Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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Bosch no apartó la vista de la esquina en ningún momento, pero su mente estaba lejos. Pensaba en Sylvia y se preguntaba qué estaría haciendo en aquel momento y en qué estaría pensando. Confiaba en que no tardara mucho en decidir, porque sabía que las reacciones y los mecanismos de defensa instintivos de su propia mente se habían puesto en marcha. Ya había comenzado a verle la parte positiva a que ella no volviera. Se decía a sí mismo que Sylvia lo convertía en una persona débil, ¿O acaso no había pensado inmediatamente en ella cuando encontró la nota del Discípulo? Sí, Sylvia lo había hecho vulnerable. Se decía a sí mismo que tal vez ella no le convenía para la misión que él tenía en la vida, que tal vez debería dejarla marchar.

El corazón le dio un vuelco cuando vio a Bremmer doblando la esquina y luego caminando en dirección a los aparcamientos. Un bloque de edificios impedía a Bosch ver más allá. Enseguida puso el coche en marcha, se metió por la Segunda y luego tomó Spring.

Una manzana más allá Bremmer entró en el más nuevo de los garajes con una tarjeta. Bosch se quedó vigilando la puerta de salida. Al cabo de cinco minutos salió del garaje un Toyota Célica, aminoró la marcha y el conductor comprobó que no vinieran coches por Spring. Bosch vio entonces con toda claridad que era Bremmer. El Toyota se incorporó a Spring Street y Bosch lo siguió.

Bremmer se dirigió hacia el oeste por Beverly y entró en Hollywood. Se detuvo en un Vons y salió un cuarto de hora más tarde con una sola bolsa de comida. Luego se adentró en una zona de casas unifamiliares que lindaba con la parte norte del estudio de la Paramount. Entró por el lateral de una casa de estuco y aparcó en el garaje de atrás. Bosch se detuvo en la acera, una casa más allá, y esperó.

Todas las residencias de la zona tenían uno de los tres diseños básicos. Era uno de aquellos barrios de la Victoria, todos cortados por el mismo patrón, que habían surgido en la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial, con viviendas asequibles para los militares que regresaban del conflicto. Ahora probablemente haría falta el sueldo de un general para comprarse una casa allí. Es lo que hicieron los ochenta. El ejército de ocupación de yuppies había tomado el barrio.

Todos los jardines tenían un pequeño cartel de hojalata clavado en la tierra. Correspondían a tres o cuatro empresas de seguridad diferentes, pero en todos ponía lo mismo: «Respuesta armada.» Era el epitafio de la ciudad. A veces Bosch pensaba que deberían quitar el famoso cartel de Hollywood de la colina y sustituirlo por esas dos palabras.

Bosch esperó a que Bremmer diera la vuelta y fuera a la parte delantera a recoger el correo o bien encendiera las luces del interior de la casa. Cuando, tras cinco minutos, no había ocurrido nada, salió del coche y tomó el camino de entrada a la casa, palpando inconscientemente el lateral de su cazadora para asegurarse de que llevaba su Smith & Wesson. Allí estaba, pero la dejó en la funda.

El camino no estaba iluminado y en los oscuros recovecos del garaje abierto Bosch sólo alcanzaba a distinguir el tenue reflejo de los cristales rojos de las luces de freno del Toyota. Pero de Bremmer no había ni rastro.

Una valla hecha con tablas de madera recorría el lateral derecho del camino, separando el terreno de Bremmer del de su vecino. Unas ramas de buganvilla en flor caían desde el otro lado y Bosch oyó el sonido débil de la televisión de la casa de al lado.

Mientras caminaba entre la valla y la casa de Bremmer hacia el garaje, Bosch era consciente de su absoluta vulnerabilidad. Pero también sabía que, en esta ocasión, sacar el arma no le serviría de nada. Caminó hasta el garaje por el lado del sendero más próximo a la casa y se detuvo ante la oscuridad, bajo una canasta de baloncesto con el aro doblado.

– ¿Bremmer? -llamó.

No se oyó ningún ruido, a excepción del ruido del motor del coche que se enfriaba en el garaje. Poco después, Bosch oyó el ligero roce de un zapato contra el suelo. Se volvió. Bremmer estaba allí, con la bolsa de la compra en la mano.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Bosch.

