– Bien, eso está muy bien. Esas son las cosas que necesita para ir estrechando el círculo. La clave está en los detalles, Harry, estoy convencido.
Sopló un viento frío de la colina que se coló por los ventanales. Bosch sintió un escalofrío. Era la hora de irse, de estar a solas con la investigación.
– Gracias otra vez -dijo al tiempo que iniciaba otra vez el camino hacia la salida.
– ¿Qué va a hacer? -le llamó Locke a su espalda. -Todavía no lo sé.
– ¿Harry?
Bosch se detuvo en el umbral y se volvió hacia Locke. Tras él, la piscina brillaba de manera inquietante en la oscuridad.
– El discípulo puede ser uno de los más listos con los que se haya encontrado en mucho tiempo.
– ¿Porque es un poli?
– Porque probablemente conoce todos los detalles del caso que usted conoce.
Hacía frío en el Caprice. Por la noche en los cañones siempre se instalaba esa oscuridad gélida. Bosch dio la vuelta y bajó tranquilamente por Lookout Mountain hasta Laurel Canyon. Dobló a la derecha y continuó hasta el mercado del cañón, donde compró un paquete de seis Anchor Steam. Después se llevó la cerveza y sus preguntas otra vez colina arriba hasta Mulholland.
Condujo hasta Woodrow Wilson Drive y después cuesta abajo hasta la casa que se alzaba en un saledizo y tenía vistas al paso de Cahuenga. No había dejado ninguna luz encendida porque con Sylvia en su vida nunca sabía cuánto tiempo tardaría en volver.
Abrió la primera cerveza en cuanto hubo aparcado el Caprice en la calle. Un coche pasó lentamente y lo dejó sumido en la oscuridad. Observó que un haz de luz de los focos de Universal City atravesaba las nubes por encima de la casa. Otro más lo siguió al cabo de unos segundos. La cerveza tenía un gusto agradable al bajar por su garganta, pero la sentía pesada en el estómago y Bosch paró de beber y volvió a poner la botella en el retráctil.
Sin embargo, sabía que no era la cerveza lo que de verdad le preocupaba, sino Ray Mora. De todas las personas que estaban lo suficientemente cerca del caso para conocer los detalles del programa, Mora era el que le pinchaba en las entrañas. Las tres víctimas del discípulo eran actrices porno. Y ésa era la especialidad de Mora. Probablemente las conocía a todas. La cuestión que empezaba a abrirse paso en la mente de Bosch era si también las había matado a todas. Le molestaba el mero hecho de pensarlo, pero sabía que debía hacerlo. Mora era el punto de partida lógico cuando Bosch consideró el consejo de Locke. El poli de antivicio despuntaba en la mente de Bosch como alguien que se hallaba en la intersección de ambos mundos, el del negocio del porno y el del Fabricante de Muñecas. ¿Se trataba de una simple coincidencia o de un motivo suficiente para calificar a Mora de sospechoso real? Bosch no estaba seguro. Sabía que tenía que proceder con la misma cautela con un hombre inocente a como lo haría con uno culpable.
Dentro de la casa olía a humedad. Fue directamente a la puerta corredera de atrás y la abrió. Se quedó allí un momento, escuchando el sonido silbante del tráfico que bajaba de la autovía hasta el lecho del paso. El sonido nunca cesaba. No importaba la hora o el día que fuera, siempre había tráfico, la sangre que fluía a través de las venas de la ciudad.
En el contestador parpadeaba un tres luminoso. Bosch pulsó el botón de rebobinado y encendió un cigarrillo. La primera voz era la de Sylvia.
«Sólo quería decirte buenas noches, cariño. Te quiero. Ten cuidado.»
El siguiente era de Jerry Edgar: «Harry, soy Edgar. Quería que supieras que estoy fuera. Irving me llamó a casa y me pidió que pasara todo lo que tenía a robos y homicidios por la mañana. Al teniente Rollenberger. Ten cuidado, colega.»
«Soy Ray -dijo la última voz de la cinta-. He estado pensando en este asunto de la rubia de hormigón y tengo algunas ideas que podrían interesarte. Llámame por la mañana y hablamos.»
