Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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– Gracias, señor Bosch. ¿Y cuándo llegó a esa conclusión?

– Esta semana, después de que se descubriera una nueva víctima.

– ¿Quién es esa víctima?

– Una mujer llamada Rebecca Kaminski. Desapareció hace dos años.

– ¿Los detalles de su muerte coincidían con los asesinatos de las víctimas del Fabricante de Muñecas?

– Exactamente, salvo en una cosa.

– ¿Cuál?

– Estaba sepultada en hormigón. Oculta. Church siempre se deshacía de sus víctimas en lugares públicos.

– ¿Ninguna otra diferencia?

– Ninguna que conozcamos de momento.

– Sin embargo, puesto que murió dos años después de que usted matara a Norman Church, no hay modo alguno de que él sea el responsable.

– Correcto.

– Puesto que estaba muerto tenía la coartada perfecta, ¿no es así?

– Correcto.

– ¿Cómo se encontró el cadáver?

– Como he dicho, estaba enterrada en hormigón.

– ¿Y qué es lo que llevó a la policía al lugar donde fue enterrada?

– Recibimos una nota que nos guió.

En ese momento Chandler ofreció una copia de la nota como la prueba 4A de la acusación y el juez Keyes la aceptó después de desestimar una protesta de Belk. Chandler le pasó entonces una copia a Bosch para que la identificara y la leyera.

– En voz alta esta vez -dijo ella antes de que pudiera empezar-. Para el jurado.

Bosch se sentía inquieto leyendo las palabras del discípulo en voz alta en la sala silenciosa. Después de que lo hiciera, Chandler dejó transcurrir unos segundos de silencio y continuó.

– «Sigo en la partida» -escribe-. ¿Qué significa eso?

– Significa que está tratando de ganar crédito por todos los crímenes, busca atención.

– ¿Podría ser porque cometió todos los asesinatos?

– No, porque Norman Church cometió nueve de ellos. Las pruebas halladas en el apartamento de Church lo relacionaban irrefutablemente con nueve de ellos. No hay ninguna duda.

– ¿Quién descubrió esas pruebas?

– Yo -dijo Bosch.

– Entonces, ¿no hay muchas dudas, detective Bosch? ¿La idea de ese segundo asesino que utiliza exactamente el mismo método no le parece ridicula?

– No, no es ridicula. Está ocurriendo. No me equivoqué de hombre.

– ¿No es cierto que esta charla de un asesino imitador, un discípulo, es una elaborada farsa para encubrir el hecho de que usted hizo precisamente eso, matar al hombre equivocado? ¿A un hombre inocente y desarmado que no había hecho nada más que contratar a una prostituta con la aprobación tácita de su esposa?

– No, no es cierto. Norman Church mató a…

– Gracias, señor Bosch.

– … a un montón de mujeres. Era un monstruo.

– ¿Como el que mató a su madre?

Inconscientemente, Bosch miró al público, vio a Sylvia y después apartó la mirada. Trató de serenarse, de calmar su respiración. No iba a permitir que Chandler lo dejara en evidencia.

– Diría que sí. Probablemente eran similares. Los dos eran monstruos.

– Por eso lo mató, ¿no? El peluquín no estaba debajo de la almohada. Lo mató a sangre fría porque vio en él al asesino de su madre.

– No. Se equivoca. ¿No cree que si hubiera querido inventar una historia habría pensado en algo mejor que un peluquín? Había una cocina americana, cuchillos en el cajón. ¿Por qué iba a plantar un…?

– Alto, alto, alto -espetó el juez Keyes-. Nos estamos desviando. Señora Chandler, ha empezado a hacer afirmaciones en lugar de preguntas y, detective Bosch, usted ha hecho exactamente lo mismo en lugar de responder. Volvamos a empezar.

– Sí, señoría -dijo Chandler-. ¿No es cierto, detective Bosch, que todo el asunto (colgar todos los crímenes a Norman Church) fue un elaborado montaje para encubrir lo que ahora se está desentrañando con el descubrimiento esta semana de una mujer sepultada en hormigón?

