– Señoría -dijo Chandler-, el detective Bosch ha olvidado oportunamente que dispusimos de un descanso de quince minutos durante la sesión vespertina. Diría que es un amplio margen para que el detective informara a su abogado de una revelación tan importante.
El juez miró a Bosch.
– Quise contárselo durante el descanso, pero el señor Belk dijo que necesitaba ese tiempo para preparar su exposición de apertura.
El juez lo observó en silencio durante unos segundos. Bosch se dio cuenta de que el magistrado sabía que estaba bordeando los límites de la verdad y estaba tomando una decisión.
– Bueno, señora Chandler -dijo finalmente-. Yo no veo la conspiración que usted está denunciando aquí. Voy a dejarlo pasar, pero no sin advertir a ambas partes que ocultar información es el delito más abyecto que puede cometerse en mi tribunal. Si lo hacen y yo me entero van a desear no haber estudiado nunca derecho. Veamos, ¿queremos hablar de este nuevo suceso?
– Señoría -dijo Belk con celeridad. Se colocó en el estrado-. A la luz de este descubrimiento hace menos de veinticuatro horas, solicito un aplazamiento para que esta situación pueda ser investigada a conciencia, de modo que se determine con claridad su significado en este caso.
A buena hora, pensó Bosch. Sabía que ya no tenía ninguna oportunidad de conseguir un aplazamiento.
– Aja -dijo el juez Keyes-. ¿Qué opina de eso, señora Chandler?
– Nada de aplazamientos, señoría. Esta familia ha esperado cuatro años a que se celebrara el juicio. Considero que cualquier aplazamiento supondría perpetuar el crimen. Además, ¿quién propone el señor Belk que investigue este asunto? ¿El detective Bosch?
– Estoy seguro de que el abogado de la defensa estaría satisfecho con que el Departamento de Policía de Los Ángeles se ocupe de la investigación -dijo el juez.
– Pero yo no.
– Ya lo sé, señora Chandler, pero no es asunto suyo. Dijo usted ayer que la inmensa mayoría de los policías de esta ciudad son buenos y competentes. Va a tener que asumir sus palabras… Pero voy a denegar la solicitud de un aplazamiento. Hemos empezado un juicio y no vamos a demorarnos. La policía puede investigar y es su deber hacerlo y mantener a este tribunal informado, pero no pienso detenerme. Este caso continuará hasta que este asunto vuelva a merecer nuestra atención. ¿Algo más? Tengo al jurado esperando.
– ¿Qué hay del artículo del diario? -preguntó Belk.
– ¿A qué se refiere?
– Señoría, quiero que se interrogue al jurado para ver si alguno de sus miembros lo ha leído. Además, habría que recordarles que no deben leer los periódicos ni ver las noticias de la televisión esta noche. Casi todos los canales van a seguir al Times.
– Ayer di instrucciones a los componentes del jurado para que no leyeran el periódico ni vieran la televisión, pero de todos modos voy a preguntarles específicamente sobre este artículo. Veremos qué dicen y entonces, depende de lo que escuchemos, podemos destituirlos como jurados y si quiere hablar de un juicio nulo.
– Yo no quiero un juicio nulo -dijo Chandler-. Eso es lo que busca el demandado. Eso sólo conseguiría retrasarlo otros dos meses. Esta familia ya ha esperado cuatro años que se haga justicia y…
– Bueno, veamos qué dice el jurado. Lamento interrumpir, señora Chandler.
– Señoría, ¿puedo hablar de las sanciones? -dijo Belk.
– No creo que sea necesario, señor Belk. He denegado la solicitud de la abogada. ¿Qué más hay que decir?
– Eso ya lo sé, señoría. Yo quiero solicitar sanciones contra la señora Chandler. Ella me ha difamado al alegar que he ocultado pruebas y…
– Señor Belk, siéntese. Se lo voy a decir muy claro a los dos, dejen de litigar fuera de la sala porque no les va a llevar a ninguna parte conmigo. No hay sanciones para ninguna de las partes. Por última vez, ¿alguna otra cuestión?
