Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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Capítulo 5

Por la mañana Bosch se sentó en la terraza trasera de su casa y observó cómo el sol se elevaba por encima del paso de Cahuenga. El astro disipó la niebla de la mañana y bañó las flores silvestres de la ladera que el invierno había quemado antes. Se quedó allí observando, fumando y tomando café hasta que el sonido del tráfico en la autovía de Hollywood se convirtió en un silbido ininterrumpido que subía desde el desfiladero.

Se puso una camisa blanca y su traje azul oscuro. Mientras se ajustaba la corbata granate con cascos de gladiador ante el espejo de la habitación, se preguntó cómo debería comparecer ante el jurado. El día anterior se había fijado en que cuando establecía contacto visual con alguno de los doce, ellos eran siempre los primeros en apartar la mirada. ¿Qué significaba eso? Le habría gustado preguntárselo a Belk, pero Belk no le caía bien y sabía que se sentiría incómodo pidiéndole su opinión sobre cualquier cosa.

Utilizando un agujero existente, aseguró la corbata con su alfiler de plata que ponía, el código penal del asesinato en California. Se peinó el pelo castaño y gris, todavía húmedo después de la ducha, con un peine de plástico y a continuación se atusó el bigote. Se puso unas gotas de colirio en los ojos y luego se inclinó hacia el espejo para observarse. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño y los iris tan oscuros como el hielo sobre el asfalto. Volvió a preguntarse por qué los miembros del jurado rehuían su mirada. Pensó en cómo lo había descrito Chandler el día anterior y obtuvo su respuesta.

Se estaba dirigiendo a la puerta, maletín en mano, cuando ésta se abrió antes de que él llegara. Sylvia entró mientras retiraba la llave de la cerradura.

– Hola -dijo al verlo-. Suerte que aún te pillo.

Sylvia sonrió. Llevaba unos pantalones color caqui y una blusa rosa con cuello abotonado. Bosch sabía que ella no se ponía vestido los martes y los jueves porque ésos eran los días en que trabajaba en los patios escolares. Algunas veces tenía que correr detrás de los estudiantes. A veces tenía que separar peleas. El sol que atravesaba la puerta del porche tornaba dorado su pelo rubio oscuro.

– ¿Pillarme?

Sylvia se acercó a él sonriendo todavía y ambos se besaron.

– Ya sé que te estoy retrasando. Yo también llego tarde. Pero quería pasar para desearte buena suerte. Aunque no la necesites.

Bosch se quedó abrazado a ella, oliéndole el pelo. Hacía casi un año que se conocían, pero Bosch todavía la abrazaba con el temor de que en cualquier momento Sylvia podía darse la vuelta y marcharse declarando que la atracción que sentía por él era un error. Quizá él seguía siendo un sustituto del marido que había perdido, un policía como Harry, un detective de narcóticos cuyo aparente suicidio Bosch había investigado.

La relación entre ambos había progresado hasta un punto de comodidad absoluta, pero en las últimas semanas Bosch había empezado a notar cierta sensación de inercia. Sylvia también había sentido lo mismo e incluso lo habían hablado. Ella decía que el problema era que él no podía bajar la guardia por completo y Harry sabía que tenía razón. Había pasado mucho tiempo solo, pero no necesariamente aislado. Tenía secretos, muchos de ellos enterrados demasiado hondo para compartirlos con ella. Era demasiado pronto.

– Gracias por venir -dijo Harry, retirándose y bajando la mirada para ver el rostro todavía iluminado de Sylvia. Tenía una mota de pintalabios en una de las paletas-. Ten cuidado en el patio, ¿vale?;

– Sí. -Puso cara seria-. Ya sé lo que has dicho, pero quiero ir al juicio, al menos un día. Quiero estar ahí contigo, Harry.

– No hace falta que estés allí por estar. ¿Entiendes?

Sylvia asintió, pero Bosch sabía que su respuesta no la había dejado satisfecha. Aparcaron el tema y charlaron de otras cosas durante unos minutos, haciendo planes para cenar juntos. Se besaron de nuevo y salieron, él al tribunal, y ella al instituto, dos lugares muy peligrosos.

