Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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– Bosch, esa cinta es inadmisible. Es una encerrona. ¡No me has leído mis derechos!

– Ahora te los voy a leer. Hasta ahora no estabas detenido. No iba a leerte tus derechos hasta que no te detuviera. Ya conoces el procedimiento policial.

Bosch le sonreía, regodeándose.

– Vamos, Bremmer -dijo cuando se cansó del sabor de la victoria.

Capítulo 32

Resultaba irónico que el martes por la mañana Bosch disfrutara leyendo la media primera plana de Bremmer sobre la muerte de Honey Chandler. El periodista había ingresado en la prisión del condado sin posibilidad de fianza poco antes de medianoche y no se había avisado a la unidad de relaciones con los medios. Cuando se cerró la edición no se había corrido la voz aún, de modo que el periódico sacaba en portada un artículo sobre un asesinato escrito por el propio asesino. A Bosch le gustó. Sonreía mientras lo leía.

La única persona a la que Bosch había informado era Irving. Pidió en el centro de comunicaciones que le pasaran a una línea de teléfono y en una conversación de media hora le contó al subdirector jefe cada uno de los pasos que había dado y le describió una por una las pruebas que justificaban la detención. Irving no le felicitó en ningún momento, pero tampoco censuró que realizara solo la detención. Una cosa u otra llegaría más adelante, cuando se viera si la detención daba sus frutos. Los dos lo sabían.

A las nueve de la mañana Bosch estaba sentado en la fiscalía del distrito del edificio de los juzgados de lo penal de la ciudad. Por segunda vez en ocho horas, explicó los detalles de lo ocurrido y luego puso la cinta de su conversación con Bremmer. El ayudante del fiscal del distrito, cuyo nombre era Chap Newell, tomó nota en una libreta amarilla mientras escuchaba la cinta. En diversas ocasiones frunció el entrecejo o sacudió la cabeza porque el sonido no era bueno. En el salón de Bremmer, las voces habían rebotado contra el radiador de hierro y tenían un ligero eco en la grabación. No obstante, las palabras que revestían mayor importancia sí eran audibles.

Bosch se limitó a observar sin decir una sola palabra. Newell tenía pinta de que no hacía más de tres años que había acabado la carrera de derecho. Como la detención no había trascendido a la prensa ni a la televisión, el caso todavía no había captado la atención de ninguno de los fiscales veteranos. Había llegado a manos de Newell según la rotación de rutina.

Cuando terminó la grabación, Newell tomó unas cuantas notas para dar la impresión de que sabía lo que se hacía y luego levantó la vista hacia Bosch.

– No ha mencionado nada acerca de lo que había en la casa.

– No encontré nada en el registro rápido que llevé a cabo anoche. Ahora hay otros allí, con una orden, realizando una labor más minuciosa.

– Bueno, espero que encuentren algo.

– ¿Por qué? ¿No tiene suficiente?

– Sí, el material es muy bueno, Bosch. Buen trabajo.

– Viniendo de usted, eso significa mucho.

Newell lo miró y entrecerró los ojos. No estaba seguro de cómo debía tomarse el comentario.

– Pero, eh…

– ¿Pero qué?

– Bueno, no hay duda de que con esto podemos presentar cargos. Son muchas cosas.

– ¿Pero qué?

– Estoy tratando de verlo desde el punto de vista del abogado defensor. En realidad, ¿qué es lo que tenemos? Muchas coincidencias. Es zurdo, fuma, disponía de información detallada del Fabricante de Muñecas. Pero todas esas cosas no son pruebas irrefutables. Pueden darse en muchas personas.

Bosch empezó a encender un cigarrillo.

– Por favor, no…

Espiró y echó el humo hacia el otro lado de la mesa.

– No importa.

– ¿Y que me dice de la nota y el matasellos?

– Eso está bien, pero es complicado y resulta difícil de entender. Un buen abogado podría lograr que un jurado lo viera simplemente como una coincidencia más. Podría complicar el asunto, eso es lo que quiero decir.

– ¿Y la cinta, Newell? En la cinta él confiesa. ¿Qué más…?

