Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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Ya había enterrado una colilla en la arena y estaba fumándose el segundo pitillo cuando se abrió la puerta de acero y cristal del tribunal. Honey Chandler la había empujado con la espalda y por eso no había visto a Bosch. La abogada fue girando junto con la puerta, con la cabeza baja, mientras encendía un cigarrillo con un mechero de oro. Al levantar la cabeza y exhalar el humo vio a Bosch. Caminó hacia el cenicero, dispuesta a apagar el cigarrillo recién encendido.

– No pasa nada -dijo Bosch-. Es el único que hay por aquí, que yo sepa.

– Así es, pero no creo que nos haga ningún bien vernos las caras fuera del tribunal.

El detective se encogió de hombros y no dijo nada. Había sido ella quien se había acercado, podía irse si quería. Chandler dio otra calada.

– Sólo medio. Tengo que volver a entrar.

Bosch asintió y miró hacia Spring Street. Enfrente del tribunal del condado vio una fila de gente esperando para pasar a través de los detectores de metales. Más refugiados del mar, pensó. Vio que se acercaba el indigente para hacer su comprobación de la tarde del cenicero. El hombre se volvió de repente y se alejó por Spring. Miró una vez por encima del hombro, incómodo, mientras se iba.

– Me conoce.

Bosch se volvió hacia Chandler.

– ¿La conoce?

– Era abogado. Lo conocía. Tom no se cuántos. No me acuerdo de… Faraday, eso es, Tom Faraday. Supongo que no quiere que lo vea así. Pero aquí todo el mundo lo conoce. Es un recordatorio de lo que puede suceder cuando las cosas se tuercen del todo.

– ¿Qué le pasó?

– Es una larga historia. Tal vez su abogado se la cuente. ¿Puedo preguntarle algo?

Bosch no respondió.

– ¿Por qué el ayuntamiento no llegó a un acuerdo en este caso? Rodney King, los disturbios. Es el peor momento para llevar a un policía a juicio. No creo que Bulk (yo lo llamo así porque sé que él me llama Money), no creo que él sepa lo que se lleva entre manos. Y usted será el cabeza de turco.

Bosch lo pensó un momento antes de responder.

– Es offthe record, detective Bosch -dijo ella-, sólo estoy charlando.

– Le pedí que no llegara a un acuerdo. Le dije que si quería llegar a un acuerdo, me buscaría a un abogado y lo pagaría yo mismo.

– Está muy seguro de sí mismo, ¿eh? -Chandler hizo una pausa para dar una calada-. Bueno, supongo que ya lo veremos.

– Supongo.

– Sabe que no es nada personal.

Estaba seguro de que la abogada terminaría por decir eso, la mentira más grande del juego.

– Tal vez no lo sea para usted.

– ¿Para usted lo es? Disparó a un hombre desarmado y luego se lo toma como algo personal cuando su mujer le pone una demanda.

– El marido de su cliente cortaba las tiras de los bolsos de sus víctimas y con ellas hacía un nudo corredizo en torno al cuello y luego, despacio pero sin detenerse, las estrangulaba mientras las violaba. Prefería las tiras de piel. En cuanto a las mujeres no tenía preferencias.

Chandler ni siquiera pestañeó. Bosch tampoco esperaba que lo hiciera.

– No es el marido de mi cliente, es el difunto marido de mi cliente. Y lo único que está claro en este caso, lo único demostrable, es que usted lo mató.

– Sí, y volvería a hacerlo.

– Ya lo sé, detective Bosch. Por eso estamos aquí.

Chandler frunció la boca en un beso congelado que marcó la línea de su mentón. Su pelo capturó el brillo del sol de la tarde. Aplastó el cigarrillo en la arena y volvió a entrar, empujando la puerta como si ésta estuviera hecha de madera de balsa.