Siempre experimentaba una sensación de taquicardia absoluta al empezar la sesión del día, cuando el tribunal se sumía en el silencio y esperaban que el juez abriera la puerta y se sentara en su silla. Eran las nueve y diez y todavía no había señal del juez, lo cual era extraño porque había insistido mucho en la puntualidad durante la semana de selección del jurado. Bosch miró a su alrededor y vio a varios periodistas, quizá más que el día anterior. Le pareció extraño, porque las exposiciones iniciales siempre tenían más gancho.

Belk se inclinó hacia Bosch y le susurró:

– Seguramente Keyes está dentro, leyendo el artículo del Times. ¿Lo ha visto?

Al llegar tarde por culpa de la visita de Sylvia, Bosch no había tenido tiempo de leer el periódico. Lo había dejado en la alfombrilla de la puerta.

– ¿Qué dice?

La puerta de paneles se abrió y el juez apareció antes de que Belk tuviera ocasión de responder.

– Que no entre el jurado, señora Rivera -dijo el juez a su secretaria. Posó su voluminoso contorno en la silla acolchada, examinó la sala de vistas con la mirada y dijo-: Abogados, ¿alguna cosa que discutir antes de que entre el jurado? ¿Señora Chandler?

– Sí, señoría -dijo Chandler mientras se acercaba al estrado.

Ese día se había puesto el traje de chaqueta gris. Había estado alternando entre tres trajes desde que se había iniciado la selección del jurado. Belk le había comentado a Bosch que lo hacía porque no quería transmitir la impresión de que era una mujer rica. Decía que las abogadas podían perder el favor de los componentes femeninos del jurado por cuestiones asi.

– Señoría, la demandante solicita sanciones contra el detective Bosch y el señor Belk.

La abogada sostuvo en alto la sección metropolitana del Times. Bosch vio que el artículo había merecido la esquina inferior derecha, la misma que el del día anterior. El titular decía: «La rubia de hormigón relacionada con el Fabricante de Muñecas.» Belk se levantó, pero no dijo nada, observando por una vez el estricto decoro de no interrupción del juez.

– ¿Sanciones por qué, señora Chandler? -preguntó el juez.

– Señoría, el descubrimiento de este cadáver en el día de ayer tiene un tremendo impacto probatorio en este caso. Como oficial del tribunal, al señor Belk le correspondía presentar esta información. Según la ley 11 de hallazgos, el abogado del demandado debe…

– Señoría -interrumpió Belk-, no fui informado de este suceso hasta anoche. Mi intención era presentar el asunto esta mañana. Está…

– Un momento, señor Belk. De uno en uno en mi tribunal. Parece ser que necesita usted un recordatorio diario de esto. Señora Chandler, he leído el artículo al que se refiere usted y aunque se menciona al detective Bosch en relación con este caso, no se le cita. Y el señor Belk ha señalado de forma bastante grosera que no supo nada del caso hasta después de finalizada la sesión de ayer. Francamente, no veo aquí ninguna falta sancionable. A no ser que tenga usted una carta en la manga.

La tenía.

– Señoría, el detective Bosch estaba al corriente de este suceso, tanto si se lo cita como si no. Estuvo en la escena del crimen ayer, durante la pausa para comer.

– ¿Señoría? -probó Belk con timidez.

El juez Keyes se volvió, pero no miró a Belk, sino a Bosch.

– Detective Bosch, ¿es cierto lo que dice la letrada?

Bosch miró un instante a Belk y seguidamente al juez. Capullo de Belk, pensó. Su mentira le había dejado en pelota.

– Estuve allí, señoría. Cuando volví para la sesión de la tarde, no tuve tiempo de contarle el hallazgo al señor Belk. Se lo dije ayer tarde, después de finalizada la sesión. No he visto el periódico de esta mañana todavía y no sé lo que dice, pero no se ha confirmado nada que relacione este cadáver con el Fabricante de Muñecas u otra persona. Ni siquiera se ha hecho una identificación todavía.

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