– Ah, sí.
– ¿ No ha llamado Jake?
Una larga pausa.
– Perdón, ¿cómo ha dicho? No se oye bien.
– Digo que si ha llamado -repitió Rebus que oía perfectamente.
– No.
– ¿No?
En tono crispado:
– Eso he dicho.
– Bien, bien. ¿Está preocupada?
– ¿Por qué?
– Por Jake.
– ¿Por qué iba a estarlo?
– Bueno, lleva fuera más de lo previsto. A lo mejor le ha sucedido algo.
– Está bien.
– ¿Cómo lo sabe?
Casi gritando:
– ¡Lo sé!
– Cálmese. Mire, ¿por qué no…?
– ¡Déjenos en paz!
Y colgó.
«Déjenos.» Rebus se quedó mirando el auricular.
– Se la oía desde aquí -dijo Morton-. Parece que empieza a ceder.
– Eso creo.
– ¿Tiene líos el novio?
– El novio tiene líos.
Colgó al ver que había una llamada.
– Inspector Rebus.
Era de recepción anunciando que acababa de llegar la primera visita.
Eve tenía casi el mismo aspecto que aquella noche en que él la había visto en el bar del hotel. Vestida de mujer de negocios con un traje sastre clásico y no rojo vampiresa; llevaba alhajas de oro en muñecas, dedos y cuello, y el mismo broche de oro sujetando por detrás su pelo teñido. Se puso el bolso bajo el brazo al prenderse en la solapa el pase de visita.
– ¿Quién es Madeleine Smith? -preguntó cuando subían la escalera.
– Saqué el nombre de un libro. Creo que era una asesina.
Ella lanzó a Rebus una mirada dura y divertida al mismo tiempo.
– Por aquí -dijo él conduciéndola hacia el cuarto de John Biblia donde esperaba Morton-. Jack Morton, Eve…, no sé su apellido. No es Toal, ¿verdad?
– Cudden -dijo ella con frialdad.
– Siéntese, señorita Cudden.
Tomó asiento y sacó del bolso un paquete de tabaco negro.
– ¿Les importa?
– En realidad, no se permite fumar -dijo Morton en tono de disculpa-. Y ni el inspector Rebus ni yo fumamos.
– ¿Desde cuándo? -replicó ella mirando a Rebus.
Él se encogió de hombros.
– ¿Y Stanley? -inquirió.
– Vendrá. Pensamos que era más prudente salir por separado.
– ¿Sospechará Tío Joe?
– Ése es nuestro problema, no el suyo. A Joe se le ha dicho que Malky está de juerga y yo he ido a visitar a una amiga. Es una buena amiga y no dirá nada.
Por su tono de voz Rebus comprendió que no era la primera vez que recurría a la supuesta amiga.
– Bien, me alegro de que haya llegado antes, porque quería hablar con usted a solas. -Se recostó en una mesa y cruzó los brazos para contener el temblor-. Aquella noche en el hotel, me estaba tendiendo una trampa, ¿verdad?
– Cuénteme lo que sabe.
– ¿De usted y Stanley?
– Malky. Detesto ese apodo -replicó ella y su rostro se ensombreció.
– Bien, Malky. ¿Lo que sé? Bueno, lo sé todo. Ustedes dos van al norte de vez en cuando por negocios de Tío Joe. Me imagino que hacen de mensajeros porque no tendrá muchos en quien confiar. -Pronunció la última palabra con retintín-. Gente que no comparta la habitación del hotel dejando la otra vacía. Gente que no le time.
– ¿Le timamos?
Haciendo caso omiso de Morton, ella encendió un cigarrillo. No había ceniceros a la vista y Rebus situó una papelera a su lado, aspirando el humo al mismo tiempo que ella. Un humo espléndido. Casi le colocó de inmediato.
– Sí -contestó volviendo a apoyarse en la mesa. Habían situado la silla de Eve en el centro y quedaba flanqueada por Rebus a un lado y Morton al otro. Ella no parecía incómoda-. No veo a Tío Joe como el malo que abre cuentas bancarias. Vamos, que si no confía en los bancos de Glasgow, menos en los de Aberdeen. Sin embargo, ustedes van allí, Malky y usted, a ingresar fajos de billetes en diversas cuentas. Tengo fechas, horas y cantidades. -Exageraba, pero sabía que podía improvisar-. Tengo el testimonio de los empleados de hotel, incluidas las camareras que nunca tenían que arreglar la habitación de Malky. Y eso que, curiosamente, no me parece un ejemplo de orden.
