Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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– ¿De qué iba la llamada? -insistió Bosch.

Kleinman vaciló unos segundos, pero finalmente respondió:

– Han encontrado un cadáver en un motel de Franklin. Parece suicidio, pero el caso lo van a llevar los de Robos y Homicidios, bueno, de hecho ya lo están llevando. Nosotros no entramos. Órdenes de arriba.

Bosch permaneció en silencio. Robos y Homicidios saliendo el día de Navidad para encargarse de un caso de suicidio… No tenía sentido.

De repente lo comprendió: Calexico Moore.

– ¿Cuántos días tiene el fiambre? -preguntó Bosch-. He oído que pedían a Número dos que trajera una máscara.

– Está bastante pasado. Por el olor ya se imaginaban que sería difícil de identificar, pero lo peor ha sido que no queda mucha cara. Se tragó una escopeta de cañón doble, o al menos eso han dicho por radio.

El receptor de Bosch no captaba la frecuencia de Robos y Homicidios; por eso no había oído ningún comentario sobre el caso. Por lo visto ellos sólo habían cambiado de frecuencia para notificar la dirección al chofer del Número dos. De no haber sido por aquello, Bosch no se habría enterado de nada hasta la mañana siguiente, al llegar a la comisaría. Aunque le enfurecía aquella omisión, se esforzó por mantener un tono tranquilo, ya que quería sacarle todo lo posible a Kleinman.

– Es Moore, ¿no?

– Eso parece -contestó Kleinman-. Su placa está en la cómoda de la habitación del motel, junto con la cartera. Pero ya te he dicho que no se puede hacer una identificación visual del cadáver, así que no hay nada seguro.

– ¿Cómo fue la cosa?

– Oye, Bosch, yo tengo mucho trabajo, ¿vale? Esto lo lleva Robos y Homicidios, así que ya no va contigo.

– Te equivocas, tío. Sí que va conmigo. Tendríais que haberme avisado a mí primero. Quiero que me expliques qué pasó, a ver si lo entiendo.

– Bueno. Pues fue así: recibimos una llamada de ese antro diciendo que tenían un fiambre en el baño de la habitación número siete. Enviamos una patrulla que nos confirmó que sí, que había un cadáver. Pero nos llamaron por teléfono, no por radio, porque en cuanto vieron la placa y la cartera en la cómoda, supieron que se trataba de Moore. O al menos eso pensaron. Total, que yo telefoneé al capitán Grupa a su casa, quien a su vez informó al subdirector. Ellos decidieron avisar a la central, en lugar de a ti. Así están las cosas, o sea que si tienes un problema, díselo a Grupa o al subdirector, no a mí. Yo no tengo la culpa.

Bosch no dijo nada. Sabía que a veces, cuando necesitaba información, la persona con quien estaba hablando acababa por llenar el silencio.

– Ahora ya no está en nuestras manos -continuó Kleinman-. ¡Incluso se han enterado los de la tele y el Times ! Ah, y el Daily News . Lógicamente ellos también creen que es Moore. Se ha montado un cacao que no veas. Y eso que con el incendio de la montaña podrían tener bastante, pero no. Ahí están: apostados como buitres en Western Avenue. Ahora mismo tengo que enviar otro coche para controlarlos. Así que deberías estar contento de que no te hayan llamado. Que es Navidad, joder.

Aquello no era suficiente para Bosch. No sólo deberían haberle avisado, sino que él tendría que haber tomado la decisión de llamar a Robos y Homicidios. Le fastidiaba que alguien lo hubiera eliminado de modo tan descarado. Después de despedirse de Kleinman, Bosch encendió otro cigarrillo, sacó su pistola del armario de la cocina, se la colgó del cinturón de los téjanos y se puso una cazadora de color beige sobre su jersey caqui.

Fuera ya había anochecido. A través de la puerta acristalada de la terraza, Bosch divisó la línea del incendio al otro lado del cañón. El fuego resplandecía sobre la silueta negra de la montaña, como la sonrisa falsa de un diablo en su avance hacia la cima. Debajo de su casa, Bosch oyó el lamento del coyote, que aullaba a la luna o al incendio. O tal vez a sí mismo, por encontrarse solo en la oscuridad.

