Chandler protestó por el hecho que Bosch hablara en nombre del resto del equipo de investigación y el juez la admitió. Belk cambió de tema, sin querer aventurarse más en el área de las víctimas siete y once. Su estrategia consistía en evitar cualquier referencia a un segundo asesino, dejando a Chandler la posibilidad en el turno de réplica.
– Fue sancionado por entrar sin refuerzos. ¿Cree que el departamento actuó correctamente al hacerlo?
– No.
– ¿Porqué?
– Como le he explicado, no creo que tuviera elección. Si tuviera que hacerlo otra vez (aun sabiendo que me trasladarían como resultado) volvería a hacerlo. Tenía que hacerlo. Si hubiera habido otra mujer dentro, otra víctima, y yo la hubiera salvado, probablemente me habrían ascendido.
Al ver que Belk no formulaba de inmediato otra pregunta, Bosch continuó.
– Creo que mi traslado era una necesidad política. El resumen era que había matado a un hombre desarmado. No importa que el hombre al que maté fuera un asesino en serie, un monstruo. Además, yo llevaba carga de…
– Está bien…
– … roces con…
– Detective Bosch.
Bosch se detuvo, ya lo había dejado claro.
– Entonces lo que está diciendo es que no se arrepiente de nada de lo que ocurrió en el apartamento, ¿correcto?
– No, no es correcto.
La respuesta aparentemente sorprendió a Belk. Bajó la mirada a sus notas. Había formulado una pregunta para la que esperaba una respuesta diferente, pero se dio cuenta de que tenía que seguir adelante.
– ¿Qué es lo que lamenta?
– Que Church hiciera ese movimiento. Él provocó el disparo. No podía hacer otra cosa que disparar. Yo quería detener los crímenes. No quería matarle para hacerlo. Pero fue así como sucedió. Fue una jugada suya.
Belk mostró su alivio dejando escapar el aire pesadamente en el micrófono antes de anunciar que no tenía más preguntas.
El juez Keyes decretó un descanso de diez minutos antes del turno de réplica. Bosch volvió a la mesa de la defensa, donde Belk le susurró que en su opinión lo había hecho bien. Bosch no respondió.
– Creo que todo va a depender de su interrogatorio. Si puede pasarlo sin daños graves, creo que lo conseguiremos.
– ¿Y cuando introduzca al discípulo y presente la nota?
– No sé cómo podría hacerlo. Si lo hace estará dando palos de ciego.
– Se equivoca. Tiene una fuente en el departamento. Alguien le ha pasado información sobre la nota.
– Pediré una conferencia privada si la cosa llega a ese punto.
La respuesta no era muy alentadora. Bosch miró el reloj, tratando de calibrar si tenía tiempo para fumarse un cigarrillo. No creía que lo tuviera, de modo que volvió al estrado de los testigos. Pasó por detrás de Chandler, que estaba escribiendo en su bloc.
– Gran misterio de la vida -dij o ella sin levantar la vista.
– Sí -dijo Bosch sin volverse.
Cuando se sentó a esperar vio que Bremmer entraba seguido por el tipo del Daily News y un par de reporteros de agencia. Alguien había hecho correr la voz de que el acto central estaba a punto de empezar. En el tribunal federal no se permitían las cámaras, por lo cual una de las cadenas había enviado un dibujante.
Desde el estrado de los testigos, Bosch observó cómo trabajaba Chandler. Supuso que estaba escribiendo preguntas para él. Deborah Church estaba sentada con las manos sobre la mesa evitando establecer contacto visual con Bosch. Al cabo de un minuto, la puerta del jurado se abrió y los doce ocuparon la tribuna. A continuación salió el juez y Bosch inspiró hondo y se preparó al tiempo que Chandler se dirigía al estrado con su bloc amarillo.
– Señor Bosch -empezó la abogada-, ¿a cuántas personas ha matado?
