– ¿Qué?
– Siento de verdad lo que pasó en la oficina.
– ¿Temes que te denuncie? -replicó ella con una sonrisa despectiva.
– No…, no es por eso…
Pero sí que era por eso, y los dos lo sabían.
– Este fin de semana te cortas el pelo y te pones un traje nuevo -añadió Siobhan.
Él se miró la chaqueta.
– Si sales por la tele, ponte una camisa blanca; nada de rayas o cuadros. Y una cosa, Grant…
– ¿Qué?
– Ésta, que también sea lisa -añadió ella pasándole un dedo por debajo de la corbata-. Los muñecos de cómic no tienen gracia.
– Es lo que me dijo la jefa -replicó él casi sorprendido y agachando la cabeza para mirar las cabecitas de Homer Simpson de su corbata.
* * *
La primera aparición de Grant Hood en la tele tuvo lugar aquella misma tarde. Apareció sentado junto a Gill Templer, que leyó un comunicado sobre el hallazgo del cadáver. Ellen Wylie vio la conferencia de prensa en un televisor del departamento. Hood no iba a intervenir pero observó que, cuando los periodistas hacían preguntas, él se inclinaba y decía algo al oído de Gill Templer, y la jefa asentía con la cabeza. Quien contestaba a casi todas las preguntas era Bill Pryde, que estaba al otro lado de Templer. Todos los periodistas querían saber si se trataba del cadáver de Philippa Balfour y todos querían saber la causa de la muerte.
– En este momento no podemos confirmar la identidad -respondió Pryde, aclarándose la garganta.
Parecía nervioso y Wylie sabía que el carraspeo era un simple tic. A ella le había pasado lo mismo.
Gill Templer miró a Pryde y Hood lo interpretó como si le diera pie a él.
– La causa de la muerte está por determinar mediante la autopsia prevista para esta tarde -dijo-. Como saben, convocaremos otra rueda de prensa esta tarde a las siete y esperamos disponer de más datos para entonces.
– Pero ¿esta muerte se considera sospechosa? -preguntó un periodista.
– En principio, sí, la consideramos sospechosa.
Wylie mordió la punta del bolígrafo que tenía entre los dientes. Hood conservaba la calma, no había duda. Se había cambiado, llevaba ropa nueva. Y se había lavado la cabeza, pensó.
– De momento es cuanto podemos avanzarles -añadió-. Como comprenderán, una vez identificada la víctima, se avisará a la familia para que lo confirmen.
– ¿Pueden decirme si la familia de Philippa Balfour va a venir a Edimburgo?
Hood miró despectivamente al que hacía la pregunta.
– Esa pregunta está fuera de lugar -replicó mientras Gill Templer asentía con la cabeza mostrando su disgusto.
– Inspector Pryde, ¿la investigación de personas desaparecidas sigue abierta?
– La investigación prosigue -respondió Pryde tajante, recuperando cierto aplomo tras la intervención de Hood.
Wylie hubiese querido apagar el televisor, pero había otros mirando y optó por levantarse y salir al pasillo hasta la máquina de bebidas. Cuando volvió, la conferencia de prensa estaba acabando y un agente apagó el televisor poniendo fin a su padecer.
– Hood ha estado bien, ¿verdad?
Ella miró al agente de uniforme que había hecho la pregunta, pero comprendió que lo decía sin segundas.
– Sí, muy bien -contestó.
– Mejor que otros -añadió un tercero.
Volvió la cabeza, había tres agentes de la comisaría de Gayfield Square y ninguno miraba hacia ella. Estiró el brazo para coger el café, pero se abstuvo por temor a que advirtieran el temblor de su mano, y optó por ponerse a leer las notas de Siobhan sobre el estudiante alemán. Haría unas llamadas telefónicas.
En cuanto dejara de resonarle en la cabeza lo de «mejor que otros».
* * *
Siobhan envió a Programador otro mensaje cuya redacción exacta tardó veinte minutos en decidir.
«Hellbank resuelto. Han encontrado allí el cadáver de Flip. ¿Quieres hablar?»
La respuesta no tardó en llegar.
«¿Cómo lo has resuelto?»
«Por el anagrama de Arthur's Seat y el nombre de la ladera.»
«¿Fuiste tú quien encontró el cadáver?»