– Quiero un aplazamiento.
– ¿Qué?
– Tiene que detener este juicio. Hable con el juez.
– ¿De qué coño está hablando, Bosch?
Bosch y Belk estaban sentados en la mesa de la defensa, esperando que empezara la sesión del jueves por la mañana. Estaban hablando en susurros y Bosch pensó que cuando Belk había soltado su improperio había sonado tan artificioso como cuando un chico de sexto intentaba relacionarse con los de octavo.
– Le estoy hablando del testigo de ayer. Wieczorek tenía razón.
– ¿En qué?
– En la coartada, Belk. La coartada de la undécima víctima. Es legítima. Church no…
– Espere un momento -lo atajó Belk con voz ahogada. Luego en un susurro más bajo dijo-: Si va a confesarme que mató a un inocente, no quiero oírlo, Bosch. Ahora no. Es demasiado tarde. -Se volvió hacia su bloc.
– Belk, escuche, joder. No estoy confesando nada. Maté al asesino. Pero se nos pasó algo. Había dos asesinos. Church cometió nueve crímenes, los nueve con los que lo relacionamos por las comparaciones del maquillaje. Los otros dos, y el que encontramos en el hormigón esta semana, son obra de otro tipo. Tiene que parar esto hasta que nos hagamos un idea concreta de lo que está pasando exactamente. Si esto surge en el juicio alertará al segundo asesino, el discípulo, de lo cerca que estamos de él.
Belk dejó el bolígrafo en la almohadilla de un golpe y éste rebotó de la mesa. No se levantó para cogerlo.
– Voy a decirle lo que está pasando, Bosch. No vamos a parar nada. Aunque quisiera probablemente no podría, ella tiene al juez pegado a las bragas. Lo único que necesita es protestar y se acabó la discusión. Así que ni siquiera lo voy a plantear. Tiene que entender algo, Bosch, esto es un juicio. Ahora es el factor que controla su universo. Usted no lo controla. No puede esperar que el juicio se suspenda cada vez que necesite cambiar su historia.
– ¿Ha terminado?
– Sí, he terminado.
– Belk, entiendo todo lo que acaba de decir. Pero tenemos que proteger la investigación. Hoy otro asesino suelto matando gente. Y si Chandler me saca a mí o Edgar al estrado y empieza a hacer preguntas, el asesino lo va a leer y sabrá todo lo que tenemos. Entonces nunca lo detendremos. ¿Es eso lo que quiere?
– Bosch, mi deber es ganar este caso. Si al hacerlo comprometo su…
– Sí, pero ¿no quiere conocer la verdad, Belk? Creo que estamos cerca. Retráselo hasta la semana que viene y para entonces lo tendremos claro. Podremos entrar ahí y acabar con Money Chandler.
Bosch se recostó, alejándose de su abogado. Estaba cansado de discutir con él.
– Bosch, ¿cuánto tiempo hace que es poli? -le preguntó Belk sin mirarlo-. ¿Veinte años?
Estuvo cerca. Pero Bosch no contestó, sabía lo que Belk iba a decirle.
– ¿Y va a sentarse ahí y hablarme de la verdad? ¿Cuándo fue la última vez que vio un informe policial que dijera la verdad? ¿Cuándo fue la última vez que puso la verdad sin adulterar en una petición de orden de registro? No me hable de la verdad. Si quiere la verdad, vaya a ver a un cura. No sé adonde tiene que ir, pero no venga aquí. Después de veinte años en el oficio debería saber que la verdad no tiene nada que ver con lo que sucede aquí. Ni tampoco la justicia. Eso son sólo palabras de un libro de leyes que leí en mi vida anterior.
Belk le dio la espalda y sacó otro bolígrafo del bolsillo de su camisa.
– De acuerdo, Belk, usted sí que sabe. Pero voy a decirle qué aspecto va a tener esto cuando salte. Va a salir a trocitos y va a tener muy mala pinta. Ésa es la especialidad de Chandler. Parecerá que disparé a un hombre inocente.
Belk no le hacía caso, estaba escribiendo en su bloc amarillo.
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