– Idiota, nos la va a clavar tan hondo que va a salir por el otro lado. Siga acusándola de que tiene la mano del juez en el culo, pero los dos sabemos que lo dice porque no sirve ni para llevarle la maleta. Por última vez, consiga un aplazamiento.
Belk se levantó y rodeó la mesa para coger el bolígrafo que se le había caído. Después de incorporarse, se arregló la corbata y los puños y volvió a sentarse. Se inclinó encima de su libreta y sin mirar a Bosch dijo:
– Le tiene miedo, ¿verdad Bosch? No quiere estar en el estrado con la hija de puta haciendo preguntas. Preguntas que podrían exponerle como lo que es: un poli al que le gusta matar gente. -Se volvió y miró a Bosch-. Bueno, es demasiado tarde. Ha llegado su hora y no hay vuelta atrás. No hay aplazamientos. Es la hora de la verdad.
Harry se levantó y se inclinó sobre aquel hombre obeso.
– Vayase a la mierda, Belk, me voy afuera.
– Eso está muy bien -dijo Belk-. Ustedes son todos iguales. Se cargan a un tipo y luego vienen aquí y se creen que sólo porque llevan una placa tienen el derecho divino a hacer lo que quieran.
Bosch salió a los teléfonos públicos y llamó a Edgar. Éste contestó en la mesa de homicidios al primer timbrazo.
– Recibí tu mensaje anoche.
– Sí, bueno, es todo lo que hay. Estoy fuera. Esta mañana vinieron los de robos y homicidios y se llevaron mi archivo. Los vi husmeando en tu sitio también, pero no se llevaron nada.
– ¿Quién vino?
– Sheehan y Opelt, ¿los conoces?
– Sí, son legales. ¿Vas a venir por la citación?
– Sí, tengo que presentarme a las diez.
Bosch vio que la puerta de la sala cuatro se abría y el alguacil se asomaba y lo señalaba.
– Tengo que irme.
Cuando volvió a entrar en la sala, Chandler estaba en el estrado y el juez estaba hablando. El jurado aún no había ocupado su lugar.
– ¿Y las otras citaciones? -preguntó el juez.
– Señoría, mi despacho está en el proceso de notificarles esta mañana que no es preciso que se presenten.
– Muy bien, pues. Señor Belk, ¿preparado para proceder?
Cuando Bosch se dirigió a su sitio, Belk pasó a su lado de camino al estrado sin mirarlo siquiera.
– Señoría, puesto que esto es inesperado, solicito un receso de media hora para poder consultar con mi cliente. Después estaremos listos para proceder.
– Muy bien, vamos a hacer exactamente eso. Descanso de media hora. Veré a todas las partes aquí entonces, y, señor Bosch, espero que esté usted en su sitio la próxima vez que yo entre en la sala. No me gusta enviar alguaciles por los pasillos cuando el demandado sabe dónde debería estar.
Bosch no dijo nada.
– Disculpe, señoría -dijo Belk por él.
Se levantaron cuando lo hizo el juez y Belk dijo:
– Vamos a una de las salas de conferencia abogado-cliente del final del pasillo.
– ¿Qué ha pasado?
– Vamos al fondo del pasillo.
Mientras salía por la puerta de la sala, Bremmer estaba entrando con la libreta y el boli en la mano.
– Eh, ¿qué está pasando?
– No lo sé -dijo Bosch-. Receso de media hora. ;-Harry, tengo que hablar contigo.
– Después.
– Es importante.
Al final del pasillo, cerca de los lavabos, había varias salas de conferencias pequeñas para los abogados, todas de un tamaño similar a las salas de interrogatorios de la comisaría de Hollywood. Bosch y Belk entraron en una y eligieron sendas sillas, una a cada lado de la mesa.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Bosch.
– Su heroína ha terminado.
– ¿Chandler ha terminado sin llamarme a mí?
Bosch no le encontraba el sentido.
– ¿Qué está, haciendo? -preguntó.
– Está siendo muy astuta. Es un movimiento muy hábil.
– ¿Por qué?
