios mío, qué pena -dijo Devlin, que se había quitado la chaqueta y tenía las manos hundidas en los amplios bolsillos de la rebeca.
– Lamento llegar tarde -se excusó Jean Burchill, empezando a despojarse del abrigo al llegar a la mesa.
Rebus se levantó para ayudarla a quitárselo y preguntarle qué tomaba.
– Yo pago una ronda -dijo ella, pero él negó con la cabeza.
– Invito yo -añadió Rebus-. La primera ronda al menos es cosa mía.
Habían acaparado la principal mesa del salón de atrás; no había muchos clientes y, como además en el rincón opuesto estaba encendido el televisor no corrían el riesgo de que escucharan de qué hablaban.
– ¿Celebramos una especie de asamblea? -preguntó Jean Burchill mientras Rebus iba a la barra.
– Velatorio más bien -contestó Wylie.
– ¿Así que era ella? -inquirió Burchill.
El silencio que siguió fue suficiente respuesta.
– Usted se ocupa de asuntos de brujería y cosas de ésas, ¿no es cierto? -preguntó Siobhan.
– De creencias -precisó Burchill-. Pero, sí, la brujería forma parte del epígrafe.
– Se lo pregunto porque, dado el asunto de los ataúdes y que el cadáver ha aparecido en un lugar llamado Hellbank… Usted misma explicó que podría haber alguna relación con la brujería.
Burchill asintió con la cabeza.
– Es cierto que el nombre de Hellbank puede tener su origen en algo así.
– ¿Y es cierto que los pequeños féretros descubiertos en Arthur's Seat tienen también que ver con la brujería?
Mientras pensaba la respuesta, Jean Burchill miró a Donald Devlin, que seguía el diálogo con gran atención, pero fue el profesor quien tomó la palabra.
– Yo dudo mucho de que exista algo relacionado con la brujería en los ataúdes de Arthur's Seat, pero en su pregunta subyace una hipótesis interesante en el sentido de que, por muy ilustrados que nos consideremos, siempre mostramos cierta tendencia a tomar en consideración esas supercherías. Me sorprende que un miembro de la policía crea en esas cosas -dijo mirando a Siobhan.
– No he dicho que crea en ellas -replicó la agente Clarke.
– ¿Se agarra, entonces, a un clavo ardiendo, quizá?
Rebus, al regresar con la bebida de Burchill, no pudo por menos de advertir el silencio que se había producido en la mesa.
– Bien -dijo Wylie para romperlo-, ahora que ya estamos todos…
– Ahora que estamos todos -repitió Rebus alzando su cerveza-, ¡salud!
Aguardó a que todos levantasen el vaso para llevarse el suyo a los labios. En Escocia, nadie se niega a brindar.
– Muy bien -dijo dejando el vaso en la mesa-. Tenemos un caso de homicidio por resolver y quiero tener clara la situación.
– ¿No está para eso la reunión informativa de la mañana? -terció Wylie.
– Pues considéralo una reunión informal -replicó él.
– ¿Con bebida como soborno?
– Siempre he estado a favor de los incentivos -dijo Rebus haciéndola sonreír un tanto forzadamente-. Bien. Esto es lo que yo creo que tenemos hasta ahora: en origen, Burke y Haré, por ceñirnos a la cronología, y poco después se descubren unos ataúdes en miniatura en Arthur's Seat -añadió mirando a Jean Burchill, advirtiendo en ese momento que, aunque había sitio en la banqueta junto a Devlin, ella había arrimado la silla de otra mesa para situarse junto a Siobhan-.
Luego, relacionada o no, tenemos una serie de ataúdes semejantes encontrados en localidades donde han desaparecido mujeres o han sido halladas muertas. Uno similar aparece en Los Saltos, justo después de la desaparición de Philippa Balfour, y días más tarde se encuentra su cadáver en Arthur's Seat, lugar de hallazgo de los primeros ataúdes.
– Muy lejos de Los Saltos -señaló Siobhan sin poder evitarlo-. Quiero decir que los otros ataúdes fueron hallados cerca del lugar del crimen, ¿no es cierto?
– Y el ataúd de Los Saltos es distinto de los otros -añadió Wylie.
– No digo lo contrario -respondió Rebus-, sólo trato de ver si soy yo el único que ve una posible relación.
Se miraron unos a otros sin decir nada, hasta que Wylie alzó su Bloody Mary y mirando la superficie roja mencionó al estudiante alemán.
– Aficionado a esos juegos de dragones y brujería, a los de rol, y acaba muerto en una montaña de Escocia.
– Exactamente.
– Pero -prosiguió Wylie- es difícil de vincular con las desaparecidas y las ahogadas.
Devlin pareció convencido por el razonamiento.
– No es el caso -terció él- de que la muerte de las ahogadas resultara sospechosa en su momento, y el examen que he efectuado de los datos pertinentes no me hace pensar lo contrario -añadió sacando las manos de los bolsillos de la rebeca y poniéndolas en las rodilleras brillantes de sus desgastados pantalones grises.
– Muy bien -dijo Rebus-, entonces, ¿soy yo el único que no acaba de estar convencido?
Esta vez ni siquiera Ellen Wylie lo contradijo. Rebus dio otro prolongado trago de cerveza.
– Bien, gracias por el voto de confianza -repuso.
– Vamos a ver -dijo Wylie poniendo las manos en la mesa-, ¿para qué hemos venido aquí? ¿Pretende convencernos para que trabajemos en equipo?
– Yo sólo digo que todos esos pequeños detalles pueden acabar formando parte de la misma historia.
– ¿Desde Burke y Hare hasta Programador y el juego de la búsqueda del tesoro?
– Eso es -respondió Rebus pero ya con menos convicción-. Dios, no sé… -añadió pasándose una mano por la cabeza.
– Bueno, gracias por la copa… -añadió Ellen Wylie, que la había apurado, cogiendo la bolsa en bandolera de la banqueta para levantarse.
– Ellen…
Ella lo miró.
– Hoy tengo mucho trabajo. Es el primer día de la investigación del homicidio.
– No es oficialmente homicidio hasta que el forense lo certifique -terció Devlin.
Ella fue a responderle, pero se contentó con dirigirle una sonrisita, pasó entre las dos sillas y dijo adiós a todos.
– Hay cierta relación -dijo Rebus en voz baja casi hablando consigo mismo-. No acabo de ver cuál, pero la hay.
– Como dirían nuestros primos del otro lado del Atlántico, obsesionarse puede ir en detrimento del caso y de uno mismo -sentenció Devlin.
Rebus trató de esbozar una sonrisa muy parecida a la de Wylie.
– Me parece que la próxima ronda es suya -dijo.
– La verdad es que siento no poder quedarme -se excusó Devlin consultando el reloj aunque, al parecer, remiso a levantarse de la mesa-. ¿No habría una gentil dama dispuesta a llevarme en su coche?
– A mí me viene de paso -dijo al fin Siobhan.
La frustración de Rebus por la deserción de Siobhan fue mitigada en parte cuando vio que ella miraba a Jean Burchill y comprendió que se marchaba para dejarlos a ellos dos a solas.
– Dejaré una ronda pagada -añadió Siobhan.
– Otro día -dijo Rebus con un guiño.
Se mantuvo callado hasta que se fueron y ya iba a decir algo cuando vio que Devlin volvía a la mesa.
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