Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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Al principio Bosch y Moore fumaron, bebieron y charlaron, intentando establecer diferencias y puntos en común. Bosch descubrió que el nombre Calexico Moore reflejaba perfectamente la mezcla de orígenes del sargento. El policía tenía la piel oscura, el pelo negro como el azabache, las caderas estrechas y los hombros anchos. Esa imagen exótica contrastaba con sus ojos, que eran los de un surfista californiano, verdes como el anticongelante, y con su voz, en la que no había ni rastro de acento mexicano.

– Calexico es un pueblo de la frontera, al otro lado de Mexicali. ¿Lo conoces?

– Nací allí. Por eso me pusieron ese nombre.

– Yo no he estado nunca.

– No te preocupes, no te pierdes nada. Es un pueblo fronterizo como cualquier otro. Todavía vuelvo de vez en cuando.

– ¿Tienes familia allí?

– No…, ya no.

Tras indicarle al camarero que trajera otra ronda, Moore encendió un cigarrillo con el anterior, que había apurado hasta el filtro.

– Pensaba que querías preguntarme algo -dijo Moore.

– Sí. Es para un caso.

Cuando llegaron las bebidas, Moore vació su chupito de un solo trago. Y antes de que el camarero hubiese terminado de tomar nota del primero, ya había pedido otro.

Bosch comenzó a recontar los detalles de un caso que le preocupaba, ya que a pesar de llevarlo desde hacía unas semanas, aún no había conseguido descubrir nada. El cadáver de un varón de treinta años, más tarde identificado como James Kappalanni, de Oahu, Hawai, había sido hallado cerca de la autopista de Hollywood, a la altura de Gower Street. A la víctima la habían estrangulado con un alambre de medio metro al que habían colocado unas asas de madera para poder tirar mejor de él, una vez apretado alrededor del cuello. Fue un trabajo limpio y eficiente: la cara de Kappalanni quedó del color azul grisáceo de una ostra. El hawaiano azul, lo había llamado la forense que le hizo la autopsia. Para entonces Bosch ya había averiguado a través del Ordenador Nacional de Inteligencia Criminal y el ordenador del Departamento de Justicia que al muerto se le conocía como Jimmy Kapps, y que tenía una hoja de antecedentes penales por delitos relacionados con drogas casi tan larga como el alambre con que le habían quitado la vida.

– Así que no fue una gran sorpresa cuando, al abrirlo, la forense encontró cuarenta y dos condones en el estómago -dijo Bosch.

– ¿Y qué había dentro?

– Una mierda hawaiana llamada «cristal» que, según tengo entendido, es un derivado del hielo, ésa droga que estaba tan de moda hace unos años -respondió Bosch-. Bueno, pues el tal Jimmy Kapps era un correo que llevaba todo ese cristal en la barriga, lo cual quiere decir que seguramente acababa de llegar de Honolulú cuando se topó con el estrangulador. Me han dicho que el cristal es caro y hay mucha demanda. En estos momentos busco todo tipo de información, una pista o cualquier cosa, porque estoy perdido. No tengo ni idea de quién se cargó a Jimmy Kapps.

– ¿Quién te contó lo del cristal?

– Alguien de narcóticos en el Parker Center, pero no supo decirme mucho.

– Nadie tiene ni zorra; ése es el problema. ¿Te hablaron del hielo negro?

– Un poco. Me dijeron que era la competencia del cristal y que venía de México.

Moore miró a su alrededor en busca del camarero. Sin embargo, éste se había colocado al otro extremo de la barra y parecía no hacerles caso a propósito.

– Las dos drogas son relativamente nuevas. En resumidas cuentas el hielo negro y el cristal son la misma cosa. Producen los mismos efectos, pero el cristal viene de Hawai, y el hielo negro de México -explicó Moore-. Podría decirse que es la droga del siglo XXI. Si yo fuera un camello, la definiría como la droga más completa. Básicamente, alguien cogió coca, heroína y PCP y los mezcló para crear un pedrusco muy potente que lo hace todo; sube como el crack , pero dura como la heroína. Te estoy hablando de horas, no de minutos. Y luego lleva un pellizco de polvo, el PCP, que da un empujón al final del viaje. En cuanto empiecen a distribuirlo en grandes cantidades, las calles se llenarán de zombis.