– Sí, señoría -dijo Chandler.
La abogada tenía otra carta escondida. Sacó de debajo de su bloc un documento y se lo tendió a la secretaria del tribunal, que a su vez se lo entregó al juez. Chandler volvió entonces al estrado.
– Señoría, esto es una citación que he preparado para el departamento de policía y que me gustaría que quedara reflejada en el acta. Solicito que se me entregue una copia de la nota a la que se hace referencia en el artículo del Times, la nota escrita por el Fabricante de Muñecas y recibida ayer.
Belk se levantó de un salto.
– Quieto, señor Belk -le amonestó el juez-. Déjela terminar.
– Señoría, es una prueba para este caso. Debería ser entregada inmediatamente.
El juez Keyes dio la palabra a Belk y el ayudante del fiscal municipal avanzó pesadamente hasta el estrado, no sin que antes Chandler tuviera que bajar para dejarle sitio.
– Señoría, esta nota no constituye en modo alguno una prueba en este caso. No se ha verificado su autoría. Sin embargo, es una prueba en un caso de asesinato que no guarda relación con este proceso. Y el Departamento de Policía de Los Ángeles no tiene costumbre de exhibir sus pruebas en un juicio público mientras anda suelto un sospechoso. Solicito que rechace esta propuesta.
El juez Keyes entrelazó las manos y pensó un momento.
– Le diré lo que vamos a hacer, señor Belk. Consiga una copia y tráigala. La examinaré y decidiré si hay que aceptarla como prueba o no. Eso es todo. Señora Rivera, haga entrar al jurado, por favor, estamos perdiendo la mañana.
Una vez que el jurado ocupó su tribuna y todo el mundo se hubo sentado, el juez Keyes preguntó quién había visto alguna noticia relacionada con el caso. Nadie levantó la mano. Bosch sabía que si alguno había visto el artículo, tampoco lo admitiría. Hacerlo supondría volver a la sala de deliberaciones, donde los minutos parecían horas.
– Bien -dijo el juez Keyes-. Llame a su primer testigo, señora Chandler.
Terry Lloyd subió al estrado de los testigos como un hombre que parecía tan familiarizado con él como con la mecedora en la que se emborrachaba todas las noches delante del televisor. Incluso ajustó el micrófono sin requerir ayuda alguna del funcionario. Lloyd tenía nariz de borracho y un pelo inusualmente castaño oscuro para un hombre de su edad, que se acercaba a los sesenta. Y eso era así porque era obvio para todos los que lo miraban, salvo tal vez para él mismo, que llevaba peluquín. Chandler formuló algunas preguntas preliminares, estableciendo que había sido teniente en la elitista División de Robos y Homicidios del Departamento de Policía de Los Ángeles.
– ¿Durante un periodo que se inició hace cuatro años y medio estuvo usted al mando de un equipo de detectives encargado de identificar a un asesino en serie?
– Sí, así es.
– ¿Puede decirle al jurado cómo se formó y cómo funcionaba ese equipo de investigación?
– Se formó cuando se estableció que el mismo asesino había perpetrado cinco crímenes. De manera no oficial se nos conocía como el equipo de investigación del Estrangulador del Westside. Cuando los medios se enteraron del caso, el asesino empezó a conocerse como el Fabricante de Muñecas, porque usaba el maquillaje de las víctimas para pintarles la cara como muñecas. Tuve dieciocho detectives asignados al equipo. Los dividimos en dos brigadas, la A y la B. La brigada A trabajaba en el turno de día y la B en el de noche. Investigamos los asesinatos a medida que ocurrieron y seguimos las pistas de llamadas telefónicas. Después de que el caso salió en la prensa recibíamos un centenar de llamadas por semana, de gente que decía que tal o cual persona era el Fabricante de Muñecas. Teníamos que verificarlas todas.
– El equipo, al margen de cómo se lo llamara, no tuvo éxito, ¿es así?
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