Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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Bosch se quedó un instante pensativo y luego preguntó:

– No entiendo lo de alquilar la habitación un mes entero. ¿Para qué? Si el tío iba a suicidarse, ¿por qué intentar esconderlo tanto tiempo? ¿Por qué no hacerlo, dejar que te encuentren y se acabó?

– Buena pregunta -dijo Irving-. Lo único que se me ocurre es que tal vez lo hizo por su mujer.

Bosch arqueó las cejas.

– Estaban separados -explicó Irving-. A lo mejor no quiso que se enterara durante las fiestas navideñas e intentó retrasar la noticia un par de semanas o un mes.

A Bosch le pareció una explicación bastante floja, aunque de momento no tenía ninguna mejor. Intentó pensar en otra pregunta, pero no se le ocurrió nada. En ese preciso instante Irving cambió de tema, dándole a entender que su visita a la escena del crimen había concluido.

– ¿Qué tal el hombro?

– Bien.

– Me dijeron que se había ido a México para mejorar su español.

Bosch no respondió, ya que le aburría esa clase de charlas. Quería decirle a Irving que no le convencían sus deducciones, a pesar de todas las pruebas y explicaciones que le había ofrecido. No obstante, no habría sabido decir por qué, y hasta que lo averiguara, era mejor quedarse callado.

– Siempre he pensado que no hay suficientes agentes (entre los no hispanos, claro está) que se esfuercen en aprender el segundo idioma de esta ciudad -comentó Irving-. Me gustaría que todo el departamento…

– ¡La nota! -le gritó Donovan desde la habitación.

Irving se separó de Bosch sin decir ni una sola palabra y se dirigió hacia la puerta. Sheehan lo siguió junto con otro hombre trajeado que Bosch identificó como un detective de Asuntos Internos llamado John Chastain. Harry dudó un momento, pero los siguió.

Dentro, todo el mundo se había congregado frente a la puerta del cuarto de baño, alrededor del perito forense, Bosch mantuvo el cigarrillo en la boca e inhaló el humo.

– En el bolsillo trasero derecho -informó el perito-. Hay manchas de putrefacción, pero aún se lee. Por suerte el papel estaba doblado en cuatro y el interior se ha salvado bastante.

Irving se alejó del lavabo con la bolsa de plástico que contenía la nota y los demás lo siguieron. Todos, menos Bosch. El papel era gris como la piel de Moore y tenía una línea escrita en tinta azul. Irving posó sus ojos sobre Bosch y fue como si lo viera por primera vez.

– Bosch, usted tendrá que irse.

Harry quería preguntar sobre el contenido de la nota, pero sabía que se negarían a decírselo. Antes de salir, creyó atisbar una sonrisita de satisfacción en la cara de Chastain.

Cuando llegó a la cinta amarilla, Bosch se detuvo a encender otro cigarrillo. Entonces oyó un ruido de tacones a su espalda y se volvió; era una periodista rubia del Canal 2 que venía hacia él con un micrófono inalámbrico y una sonrisa falsa, de modelo publicitaria. La rubia se le acercó mediante una maniobra bien estudiada, pero Harry la atajó antes de que pudiera hablar:

– Sin comentarios. No trabajo en el caso.

– ¿Pero no podría…?

– Sin comentarios.

La periodista lo miró sorprendida y la sonrisa desapareció de su rostro. Dio media vuelta, enfadada, pero al cabo de unos instantes ya caminaba alegremente -seguida del cámara- hacia la posición elegida para comenzar su reportaje. Justo en ese momento sacaban el cadáver. Los focos se encendieron y las seis cámaras formaron un pasillo por el que los dos hombres del forense empujaron la camilla con el cuerpo tapado. Mientras se dirigían hacia la furgoneta azul de la policía, Harry reparó en el semblante serio de Irving, que caminaba erguido unos pasos más atrás pero lo suficientemente cerca para entrar en el encuadre de la cámara. Al fin y al cabo, cualquier aparición en las noticias de la noche era mejor que nada, especialmente para un hombre con el ojo puesto en el cargo de director.

Después de aquello, el lugar comenzó a despejarse. Todo el mundo se fue: la prensa, la policía, los curiosos… Bosch pasó de nuevo por debajo de la cinta amarilla y se dispuso a buscar a Donovan o Sheehan. En ese momento Irving vino hacia él.

