Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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– En casa.

– ¿Y Edgar?

– Edgar ha estado aquí. Después se fue a Sybil a interrogar a la superviviente. La encontró ayer, pero al parecer estaba demasiado colocada para hablar. Ahora ha ido a hacer otro intento. -Luego en un tono más bajo, añadió-: Si ella confirma la identidad de Mora, ¿actuamos?

– No creo que sea una buena idea. No es suficiente. Nos pillaríamos los dedos.

– Eso es exactamente lo que yo creo -dijo ya en voz más alta para que los presidentes supieran que allí era él quien daba las órdenes-. Nos pegamos a él como lapas y cuando él actúe, estaremos ahí para verlo.

– A ver si es verdad. ¿Cómo van los equipos de vigilancia? ¿Le informan de todos los pasos?

– Absolutamente de todos. Se comunican con las radios y yo los escucho desde aquí. Estoy al corriente de todos los movimientos del sujeto. Esta noche me quedo hasta tarde. Tengo un presentimiento.

– ¿De qué?

– Creo que esta noche va a ser la noche, Bosch.

Bosch despertó a Sylvia a las cinco, pero luego se sentó en la cama y estuvo media hora haciéndole caricias en el cuello y la espalda. Después, ella se levantó y se metió en la ducha. Todavía tenía cara de dormida cuando entró en el salón. Llevaba puesto su vestido de algodón gris de manga corta y se había recogido la melena rubia en una coleta.

– ¿Cuándo tienes que irte?

– Dentro de un rato.

Ella no le preguntó adonde iba, ni por qué. Él tampoco le dio ninguna explicación.

– ¿Quieres que te prepare un poco de sopa o alguna otra cosa? -preguntó él.

– No, estoy bien. No creo que tenga nada de hambre esta noche.

Sonó el teléfono y Harry lo cogió desde la cocina. Era una periodista del Times a la que le había dado el número la señora Fontenot. La periodista quería hablar con Sylvia acerca de Beatrice.

– ¿Sobre qué? -preguntó Bosch.

– Bueno, la señora Fontenot me contó que la señora Moore había dicho cosas muy bonitas de su hija. Estamos haciendo un reportaje amplio sobre este tema porque Beatrice era una chica estupenda. Pensé que a la señora Moore le gustaría decir algo.

Bosch le pidió que esperara y fue a buscar a Sylvia. Le habló de la periodista y Sylvia dijo enseguida que sí quería hablar de la chica.

Estuvo un cuarto de hora al teléfono. Mientras ella hablaba, Bosch salió al coche, encendió la radio y la sintonizó en simplex cinco, la frecuencia del departamento de aguas y suministro eléctrico. No oyó nada.

Apretó el botón de transmisión y dijo:

– ¿Equipo uno?

Pasaron unos segundos y, cuando iba a intentarlo de nuevo, apareció la voz de Sheehan en la radio.

– ¿Quién es?

– Bosch.

– ¿Qué hay?

– ¿Cómo está nuestro hombre?

La siguiente voz que apareció fue la de Rollenberger, que solapó la de Sheehan.

– Aquí jefe de equipos, por favor, usad vuestros códigos cuando entréis en antena.

Bosch sonrió. Aquel tipo era un plasta.

– Jefe de equipos, ¿cuál es mi código?

– Eres equipo seis, aquí jefe de equipos. Corto.

– Recibiiiiidooooo, mequetrefe de equipos.

– ¿Cómo?

– ¿Cómo?

– Tu última transmisión, equipo cinco, ¿qué has dicho?

La voz de Rollenberger sonaba un tanto frustrada. Bosch sonreía. Al otro lado de la radio se oía un chasquido y sabía que Sheehan estaba dando golpes en el botón de transmisión para manifestar su aprobación.

– Preguntaba quién está en mi equipo.

– Equipo seis, en este momento estás solo.

– Entonces, ¿no debería tener otro código, jefe de equipos? Solo seis, por ejemplo.

– Bo…, eh, equipo seis, por favor, mantente fuera de antena a menos que necesites información o estés proporcionándola.

– ¡Recibiiiidoooo!

Bosch soltó la radio un momento y comenzó a reírse. Tenía lágrimas en los ojos y se dio cuenta de que se estaba riendo a mandíbula batiente de algo que, a lo sumo, tenía cierta gracia. Supuso entonces que era una forma de liberar parte de la tensión acumulada a lo largo de aquel día. Cogió de nuevo la radio y conectó con Sheehan.

