– ¿Qué pasa? -se defendió Bosch-. Era mi pista. Por lo que me contó Corvo, vosotros no teníais ni puta idea sobre ese sitio. Fui a ponerlos un poco nerviosos; eso es todo.
– Esa gente no se pone «un poco» nerviosa, Bosch. Es lo que te estoy intentando explicar. Pero bueno, ya basta. Sólo quería avisarte y ver qué más sabes aparte de lo de la fábrica de bichos. Dime una cosa: ¿qué coño haces aquí?
Antes de que Bosch pudiera contestar, llamaron a la puerta. El agente de la DEA pegó un salto y se quedó acuclillado en el suelo.
– Es el servicio de habitaciones -lo tranquilizó Bosch-. ¿Qué te pasa?
– Siempre me pongo así antes de una redada.
Bosch se levantó, mirando al agente con curiosidad, y se dirigió a la puerta. A través de la mirilla vio al mismo hombre que le había traído las primeras dos cervezas. Abrió la puerta, pagó y le pasó a Ramos una Tecate del nuevo cubo. Ramos se bebió media botella antes de volver a sentarse, mientras Bosch se llevaba la suya a la silla.
– ¿Qué redada?
– Bueno -respondió Ramos después de otro trago-. Lo que le diste a Corvo era buena información, pero después la cagaste al presentarte en EnviroBreed. Por poco lo jodes todo.
– Eso ya lo has dicho. ¿Qué habéis descubierto?
– Hemos investigado EnviroBreed y hemos acertado de lleno. Resulta que el verdadero propietario es Gilberto Órnelas, un alias conocido de un tal Fernando Ibarra, uno de los secuaces de Zorrillo. Estamos trabajando con los federales para obtener una orden de registro. El nuevo fiscal general que tienen aquí abajo es un tío honrado y con mano dura. Está colaborando con nosotros. Así que va a ser una buena redada, si nos dan la autorización.
– ¿Cuándo lo sabréis?
– Muy pronto, pero todavía nos falta un dato.
– ¿Cuál?
– Si Zorrillo está pasando hielo negro metido en los envíos de EnviroBreed, ¿cómo lo transporta desde su finca a la fábrica de bichos? Nosotros llevamos meses vigilando el rancho y lo habríamos visto. Y estamos bastante seguros de que no fabrican la mierda en EnviroBreed. El sitio es demasiado pequeño, lleno de gente, cerca de la carretera… Además, todos nuestros confidentes explican que la elaboran en el rancho, en un bunker bajo tierra. Incluso tenemos fotos aéreas que muestran la temperatura del suelo y donde se marcan los agujeros de ventilación. La pregunta es: ¿cómo atraviesa la calle?
Bosch pensó en lo que Corvo había dicho en el Code 7; que Zorrillo era uno de presuntos implicados en la construcción del túnel que atravesaba la frontera cerca de Nogales.
– Bajo tierra.
– Exacto-convino Ramos-. Estamos hablando con nuestros confidentes ahora mismo. Si se confirma, el fiscal general nos dará la autorización e iremos a por ellos. Entraremos en el rancho y EnviroBreed a la vez; una operación conjunta. El fiscal general enviará el ejército federal y nosotros al CLAC.
Aunque Bosch odiaba las siglas, no le quedó más remedio que preguntar lo que significaba.
– Comando contra Laboratorios Clandestinos. Los tíos son unos ninjas.
Aunque intentaba digerir esta información, Bosch no comprendía por qué todo estaba ocurriendo tan rápido. Ramos se estaba dejando algo. Tenía que haber alguna novedad sobre Zorrillo.
– Lo habéis visto, ¿no? A Zorrillo. O alguien lo ha visto.
– Sí, señor. Y a ese bicho raro que viniste a buscar. A Dance.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Tenemos a un confidente en el rancho que los vio a los dos esta mañana practicando el tiro al blanco.
– ¿Estaba cerca? El espía.
– Lo suficiente. No tanto como para decir «¡Hola, Santo Padre!», pero lo bastante para identificarlo.
Ramos soltó una sonora carcajada y se levantó a buscar otra cerveza. A continuación le arrojó una a Bosch, que aún no había terminado la primera.
– ¿Dónde se había metido? -inquirió Bosch.
– ¡Quién sabe! Lo único que me importa es que ha vuelto y que va estar allí cuando el CLAC derribe la puerta. Por cierto, olvídate de la pistola o los federales mexicanos te trincarán a ti también. Van a permitir que el CLAC use armas, pero eso es todo. El fiscal general firmará el permiso… Dios, espero que al tío no lo sobornen o lo asesinen. Bueno, como decía, si quieren que vayas armado ya te dejarán algo ellos.