Capítulo 2

Bosch condujo desde su casa a Hollywood, bajando por calles en su mayoría desiertas hasta llegar al Boulevard. Allí se reunían los vagabundos y jóvenes fugados de casa y unas cuantas prostitutas hacían la calle (una de ellas incluso llevaba un gorro de Papá Noel). «El negocio es el negocio -pensó Bosch-. Incluso el día de Navidad». En las paradas del autobús había unas mujeres elegantemente maquilladas que en realidad no eran ni mujeres ni esperaban el autobús. El espumillón y las luces navideñas que decoraban Hollywood Boulevard le daban un toque surrealista a aquella calle tan sucia y sórdida. «Es como una puta con demasiado maquillaje», decidió. Si es que aquello era posible.

Pero no era el panorama lo que deprimía a Bosch, sino Cal Moore. Bosch llevaba esperando este desenlace más de una semana, desde el momento en que se enteró de que Moore no se había presentado en la comisaría. Para la mayoría de policías de la División de Hollywood, la duda no era si Moore había muerto, sino cuántos días tardaría en aparecer el cadáver.

Moore había sido un sargento al mando de la unidad de narcóticos de la División de Hollywood. Trabajaba de noche, con una brigada dedicada exclusivamente a la zona del Boulevard. En la comisaría era bien sabido que Moore estaba separado de su mujer, a quien había sustituido por el whisky. Bosch pudo comprobar esto último durante el único encuentro que había tenido con el sargento. En aquella ocasión Harry también descubrió que lo atormentaban algo más que sus problemas matrimoniales y el estrés derivado de su trabajo. Moore había insinuado algo sobre una investigación de Asuntos Internos.

Todos aquellos factores se habían sumado, dando como resultado una fuerte depresión navideña. En cuanto Bosch oyó que se había iniciado la búsqueda de Cal Moore, lo vio muy claro: el sargento había muerto.

Eso mismo pensó todo el mundo en el departamento, aunque nadie lo dijo en voz alta, ni siquiera los medios de comunicación. En un principio, la policía había intentado llevar el asunto en secreto: fueron a su piso en Los Feliz e hicieron discretas averiguaciones, dieron un par de vueltas en helicóptero sobre las montañas de Griffith Park… Pero entonces la noticia se filtró a un reportero de televisión y a partir de ese momento todos los canales y periódicos comenzaron a informar puntualmente de la búsqueda del sargento desaparecido. Después de colgar la fotografía de Moore en el tablón de anuncios de la sala de prensa del Parker Center, los mandamases del departamento realizaron los habituales llamamientos al público para encontrar al agente. Todo muy dramático -o cinematográfico-: se vieron imágenes de búsquedas a caballo y en helicóptero, así como del jefe de policía sosteniendo una foto de un hombre apuesto y moreno con semblante serio. Curiosamente, nadie mencionó que estaban buscando un cadáver.

Bosch se detuvo en un semáforo de Vine Street y observó a un hombre-anuncio que cruzaba la calle a grandes zancadas, dándose con las rodillas contra los tablones. El cartel era una fotografía de Marte en la que alguien había marcado una gran sección y bajo la que se leía, en letras grandes: ¡ARREPENTIOS! EL ROSTRO DEL SEÑOR NOS CONTEMPLA. Bosch recordó que había visto la misma foto en la portada de un periódico sensacionalista mientras esperaba en la cola de una tienda de comestibles. Sólo que esa vez el periódico atribuía la cara a Elvis Presley.

Cuando el semáforo se puso verde, Bosch continuó hacia Western Avenue y volvió a pensar en Moore. Salvo una noche en la que los dos se tomaron unas copas en un bar musical cerca del Boulevard, apenas habían tenido relación. Cuando Bosch había llegado a la División de Hollywood el año anterior, al principio la gente le había dado la bienvenida -aunque algunos incluso habían vacilado al darle la mano-, pero después la mayoría habían mantenido las distancias. A Bosch no le importaba aquella reacción, e incluso la comprendía, ya que lo único que sabían de él era que lo habían echado de la División de Robos y Homicidios por culpa de un problema con Asuntos Internos. Moore era uno de los que no iban mucho más allá de un saludo con la cabeza cuando se cruzaban en el pasillo o se veían en las reuniones de trabajadores. Aquello también era comprensible, ya que la mesa de Homicidios donde Bosch trabajaba estaba en la oficina de detectives del primer piso, mientras que la brigada de Moore, BANG -el Grupo Anti Narcóticos del Boulevard- estaba en el segundo piso de la comisaría. De todos modos, se habían encontrado en una ocasión. Para Bosch había sido una reunión con el fin de obtener información sobre un caso en el que estaba trabajando. Para Moore había sido otra oportunidad de tomarse unas cuantas cervezas y whiskys.

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