Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– Uno piloto -contestó-. El argumento principal es una joven detective que se quedó sorda debido a un disparo accidental. No puede oír a los malos así que tiene que desarrollar otros sentidos al máximo. Sobrecompensación, ya saben, ¿no? Es un as en el lenguaje de los signos, lo que acaba siendo crucial para capturar al asesino en serie.

– Suena interesante -apuntó Milo.

– Ahora mismo suena pésimo, porque lo que realmente se me da bien es la comedia. Pero mi agente dice que eso ya no vende. Al menos tengo la esperanza de que cuando acabe Sin oír al mal, puede que no resulte tan pésimo, ni demasiado inteligente para la programación en televisión.

Sacó una mano fuera, apretó la mía enérgicamente.

– Lisa Bergman. ¿Qué os trae por aquí en fin de semana, chicos?

Milo le sonrió.

– Comprobación de antecedentes. Usted es demasiado joven para ayudarnos.

– Soy mayor de lo que parezco, pero me venís de perla. ¿Podrían decirme al menos de qué se trata? Sin nombres, solo el argumento. Siempre puede usarlo como material.

– El argumento -repitió Milo-. Es que estamos investigando sobre una mujer que vivió aquí hace nueve o diez años.

– Nueve o diez años -comentó Lisa Bergman-, yo estaba en tercer curso en Reed.

– Eso es.

– ¿Está diciendo que pasó algo aquí?

– Una persona que nos interesa vivió aquí. ¿Quiénes son sus vecinos del piso de arriba?

– Cuatro estudiantes de derecho, más jóvenes que yo. ¿Qué hizo esa persona que tanto les interesa?

– Está muerta -respondió Milo.

– ¿Muerta como en un asesinato?

– Muerte natural, pero necesitamos esclarecer algunos detalles sobre su vida.

– ¿Cómo es eso?

– Temas económicos. Nada lo bastante jugoso como para la televisión.

– ¿Está seguro?

– ¿Le parece interesante algo como obligaciones y bonos municipales libres de impuestos?

– ¡Uf! -exclamó Lisa Bergman, sacó el lápiz de detrás de su oreja y con la punta rozó su labio, formando por un momento un pequeño hoyuelo-. Deberían ir a hablar con Mary Whitbread. Es la casera.

– ¿Dónde podemos encontrarla?

– Vayan a su porche -apuntó-. Cinco edificios más abajo, el verde, en la primera planta. Seguramente esté allí.

– ¿Una persona hogareña?

– No. Sale a comprar, pero normalmente está por aquí. Metiendo las narices por doquier.

– ¿Una entrometida?

– Entre usted y yo, se deja caer por aquí más de lo que debería -dijo Bergman-. Se supone que para asegurarse de que mantenemos la propiedad en buen estado, pero en realidad solo para husmear. Una vez, cometí el error de invitarla a tomar un café en casa. Una hora después, todavía estaba aquí y todas las ideas que tenía para escribir tiradas por la borda.

Sonrió.

– Puede que aquello fuera lo mejor.

Milo le dio las gracias y le deseó buena suerte con su guión.

– ¡Que bien le oiga Dios! -exclamó ella-. Si esto no funciona, tendré que volver a dedicarme a la organización de eventos.

***

El dúplex de Mary Whitbread estaba pintado de color verde menta con un ribete tornasolado, enfrente tenía un césped impecable, bajo la sombra de un sicómoro magníficamente retorcido.

El porche era fresco y con azulejos, bonitas flores en unos bonitos jarrones. Una voz jovial se oyó:

– ¡Un segundo!

Una puerta de laca negra se abrió.

Por la descripción de Lisa Bergman, esperaba una mujercita en bata de andar por casa. Mary Whitbread rondaba la cincuentena, era de tez morena, elegante y rubia. Tenía unos ojos azules enormes bajo unas cejas bien depiladas. Su blusa blanca de seda estaba estampada con eslabones dorados, cornetas y orquídeas rojas, un Versace o una imitación. Llevaba la blusa por dentro de unos pantalones de pinzas azul marino crespón. Cintura de avispa, caderas pronunciadas, pechos contundentes. Llevaba unas sandalias rojas con tacón de aguja que dejaban ver unas uñas con esmalte nacarado. El color de las uñas era como el carmesí de sus zapatos.