Capítulo 4

Bosch estacionó en el aparcamiento de la parte de atrás de la comisaría de Hollywood, en Wilcox, poco antes de las cuatro. Belk sólo había utilizado diez minutos de la hora asignada para su exposición de apertura y el juez Keyes había suspendido la sesión temprano, argumentando que quería empezar con los testimonios al día siguiente, a fin de que el jurado no confundiera los testimonios probatorios con las consideraciones de los letrados. Bosch se había sentido incómodo con el breve discurso de Belk ante el jurado, pero el abogado le había dicho que no había de qué preocuparse.

Bosch entró por la puerta de atrás, la que quedaba al lado del calabozo, y recorrió el pasillo hasta el despacho de detectives. A las cuatro, la brigada solía estar desierta. Y así lo estaba cuando entró Harry, salvo por Jerry Edgar, que se había instalado ante una de las IBM para cumplimentar un formulario que Bosch reconoció como un 51, un Registro Cronológico del Agente Investigador. Levantó la mirada y vio que Bosch se aproximaba.

– ¿Pasa, Harry?

– Aquí estoy.

– Veo que has terminado deprisa. No me lo digas, veredicto directo. El juez le pegó una patada en el culo a Money Chandler.

– Ojalá.

– Sí, ya sé.

– ¿Qué tenéis hasta ahora?

Edgar explicó que todavía no habían identificado a la víctima. Bosch se sentó detrás de su escritorio y se aflojó el nudo de la corbata. El despacho de Pounds estaba a oscuras, de modo que no había peligro porque encendiera un cigarrillo. Su mente vagó al juicio y a Money Chandler. La abogada de la demandante había captado la atención del jurado durante la mayor parte de su exposición. De hecho, en un claro golpe bajo emocional, había llamado asesino a Bosch. Belk había respondido con una disertación acerca de la ley y del derecho de un agente de policía de disparar a matar en caso de peligro. Aunque después se comprobara que no existía ningún peligro, ningún arma bajo la almohada, dijo Belk, las acciones de Church crearon el clima de peligro que autorizaba a Bosch a actuar de la manera en que lo hizo.

Para terminar, Belk había respondido a la cita de Nietzsche a la que había recurrido Chandler con otra de El arte de la guerra de Sunzi. Belk aseguró que Bosch había entrado en «terreno letal» cuando derribó de una patada la puerta del apartamento de Church. En ese punto tenía que luchar o perecer, disparar o recibir un disparo. Cuestionarse sus acciones a posteriori era injusto.

Sentado frente a Edgar, Bosch se reconoció a sí mismo que el argumento no había funcionado. Belk había resultado aburrido, mientras que Chandler había sido interesante y convincente. Empezaban muy mal. Harry reparó en que Edgar se había callado y él no había registrado nada de lo que había dicho.

– ¿Y las huellas? -preguntó.

– Harry, ¿me estás escuchando? Acabo de decirte que hemos terminado con la silicona plástica hace una hora. Donovan consiguió huellas de la mano. Dice que pintan bien, que han quedado muy claras. Esta noche empezará a buscar en el ordenador del Departamento de Justicia y seguramente por la mañana tendremos las similares. Probablemente le ocupará el resto de la mañana revisarlas todas. Pero al menos Pounds le ha dado prioridad a este caso.

– Bien, avísame cuando surja algo. Supongo que estaré entrando y saliendo toda la semana.

– Harry, no te preocupes. Te mantendré al corriente. Pero trata de estar tranquilo. Mataste al asesino, ¿no? ¿Tienes alguna duda?

– Hasta hoy ninguna.

– Entonces no te preocupes. Money Chandler puede follarse al juez y a todo el jurado, pero no va a cambiar eso.

Bosch pensó en lo que Edgar acababa de decir de Chandler. Era interesante ver con cuánta frecuencia los polis reducían la amenaza de una mujer, incluso de una mujer profesional, a una amenaza de carácter sexual. Estaba convencido de que la mayoría de los polis eran como Edgar, que pensaban que algo acerca de la sexualidad de Chandler le confería una ventaja. No admitirían que era excelente en su trabajo, mientras que el fiscal municipal gordo que defendía a Bosch no lo era.

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