– Locke tenía razón. Lo grababa todo. Hemos encontrado las cintas. Sus trofeos.
– Dios.
– Sí. Si quedaba alguna duda, ahora ha quedado disipada por completo. Tenemos siete cintas y la cámara. No debió de grabar a las dos primeras, las que pensamos que eran del Fabricante de Muñecas. Pero tenemos otras siete cintas, incluida la de Chandler y la de Magna Cum Loudly. El cabrón lo grabó todo. Es repugnante. Se está trabajando en la identificación formal de las otras cinco víctimas de las cintas, pero parece que serán las de la lista que elaboró Mora. Gallery y las otras cuatro chicas del porno.
– ¿Qué más había en la taquilla?
– Todo. Lo tenemos todo. Tenemos esposas, cinturones, mordazas, un cuchillo y una Glock de nueve milímetros. Todo el equipo que usaba para asesinar. Debía de utilizar la pistola para controlarlas. Por eso no había indicios de pelea en casa de Chandler. Usó la pistola. Suponemos que les apuntaba con el arma hasta que las esposaba y las amordazaba. Por lo que aparece en las cintas, da la impresión de que los asesinatos se ejecutaron en la casa de Bremmer, en el dormitorio de atrás. Salvo el de Chandler, claro. A ella la atrapó en su casa… Joder, Harry, he sido incapaz de ver las cintas.
Bosch podía imaginárselo. Imaginó las escenas y sintió una inesperada palpitación en el corazón, como si se le hubiera desprendido por dentro y golpeara contra sus costillas, como un pájaro intentando escapar de la jaula.
– De todas formas, ya está todo en la fiscalía del distrito y el gran avance es que Bremmer va a hablar.
– ¿Ah sí?
– Sí, supo que teníamos las cintas y todo lo demás. Supongo que le dijo a su abogado que quería negociar. Le van a dar cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional a cambio de que nos lleve hasta los cadáveres y permita que lo traten los psiquiatras para que estudien lo que le pasa. Yo preferiría que lo aplastaran como a una mosca, pero supongo que lo hacen por las familias y por la ciencia.
Bosch permaneció en silencio. Bremmer viviría. Al principio no supo qué pensar. Luego se dio cuenta de que el trato no estaba mal. A él le angustiaba pensar que los cuerpos de aquellas mujeres no iban a encontrarse nunca. Ésa había sido la razón por la que había ido a verlo a la cárcel el día que se le imputaron los cargos. Tuvieran o no las víctimas una familia a la que le importara, él no quería dejarlas en el oscuro abismo de lo desconocido.
No era un mal trato, concluyó Bosch. Bremmer sobreviviría, pero no viviría. Para él podría ser incluso peor que la cámara de gas. Y así se haría justicia, pensó.
– Pues eso -dijo Edgar-, pensé que te gustaría saberlo.
– Sí .
– Joder, es muy raro, ¿sabes? Que sea Bremmer. Es más extraño que si fuera Mora. ¡Un periodista! Y, además, no sé, yo también lo conocía.
– Sí, bueno, muchos lo conocíamos. Supongo que nadie conoce a nadie como cree.
– Ya. Nos vemos, Harry.
Aquella misma tarde salió al porche de atrás, se apoyó en su verja nueva de roble, miró hacia el puerto y reflexionó acerca del corazón negro. Su ritmo era tan fuerte que podía marcar el pulso de toda una ciudad. Sabía que ése sería siempre el latido de fondo, la cadencia de su propia vida. Bremmer desaparecería, quedaría oculto para siempre, pero sabía que después de él habría otro. Y después de ése, otro. El corazón negro no late solo.
Encendió un cigarrillo y pensó en Honey Chandler, sustituyó la última visión que tenía de ella en la mente por la imagen de la abogada pronunciando un discurso en los tribunales. Aquél sería siempre el lugar que tendría en su cabeza. Había algo puro y elegante en la furia de aquella mujer, como la llama azul de una cerilla antes de consumirse. Reconocía el valor de aquella furia, incluso cuando se dirigía contra él.