– Hola -saludó-. Si están aquí por el alquiler, lo siento, ya ha sido dado, la agencia no se ha acordado de borrarlo de la lista.

– Vaya, caramba -dijo Milo, mostrando la placa.

– ¿Policía? Dios mío -exclamó, mirándonos con ojos escrutadores-. Ahora que les miro, es evidente que no… entienden.

– Lo es.

Mary Whitbread salió del porche y sonrió.

– Lo que quería decir es que cuando veo a dos hombres buscando un apartamento para alquilar juntos, asumo, ya saben. Y tengo que decir que no me molesta en absoluto. De hecho, son mis inquilinos favoritos. Tan meticulosos, tienen muy buen ojo para la proporción.

Se atusó el pelo. Sonrió mostrando los dientes.

– Entonces, ¿cómo puedo ayudar a la Policía?

– Estamos investigando sobre una antigua inquilina.

– ¿Uno de los míos se ha metido en problemas?, ¿quién?

– Nadie está metido en ningún problema, señora Whitbread…

– Llámeme Mary. -Dio otro paso hacia delante, invadió el espacio personal de Milo.

– Nadie está metido en ningún problema, Mary. Uno de sus antiguos inquilinos ha fallecido y se están realizando algunas investigaciones finales sobre asuntos financieros.

– ¿Financieros? ¿Crímenes de oficina? -preguntó-. ¿Como el de Elron? ¿Worldcom?

– Nada tan monumental -respondió Milo-. Lo siento, pero no puedo entrar en los detalles.

Mary Whitbread hizo un mohín.

– Mal asunto. Ahora me dejan con la curiosidad.

Se inclinó hacia delante, tan cerca como para besarlo. Milo retrocedió dos pasos. Mary Whitbread avanzó rápidamente y ocupó el espacio que él acababa de dejar libre.

– De acuerdo, detective. Hablaré. ¿Quién es esa misteriosa persona?

– Patricia Bigelow.

Sus pestañas postizas se agitaron.

– ¿Patty? ¿Ha fallecido? ¿Cómo ha podido suceder algo así?

– Cáncer.

– Cáncer -repitió-. Eso es muy triste. Ella no fumaba.

– Se acuerda de ella.

– Soy una persona sociable. Mis inquilinos se quedan durante años, a menudo entablamos amistad.

– Patty Bigelow no se quedó mucho tiempo.

– No… imagino que no lo hizo … ¿ cáncer? No podía ser muy mayor. -Frunció el entrecejo-. Aquella niña pequeña que tenía… ¿Támara? Perder a su madre… ¿está diciendo que Patty se vio involucrada en algún tipo de blanqueo de dinero o algo así?

Milo se puso un dedo sobre los labios.

– Lo siento, detective. Es que encuentro a la gente tan fascinante. Trabajé como asesora en pruebas para la selección de actores y, chico, aquello fue toda una lección de psicología. Pero su trabajo, vislumbrando la parte oscura, debe ser de una fascinación sin fin.

– Sin fin. ¿Qué puede contarnos sobre Patty Bigelow?

– Bueno -dijo-, pagaba a tiempo el alquiler, mantenía bien el apartamento. No tenía ningún tipo de problema con ella.

– ¿Alguien lo tuvo?

Más parpadeos de calistenia.

– No que yo supiera. Solo digo que nos llevábamos bastante bien. ¿Han estado en el apartamento en el que vivieron?

– La inquilina nos envió aquí.

– Lisa -añadió Mary Whitbread-. Una buena chica. Su padre paga el alquiler. Un abogado de divorcios de Beverly Hills. Ha estado financiando las aventuras de Lisa desde hace años. Este mes le toca ser guionista.

– ¿Quién vivía encima de Patty? -pregunté.

– Una pareja joven de… Indonesia. ¿O Malasia? Algún sitio de esos. Tenían apellido neerlandés, pero eran orientales… Henry, no, Hendrik. Hendrik y Astrid van Dreesen. Él estaba estudiando el doctorado, algo científico, ella era… vendedora o algo así… Lo de él era la electrónica, creo. No eran tan meticulosos con el mantenimiento como pueda pensar. Para ser orientales. Siempre solemos dar por hecho que serán cuidadosos, ¿no? Pero en general, buenos inquilinos. Se quedaron cuatro años, luego se mudaron a su país, fuera donde fuera.

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