Bremmer bajó la mirada hacia sus manos.
– ¿Qué tal lo estoy haciendo? ¿Me sigues?
– No tengo ni idea -dijo Bremmer, levantando de nuevo la vista-. Lo único que sé es que todo esto que dices es un puto delirio.
– Bueno, sólo tengo que preocuparme de que al fiscal del distrito le encaje todo, ¿no te parece? Y lo que voy a explicarle a él es que el poema de la nota era en respuesta al artículo que escribiste y que apareció en el periódico el lunes, el día que empezó el juicio. Sin embargo, el matasellos del sobre era del sábado anterior. ¿Lo ves? Ahí está el enigma. ¿Cómo iba a escribir el Discípulo un poema haciendo referencia al artículo del periódico dos días antes de que saliera publicado? La respuesta, por supuesto, es que él, el Discípulo, conocía ya el artículo. Él escribió el artículo. Eso explica también que conocieras la existencia de la nota en tu artículo del día siguiente. Eras tu propia fuente, Bremmer. Y ése es el error número tres. Tres fallos, Bremmer, eliminado.
A continuación se produjo un silencio tan sepulcral que Bosch oía el suave siseo que procedía de la botella de cerveza de Bremmer.
– Te olvidas de algo, Bosch -dijo Bremmer al fin-. Soy yo el que tiene la pistola. Ahora, ¿a quién más le has contado esta ridicula historia?
– Sólo para acabar de ordenarlo todo -dijo Bosch-. El último poema que dejaste para mí el pasado fin de semana fue sólo para despistar. Querías que el psiquiatra y todos los demás pensaran que mataste a Chandler para hacerme un favor a mí o algún disparate psicológico por el estilo, ¿verdad?
Bremmer no dijo nada.
– De ese modo nadie se daría cuenta de la auténtica razón por la que fuiste a por ella. Para recuperar la nota y el sobre. Joder, Bremmer. Siendo un periodista al que ella conocía, probablemente te invitó a pasar cuando llamaste a la puerta. Igual que ahora tú me has invitado a entrar a mí. La familiaridad engendra peligro, Bremmer.
Bremmer no dijo nada.
– Respóndeme a una pregunta, Bremmer. Tengo curio sidad por saber por qué llevaste en mano una de las notas y enviaste la otra. Ya sé que, siendo periodista, te resultaría fácil pasarte por la comisaría y dejarla en la mesa y nadie lo recordaría. Pero ¿por qué enviársela a ella por correo? Obviamente fue un error, por eso volviste a matarla. Pero ¿por qué lo hiciste?
El periodista se quedó mirando a Bosch durante un largo rato. Luego desvió la mirada hacia la pistola, como para confirmar que tenía el control y que podría salir de aquello. La pistola era un cebo irresistible. Bosch sabía que ya era suyo.
– El artículo iba a publicarse el sábado, estaba programado para ese día. Lo que pasa es que algún editor capullo lo retrasó y salió el lunes. Yo envié la carta antes de ver el periódico de aquel sábado. Aquél fue mi error. Pero tú eres el que ha cometido un grave error.
– ¿Ah sí? Dime, ¿cuál es?
– Haber venido solo…
Entonces fue Bosch quien se quedó en silencio.
– ¿Por qué has venido solo, Bosch? ¿Es eso lo que hiciste con el Fabricante de Muñecas? ¿Fuiste allí solo para poder matarlo a sangre fría?
Bosch se quedó pensativo un instante.
– Es una buena pregunta.
– Bien, ése es tu segundo error. Pensar que yo era tan miserable como él. Él no era nadie. Tú lo mataste y, por lo tanto, él merecía morir. Pero ahora eres tú quien merece morir.
– Dame la pistola, Bremmer.
El periodista se rió como si Bosch le estuviera pidiendo un disparate.
– Tú crees que…
– ¿Cuántas han sido? ¿Cuántas hay enterradas ahí fuera?
Los ojos de Bremmer se iluminaron de orgullo.
– Suficientes. Suficientes para satisfacer mis necesidades especiales.
– ¿Cuántas? ¿Dónde están?
– Nunca lo sabrás, Bosch. Ése será tu sufrimiento, tu último suplicio. No llegar a saberlo jamás. Y perder.
Bremmer levantó la pistola hasta apuntar con la boca al corazón de Bosch. Apretó el gatillo.