– Detective, ahora que lo pienso, sí que hay algo que puede hacer para acelerar los trámites. El detective Sheehan tiene que quedarse aquí a recoger, pero yo preferiría adelantarme a la prensa con la mujer de Moore. ¿Podría usted encargarse del trámite de notificación al familiar más cercano? Por supuesto, aún no hay nada seguro, pero quiero que su mujer esté al corriente de lo que está pasando.

Bosch se había indignado tanto antes que no podía negarse. ¿Acaso no había querido parte del caso? Pues la tenía.

– Déme la dirección -contestó.

Unos minutos más tarde, Irving se había marchado y los agentes de uniforme estaban retirando la cinta amarilla. Finalmente Bosch localizó a Donovan, que se dirigía a su furgón con la escopeta en un envoltorio de plástico y varias bolsitas llenas de pruebas. Harry se apoyó en el parachoques del furgón para atarse el zapato, mientras Donovan guardaba las bolsas de pruebas en una caja de vino del valle de Napa.

– ¿Qué quieres, Harry? Me han dicho que no estabas autorizado a entrar.

– Eso era antes. Ahora acaban de ponerme en el caso. Tengo que notificar al familiar más cercano.

– Felicidades.

– Bueno, algo es algo -contestó Bosch-. Oye, ¿qué decía?

– ¿El qué?

– La nota.

– Mira, Harry, ya sabes que…

– Mira, Donnie, Irving me ha encargado que notificara al familiar más cercano. Yo creo que eso significa que estoy en el caso. Sólo quiero saber qué escribió Moore. -Bosch cambió de táctica-. Era amigo mío, ¿de acuerdo? No se lo voy a decir a nadie.

Soltando un gran suspiro, Donovan metió la mano en la caja y comenzó a rebuscar por entre las bolsas de pruebas.

– La verdad es que la nota no decía mucho. Bueno, nada muy profundo.

Donovan encendió la linterna y la enfocó hacia la bolsa que contenía el papel con una sola línea escrita:

He descubierto quién era yo

Capítulo 3

La dirección que Irving le había dado estaba en Canyon Country, casi una hora en coche. Bosch cogió la autopista de Hollywood hacia el norte, luego tomó la Golden State y atravesó el oscuro desfiladero de las montañas de Santa Susanna. Había poco tráfico, ya que a esa hora la mayoría de gente estaría en su casa cenando pavo al horno. Bosch pensó en Cal Moore: en lo que había hecho y en lo que había dejado atrás.

«He descubierto quién era yo».

No tenía ni la más remota idea de lo que había querido decir el policía muerto con aquella frase garabateada en un pedazo de papel metido en el bolsillo de atrás de su pantalón. Únicamente tenía su encuentro con Moore. ¿Y qué había sido eso? Un par de horas bebiendo con un policía cínico y amargado. No había forma de saber lo que había ocurrido desde entonces; de averiguar cómo se había corroído la coraza que lo protegía.

Bosch rememoró aquel encuentro con Moore. Había sido tan sólo unas semanas antes y, aunque el motivo era hablar de trabajo, los problemas personales de Moore habían aflorado a la superficie. Bosch y Moore quedaron el martes por la noche en el Catalina Bar & Grill. Esa noche Moore estaba de servicio, pero el Catalina se hallaba a sólo media manzana del Boulevard. Cuando entró en el bar, Harry lo esperaba sentado en la barra del fondo. A los policías nunca les obligaban a tomar una consumición.

Moore se sentó en el taburete de al lado y pidió un chupito de whisky y una Henry's, la misma cerveza que estaba bebiendo Bosch. Llevaba téjanos y una sudadera que le quedaba holgada y le tapaba el cinturón, la vestimenta típica de un policía antidroga. De hecho, parecía sentirse muy cómodo con aquella ropa. Los téjanos estaban gastadísimos y las mangas del chándal cortadas. Debajo del borde deshilachado del brazo derecho, se apreciaba la cara de un demonio tatuado con tinta azul. A su manera un poco ruda, Moore era un hombre atractivo, pero en aquella ocasión tenía un aspecto extraño: no se había afeitado en varios días y parecía un rehén tras un largo período de tormento y cautiverio. Entre la fauna del Catalina, cantaba como un basurero en una boda. Al apoyar los pies en el taburete, Harry reparó en el calzado del policía: unas botas grises de piel de serpiente. Eran del modelo preferido por los vaqueros de rodeos porque los tacones se inclinaban hacia delante, permitiendo una mejor sujeción cuando se echaba el lazo a una ternera. Harry sabía que los policías de narcóticos las llamaban «trincaángeles» porque les daban mejor sujeción cuando trincaban a un sospechoso que iba colocado con polvo de ángel.

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