– No, no es cierto. No se está desentrañado nada. Church era un asesino y se merecía lo que se llevó.

Bosch se estremeció mentalmente y cerró los ojos en cuanto las palabras salieron de su boca. Chandler lo había conseguido. Bosch abrió los ojos y la miró. Parecía inexpresiva.

– Ha dicho que se merecía lo que se llevó -dijo Chandler con suavidad-. ¿Cuándo fue usted nombrado juez, jurado y verdugo?

Bosch bebió más agua.

– Lo que quería decir es que fue su jugada. En última instancia era responsable de lo que le ocurrió. Si pones algo en marcha tienes que asumir las consecuencias.

– ¿Como Rodney King se merecía lo que le pasó?

– ¡Protesto! -gritó Belk.

– ¿Cómo André Galton se merecía lo que le ocurrió?

– ¡Protesto!

– Aceptada, aceptada-dijo el juez-. Muy bien, señora Chandler, usted…

– No es lo mismo.

– Detective Bosch, he aceptado las protestas. Eso significa que no ha de responder.

– No tengo más preguntas, señoría-dijo Chandler.

Bosch vio que Chandler regresaba a la mesa de la acusación y dejaba su bloc en la superficie de madera. El mechón de pelo suelto estaba en la nuca. Bosch se convenció de que incluso ese detalle formaba parte de su cuidadosamente planeada actuación durante el juicio. Después de que se sentó, Deborah Church se estiró y le apretó el brazo. Chandler no sonrió ni hizo ningún gesto.

Belk hizo lo que pudo para reparar los daños en su turno de preguntas, sacando a la luz más detalles acerca de la naturaleza atroz de los crímenes, así como sobre los disparos y la investigación de Church. Pero parecía como si nadie estuviera escuchando. La sala había sido absorbida por un vacío creado por el interrogatorio de Chandler.

Belk aparentemente era tan ineficaz que Chandler no se molestó en preguntar nada más y autorizaron a Bosch a abandonar el estrado de los testigos. Se sentía como si el camino de vuelta a la mesa de la defensa fuera de un kilómetro.

– ¿El siguiente testigo, señor Belk? -preguntó el juez.

– Señoría, ¿puedo disponer de unos minutos?

– Claro.

Belk se volvió hacia Bosch y susurró:

– Vamos a terminar, ¿tiene algún problema con eso?

– No lo sé.

– No hay más gente a la que llamar, a no ser que quiera llamar a otros miembros del equipo de investigación. Todos dirán lo mismo que usted y recibirán el mismo trato por parte de Chandler. Prefiero ahorrármelo.

– ¿Y volver a llamar a Locke? Me apoyaría en todo lo que he dicho acerca del discípulo.

– Demasiado arriesgado. Es psicólogo, así que de todo lo que consigamos que declare dirá que es una posibilidad y ella conseguirá que conceda que también es posible lo contrario. No ha declarado acerca de este asunto y no podemos estar seguros de lo que diría. Además, creo que necesitamos separarnos del segundo asesino. Está confundiendo al jurado y…

– Señor Belk -dijo el juez-. Estamos esperando.

Belk se levantó y dijo:

– Señoría, la defensa ha concluido.

El juez se quedó mirando a Belk antes de volverse hacia el jurado y decirles que podían tomarse el resto del día libre, porque los abogados necesitarían la tarde para preparar las exposiciones de cierre y él necesitaría tiempo para preparar las instrucciones del jurado.

Después de que el jurado desalojara la tribuna, Chandler se acercó al estrado. Solicitó un veredicto directo a favor de la acusación, que el juez rechazó. Belk hizo lo mismo, pidiendo un veredicto directo a favor del acusado. En un tono aparentemente sarcástico, el juez le pidió que se sentara.

Bosch se reunió con Sylvia en el pasillo después de que la atiborrada sala tardara varios minutos en vaciarse. Había una gran congregación de periodistas en torno a los dos abogados y Bosch la cogió del brazo y la llevó al extremo del pasillo.

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