– Pero durante la confesión desmiente la confesión.

– Al final no.

– Mire, no entra en mis planes utilizar la cinta.

– ¿Pero de qué está hablando?

– Sabe de lo que estoy hablando. Él confesó antes de que usted le leyera sus derechos. Eso hará que aparezca el fantasma de la encerrona.

– No fue una encerrona. Él sabía que yo era policía y conocía sus derechos, tanto si se los leía como si no. Joder, me estaba apuntando con una pistola. Realizó esas declaraciones libremente. Cuando lo detuve oficialmente, le leí sus derechos.

– Pero él lo registró para ver si llevaba una grabadora. Ésa es una indicación clara de su deseo de que no lo grabara. Además, la declaración más perjudicial la soltó después de que usted lo esposara y antes de que le leyera sus derechos. Eso podría resultar dudoso.

– Usted va a utilizar esa cinta.

Newell se quedó mirándolo durante un buen rato. Una mancha roja se extendió por sus jóvenes mejillas.

– Usted no está en posición de decirme lo que tengo que utilizar, Bosch. Además, si esto es todo lo que llevamos, probablemente será competencia del juzgado de apelaciones estatal decidir si es válido o no, porque por mal abogado que tenga Bremmer, allí es adonde lo llevará. Lo ganaremos aquí en el superior porque la mitad de los jueces de esos tribunales han trabajado alguna que otra vez en la oficina del fiscal del distrito. Pero una vez en el juzgado de apelaciones o en el supremo del estado, en San Francisco, nunca se sabe. ¿Es eso lo que quiere? ¿Esperar un par de años y que se lo echen por tierra después? ¿O quiere hacerlo bien desde el principio?

Bosch se inclinó hacia delante y miró con rabia al joven abogado.

– Mire, todavía siguen abiertas otras vías. Aún no hemos acabado. Reuniremos más pruebas. Pero tenemos que acusar a ese tipo o dejarle marchar. Tenemos cuarenta y ocho horas que empezaron a contar anoche para presentar cargos. Pero si no lo demandamos ahora mismo sin fianza, contratará a un abogado y obtendrá una vista para salir bajo fianza. El juez no aceptará la detención sin fianza si usted no le ha imputado ni un solo cargo. Así que presente cargos ahora mismo. Conseguiremos las pruebas que necesita para respaldarle.

Newell asintió como si estuviera conforme, pero dijo:

– Lo que sucede es que prefiero tener todo el conjunto de las pruebas, todo lo que podamos conseguir, antes de presentar cargos. De esta manera sabremos cómo vamos a estructurar la acusación desde el primer momento. Sabremos si vamos a intentar llegar a un acuerdo o si vamos a por todas.

Bosch se levantó y se dirigió hacia la puerta del despacho, que estaba abierta. Salió al vestíbulo y leyó el nombre de la placa de plástico que había clavada en la pared de fuera. Luego entró de nuevo.

– Bosch, ¿qué está haciendo?

– Tiene gracia, pensé que se encargaba de presentar cargos, no sabía que actuara también ante los tribunales.

– Mire, yo presento los cargos, pero parte de mi responsabilidad consiste en cerciorarme de que tenemos el mejor material posible desde el primer momento. Podría presentar cargos por todos los casos que pasan por esa puerta, pero no se trata de eso. La cuestión es tener pruebas convincentes y verosímiles y tener muchas. Casos que no se vengan abajo a la primera de cambio. Por eso presiono, Bosch. Yo…

– ¿Cuántos años tiene?

– ¿Cómo?

– ¿Cuántos?

– Veintiséis. Pero ¿y eso qué tiene que…?

– Escúchame, soplapollas. No vuelvas a llamarme por mi apellido. He trabajado en casos como éste antes de que tú tocaras tu primer libro de leyes y seguiré trabajando mucho después de que tú hayas cogido tu Saab descapotable y te hayas largado a Century City con este montaje egocéntrico de niño bien. Puedes llamarme detective o detective Bosch, o hasta puedes llamarme Harry. Pero no se te ocurra volver a llamarme Bosch nunca más, ¿entendido?

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