– ¿Y cómo sabré cuándo va a ser?
Ramos seguía de pie. Echó la cabeza atrás y se bebió media botella de cerveza. Su olor había impregnado toda la habitación, por lo que Bosch se acercó la botella a la boca y la nariz. Prefería oler la cerveza que al agente de la DEA.
– Ya te avisaremos -contestó Ramos-. Toma esto y espera.
Ramos le pasó uno de los buscapersonas de su cinturón.
– Te lo pones y yo te daré un toque en cuanto estemos listos para atacar. Será pronto, antes de Año Nuevo… Al menos, eso espero. Tenemos que espabilar porque no sabemos cuánto tiempo se quedará Zorrillo.
Ramos se acabó la cerveza y puso la botella en la mesa.
No cogió otra, dando por terminada la reunión.
– ¿Y qué pasa con mi compañero? -preguntó Bosch.
– ¿Quién? ¿El mexicano? Olvídate. Es de la Policía Judicial. No se lo puedes decir, Bosch. Sabemos que el Papa tiene espías en todo el cuerpo de policía, así que no confíes en nadie de allí, ¿de acuerdo? Lleva el busca como te he dicho y espera el pitido. Ve a las corridas de toros, relájate en la piscina o lo que sea. No te has visto, macho. Te iría bien un poco de color.
– Conozco a Águila mejor que a ti.
– ¿Y sabías que trabaja para un hombre que es un huésped habitual de Zorrillo en las corridas de los domingos?
– No -respondió Bosch, pensando en Greña.
– ¿Sabías que el puesto de detective en la Policía Judicial del Estado se puede comprar por unos dos mil dólares? La capacidad investigadora no cuenta.
– No.
– Claro que no, pero así son las cosas por aquí. Tienes que metértelo en la cabeza; no puedes confiar en nadie. Puede que estés trabajando con el último policía honrado de Mexicali, pero ¿por qué arriesgar el pellejo?
Bosch asintió y dijo:
– Una última cosa. Quiero venir mañana a echar un vistazo a tus fotos policiales. ¿Tienes a la gente de Zorrillo?
– A casi todos. ¿Qué quieres?
– Estoy buscando a un tío con tres lágrimas tatuadas en la cara. Es el asesino a sueldo de Zorrillo. Ayer mató a otro policía en Los Ángeles.
– ¡Joder! Vale, mañana por la mañana llámame a este número y lo prepararé. Si lo identificas, se lo diremos al fiscal general. Puede que nos ayude a conseguir la orden de registro.
Ramos le dio una tarjeta con un número de teléfono y nada más. Cuando se hubo ido, Harry volvió a poner la cadena en la puerta.
Bosch se sentó en la cama con la cerveza, mientras pensaba en la reaparición de Zorrillo. Se preguntó dónde habría estado y por qué habría abandonado la seguridad de su rancho. Harry barajaba la posibilidad de que Zorrillo hubiese ido a Los Ángeles y que su presencia hubiese sido esencial para atraer a Moore a aquel motel. Tal vez Zorrillo era la única persona por la que Moore hubiera acudido allí.
De repente se oyó el chirrido de unos frenos y el ruido del metal al chocar. Antes de levantarse, Bosch distinguió unas voces que discutían en la calle. Las palabras se tornaron más duras hasta que se convirtieron en gritos y amenazas tan rápidas que no podía entenderlos. Se asomó por la ventana abierta y vio a dos hombres cara a cara junto a dos coches, uno de los cuales había embestido al otro por detrás.
Al volverse, Bosch detectó un pequeño resplandor azul a su izquierda. Antes de que tuviera tiempo de mirar, la botella que tenía en la mano estalló en mil pedazos. La cerveza y el cristal saltaron en todas direcciones. Harry dio un paso atrás y se arrojó sobre la cama y luego al suelo. Esperaba más disparos, pero no llegaron. El corazón se le aceleró y sintió una familiar lucidez que experimentaba en las situaciones de vida o muerte. Entonces se arrastró por el suelo hasta la mesa y desenchufó la lámpara, sumiendo la habitación en la más completa oscuridad. Cuando alargó el brazo para coger su pistola, oyó que los dos coches se alejaban a toda velocidad. «Un montaje espectacular», pensó. Pero habían fallado.
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