– Eso debería preguntar yo.

Bosch se miró las manos al hablar.

– Como no me llamaste, decidí pasar por aquí.

– Llamarte, ¿para qué?

– Querías un comentario del veredicto.

– Eras tú el que se suponía que me tenía que llamar, ¿te acuerdas? En todo caso ahora ya da igual, la historia ya está vista para sentencia. Además, el veredicto quedó en un segundo plano con los otros sucesos del día. La historia del Discípulo (fue Irving el que utilizó ese nombre en su declaración oficial) aparecerá en portada.

Bosch se acercó unos pasos hacia él.

– Entonces, ¿cómo es que no estás en el Red Wind? Creía que habías dicho que siempre pasabas a tomar una copa cuando publicabas en portada.

Con la bolsa en la mano derecha, Bremmer metió la mano en el bolsillo de la cazadora, pero Bosch oyó el ruido de unas llaves.

– Esta noche no tenía ganas. Honey Chandler me caía bien, ¿sabes? ¿Qué estás haciendo aquí, Harry? He visto que me seguías.

– ¿No vas a invitarme a pasar? Podríamos tomarnos esa cerveza y brindar por tu historia en portada. Primera plana, ¿no?

– Sí. Éste saldrá en la mitad de arriba.

– La mitad de arriba, me gusta.

Se miraron fijamente en la oscuridad.

– ¿Qué me dices de la cerveza?

– Claro -dijo Bremmer.

Se volvió, fue hacia la puerta trasera de la casa y la abrió. Introdujo el brazo y pulsó los interruptores que encendieron las luces de la puerta y de la cocina que había a continuación. Luego retrocedió y extendió el brazo para cederle el paso a Bosch.

– Detrás tuyo. Pasa al salón y toma asiento. Voy a por un par de botellas y enseguida estoy contigo.

Bosch cruzó la cocina y llegó a un pequeño distribuidor desde el cual se abrían el salón y el comedor. No se sentó, sino que permaneció de pie junto a las cortinas cerradas de una de las ventanas de la fachada. La apartó y miró hacia la calle y las casas de enfrente. No había nadie. Nadie lo había visto entrar allí. Se preguntó si había cometido un error.

Bajó la vista hasta el radiador antiguo que había bajo la ventana y lo tocó con la mano. Estaba frío. Los tubos de hierro estaban pintados de negro.

Permaneció allí unos instantes más y luego se volvió y echó un vistazo a su alrededor, al resto de la habitación. Estaba amueblada con buen gusto, en tonos grises y negros. Bosch se sentó en un sofá negro de piel. Sabía que si detenía a Bremmer en la casa, tendría la posibilidad de realizar un registro rápido del lugar. Si hallaba algo de carácter incriminatorio, lo único que tendría que hacer sería volver con una orden. Bremmer, que era un periodista especializado en los campos policial y judicial, también lo sabía. Bosch se preguntó por qué lo había dejado entrar. ¿Había cometido un error? Comenzó a perder confianza en su plan.

Bremmer sacó dos botellas y se sentó en una silla a juego con el sofá situada a la derecha de Bosch. Bosch observó su botella durante largo rato. Se formó una burbuja que surgió por la boca y explotó. Él cogió la botella y dijo:

– Por la primera plana.

– Por la primera plana -brindó Bremmer con él.

No sonrió. Dio un trago de la botella y volvió a dejarla sobre la mesa.

Bosch bebió un largo trago de la suya y la mantuvo en la boca. Estaba helada y le hacía daño en los dientes. En el historial del Fabricante de Muñecas y del Discípulo, no había antecedentes de que drogaran a sus víctimas. Miró a Bremmer, sus miradas se cruzaron un instante, luego él tragó.

Inclinado hacia adelante, con los codos en las rodillas, cogió la botella con la mano derecha y observó cómo Bremmer lo observaba. Sabía, porque lo había hablado con Locke, que no podía inducir al Discípulo a admitir nada mediante la conciencia. No tenía conciencia. La única forma era el engaño, jugar con el orgullo del asesino. Sintió que recuperaba la confianza. Clavó los ojos en Bremmer con una mirada que lo atravesó.

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