– Equipo uno, ¿se mueve el sujeto?

– Afirmativo, solo…, digo, equipo seis.

– ¿Dónde está?

– Está en código siete en el Ling's Wings de Hollywood y Cherokee.

Mora estaba comiendo en un restaurante de comida rápida. Bosch sabía que no le daría tiempo a hacer lo que había planeado, sobre todo porque estaba a media hora en coche de Hollywood.

– Equipo uno, ¿qué aspecto tiene? ¿Va a salir esta noche?

– Tiene buen aspecto. Parece que va ir a dar una vuelta .-Luego hablamos.

– ¡Recibiiiidooo!

Al entrar notó que Sylvia había estado llorando otra vez, pero se la veía más animada. A lo mejor ya había superado el primer golpe del dolor y la rabia. Estaba sentada en la mesa de la cocina, tomando un té caliente.

– ¿Te apetece un té, Harry?

– No, gracias. Tengo que irme.

– Vale.

– ¿Qué le contaste a la periodista?

– Le conté todo lo que se me pasó por la cabeza. Espero que haga un buen artículo.

– Suelen hacerlo bien.

Parecía que Hanks no le había hablado a la periodista del libro que la chica estaba leyendo. Si lo hubiera hecho, con toda seguridad la periodista le habría pedido a Sylvia que le diera su opinión al respecto. Él se dio cuenta de que Sylvia había recuperado fuerzas gracias a que había hablado de la chica. Siempre le había maravillado lo mucho que las mujeres deseaban hablar para, tal vez, dejar constancia expresa de lo que sentían hacia alguien a quien conocían o amaban y había muerto. A él le había ocurrido en innumerables ocasiones al proceder a la notificación de una muerte al familiar más cercano. Las mujeres se derrumbaban, sí, pero querían hablar. En la cocina de Sylvia recordó que la había conocido en esas mismas circunstancias. Fue él quien le comunicó que su marido había muerto. Fue en la misma habitación en la que estaban entonces, y ella habló. Prácticamente desde el primer momento, Bosch se había sentido cautivado por ella.

– ¿Estarás bien cuando yo me vaya?

– Sí, no te preocupes, Harry. Ya me encuentro mejor.

– Intentaré volver lo antes posible, pero no sé cuándo será eso. Tienes que comer algo.

– Vale.

En el umbral, se abrazaron y se besaron y Bosch sintió un deseo irresistible de no marcharse, de quedarse allí con ella y abrazarla. Al final él se apartó.

– Eres una mujer fantástica, Sylvia. Más de lo que yo me merezco.

Ella levantó el brazo y le tapó la boca con la mano.

– No digas eso, Harry.

Capítulo 27

La casa de Mora estaba en Sierra Linda, cerca de Sunset. Bosch aparcó en la calle a media manzana de distancia y observó la casa mientras iba cayendo la noche. La calle estaba ocupada casi exclusivamente por pequeñas casas típicas de la zona, con grandes porches y buhardillas que sobresalían de los tejados en pendiente. Bosch supuso que habían pasado, como mínimo, diez años desde que la calle había dejado de ser tan bonita como sugería su nombre. Muchas de las casas estaban derruidas. La que lindaba con la de Mora estaba abandonada y tapiada. En otras viviendas estaba claro que los propietarios, la última vez que tuvieron dinero para poder elegir, se decantaron por poner verjas cerradas con cadenas en lugar de volver a pintar. Casi todas tenían rejas en las ventanas, incluso en las buhardillas. En la entrada de una de las casas se veía un coche que había quedado reducido a cenizas. Era el tipo de barrio en el que podía verse al menos un anuncio de venta todos los fines de semana.

Bosch tenía el radiotransmisor al mínimo en el asiento de al lado. La última noticia que había oído era que Mora estaba en el Bullet, un bar situado cerca del bulevar. Bosch había estado allí alguna vez y se imaginó el lugar con Mora sentado en la barra. Era un local oscuro, con un par de carteles de neón de cerveza, dos mesas de billar y una televisión en el techo, encima de la barra. No era lugar para entrar y salir. No había posibilidad de tomarse una sola copa en el Bullet. Bosch supuso que Mora iba a atrincherarse allí toda la noche.

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