Belk protestó de inmediato y solicitó un aparte. Los letrados y la secretaria del tribunal se colocaron a un lado del banco y hablaron entre susurros durante cinco minutos. Bosch sólo oyó fragmentos, la mayoría de Belk, que era el que más levantaba la voz. En un momento argumentó que sólo se estaba cuestionando un disparo -el que acabó con la vida de Church- y que todos los demás eran irrelevantes. Oyó que Chandler decía que la información era relevante porque ilustraba el modo de pensar del demandado. Bosch no oyó la respuesta del juez, pero después de que los letrados y la secretaria volvieron a sus lugares, el juez dijo:
– El demandado contestará la pregunta.
– No puedo -dijo Bosch.
– Detective Bosch, el tribunal le ordena que responda.
– No puedo responder, señoría. No sé a cuánta gente he matado.
– ¿Sirvió en combate en Vietnam? -preguntó Chandler.
– Sí.
– ¿Cuáles eran sus funciones?
– Rata de los túneles. Me metía en los túneles del enemigo. En ocasiones ello resultaba en una confrontación directa. A veces utilizaba explosivos para destruir los complejos de túneles. Para mí es imposible saber cuánta gente había en ellos.
– De acuerdo, detective, desde que terminó sus obligaciones militares y se hizo agente de policía, ¿a cuánta gente ha matado?
– A tres personas, incluido Norman Church.
– ¿Puede hablarnos de los otros dos incidentes en los que no participó Church? En líneas generales.
– Sí, uno fue antes de Church y el otro después. La primera vez que maté a alguien fue durante una investigación de asesinato. Fui a interrogar a un hombre del que creía que podía ser un testigo. Resultó que era el asesino. Cuando llamé a la puerta me respondió con un disparo. No me hirió. Yo derribé la puerta y entré. Oí que corría hacia la parte posterior de la casa y lo seguí hasta el jardín, donde estaba trepando una valla. Cuando estaba a punto de saltar al otro lado, se volvió para dispararme otra vez. Yo disparé antes y él cayó.
La segunda vez fue después de Church. Yo participaba en una investigación de asesinato y robo con el FBI. Hubo un intercambio de disparos entre dos sospechosos y mi compañero en ese momento, un agente del FBI, y yo mismo. Yo maté a uno de los sospechosos.
– Así que en ambos casos los hombres a los que mató estaban armados.
– Exacto.
– Tres tiroteos con víctimas mortales es mucho, incluso para un veterano con veinte años de servicio, ¿no?
Bosch esperó unos segundos por si Belk protestaba, pero el abogado obeso estaba demasiado ocupado escribiendo en su bloc. Se lo había perdido.
– Em, conozco a policías con veinte años de servicio que ni siquiera han tenido que desenfundar sus armas, y conozco a otros que se han visto envueltos en hasta siete muertes. Es cuestión del tipo de casos en los que trabajas, es cuestión de suerte.
– ¿Buena suerte o mala suerte?
Esta vez Belk protestó y el juez la admitió. Chandler continuó con rapidez.
– Después de matar al señor Church cuando estaba desarmado, ¿se sintió mal por ello?
– En realidad no. Al menos hasta que me demandaron y me enteré de que usted era la abogada.
Hubo risas en la sala, e incluso Honey Chandler sonrió. Después de restablecer el silencio en la sala con un golpe de maza, el juez instruyó a Bosch para que mantuviera sus respuestas centradas y se abstuviera de apartes personales.
– No tuve remordimientos -dijo Bosch-. Como he dicho antes, hubiera preferido capturar a Church vivo, pero en cualquier caso quería sacarlo de las calles.
– Pero usted lo preparó todo, tácticamente, para que tuviera que terminar en su desaparición permanente, ¿no?
– No, no preparé nada. Las cosas simplemente sucedieron.
Bosch sabía que no le convenía mostrar ira hacia ella. La regla de oro consistía en responder a cada pregunta como si estuviera tratando con una persona que simplemente estaba equivocada, absteniéndose de hacer denuncias airadas.
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