Eve echó humo por la nariz y sonrió.
– Vale -dijo.
– Bien -siguió Rebus para borrar su confiada sonrisa-, ¿qué diría Tío Joe de todo esto? Me refiero a que Malky es su propia sangre, pero usted no, Eve. Yo diría que de usted puede prescindir. -Hizo una pausa-. Y yo diría que usted lo sabe hace tiempo.
– ¿Con lo que quiere decir…?
– Quiero decir que no preveo a usted y a Malky un gran futuro juntos. Es demasiado burdo para usted y nunca llegará a ser lo bastante rico para compensarlo. Comprendo lo que él ve en usted, porque usted es una seductora de primera.
– No tan de primera -replicó ella buscando su mirada.
– Lo bastante. Lo bastante para enganchar a Malky. Lo bastante para inducirle a sisar del dinero de Aberdeen. Vamos a ver: el tema sería que ustedes dos pensaban largarse juntos cuando tuvieran bien cubierto el riñón, ¿no?
– No sé si yo lo habría expuesto tan claro.
Sus ojos calculadores eran ranuras, ya no sonreía. Rebus iba a negociar y por eso había accedido a venir. Reflexionaba en qué podía beneficiarse.
– Pero ése no era el plan, ¿verdad? Aquí, entre nosotros, usted planeaba largarse sola.
– ¿Ah, sí?
– Estoy seguro. -Se levantó y se acercó a ella-. Eve, yo no voy a por usted. Y puta suerte que tiene, mire. Coja el dinero y lárguese. -En tono más bajo-: Pero quiero a Malky. Lo quiero por lo de Tony El. Y quiero que conteste a ciertas preguntas. Cuando venga, usted le habla y le persuade para que colabore. Después haremos un interrogatorio grabado. -Ella abrió los ojos intrigada-. Lo hago como garantía para mí por si usted no se larga.
– Pero ¿qué busca en realidad?
– Cargarme a Malky, y a Tío Joe de paso.
– ¿Y yo de rositas?
– Lo prometo.
– ¿Y cómo sé que puedo confiar en usted?
– Soy un caballero, ¿no recuerda? Lo dijo usted en el bar.
Ella volvía a sonreír y apartó la vista. Parecía un gato: la misma moral y el mismo instinto. Acabó asintiendo con la cabeza.
Un cuarto de hora después llegaba Malcolm Toal a la comisaría; Rebus le dejó a solas con Eve en la sala de interrogatorios. Por la tarde, la comisaría estaba tranquila; todavía era pronto para las pendencias de pubs, peleas con navaja y malos tratos antes de acostarse. Morton le preguntó a Rebus cómo pensaba enfocarlo.
– Tú simplemente escuchas sentado lo que yo diga, como si estuvieras oyendo un sermón. Con eso me basta.
– ¿Y si Stanley intenta algo?
– Podemos controlarlo.
Le había dicho a Eve que averiguase si Stanley llevaba algún arma y que si era el caso, la dejara encima de la mesa para cuando ellos volvieran. Fue otra vez a los servicios sólo para sosegar su respiración y mirarse en el espejo. Procuraba relajar los músculos maxilares. En otras ocasiones ya habría echado mano a la petaca de whisky. Pero ahora iba a pelo; por una vez se enfrentaba a la realidad.
De nuevo en la «galletera», Malky le miró con ojos como rayos, prueba de que Eve le había explicado el asunto. En la mesa había dos cuchillos Stanley. Rebus hizo una inclinación de cabeza, satisfecho. Morton preparaba la grabadora y rompía el envoltorio de un par de cintas.
– ¿Le ha explicado la señorita Cudden la situación, señor Toal? -Malky asintió con la cabeza-. No me interesa lo de ustedes dos; me interesa todo lo demás. Han patinado, pero aún pueden salirse con la suya tal como habían planeado.
Rebus procuraba no mirar a Eve, quien dirigía los ojos a todas partes menos a su enamorado Stanley. Joder, qué dura. A Rebus casi comenzaba a gustarle; casi le gustaba más ahora que aquella noche en el bar. Morton hizo un gesto indicando que la grabadora estaba en marcha.
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