Su mente deambuló hasta llegar a la estatua de las escaleras del juzgado. Seguía sin recordar su nombre. Una rubia de hormigón, la había llamado Chandler. Bosch se preguntó qué habría pensado Chandler de la justicia al final. En su final. Él sabía que sin esperanza no había justicia. ¿Habría tenido Chandler esperanza al final? Él creía que sí. Como la llama azul y pura que se consume hasta apagarse por completo, estaba aún allí. Todavía caliente. Aquello le había permitido vencer a Bremmer.
No oyó a Sylvia hasta que ella salió al porche. Levantó la vista, la vio allí y quiso salir corriendo hacia ella, pero se contuvo. Llevaba téjanos azules y una camisa vaquera azul oscuro. La camisa se la había regalado él por su cumpleaños y eso le pareció una buena señal. Supuso que llegaba directamente del instituto, donde, sólo una hora antes, se habían acabado las clases hasta la semana siguiente.
– He llamado a tu despacho y me han dicho que estabas de permiso. Pensé que podía pasar por aquí para ver qué tal estabas. He ido leyendo todo sobre el caso.
– Estoy bien, Sylvia. ¿Y tú?
– También.
– ¿Qué tal nosotros?
Eso le arrancó una leve sonrisa a Sylvia.
– Suena como esas pegatinas que pone la gente en los parachoques: «¿Qué tal conduzco?» Harry, no sé cómo estamos. Supongo que por eso estoy aquí.
Se produjo un silencio incómodo y ella paseó su mirada alrededor del porche y luego hacia el puerto. Bosch apagó el cigarrillo y lo tiró en una vieja lata de café que tenía junto a la puerta.
– Eh, tienes cojines nuevos.
– Sí.
– Harry, tienes que entender que necesitaba un tiempo. Es…
– Lo entiendo.
– Déjame acabar. Lo he ensayado muchas veces, así que dame la oportunidad de decirlo delante de ti. Sólo quería decir que va a ser muy duro para mí, para nosotros, seguir juntos. Va a ser duro vivir con nuestros pasados, nuestros secretos, y sobre todo con lo que haces, con lo que traes a casa contigo…
Bosch esperó a que continuara. Sabía que no había acabado.
– Sé que no hace falta que te lo recuerde, pero ya pasé por esto una vez con un hombre al que amaba. Y vi cómo todo se venía abajo y, bueno, ya sabes cómo acabó. Los dos lo estábamos pasando muy mal. Así que tienes que comprender que yo necesitara alejarme y mirarlo con distancia. Mirarnos.
Él asintió, pero ella no lo estaba mirando. El hecho de que no lo mirara le preocupaba más que sus palabras. Harry, sin embargo, se sentía incapaz de hablar. No sabía qué decir.
– Tú vives una lucha muy dura, Harry. Tu vida, quiero decir. Un policía. A pesar de todo lo que conlleva eso, veo que tienes cosas maravillosas. -Entonces lo miró-. Te quiero, Harry. Y quiero intentar mantener eso vivo porque es una de las mejores cosas de mi vida. Una de las mejores cosas que conozco. Y sé que será duro. Pero tal vez eso lo haga mejor todavía. ¿Quién sabe?
Harry se acercó entonces a ella.
– ¿Quién sabe? -dijo él.
Se abrazaron durante mucho tiempo. Con el rostro arrimado al de ella, Harry olía su cabello, su piel. Le sostuvo la nuca como si fuera tan frágil como una pieza de porcelana.
Después de un rato se separaron, aunque sólo el tiempo que tardaron en desplazarse juntos hasta el sofá. Se sentaron en silencio, abrazados el uno al otro, una eternidad, hasta que el cielo comenzó a oscurecerse y se tornó rojo y púrpura sobre San Gabriel. Bosch sabía que todavía tenía secretos, pero de momento se los guardaría. Y él huiría de aquel oscuro lugar de soledad durante un poco más de tiempo.
– ¿Quieres que salgamos este fin de semana? -preguntó él-. ¿Que nos vayamos de la ciudad? Podríamos hacer el viaje hasta Lone Pine y quedarnos en una cabaña mañana por la noche.
– Sería fantástico. Yo podría… Podríamos hacerlo.
Unos minutos después ella comentó:
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