Bosch no dijo nada. Muchas de aquellas cosas ya las sabía, pero Moore iba bien encaminado y no quería distraerlo con una pregunta. Así que encendió un cigarrillo y esperó.

– Todo empezó en Hawai, concretamente en Oahu -continuó Moore-. Allí fabricaban una sustancia que llamaban « hielo », sin más. Y lo hacían combinando PCP y cocaína. Era muy lucrativo, pero poco a poco fue evolucionando. En un momento dado, añadieron heroína de la buena, blanca y asiática, y lo bautizaron « cristal ». Supongo que su lema sería «fino como el cristal» o algo por el estilo. Pero en este negocio no hay monopolios ni derechos de autor; sólo precios y ganancias.

Moore alzó las dos manos para destacar la importancia de estos dos factores.

– Los hawaianos habían creado un buen producto, pero tenían la dificultad de transportarlo a tierra firme. Los aviones y barcos de mercancías que realizan el trayecto desde las islas siempre están controlados. O al menos siempre se corre el riesgo de que comprueben los cargamentos. Por eso acabaron usando correos como este tal Kapps, que se tragan la mierda y la pasan en avión. Pero incluso ese sistema es más complicado de lo que parece. En primer lugar, sólo puedes mover una cantidad limitada. ¿Qué llevaba este tío: cuarenta y dos globos? Eso, ¿qué son? ¿Unos cien gramos? No compensa demasiado. Y en segundo lugar están los federales de la DEA; los antidrogas siempre tienen a su gente apostada en los aviones y aeropuertos a la espera de tipos como Kapps, a los que llaman «contrabandistas del condón». Y saben perfectamente el tipo de persona que buscan: gente que suda mucho, pero que se va humedeciendo unos labios totalmente secos… Es el efecto de los astringentes, la mierda esa del Kaopectate. Los contrabandistas se lo toman como si fuera Pepsi, y eso los delata.

»Bueno, lo que te quiero decir es que los mexicanos lo tienen mucho más fácil. La geografía está de su parte; tienen barcos y aviones, pero también una frontera de tres mil kilómetros que es prácticamente inexistente a efectos de control y contención. Al parecer, por cada kilo de coca que requisan los federales, nueve se les escapan de las manos. Y que yo sepa, hasta ahora no han confiscado ni un solo gramo de hielo negro en la frontera.

Cuando Moore hizo una pausa para encender un cigarrillo, Bosch observó que le temblaba la mano.

– Los mexicanos robaron la receta. Empezaron a copiar el cristal, pero usando heroína de la suya, de baja calidad. Es esa mierda que va con alquitrán incluido; la pasta asquerosa que se queda al fondo del cazo. La versión mexicana tiene tantas impurezas que se vuelve negra; por eso lo llaman «hielo negro». El hielo negro es más barato de fabricar, mover y vender; los mexicanos han ganado a los hawaianos con su propio producto.

Moore parecía haber terminado.

– ¿Sabes si los mexicanos han comenzado a cargarse a los correos hawaianos para monopolizar el mercado?

– Al menos por aquí, no. Acuérdate de que los mexicanos fabrican la droga, pero no son necesariamente los que la venden. De ahí a la calle hay varios escalones.

– Pero tienen que seguir controlando el cotarro.

– Sí, eso es verdad.

– ¿Quién crees que mató a Jimmy Kapps?

– Ni idea, Bosch. Es la primera noticia que tengo.

– ¿Tu equipo ha arrestado a algún camello de hielo negro? ¿Habéis interrogado a alguien?

– A unos cuantos, pero son los últimos peldaños de la escalera: chicos blancos. Los camellos que venden piedras en el Boulevard suelen ser chavales de raza blanca, porque es más fácil para ellos hacer negocios. Pero eso no quiere decir que los proveedores no sean mexicanos, aunque también podrían ser pandillas del barrio de South-Central. La verdad es que no creo que las detenciones que hemos hecho te sirvan de mucho.

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