Bosch observó sus ojos cuando sonó el chasquido metálico. Bremmer apretó el gatillo una y otra vez. El resultado no varió y el terror fue inundando su mirada.
Bosch se llevó la mano al calcetín y sacó el cargador de repuesto con quince balas XTP. Cerró el puño en torno al cargador y con un movimiento rápido se levantó del sillón y asestó un puñetazo a Bremmer en la mandíbula. El impacto del golpe impulsó al periodista contra el respaldo de la silla. Su peso provocó la caída de la silla hacia atrás y Bremmer quedó tendido en el suelo. Se le cayó la Smith & Wesson e inmediatamente Bosch la cogió, abrió la recámara e introdujo la munición.
– ¡Venga, levanta! ¡Levántate de una puta vez!
Bremmer hizo lo que le dijo.
– ¿Vas a matarme ahora? ¿Es eso, otra muerte para el pistolero?
– Eso depende de ti, Bremmer.
– ¿De qué estás hablando?
– Estoy hablando de las ganas que tengo de volarte la cabeza, pero para que yo pueda hacerlo, tienes que moverte primero, Bremmer. Exactamente igual que con el Fabricante de Muñecas. El juego estaba en sus manos. Ahora te toca a ti.
– Mira, Bosch, yo no quiero morir. Todo lo que he dicho-Ha sido sólo un juego. Estás cometiendo un error. Sólo quiero aclararlo todo. Por favor, llévame a comisaría y allí lo aclararemos todo. Por favor.
– ¿Ellas también suplicaban así cuando les atabas la tira alrededor del cuello? Eh, ¿suplicaban así? ¿Les hacías suplicar por sus vidas o por su muerte? ¿Y Chandler? ¿Acabó rogándote que la mataras?
– Llévame a comisaría. Detenme y llévame a comisaría.
– Entonces en pie contra la pared, cabrón, y las manos detrás de la espalda.
Bremmer obedeció. Bosch tiró el cigarrillo en un cenicero que había sobre la mesa y siguió a Bremmer hacia la pared. Cuando cerró las esposas en torno a las muñecas del perio dista, Bremmer dejó descansar sus hombros como si se sintiera seguro. Comenzó a retorcer los brazos, a rozar las muñecas contra las esposas.
– ¿Lo ves? -dijo-. ¿Ves lo que estoy haciendo, Bosch? Me estoy haciendo señales en las muñecas. Si ahora me matas, verán las marcas y sabrán que ha sido una ejecución. Yo no soy un idiota como Church al que puedas sacrificar como a un animal.
– Sí, eso es cierto, conoces todos los puntos de vista, ¿no es así?
– Todos, así es. Ahora llévame a comisaría. Me dejarán salir antes de que te despiertes mañana. ¿Sabes qué es lo único que tienes? Pura especulación de un poli corrupto. Hasta un jurado federal ha fallado que has ido demasiado lejos, Bosch. Esto no te saldrá bien. No tienes pruebas.
Bosch le dio la vuelta para que sus rostros no estuvieran a más de dos palmos de distancia. Los alientos a cerveza de los dos hombres se mezclaron.
– Lo hiciste, ¿verdad? Y crees que vas a quedar libre, ¿no?
Bremmer lo miró fijamente y Bosch vio de nuevo el brillo de orgullo en sus ojos. Locke había acertado. Se estaba recreando. Y era incapaz de callarse a pesar de que sabía que su vida podía depender de ello.
– Sí-dijo en un tono bajo y extraño-. Yo lo hice. Fui yo. Y sí, quedaré libre. Espera y verás. Y cuando esté en la calle, pensarás en mí todas las noches durante el resto de tu vida.
Bosch asintió con la cabeza.
– Pero yo jamás he dicho esto, Bosch. Será tu palabra contra la mía. La palabra de un poli al que le gusta hacerse el héroe. No podrían llevarlo a juicio. No podrían permitirse que te enfrentaras conmigo en los tribunales.
Bosch se acercó más a él y sonrió.
– Por eso supongo que ha sido una buena idea grabarlo.
Bosch se dirigió al radiador y sacó la micrograbadora de entre dos de los tubos de hierro. La sujetó con la mano para que Bremmer pudiera verla. Los ojos de Bremmer brillaron de furia al descubrir que Bosch le había tendido una trampa.
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