– Fíjese en el caso. Ella está en muy buena posición. Si terminara hoy y fuera al jurado, ¿quién ganaría? Ella ganaría. ¿Ve?, sabe que tiene que subir al estrado y defender lo que hizo. Como le dije el otro día, ganamos o perdemos con usted. O le da a la bola y se la hace tragar o falla el golpe. Ella lo sabe y si tuviera que llamarle haría las preguntas primero, después entraría yo con las fáciles, las que sacaría del campo.
«Ahora lo está revirtiendo. Mi alternativa es no llamarle y perder el caso o llamarle y darle a ella la mejor oportunidad con usted. Muy astuta.
– ¿Entonces qué vamos a hacer?
– Llamarle.
– ¿Y el aplazamiento?
– ¿Qué aplazamiento?
Bosch asintió. No había manera. No habría aplazamientos. Bosch se dio cuenta de que lo había manejado mal. Se había acercado a su abogado de la forma equivocada. Debería haber tratado de que Belk creyera que había sido su propia idea pedir el aplazamiento. Entonces habría funcionado. En cambio, Bosch estaba empezando a sentir los nervios, la sensación de desazón que acompañaba al hecho de aproximarse a lo desconocido. Se sentía de la misma forma que antes de meterse en un túnel del Vietcong por primera vez. Era miedo, lo sabía, floreciendo como una rosa negra en la boca del estómago.
– Tenemos veinticinco minutos -dijo Belk-. Olvidémonos de los aplazamientos y tratemos de ver cómo queremos que vaya su testimonio. Voy a llevarle por el camino y el jurado va a seguirnos. Pero recuerde que tiene que estar calmado o los perderemos. ¿De acuerdo?
– Tenemos veinte minutos -le corrigió Bosch-. He de salir a fumar un cigarrillo antes de subir al estrado.
Belk insistió como si no le hubiera oído.
– Recuerde, Bosch, puede haber millones de dólares en juego. Puede que no sea su dinero, pero se juega su carrera.
– ¿Qué carrera?
Bremmer estaba esperando al otro lado de la puerta de la sala de conferencias cuando Bosch salió veinte minutos después.
– ¿Lo tienes todo? -preguntó Harry.
Pasó a su lado y se dirigió hacia la escalera mecánica. Bremmer lo siguió.
– No, tío, no estaba escuchando. Sólo estaba esperándote. Escucha, ¿qué pasa con el caso nuevo? Edgar no me va a decir nada. ¿La habéis identificado o qué?
– Sí, la hemos identificado.
– ¿Quién era?
– No es mi caso, tío. No puedo dártelo. Además, si te lo digo vas a ir corriendo con el cuento a Money Chandler, ¿no?
Bremmer dejó de caminar tras él.
– ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Después salió disparado hasta el costado de Bosch y le susurró:
– Escucha, Harry, eres una de mis mejores fuentes. No la estropearía así como así. Si está recibiendo información, busca a otro.
Bosch se sentía mal por haber acusado al periodista. No tenía ninguna prueba.
– ¿Estás seguro de que me equivoco con esto?
– Absolutamente, eres demasiado valioso para mí. No haría eso.
– Vale.
Eso era lo más que iba a acercarse a una disculpa.
– Entonces, ¿qué puedes decirme acerca de la identificación?
– Nada. Todavía no es mi caso. Prueba con robos y homicidios.
– ¿Lo tiene robos y homicidios? ¿Se lo han quitado a Edgar?
Bosch subió a la escalera mecánica y se volvió a mirarlo. Asintió mientras bajaba. Bremmer no lo siguió.
Money Chandler ya estaba fumando en la escalera cuando salió Bosch. Harry encendió un cigarrillo y la miró.
– Sorpresa, sorpresa -dijo.
– ¿Qué?
– Terminar.
– Sólo es una sorpresa para Bulk -dijo la abogada-. Cualquier otro abogado lo habría visto venir. Casi siento lástima por usted, Bosch. Casi, sólo casi. En un caso de derechos civiles las posibilidades de ganar siempre son remotas. Pero ir contra la oficina del fiscal en cierta manera nivela el terreno de juego. Estos tipos como Bulk no pueden salir adelante fuera… Si tuviera que ganar para comer, su abogado sería un hombre delgado. Necesita cobrar la nómina municipal gane o pierda.
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