«No. ¿Fuiste tú quien la mató?»
«No.»
«Pero la indujiste al juego. ¿Crees que alguien la ayudaba?»
«No lo sé. ¿Quieres continuar?»
«¿Continuar?»
«Te espera Oclusión.»
Miró a la pantalla. ¿Tan poco le importaba a Programador la muerte de Flip?
«Flip ha muerto. Alguien la mató en Hellbank. Necesito que te presentes.»
«No puedo.»
«Creo que sí puedes, Programador.»
«Sigue hasta Oclusión. Tal vez nos encontremos allí.»
Siobhan reflexionó un instante.
«¿Cuál es el objeto del juego? ¿Cuándo termina?»
No hubo respuesta. Advirtió la presencia de alguien detrás de ella: Rebus.
– ¿Qué dice tu amante?
– ¿«Amante»?
– Pasáis mucho tiempo juntos.
– Gajes del oficio.
– Sí, claro. ¿Qué dice?
– Quiere que siga con el juego.
– Dile que se vaya a la mierda. Ahora ya no lo necesitas.
– ¿Tú crees?
Sonó el teléfono y ella lo cogió.
– Sí…, muy bien…, desde luego -dijo mirando a Rebus sin conseguir que se apartara. Cuando terminó de hablar, él enarcó una ceja.
– Era la jefa -dijo Siobhan-. Ahora que Grant se encarga de la prensa, la faceta informática queda en mis manos.
– Lo que quiere decir…
– Lo que quiere decir que tengo que averiguar si hay algún modo de localizar a Programador. ¿Tú qué crees? ¿Recurro a la Brigada Criminal?
– Me extrañaría que ésos supieran escribir «módem» y menos usarlo.
– Pero tendrán algún vínculo con la División Especial.
Rebus se encogió de hombros.
– Además, tengo que interrogar de nuevo a los amigos de Flip y a los padres.
– ¿Por qué?
– Porque yo sola no habría logrado llegar a Hellbank.
– ¿Tú crees que ella tampoco? -dijo Rebus asintiendo con la cabeza.
– Tenía que haber conocido las líneas del metro de Londres y bastante geografía, la lengua escocesa, tener datos acerca de la iglesia de Rosslyn y saber sobre crucigramas.
– ¿Es mucho pedir?
– Yo creo que sí.
Rebus reflexionó un instante.
– Ese Programador, sea quien sea, también debe de dominar esos temas.
– Evidentemente.
– ¿Y sabría también que ella contaba al menos con cierta posibilidad para resolver cada crucigrama?
– Yo creo que tal vez había más jugadores…; no ahora, sino cuando ella jugaba. Así, no todos jugaban únicamente contrarreloj, sino unos contra otros.
– ¿Programador no lo dice?
– No.
– Qué raro.
– Sus razones tendrá -contestó ella encogiéndose de hombros.
Rebus apoyó los nudillos en la mesa.
– Yo estaba equivocado. Al fin y al cabo, lo necesitamos, ¿verdad?
– ¿Quiénes? -preguntó ella mirándolo.
– Sólo quería decir que es necesario para el caso -replicó Rebus alzando las manos.
– Ah, bueno; pensaba que ibas a hacer lo de siempre.
– ¿Qué?
– Atar cabos y decir que es tu caso.
– Dios me libre, Siobhan. Pero ya que vas a hablar con sus amigos…
– ¿Qué?
– ¿Interrogarás también a David Costello?
– Ya hablamos con él y dijo que no sabía absolutamente nada del juego.
– Pero, de todos modos, ¿piensas hablar con él?
– ¿Tanto se me nota? -replicó ella casi sonriendo.
– Lo digo porque quizá te acompañe. Tengo un par de preguntas que hacerle.
– ¿Qué clase de preguntas?
– Te invito a un café y te lo explico.
* * *
Aquella tarde, John Balfour, acompañado de un amigo de la familia, identificó oficialmente a su hija Philippa. Su esposa permaneció fuera del depósito, en el asiento trasero del Jaguar negro del banco conducido por Ranald Marr, quien, en vez de pasar al aparcamiento, estuvo dando vueltas por calles cercanas, hasta que transcurrieron los veinte minutos que había dicho que duraría el trámite Bill Pryde, que fue quien estuvo presente en la identificación junto a John Balfour.
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